martes, 30 de octubre de 2012

El Arzobispado inicia un ciclo de conferencias sobre la carta apostólica “Porta fidei” de Benedicto XVI con motivo del Año de la Fe.

VALENCIA, 30 OCT. (AVAN)

La comisión de Espiritualidad del Arzobispado de Valencia ha iniciado un ciclo de conferencias sobre la carta apostólica de Benedicto XVI “Porta Fidei”, con motivo del Año de la Fe, que se desarrollarán en un total de 5 sesiones a lo largo del curso, desde mañana, miércoles, hasta el próximo mes de mayo.

Las sesiones tendrán lugar, a las 18 horas, en el salón de actos de la Vicaría de Evangelización ubicada en la calles Avellanas, 12, de Valencia, según han indicado hoy a la agencia AVAN fuentes de la organización.

Las conferencias pretenden ofrecer “Orientaciones desde el Concilio Vaticano II y el Catecismo de la Iglesia Católica en el Año de la Fe con motivo del Documento “Porta Fidei”, han añadido las mismas fuentes.

La primera ponencia será pronunciada mañana, miércoles, por el párroco de la parroquia de Santa Marta de Valencia, Luis Carlos Oliden, bajo el título “Vida según el Espíritu. Espiritualidad eclesial”, han añadido.

Asimismo, las sesiones contarán con la participación de la vicedirectora del Instituto Diocesano de Ciencias Religiosas, Mercedes Vilà, y del profesor de la Facultad de Teología, Adolfo Barrachina, así como de la integrante de Acción Católica General Lourdes Azorín y el profesor Juan Belda Plans.

Igualmente, el próximo 20 de noviembre la Comisión de Espiritualidad iniciará otro ciclo de cinco conferencias en la “Semana de la Espiritualidad” sobre el Año de la Fe para reflexionar acerca de “ ´Espiritualidad de Comunión´ a la luz de los documentos del Concilio Vaticano II”, según las mismas fuentes.

sábado, 27 de octubre de 2012

DEBEMOS REZAR EL ROSARIO PERSONALMENTE, EN FAMILIA Y EN COMUNIDAD (Reflexión del papa Benedicto XVI durante el rezo del Ángelus)

VATICANO, domingo 7 octubre de 2012 (www.zenit.org)


Al finalizar la santa misa celebrada en la plaza de san Pedro por la proclamación como Doctores de la Iglesia, de san Juan de Avila y de santa Hildegarda de Bingen, así como la inauguración de la XIII Asamblea General Ordinaria del Sínodo de los Obispos, el santo padre Benedicto XVI se dirigió a los fieles antes del rezo del Ángelus.

Destacó de manera especial la fiesta de la Virgen del Rosario que celebra hoy la Iglesia Universal, invocando a todos los fieles a valorizar más el rezo del santo Rosario durante el próximo Año de le fe, que será inaugurado por él mismo este jueves 11 de octubre.

“Con el Rosario –dijo el papa--, nos dejamos guiar de María, modelo de fe, en la meditación de los misterios de Cristo, para que día a día, podemos asimilar el Evangelio, de tal forma que modele toda nuestra vida”.

Y recordó que hace diez años, el hoy beato Juan Pablo II firmó la Carta apostólica Rosarium Virginis Mariae, invocando a los fieles –en continuidad con su predecesor--, “a rezar el Rosario personalmente, en familia y en comunidad, asistiendo a la escuela de María, que nos conduce a Cristo, centro vivo de nuestra fe”.

Ante una gran cantidad de fieles venidos de España y de América Latina, el santo padre dirigió un saludo en la lengua de san Juan de Ávila:

“Saludo con afecto a los peregrinos de lengua española. Invito a todos a orar por los trabajos del Sínodo de los Obispos, que en los próximos días reflexionará sobre “La nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”. Hoy he declarado Doctores de la Iglesia al sacerdote español san Juan de Ávila y a la religiosa alemana santa Hildegarda de Bingen. Que sus figuras y obras sigan siendo faros luminosos y seguros en el anuncio del Reino de Dios, y nos ayuden a todos a crecer cada día en la auténtica vida de fe. Que la Santísima Virgen María nos acompañe en estos propósitos”.

domingo, 21 de octubre de 2012

DE COMO UNO SE HACE DEL LEVANTE UD



21 DE OCTUBRE DE 2012. XXIX DOMINGO DEL TIEMPO ORDINARIO. DOMINGO MUNDIAL DE LA PROPAGACIÓN DE LA FE. DOMUND. Como homenaje a un misionero de Gata de Gorgos (Valencia) pero trabajando en Perú les dejo lo que escribió Vicent Font cuando el Levante logró el ascenso a Primera tras 40 años sin jugar en la mñáxima categoría del fútbol español. Leanlo despación porque creo merece mucho la pena.
Esto es lo que escribió Vicente Font cuando el Levante UD. SAD., su Levante UD. SAD., visitó el 9 de junio de 2004 la parroquia del Rosario con motivo del ascenso a Primera División, segundo después de aquel histórico cosechado en la temporada 62- 63

 DE COMO UNO SE HACE DEL LEVANTE UD. Hace alrededor de 25 años, (estamos hablando en 2004) un niño jugando en el comercio de su padre se dio cuenta de que junto a las llaves de casa había una llave solitaria unida a un llavero de piel negra con un escudo de color azul y rojo con un balón en medio y un murciélago encima.

El niño no sabía de donde era la llave, ni tampoco el escudo, pero simplemente le llamó la atención que la llave estuviese sola y ese escudo de color que no había visto nunca.

Le preguntó a su padre y le dijeron que la llave era de la iglesia, que estaba enfrente. Y que la tenía en el comercio por si alguien quería entrar a visitar a Jesús cuando la iglesia estuviese cerrada. Y al niño le pareció bien, porque era una manera de que Jesús no estuviese tan solito, y pensaba que si iban a verlo Él se alegraría porque Jesús era muy bueno.

Después preguntó por el escudo: le dijeron que era del Levante ¿y això que és?. Contestó. Un equipo de fútbol ¿el València?, preguntó el niño. "No fill, més antic, pero mes pobret i xicotet". Al niño le gustó mucho que la llave de la casa de Jesús estuviese en un llavero del Levante, pues la iglesia era la casa más antigua del pueblo, y además, Jesús siempre quería estar con los niños, los pequeños, los sencillos y los pobres. Así nos lo decía siempre el sr. rector en el catecismo.

Tan contento como estaba, el niño empezó decir en la escuela que se había hecho del Levante, y se le empezaron a reir y burlar. Que si estaba en tercera, que si jugaba contra el Denia o Xàbia, que me hiciese del Gorgos, etc.

Todo triste el niño le preguntó a su padre. Este confirmo sus tristezas, ¡estaba en 3ª! y por no pagar. Pero el niño recordó el llavero y a Jesús. Su amigo Jesús pensó estaría contento de que él fuese del Levante, pues Él nació en Belén , la más pequeña de las ciudades de Judá, como decían en el teatro de Navidades.

