Por Antonio DIAZ TORTAJADA (Sacerdote-periodista)
No tengo que comunicaros
de mi amor entrañable hacia la Virgen.
¿Qué sería del mundo si Ella no hubiese dicho que sí?
Su “si” transformo la historia;
Su “si” cambio mi vida.
Sabed ¿qué esperaba el arcángel?.
Esperaban las tiendas de Abraham en lo oscuro.
Esperaban las esclavas morenas al mirar el desierto.
Esperaban las doncellas al pasarse
las manos por sus pechos inútiles.
Esperaban las estériles.
Y hasta las mismas ánforas
sobre la cantarera del portal contenían su respiro,
¡Que diga cuanto antes que sí!
Debemos a María todo cuanto tenemos,
pues dijo “sí”.
Es hermosa desde entonces la tierra.
Oíd cómo se escuchan,
cuál una letanía el arroyo y el pájaro.
Las ramas de los árboles.
El temblor de los pies que hacia el altar dirigen,
las transparentes sendas de los atardeceres
cuando los sacerdotes exponen el Santísimo.
Las diminutas rosas.
La yerba en los campos a germinar empieza.
O el nombre del esposo que repasan las madres
junto al fogón...
Debemos a María la gracia.
Le debemos la risa,
los padrenuestros,
Todo cuanto el Señor, su Hijo,
concede a manos llenas.
A ella le debemos todas las devociones
que pronuncian el nombre
sonoro y melodioso de María: M-a-r-í-a.
Aguardaban
sobre el mar las rasantes gaviotas.
Y el cielo como el escapulario
--¡más azul todavía!--
Elevaba sus preces.
Contenía el milagro de la emoción.
No tengo que comunicaros mi amor a la Virgen,
pues la queréis, también vosotros, como Madre.
Sin Ella qué sería del requiebro que por primera vez
dijo Adán.
Y la tarde, como un junco en el río,
se cimbreó admirada en los ojos de Eva.
Dios te salve, María. Dios te salve, Jazmín.
Inmaculado arroyo que entre estrellas te viertes.
Ay, si María, nos dejase de lado.
Si Ella no nos tomara de la mano,
qué huérfanos los corazones,
qué oscuras las miradas,
qué frío, qué frío, que frío
por las largas aceras de nuestra ciudad.
Tened
en vuestra casa un retrato de la Virgen Santísima.
Dios te salve, oh, la Lumbre donde nos calentamos.
Dios te salve, oh, tú, Espejo para poder mirarnos.
Dios te salve, María.
María Inmaculada sea nuestra advocación.
Ruega
por las muchachas tristes que lloran en los parques.
Por los niños que nunca nacerán.
Por los que no se atreven a volver hasta casa.
En el cielo hay más fiesta por un solo pecador
que se arrepiente.
Ruega
por el cura que llora en el confesionario,
por las adolescentes en busca de sus padres.
por nuestro hermano el Papa peregrino del Evangelio
que preside la Iglesia en caridad.
Lavaos unos a otros los pies como hermanos.
Repartíos el cáliz y el purificador para la misa.
Alarguemos más el corro.
Que nos parezcamos siempre a María Santísima.
Dios te salve, Azucena.
Dios te salve, Esperanza.
Oh, María, mujer y madre
que abrevas en tus manos estrellas y palomas.
Muchas gracias.
Amén. Siempre amén.
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