El chico fue creciendo, haciéndose constante en su levantinismo. Esperaba tener el carnet para ir a ver al Levante, pues miraba con envidia cómo sus amigos iban a ver al Valencia, Madrid o Barça.

Y se sacó el carnet de conducir. No logró convencer a nadie para que lo acompañase. Miró y remiro el mapa de Valencia. Y allá se fue desde su Gata de Gorgos natal. Se perdió muchas veces, pero al final llegó.

Le extrañó un estadio en medio de los campos,. Pero le gusto un detalle. El edificio más cercano al campo era una iglesia. Estaba abierta. Entró, rezó y se fue al fútbol: Levante - Andorra. Muy pocas personas en el campo, y el ya no tan niño pensó ¡qué pocos son de los pobres!.
El ya no tan niño entró en el seminario. Su amigo Jesús le llamó para ser sacerdote. Estaba en Moncada. Ahora, pensó, "podía ir más al Levante".

El niño ahora ya era mayor. Se creía listo, y por eso ya no unía Levante y Fe. Pero le seguía gustando el fútbol, y llorando y riendo con su Levante.

Pero dudaba muchas veces: ¿que tiene que ver el fútbol y la religión?.. ¿No será pecado meter a Dios en el fútbol?. ¿Qué sentido tiene que rece por el Levante?. A veces pensaba "es más difícil que el Levante suba a primera que pueda unir a Jesús con el fútbol".

Pero mira por donde, el Levante ha subido a Primera y el niño ya no tan niño lo ha entendido. No es que el Señor sea del Levante, pero todo lo humano bueno está cerca de lo cristiano. Los sentimientos forman las personas, El niño ahora, (cuando redactó estos apuntes) cura de tres pueblos (ahora con  misiones pastorales en Perú), tiene el corazón de aquel niño.

Y por eso llora, grita, salta, ríe con el alzacuellos escondido en el aeropuerto. Y levanta los ojos a Dios dándole gracias por hacer feliz a tanta gente sencilla, humilde. Siendo felices con una cosa tan sencilla como un llavero granota unido a la llave de la Iglesia.

No sé que diría Jesús de esto. Pero el niño ya no tan niño sabe lo que le quiere decir: gracias por ser el Señor de los pequeños, niños, sencillos, sufrientes y pobres. Gracias Jesús por ser el amigos "dels granotes". Hasta aquí el texto del sacerdoto valenciano de Gata de Gorgos misionero en Perú.

POSDATA. Gracias Vicent por este apoyo al decano del fútbol valenciano. Estoy seguro que este texto va a calar y mucho en todos los que lo lean y más hoy Domingo del DOMUND y domingo en que 'nuestro' Levante ha logrado tres importantísimos puntos en Getafe tras ganar 0 - 1 al equjpo entrenado por Luis Garcia.

sábado, 20 de octubre de 2012

LLAMADA A SER “MISIONEROS DE LA FE”: DOMUND 2012

 
Carta semanal del Sr. Arzobispo

Cuando acabamos de inaugurar el “Año de la Fe” en la Iglesia, cuando se está celebrando el Sínodo de Obispos en Roma sobre la Nueva Evangelización, cuando el Santo Padre nos ha regalado para la celebración del día del DOMUND 2012 en la Iglesia un mensaje que tiene una fuerza extraordinaria de llamada a la conversión, “llamados a hacer resplandecer la Palabra de verdad”, me dirijo a todos vosotros con esta carta semanal para invitaros a participar activamente en la celebración del Día del DOMUND, el Domingo 21 de octubre de este año del Señor 2012. Un año en el que tenemos que dar gracias al Señor en nuestra Iglesia Diocesana, porque aquella imagen que el Concilio Vaticano II nos daba de una Iglesia presente en todos los continentes a través de misioneros que, llenos del Señor, estaban animados por la pasión de anunciar el Evangelio, sigue estando vigente en nuestra Archidiócesis de Valencia. Cuatro sacerdotes marchan en estos días a tierras de misión. Y es que “los hombres que esperan a Cristo son todavía un número inmenso. No podemos permanecer tranquilos, pensando en los millones de hermanos y hermanas, redimidos por la sangre de Cristo, que viven sin conocer el amor de Dios” (RM 86).

El lema que las Obras Misionales Pontificias en España ha querido presentar este año, dice así: “Misioneros de la fe”. Quiere recoger lo que el Papa Benedicto XVI nos pide en este Año de la Fe, “Caritas Christi urget nos” (2 Cor 5, 14): es el amor de Cristo el que llena nuestros corazones y nos impulsa a evangelizar. Hoy como ayer, Él nos envía por los caminos del mundo para proclamar su Evangelio a todos los pueblos de la tierra (cf. Mt 28, 19). Con su amor, Jesucristo atrae hacia sí a los hombres de cada generación: en todo tiempo, convoca a la Iglesia y le confía el anuncio del Evangelio, con un mandato que es siempre nuevo” (Porta fidei, 7). Hemos de sentir en lo más hondo de nosotros que el Señor nos está llamando a ir por el camino de nuestra vida proclamando con obras y palabras a Jesucristo. Los cristianos tenemos que asumir el compromiso que Nuestro Señor Jesucristo nos ha pedido desde el momento que hemos aceptado seguirle y vivir de su vida, a través de nosotros Cristo quiere acercarse a los hombres y rescatarlos del desierto para llevarlos al oasis de su Vida.

Estamos llamados a ser “misioneros de la fe”. Quizá, la pregunta surja inmediatamente: ¿qué tenemos que hacer para serlo? La respuesta es también inmediata: creer en Jesucristo. Hoy los hombres, lo mismo que la Samaritana o Zaqueo, necesitan acercarse a Jesucristo. Habrá que hacerlo de una manera directa, como el mismo Señor lo hizo con Zaqueo, “baja de ahí que quiero entrar en tu casa”. O habrá que hacerlo como lo hizo con la Samaritana, entablando una conversación con ella como si el necesitado de agua para quitar la sed fuese Él, pero llevándola en aquel diálogo de tal manera a que se diese cuenta que era ella la que tenía necesidad de agua viva y de acercarse a quien era el manantial del agua viva, que era Él mismo. El “misionero de la fe” tiene que ser alguien que sienta de nuevo el gusto por alimentarse de la Palabra de Dios, tal y como la Iglesia la transmite, y del Pan de vida que es sustento verdadero para todos los hombres. Todo ello nos va a llevar a vivir un compromiso cada día más fuerte por la nueva evangelización y sacar de estos alimentos fuerza y vigor para realizarla con el Amor de quien nos ama y nos da el fervor apostólico de las primeras comunidades cristianas que siendo insignificantes sin embargo difundieron el Evangelio por el mundo conocido de entonces.

“Misioneros de la fe” para renovar la humanidad. Y esto solamente se puede hacer llevando el Evangelio, la Buena Noticia, a todos los ambientes de la humanidad. Los “misioneros de la fe” tienen un trabajo excepcional, como es entregar la Buena Noticia para que surjan los hombres nuevos. Hombres y mujeres que tengan la novedad del Bautismo. Hombres y mujeres que viven la vida con el argumento, la fuerza y la novedad del Evangelio. Hay que hacer un cambio interior y profundo del ser humano, que alcance las raíces del mismo, que supone una conversión de la conciencia personal y colectiva, del modo de realizar la actividad en la que ellos están comprometidos. Hay que hacerles llegar la vida de Cristo. Se trata, como nos dice la Exhortación Apostólica Evangelii Nuntiandi, de “alcanzar y transformar con la fuerza del Evangelio los criterios de juicio, los valores determinantes, los puntos de interés, las líneas de pensamiento, las fuerzas inspiradoras y los modelos de vida de la humanidad, que están en contraste con la Palabra de Dios y con el designio de salvación” (EN 19).

¡Qué responsabilidad hemos de sentir en lo más hondo de nuestro corazón cuando acogemos algunas palabras del Beato Juan Pablo II y del Concilio Vaticano II! Refiriéndose a los Obispos se nos dice: ellos “han sido consagrados no sólo para una Diócesis, sino para la salvación de todo el mundo” (RM 63), “mensajeros de la fe, que llevan nuevos discípulos a Cristo”…y hacen “visible el espíritu y el celo misionero del Pueblo de Dios, para que toda la Diócesis se haga misionera” (Ad gentes, 20 y 28). Por ello, para mí y para todos vosotros, los sacerdotes, el mandato que el Señor nos ha dado de predicar el Evangelio no se agota en la atención a la Diócesis que se nos ha confiado o simplemente en el envío de algún sacerdote a tierras de misión, nos debe implicar este mandato en todas las actividades de la Iglesia local, pero organizadas por quien tiene la misión en la misma. No puede cada uno hacer su misión. La misión “ad gentes” hay que hacerla en comunión y de acuerdo con la vida, los planes y la organización de la Iglesia local. Esta dimensión es fundamental del ser de la Iglesia. La misión “ad gentes” debe ser horizonte y señal de todas las actividades de la Iglesia. El afán de predicar a Cristo tiene que estar en el corazón de todos los creyentes.

“Misioneros de la fe”. La fe, la adhesión a Jesucristo, nos impulsa inmediatamente al anuncio. ¿No recordáis lo que le sucedió a la Samaritana? Cuando descubre que es el Señor quien quita la sed verdadera que tiene el ser humano, sale corriendo al pueblo a decírselo a la gente. Pero es necesaria la fe. Sin ella no es posible el anuncio. Recuerdo aquellas palabras que el Papa Pablo VI nos decía en la Exhortación Apostólica Evangelii nuntiandi: “El hombre contemporáneo cree más a los testigos que a los maestros” (EN 41). Es cierto, todos tenemos experiencia viva de que los hombres y mujeres de nuestro tiempo creen más en la experiencia que en la doctrina, en la vida y en los hechos que en las teorías. Y es que el testimonio cristiano es el primer e insustituible camino para la misión. El punto central de nuestro anuncio tiene que seguir siendo el mismo, el kerigma de Cristo muerto y resucitado para la salvación del mundo, el amor absoluto de Dios por los hombres que culmina con el envío de su Hijo Jesucristo. Y el anuncio, necesariamente, tiene que transformarse en caridad, entregar la riqueza más grande que tiene mi vida, algo que nace de la fuerza que tiene el saber que es Cristo quien vive en mí. Doy lo mejor que tengo. Y esto explica que existan sacerdotes, miembros de la vida consagrada, familias, que se lancen por el mundo a compartir con los demás lo que tienen como el tesoro más grande: Jesucristo.

Con gran afecto, os bendice

+ Carlos, Arzobispo de Valencia----

jueves, 18 de octubre de 2012

El «Catecismo Mayor» de San Pío X, una obra singular que cumple un siglo (Publicado el 18 de octubre de 1912)

Autor: Carmelo López-Arias / ReL


La exposición de la doctrina de la fe mediante preguntas y respuestas memorizables, con vistas sobre todo a la educación infantil, ha tenido a lo largo de la historia numerosas versiones. En España las más célebres son las de los jesuitas Gaspar Astete (1537-1601) y Jerónimo Martínez de Ripalda (1536-1618), ampliamente utilizadas hasta el último tercio del siglo XX.

No había existido nunca, sin embargo, una obra similar que gozase además del marchamo pontificio. El Catecismo del Concilio de Trento o Catecismo Romano, promulgado por San Pío V en 1566 era llamado "de párrocos", pues su finalidad era sobre todo formar a los sacerdotes con vistas a su predicación. Como el actual Catecismo de la Iglesia Católica, se trataba de una exposición fundamentada, más que sintética, y en ningún caso para niños.

** Una idea de medio siglo antes
De ahí la singularidad histórica del Catecismo Mayor de San Pío X, de cuya publicación el 18 de octubre de 1912 se cumple este jueves un siglo. La pretensión del Papa Giuseppe Sarto era que ese libro sirviese para la enseñanza de la doctrina cristiana no sólo para niños, sino para adultos de cultura media, y que gozase de la universalidad propia de una obra encargada por el sucesor de Pedro.

El desafío era grande, porque la dificultad de formular preguntas y respuestas de forma que no resultase ni demasiado complicada para los pequeños, ni demasiado infantil para los mayores, parecía insoslayable. A esto se añadía la diversidad de culturas nacionales, en particular en países de misión, y la necesaria adaptación a sistemas y tradiciones de enseñanza muy distintos.

La idea provenía del Beato Pío IX, quien la sugirió al Concilio Vaticano I. La Santa Sede lo redactaría, y los obispos se encargarían de la traducción y de su eventual enriquecimiento con capítulos adaptados a sus necesidades particulares. La propuesta fue aprobada, pero el brusco final del concilio por la guerra franco-prusiana en 1870 impidió su ejecución.

** El empeño de monseñor Sarto
En 1889, sin embargo, durante la celebración en Piacenza del I Congreso Catequístico Italiano, el entonces obispo de Mantua, Giuseppe Sarto, quiso relanzar la idea y propuso que se enviase al Papa León XIII una petición: "Que ordene la redacción de un Catecismo de la Doctrina Cristiana fácil y popular, en forma de preguntas y respuestas muy breves, dividido en partes, y que lo declare obligatorio para toda la Iglesia".

Pero este petición no surtió efecto por falta de un impulsor adecuado. Años después monseñor Sarto fue elevado al Patriarcado de Venecia y al cardenalato, y cuando fue elegido Papa en 1903 se puso manos a la obra de forma inmediata.

El 15 de julio de 1905 fue prescrito en una primera redacción, que se basaba básicamente en el catecismo que ya se empleaba en las diócesis lombardas. No resultó, sin embargo, del todo satisfactoria para el Papa, quien por otra parte, fiel a su vocación de pastor de almas, gustaba de enseñar él mismo el catecismo en los patios de San Dámaso o de la Piña, en el Vaticano.

Nombró entonces en 1909 una comisión que perfeccionase el texto, dando lugar al resultado definitivo, un poco más breve que el de 1905. Es el que hoy conocemos, publicado el 18 de octubre de 1912.

** Fe, liturgia, historia
El Catecismo Mayor de San Pío X se divide en tres grandes áreas: "De la doctrina cristiana y de sus partes principales", donde se abordan el Símbolo de los Apóstoles o Credo, la oración, los mandamientos de la Ley de Dios y de la Iglesia, los sacramentos y las virtudes principales y "otras cosas necesarias que ha de saber el cristiano"; una segunda parte, la "Instrucción sobre las fiestas del Señor, de la Santísima Virgen y de los Santos"; y la tercera, una "Breve historia de la religión", que abarca Antiguo y Nuevo Testamento, y un resumen de historia de la Iglesia.

Aunque fue traducido con celeridad a diferentes lenguas y gozó de amplia aceptación, nunca fue oficialmente un texto obligatorio para toda la Iglesia, sino sólo para la diócesis de Roma. Sí sigue siendo, sin embargo, el mejor resumen de la doctrina católica que puede encontrarse en el nivel para el que está escrito, con el valor añadido de que lo elaboró, merced a una decisión y un esfuerzo muy personales, el único Papa canonizado en los últimos cuatrocientos años de la historia de la Iglesia.

El Credo explicado por Benedicto XVI (Nuevo ciclo de la catequesis semanal del papa)

 CIUDAD DEL VATICANO, miércoles 17 octubre 2012 (ZENIT.org)
La audiencia general de esta mañana tuvo lugar a las 10,30 en la plaza de San Pedro, donde Benedicto XVI se encontró con grupos de peregrinos y fieles de Italia y de otros países. En su discurso, el papa inició un nuevo ciclo de catequesis dedicado al Año de la Fe, "para retomar y profundizar las verdades centrales de la fe sobre Dios, sobre el hombre, sobre la Iglesia, sobre toda la realidad social y cósmica, meditando y reflexionando sobre las afirmaciones del Credo".
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Queridos hermanos y hermanas:
Hoy quisiera presentar el nuevo ciclo de catequesis, que se lleva a cabo durante todo el Año de la Fe que acaba de empezar y que interrumpe --por este período--, el ciclo dedicado a la escuela de oración. Con la Carta apostólica Porta Fidei elegí este Año especial, justamente para que la Iglesia renueve el entusiasmo de creer en Jesucristo, único Salvador del mundo, reavive la alegría de caminar por la vía que nos ha mostrado, y testifique en modo concreto la fuerza transformante de la fe.
El aniversario de los cincuenta años de la apertura del Concilio Vaticano II es una gran oportunidad para volver a Dios, para profundizar y vivir con mayor valentía la propia fe, para fortalecer la pertenencia a la Iglesia, "maestra en humanidad", y que, a través de la proclamación de la Palabra, la celebración de los sacramentos y las obras de caridad nos lleve a encontrar y conocer a Cristo, verdadero Dios y verdadero hombre. Se trata del encuentro no con una idea o con un proyecto de vida, sino con una Persona viva que nos transforma profundamente, revelándonos nuestra verdadera identidad como hijos de Dios. El encuentro con Cristo renueva nuestras relaciones humanas, dirigiéndolas, de día en día, hacia una mayor solidaridad y fraternidad, en la lógica del amor.
Tener fe en el Señor no es algo que interesa solamente a nuestra inteligencia, al área del conocimiento intelectual, sino que es un cambio que implica toda la vida, a nosotros mismos: sentimiento, corazón, intelecto, voluntad, corporeidad, emociones, relaciones humanas. Con la fe realmente cambia todo en nosotros y por nosotros, y se revela claramente nuestro destino futuro, la verdad de nuestra vocación en la historia, el significado de la vida, la alegría de ser peregrinos hacia la Patria celeste.
Pero --nos preguntamos--, ¿la fe es verdaderamente una fuerza transformadora en nuestra vida, en mi vida? ¿O solo es uno de los elementos que forman parte de la existencia, sin ser aquello determinante que la implica por completo?
Con la catequesis de este Año de la Fe nos gustaría realizar un camino para fortalecer o reencontrar la alegría de la fe, entendiendo que ella no es algo ajeno, desconectada de la vida real, sino que es el alma. La fe en un Dios que es amor, y que se ha hecho cercano al hombre encarnándose y entregándose a sí mismo en la cruz para salvarnos y reabrirnos las puertas del Cielo, indica de modo luminoso, que solo en el amor está la plenitud del hombre. Es necesario repetirlo con claridad, que mientras las transformaciones culturales de hoy muestran a menudo muchas formas de barbarie, que pasan bajo el signo de "conquistas de la civilización": la fe afirma que no existe una verdadera humanidad si no es en los lugares, en los gestos, dentro del plazo y en la forma en la que el hombre está animado por el amor que viene de Dios; que se expresa como un don, se manifiesta en relaciones llenas de amor, de compasión, de atención y de servicio desinteresado frente a los demás. Donde hay dominación, posesión, explotación, mercantilización del otro para el propio egoísmo, donde está la arrogancia del yo encerrado en sí mismo, el hombre termina empobrecido, desfigurado, degradado. La fe cristiana, activa en el amor y fuerte en la esperanza, no limita, sino que humaniza la vida, más áun, la vuelve plenamente humana.
La fe es acoger este mensaje transformante en nuestra vida, es acoger la revelación de Dios, que nos hace saber quién es Él, cómo actúa, cuáles son sus planes para nosotros. Es cierto que el misterio de Dios permanece siempre más allá de nuestros conceptos y de nuestra razón, de nuestros rituales y oraciones. Sin embargo, con la revelación Dios mismo se autocomunica, se relata, se vuelve accesible. Y nosotros somos capaces de escuchar su Palabra y de recibir su verdad. He aquí la maravilla de la fe: Dios, en su amor, crea en nosotros --a través de la obra del Espíritu Santo--, las condiciones adecuadas para que podamos reconocer su Palabra. Dios mismo, en su voluntad de manifestarse, de ponerse en contacto con nosotros, de estar presente en nuestra historia, nos permite escucharlo y acogerlo. San Pablo lo expresa así con alegría y gratitud: "No cesamos de dar gracias a Dios porque, al recibir la palabra de Dios que les predicamos, la acogieron, no como palabra de hombre, sino cual es en verdad, como palabra de Dios, que permanece activa en ustedes, los creyentes " (1 Ts. 2,13).
Dios se ha revelado con palabras y hechos a través de una larga historia de amistad con el hombre, que culmina en la Encarnación del Hijo de Dios y en su misterio de la Muerte y Resurrección. Dios no solo se ha revelado en la historia de un pueblo, no solo habló por medio de los profetas, sino que ha cruzado su Cielo para entrar en la tierra de los hombres como un hombre, para que pudiéramos encontrarle y escucharle. Y desde Jerusalén, el anuncio del Evangelio de la salvación se ha extendido hasta los confines de la tierra. La Iglesia, nacida del costado de Cristo, se ha vuelto portadora de una sólida y nueva esperanza: Jesús de Nazaret, crucificado y resucitado, salvador del mundo, que está sentado a la diestra del Padre y es el juez de vivos y muertos. Este es el kerigma, el anuncio central y rompedor de la fe. Pero desde el principio, surgió el problema de la "regla de la fe", es decir, de la fidelidad de los creyentes a la verdad del Evangelio en la cual permanecer con solidez, a la verdad salvífica sobre Dios y sobre el hombre, para preservarla y transmitirla. San Pablo escribe: "Serán salvados, si lo guardan [el evangelio] tal como se lo prediqué... Si no, ¡habrán creído en vano!" (1 Cor. 15,2).
Pero, ¿dónde encontramos la fórmula esencial de la fe? ¿Dónde encontramos la verdad que se nos ha transmitido fielmente y que es la luz para nuestra vida diaria? La respuesta es simple: en el Credo, en la Profesión de Fe o Símbolo de la Fe, nosotros nos remitimos al hecho original de la Persona y de la Historia de Jesús de Nazaret; se hace concreto lo que el Apóstol de los gentiles decía a los cristianos de Corinto: "Porque yo les transmití, en primer lugar, lo que a mi vez recibí: que Cristo murió por nuestros pecados, según las Escrituras; que fue sepultado, y que resucitó al tercer día." (1 Cor. 15,3).
Incluso hoy tenemos necesidad de que el Credo sea mejor conocido, entendido y orado. Sobre todo, es importante que el Credo sea, por así decirlo, "reconocido". Conocer, en realidad, podría ser una operación tan solo intelectual, mientras "reconocer" significa la necesidad de descubrir la profunda conexión entre la verdad que profesamos en el Credo y nuestra vida cotidiana, para que estas verdades sean real y efectivamente --como siempre fueron--, luz para los pasos en nuestro vivir, y vida que vence ciertos desiertos de la vida contemporánea. En el Credo se engrana la vida moral del cristiano, que en él encuentra su fundamento y su justificación.
No es casualidad que el beato Juan Pablo II quisiera que el Catecismo de la Iglesia Católica, norma segura para la enseñanza de la fe y fuente fiable para una catequesis renovada, fuese configurado sobre el Credo. Se ha tratado de confirmar y proteger este núcleo central de las verdades de la fe, convirtiéndolo a un lenguaje más inteligible a los hombres de nuestro tiempo, a nosotros. Es un deber de la Iglesia transmitir la fe, comunicar el Evangelio, para que las verdades cristianas sean luz en las nuevas transformaciones culturales, y los cristianos sean capaces de dar razón de su esperanza (cf. 1 Pe. 3,14).
Hoy vivimos en una sociedad profundamente cambiada, incluso en comparación con el pasado reciente y en constante movimiento. Los procesos de la secularización y de una extendida mentalidad nihilista, en lo que todo es relativo, han marcado fuertemente la mentalidad general. Por lo tanto, la vida es vivida con frecuencia a la ligera, sin ideales claros y esperanzas sólidas, dentro de relaciones sociales y familiares líquidas, provisionales. Sobretodo las nuevas generaciones no están siendo educadas en la búsqueda de la verdad y del sentido profundo de la existencia que supere lo contingente, en pos de una estabilidad de los afectos, de la confianza. Por el contrario, el relativismo lleva a no tener puntos fijos; la sospecha y la volubilidad provocan rupturas en las relaciones humanas, a la vez que se vive con experimentos que duran poco, sin asumir una responsabilidad.
Si el individualismo y el relativismo parecen dominar el ánimo de muchos contemporáneos, no podemos decir que los creyentes sigan siendo totalmente inmunes a estos peligros con los que nos enfrentamos en la transmisión de la fe. La consulta promovida en todos los continentes, para la celebración del Sínodo de los Obispos sobre la Nueva Evangelización, ha puesto de relieve algunos: una fe vivida de un modo pasivo y privado, la negación de la educación en la fe, la diferencia entre vida y fe.
El cristiano a menudo ni siquiera conoce el núcleo central de su propia fe católica, el Credo, dejando así espacio a un cierto sincretismo y relativismo religioso, sin claridad sobre las verdades a creer y la unicidad salvífica del cristianismo. No está muy lejos hoy el riesgo de construir, por así decirlo, una religión "hágalo usted mismo". Por el contrario, debemos volver a Dios, al Dios de Jesucristo, debemos redescubrir el mensaje del Evangelio, hacerlo entrar en modo más profundo en nuestras conciencias y en la vida cotidiana.
En las catequesis de este Año de la Fe quisiera ofrecer una ayuda para hacer este viaje, para retomar y profundizar las verdades centrales de la fe sobre Dios, sobre el hombre, sobre la Iglesia, sobre toda la realidad social y cósmica, meditando y reflexionando sobre las afirmaciones del Credo. Y quisiera dejar en evidencia que estos contenidos o verdades de la fe (fides quae) se conectan directamente a nuestras vidas; exigen una conversión de vida, dando paso a una nueva manera de creer en Dios (fides qua). Conocer a Dios, encontrarle, explorar los rasgos de su rostro ponen en juego nuestra vida, porque Él entra en la dinámica profunda del ser humano.
Que el camino que realizaremos este año nos haga crecer a todos en la fe y en el amor a Cristo, para que podamos aprender a vivir, en las decisiones y acciones diarias, la vida buena y hermosa del Evangelio. Gracias.
Traducido del original italiano por José Antonio Varela V.

miércoles, 17 de octubre de 2012

VILLA TERESITA: 70 AÑOS DE EVANGELIO PUESTO EN PRACTICA

(PAGINA WEB DE VILLA TERESITA)

El encuentro y la relación de amistad con mujeres prostituidas, la sensibilidad ante las situaciones de injusticia y sufrimiento, la  búsqueda de la voluntad de Dios  hicieron brotar en 1942 la primera comunidad y casa de acogida de Villa Teresita de la mano de una mujer, Isabel Garbayo. Ella, al igual que Jesús, vivió la incomprensión por andar en “malas compañías”, relacionarse con ellas, estar a su lado en lugares públicos, plantear alternativas, comer en la misma mesa, ... le llevó a caminar contracorriente, perder “amistades” y ser considerada como una “loca”, una “idealista”.

Isabel Garbayo, mujer de Evangelio, abrió cauces de liberación entre las mujeres prostituidas, viendo en ellas a las más pobres, no sólo por su situación de necesidad, sino por ver rota su dignidad como personas.

Todo empezó en Pamplona en 1942 con una mujer, Isabel Garbayo, dócil a la acción del Espíritu y valiente, que se atrevió a adentrarse en el reverso de la historia.

Inquieta, comprometida con los últimos,…un día mientras atendía a niños tuberculosos en el hospital, oyó unos gritos: ¿Quiénes son? – preguntó- Son unas mujeres malas ( aquel día descubrió que había un pabellón aparte cerrado bajo llave, que no recibía visitas, era el pabellón de las enfermas de sífilis -una enfermedad contagiosa, que generaba gran rechazo social-, todas ellas eran prostitutas, muchas esperaban la muerte porque aún no existía la penicilina). - No puedes visitarlas, reiteraba la encargada. (el contexto social era muy clasista y estigmatizador) Ella insistió hasta que la dejaron entrar.

Cuando pasó el umbral de la puerta, se encontró con una realidad desoladora… las chicas pensaron que era una de ellas (no podía ser de otra forma porque nadie “decente” se atrevería a entrar en relación con ellas en un lugar público).  Isabel se acercó con estas palabras:  “soy una amiga vuestra y si queréis vendré a visitaros todos los días”… La relación con ellas marcaría su vida para siempre.  Cuando a una chica le daban el alta y volvía a la casa pública, Isabel también la visitaba allí. Cuenta que la primera chica que murió la lloró como a alguien de su familia.

 Inició así un camino de descenso (como el de Jesús): descendió para encontrarse con los pobres y excluidos, con rostros concretos el rostro de la mujer prostituida, herido en su dignidad y vulnerado en todos sus derechos.  
Descendió de su clase social (era de una familia muy acomodada), de sus seguridades (se  adentraba a la intemperie), de sus relaciones (se fue quedando sola…). Al igual que Jesús, vivió la incomprensión por andar en “malas compañías”. Su relación de amistad con ellas, estar a su lado en lugares públicos, ser confundida con ellas (nunca llevó habito), comer en la misma mesa.....le llevó a caminar contracorriente, perder “amistades” y ser considerada una “loca”, una “idealista”.

En sus conversaciones con las chicas, muchas le decían: no queremos seguir viviendo así, pero a dónde ir… “a nosotras no nos des conventos”. Ella les preguntaba: ¿Qué os gustaría? Y junto a ellas y a partir de lo que ellas le decían fue trazando lo que sería la casa de Villa Teresita: un lugar en el que se viviría un clima de familia, en que el que respetase la libertad de cada una; un lugar que posibilitase recuperar la dignidad, promocionarse, reconciliarse con la propia historia y preparase para el futuro. -Ahora mismo nos iríamos- le decían

Su sensibilidad hacia las situaciones de injusticia y sufrimiento, su deseo de abrir cauces de liberación entre las mujeres –a las que llamaba cariñosamente, “las chicas”- y sobre todo la búsqueda de la voluntad de Dios, hicieron brotar la primera casa de acogida en 1942, la andadura de una comunidad de mujeres consagradas a Dios y a los más pobres.

sábado, 13 de octubre de 2012

INICIO DEL AÑO DE LA FE EN LA CATEDRAL DE ROSARIO

Queridos hermanos:

Después de varios meses de preparación espiritual, iniciamos en nuestra Arquidiócesis de Rosario el Año de la Fe, convocado por el Santo Padre Benedicto XVI; que él mismo ha inaugurado en este día, y que se extenderá hasta su conclusión en la solemnidad de Cristo Rey del año 2013.

También hoy, he querido unir a esta feliz celebración, las Ordenaciones sacerdotales de tres jóvenes diáconos de nuestra Arquidiócesis, que han recibido su formación en el Seminario arquidiocesano.

1. El Año de la fe se presenta, como una gracia y una ocasión para renovar nuestra conversión a Dios, a través de un encuentro personal con Jesucristo; de tal manera que profundizando el conocimiento de la Palabra de Dios, podamos valorar su riqueza y anunciarla a los demás; sobre todo para que llegue a quienes no conocen a Jesús, o están alejados de Él. Esta adhesión de nuestro corazón a Dios deber ir necesariamente acompañada por la caridad, y con el testimonio de quienes seguimos al Señor.

La Carta Apostólica “Porta Fidei”, que nos señala el camino de este Año de la Fe, nos hace más conscientes de que la sociedad de hoy necesita volver a Dios, ya que se minimiza su presencia en la vida y es profunda la crisis de fe que afecta a muchas personas. De hecho, la fe ya no es un presupuesto obvio de la vida común, e incluso con frecuencia es negado (cfr. Porta Fidei,2).

También la falta de vida moral del hombre de hoy nos inquieta profundamente; pero también esta carencia provienen de la falta de Dios; porque la moral es la respuesta del hombre a Dios que nos interpela en nuestras acciones a lo largo de la vida.

En este sentido, nos aflige la violencia y las muertes, las injusticias y la trata de personas; pero también los escándalos que salen a la luz, sobre todo cuando provienen de quienes son responsables de dar ejemplo o de guiar la fe de una comunidad cristiana. También nos asombran los abortos, que con frecuencia se realizan, porque cercenan en el seno materno una vida por nacer.

Por esta razón, siempre nos va a doler profundamente que se esgrima con satisfacción el número de abortos realizados; porque aún cuando se quieran justificar, siempre hay vidas de por medio que se podrían salvar.

Por ello muchos hombres y mujeres con argumentos de la razón y de la ciencia hicieron oír su voz repetidamente en la sociedad a favor de la vida; a los que se sumaron quienes provienen de nuestra fe cristiana o de otras confesiones religiosas; que no fueron oídos.

No obstante, si bien comprobamos que el mal existe, y hay situaciones dentro y fuera de la vida de la Iglesia que golpean y hacen daño; sin embargo la confianza y la presencia del Señor nunca nos va a faltar. Necesitamos “la conversión y la renovación”; para que “la fe que actúa por el amor” (Ga 5, 6) sea “el criterio de nuestro pensamiento y de nuestra acción” (ib.6).
Como nos dice el Papa: “No podemos dejar que la sal se vuelva sosa y la luz permanezca oculta (cf. Mt 5, 13-16). Como la samaritana, del Evangelio, también el hombre actual puede sentir de nuevo la necesidad de acercarse al pozo para escuchar a Jesús, que invita a creer en él y a extraer el agua viva que mana de su fuente (cf. Jn 4, 14” (ib., 3).

Este es precisamente el motivo del Sínodo, sobre “la nueva evangelización para la transmisión de la fe cristiana”, que se está realizando en Roma. Confiamos en “un compromiso eclesial más convencido en favor de una nueva evangelización para redescubrir la alegría de creer y volver a encontrar el entusiasmo de comunicar la fe” (ib.7). Necesitamos un compromiso misionero, que anuncie con entusiasmo que Dios nos ama, y es el Señor de nuestra vida.

Por ello comprendemos que el comienzo del Año de la fe también coincida con el recuerdo y la actualidad de dos grandes acontecimientos de la vida de la Iglesia: la conmemoración de los cincuenta años transcurridos desde la apertura del Concilio Vaticano II por voluntad del Beato Juan XXIII (1º de octubre de 1962) y los veinte años de la promulgación del Catecismo de la Iglesia Católica, que nos regaló el Beato Juan Pablo II (11 de octubre de 1992).

2. Que oportuno y providencial celebrar en este día la Ordenación sacerdotal de tres jóvenes diáconos de nuestra Arquidiócesis. Me pareció profundamente significativo y fructífero que estos nuevos sacerdotes ofrezcan en este día su vida a Dios y a la Iglesia, y sea para todos una causa de edificación recíproca. A la vez, esta fecha será para ellos, un motivo de estímulo para vivir el sacerdocio unidos a Jesucristo como un don de la fe.

Agradecemos ante todo a Dios por sus padres, que les dieron la vida, y por sus familias; por sus párrocos y sacerdotes que los acercaron a la fe y a la vocación; por sus formadores a lo largo de estos años. Que Él los recompense siempre con su bendición.

El Evangelio de San Juan, que acabamos de proclamar, es la oración sacerdotal de Jesús al Padre, a quien le agradece por sus discípulos, y le pide que los cuide; para que sean uno, como Él y el Padre son uno.

En esta súplica, Jesús le pide al Padre por la unidad; y en dos de ellas le pide que esta unidad sea para que el mundo crea, para que tengan fe, y reconozca que Jesús ha sido enviado por el Padre.

La unidad en nuestra vida sacerdotal no vine de afuera, ni del mundo (Jesús de Nazaret II, pag.117), sino que viene del Padre, a través del Hijo. Esta unidad sacerdotal solo es posible a partir de Dios y a través de Jesús; para que se vea en nosotros la presencia y la acción de Dios, y el mundo pueda creer. Por eso la unidad se debe hacer visible, como esta tarde al celebrar la Eucaristía, en el sacrificio de la Misa, para que por este gran ”Misterio de la fe” el mundo crea en la verdad (ibidem, pg.118).

Por esto, al iniciar el Año de la Fe, damos prueba y celebramos la unidad, que es testimonio de fe, ya que solo se funda en la fe en Dios; y de este modo también es misión; para que, quienes no conocen a Jesús, por la gracia se dispongan a recibirlo.

Queridos jóvenes, en la vida sacerdotal, que ustedes van a vivir, la fe se manifiesta en el amor a la celebración de la Misa y a la adoración a la Eucaristía, que nos invitan a entrar en el misterio de Dios, y manifiestan el amor del Señor por nosotros. Celebren cada día la misa devotamente, de tal manera que tanto ustedes como los demás cristianos puedan gozar de los frutos que brotan del sacrificio de la Cruz (cfr. Mysterium Fidei, 4).

También la Palabra de Dios tiene un lugar sobresaliente en la vida del sacerdote: la lectura personal, la meditación,… hasta la homilía son expresiones que reflejan que el sacerdote es creyente y es creíble, cuando anuncia esta fe, que nace del misterio de Dios. Recuerden que la liturgia es el lugar privilegiado para la proclamación, la escucha y la celebración de la Palabra de Dios (cfr. Verbum Domini, 72)

Igualmente en la vida sacerdotal debe sobresalir la caridad, el amor de Cristo, que hace visible la fe del sacerdote. Él debe estar cerca de los que sufren y atribulados, aliviar a los enfermos con las medicinas de Dios y ser misericordioso con los agobiados y afligidos. Siempre colaboren con caritas y ayuden a los necesitados.

Todo esto supone crecer en la propia fe y en la adhesión a Jesús, sobre todo por medio de los sacramentos que celebren y por la vida de oración. En especial la Liturgia de las Horas, debe ser una misión primordial del sacerdote, ya que han recibido de la Iglesia el mandato de celebrarla, pidiendo por ustedes y por tantas necesidades por las que pueden pedir cada día.

Sabemos que la ordenación sacerdotal debe tomar toda nuestra vida, nuestra persona y nuestro corazón. Tenemos conocimiento que cuando el tiempo de nuestra vida no es de Dios y para las cosas de Dios, cuando nuestra entrega sacerdotal es intermitente, y tiene permanentes vacíos, también nuestra vocación puede empezar a debilitarse o es prueba que ya se ha debilitado. Estamos llamados a ser hombres apasionados de Cristo, porque llevamos en nuestro corazón la fe y su amor.

Y finalmente, ahora que van a ser sacerdotes; los invito a renovar su devoción a la Madre de Dios, a la Madre y Reina Sma. del Rosario, cuya fiesta celebramos con tanto fervor en estos días. A Ella le suplicamos: “Vuelve a nosotros tus ojos misericordiosos”…y “muéstranos a Jesús”. Así sea.


+José Luis Mollaghan, Arzobispo de Rosario

SAN JUAN DE ÁVILA, DOCTOR MAESTRO PARA LOS SACERDOTES (Carta semanal del Sr. Arzobispo)

 El día 7 de octubre, vivimos en Roma un acontecimiento extraordinario. Fue declarado Doctor de la Iglesia San Juan de Ávila. El Papa Benedicto XVI quiere ofrecer a toda la Iglesia a este santo español, que ya es patrono del clero de España, para que con su doctrina todos nos dejemos iluminar en nuestro camino de seguimiento de Jesucristo y, muy especialmente, los sacerdotes. El Santo Padre, en el día en que se abre el Sínodo para la Nueva Evangelización y unos días antes de abrir el Año de la fe, nos ofrece el ejemplo y la sabiduría de dos santos, San Juan de Ávila y Santa Hildegarda de Bingen. Junto con los otros, serán treinta y cinco los doctores de la Iglesia. Ellos nos hacen perenne y actual con su doctrina, la comprensión de la revelación divina y un diálogo inteligente con el mundo.

Para nosotros, San Juan de Ávila se presenta como una luz necesaria para nuestro camino de nueva evangelización, pues con su doctrina nos anima a vivir la vida cristiana, a ser sacerdotes de Jesucristo, a buscar a los que están alejados de la fe, a difundir el Evangelio con nuevo ardor, nuevo método y nueva expresión. A San Juan de Ávila le tocó hacerlo en la convulsión más intensa que se daba en pleno siglo XVI, pues en aquella situación se convirtió en un apóstol y testigo cualificado a través de su vida ejemplar y de la luz que entregaba con su doctrina. ¡Qué alegría tuvimos en Madrid durante la Jornada Mundial de la Juventud cuando el Papa Benedicto XVI anunciaba la proclamación del patrón del clero español como Doctor universal de la Iglesia! Con él son ya cuatro los doctores españoles de la Iglesia y de una de ellos, Santa Teresa de Jesús, será un sabio, prudente y certero consejero. Su talla es excepcional. Ya el Beato Juan Pablo II nos decía de él que “ante los retos de la nueva evangelización, su figura es aliento y luz, un modelo siempre actual”. Este reconocimiento de San Juan de Ávila como doctor de la Iglesia, es una invitación a que fundamentemos nuestra vida en su pensamiento, en sus escritos y en toda su entrega y santidad. ¡Qué fuerza tiene para introducirnos en sus escritos, decir que, ante todo, fue un evangelizador! Su encuentro con Jesucristo le urgía a evangelizar y a decir a los evangelizadores cómo debía de ser su vida para ser fervientes testigos creíbles de Jesucristo.

¡Cuántos títulos se le han dado a San Juan de Ávila! Todos ellos merecidos y que surgen del estudio de sus escritos: “maestro de la presencia y de la ausencia”, le dice Fray Luis de Granada; “maestro del Amor”, le llamarán Luis Sala Balust y Juan Esquerda; “maestro reformador”, dirá Francisco Hernández Martín; “maestro de la Encarnación y de la Eucaristía", le definirán otros; “maestro de la dirección espiritual”, dirán otros muchos; y Melquiades André y Baldomero Jiménez Iglesias hablan de él como “maestro de la espiritualidad sacerdotal”. La Conferencia Episcopal Española lo ha llamado “maestro de evangelizadores y doctor del amor de Dios”. ¿Cuáles son los datos centrales de su biografía?: Nace el 6 de enero de 1499 ó 1500 en Almodóvar del Campo (Ciudad Real), estudia en Salamanca leyes; más tarde, en Alcalá, Artes y Teología. Es ordenado sacerdote en 1526 en su pueblo de nacimiento, marcha a Sevilla con la idea de ser misionero en México, pero el arzobispo de Sevilla le invita a quedarse allí. En 1535 se traslada a Córdoba en cuyo presbiterio queda incardinado. Va a Granada y con su predicación tiene lugar la conversión de San Juan de Dios, en 1545. Viaja a Montilla y, después, a Zafra (Badajoz), donde San Juan de Ribera le encarga que predique una misión. En 1554 se retira, definitivamente, a Montilla y hace una vida austera de oración, estudio, predicación y confesionario. Muere en 1569 en Monilla el 10 de mayo.

Quizá lo más importante de su vida es la convicción desde la que se explica todo lo que él hace y que reflejan sus mismas palabras: “La causa que más mueve el corazón al amor de Dios es considerar profundamente el amor que nos tuvo Él, y, con Él, su Hijo benditísimo, nuestro Señor. Más mueve el corazón a amar que los beneficios; porque el que hace a otro beneficio, dale algo de lo que tiene; mas el que ama, da a sí mesmo con todo lo que tiene, sin que le quede nada por dar” (Juan de Ávila, Tratado del Amor de Dios, 1).

Algo esencial en su vida fue el amor al ministerio sacerdotal y la formación de los sacerdotes para ello mismo. Todos los discípulos de San Juan de Ávila, de la escuela sacerdotal avilista, tienen un denominador común: ilusión por la vocación sacerdotal, amor al sacerdocio, vida eucarística intensa, vida litúrgica fuerte, oración personal profunda, acogida de la acción del Espíritu Santo, predicación del misterio de Cristo y, desde este misterio, a la Virgen María, enderezar las costumbres, renovación de la vida sacerdotal según los decretos conciliares de Trento, no buscar dignidades ni puestos elevados,  paciencia en la contradicciones y persecuciones, sentido de Iglesia, enseñanza de la doctrina cristiana y la dirección espiritual.¡Qué actualidad tiene este programa!

Acercar a nuestra vida la persona de San Juan de Ávila y, muy especialmente su doctrina, supone eliminar tentaciones como éstas que trituran el vigor y la fuerza del ministerio sacerdotal: las falsas seguridades, la autodirección o autoevaluación en la vida espiritual, abandonar los medios de santificación, dejarnos llevar por la rutina, caer en la desesperanza, la falta de estima de lo que somos y ofrecemos, la desconfianza en la primacía de la gracia y en la providencia de Dios, la urgencia y necesidad de purificar nuestros criterios, la falta de oración apostólica, la falta de método y orden en la pastoral, la falta de cuidado personal, la impaciencia, el abandono de nuestra conciencia de pastores. En definitiva, como diría San Juan de Ávila hoy, hay necesidad de volver a la “gran disciplina” que es fruto de convicciones profundas y proyección libre y gozosa de una vida vivida íntimamente con Dios, pues no se limita a la observancia formal de normas.

San Juan de Ávila tuvo una relación muy intensa con San Juan de Ribera, más tarde Arzobispo de Valencia. Desde que comienza su ministerio episcopal en Badajoz en el año 1562, encarga a seis predicadores con San Juan de Ávila para que preparen a las gentes de su nueva Diócesis a recibir la reforma que se postulaba en Trento. El nuevo Obispo y San Juan de Ávila con los sacerdotes, predican con entusiasmo, se sientan en el confesionario para que las gentes celebren el sacramento de la Penitencia, visitan y atienden a los enfermos. Gastan la vida para que Cristo sea conocido, amado y testificado. La valoración del ministerio sacerdotal nos lo expresa San Juan de Ávila con estas palabras: “Señor… encumbraste tu amor, que no tiene tasa, y ordenaste por modo admirable cómo, aunque te fueses al cielo, estuvieses acá con nosotros; y esto fue dando poder a los sacerdotes para que con las palabras de la consagración te llamen, y vengas tú mismo en persona a las manos de ellos, estés allí realmente presente, para que así seamos participantes en los bienes que con tu Pasión nos ganaste; y le tengamos en nuestra memoria con entrañable agradecimiento y consolación, amando y  obedeciendo a quien tal hazaña hizo, que fue dar por nosotros su vida” (cf. Tratado del sacerdocio, 25-26).

Con gran afecto, os bendice

+ Carlos, Arzobispo de Valencia

lunes, 1 de octubre de 2012

LA ULTIMA INCORPORACIÓN A LA FERIA DE CRUCES: EL BOLLO 'EL CALVARIO', UNA OBRA DEL HORNO - PASTELERIA MILA DEL VALLE

Esta mañana ha abierto de nuevo las puertas el Horno 'Mila del Valle' (situado en la calle Jose Benlliure, establecimiento muy proximo a la centenaria BODEGA CASA MONTAÑA) una vez superados los problemas de salud que aquejaban a Paco, uno de sus dueños. Y fiel a su palabra, no ha querido f
allar y ha elaborado un BOLLO 'EL CALVARIO' para que -como dijo el mismo- 'se pueda exponer en esta ultima semana. Ya se que es poco tiempo pero como se suele decir 'el hombre propone y Dios dispone'. Espero y derseo que guste y ya inventaré más cosas para la Feria de las Cruces de 2013 si la salud la tengo como ahora mismo".

Paco y Mila, que por cierto venden loteria de Navidad de la Hermandad 'Cristo de los Afligidos del Cañameñar, insistieron en el gran trabajo realizado 'parece que no es mucho pero aquí existen muchas horas de trabajo, mucha elaboración y desde luego mucho tiempo. Os damos la enhorabuena porque entendemos que esto es una aportación al barrio de incalculable valor'.