El día 7 de octubre, vivimos en Roma un acontecimiento extraordinario. Fue declarado Doctor de la Iglesia San Juan de Ávila. El Papa Benedicto XVI quiere ofrecer a toda la Iglesia a este santo español, que ya es patrono del clero de España, para que con su doctrina todos nos dejemos iluminar en nuestro camino de seguimiento de Jesucristo y, muy especialmente, los sacerdotes. El Santo Padre, en el día en que se abre el Sínodo para la Nueva Evangelización y unos días antes de abrir el Año de la fe, nos ofrece el ejemplo y la sabiduría de dos santos, San Juan de Ávila y Santa Hildegarda de Bingen. Junto con los otros, serán treinta y cinco los doctores de la Iglesia. Ellos nos hacen perenne y actual con su doctrina, la comprensión de la revelación divina y un diálogo inteligente con el mundo.
Para nosotros, San Juan de Ávila se presenta como una luz necesaria para nuestro camino de nueva evangelización, pues con su doctrina nos anima a vivir la vida cristiana, a ser sacerdotes de Jesucristo, a buscar a los que están alejados de la fe, a difundir el Evangelio con nuevo ardor, nuevo método y nueva expresión. A San Juan de Ávila le tocó hacerlo en la convulsión más intensa que se daba en pleno siglo XVI, pues en aquella situación se convirtió en un apóstol y testigo cualificado a través de su vida ejemplar y de la luz que entregaba con su doctrina. ¡Qué alegría tuvimos en Madrid durante la Jornada Mundial de la Juventud cuando el Papa Benedicto XVI anunciaba la proclamación del patrón del clero español como Doctor universal de la Iglesia! Con él son ya cuatro los doctores españoles de la Iglesia y de una de ellos, Santa Teresa de Jesús, será un sabio, prudente y certero consejero. Su talla es excepcional. Ya el Beato Juan Pablo II nos decía de él que “ante los retos de la nueva evangelización, su figura es aliento y luz, un modelo siempre actual”. Este reconocimiento de San Juan de Ávila como doctor de la Iglesia, es una invitación a que fundamentemos nuestra vida en su pensamiento, en sus escritos y en toda su entrega y santidad. ¡Qué fuerza tiene para introducirnos en sus escritos, decir que, ante todo, fue un evangelizador! Su encuentro con Jesucristo le urgía a evangelizar y a decir a los evangelizadores cómo debía de ser su vida para ser fervientes testigos creíbles de Jesucristo.
¡Cuántos títulos se le han dado a San Juan de Ávila! Todos ellos merecidos y que surgen del estudio de sus escritos: “maestro de la presencia y de la ausencia”, le dice Fray Luis de Granada; “maestro del Amor”, le llamarán Luis Sala Balust y Juan Esquerda; “maestro reformador”, dirá Francisco Hernández Martín; “maestro de la Encarnación y de la Eucaristía", le definirán otros; “maestro de la dirección espiritual”, dirán otros muchos; y Melquiades André y Baldomero Jiménez Iglesias hablan de él como “maestro de la espiritualidad sacerdotal”. La Conferencia Episcopal Española lo ha llamado “maestro de evangelizadores y doctor del amor de Dios”. ¿Cuáles son los datos centrales de su biografía?: Nace el 6 de enero de 1499 ó 1500 en Almodóvar del Campo (Ciudad Real), estudia en Salamanca leyes; más tarde, en Alcalá, Artes y Teología. Es ordenado sacerdote en 1526 en su pueblo de nacimiento, marcha a Sevilla con la idea de ser misionero en México, pero el arzobispo de Sevilla le invita a quedarse allí. En 1535 se traslada a Córdoba en cuyo presbiterio queda incardinado. Va a Granada y con su predicación tiene lugar la conversión de San Juan de Dios, en 1545. Viaja a Montilla y, después, a Zafra (Badajoz), donde San Juan de Ribera le encarga que predique una misión. En 1554 se retira, definitivamente, a Montilla y hace una vida austera de oración, estudio, predicación y confesionario. Muere en 1569 en Monilla el 10 de mayo.
Quizá lo más importante de su vida es la convicción desde la que se explica todo lo que él hace y que reflejan sus mismas palabras: “La causa que más mueve el corazón al amor de Dios es considerar profundamente el amor que nos tuvo Él, y, con Él, su Hijo benditísimo, nuestro Señor. Más mueve el corazón a amar que los beneficios; porque el que hace a otro beneficio, dale algo de lo que tiene; mas el que ama, da a sí mesmo con todo lo que tiene, sin que le quede nada por dar” (Juan de Ávila, Tratado del Amor de Dios, 1).
Algo esencial en su vida fue el amor al ministerio sacerdotal y la formación de los sacerdotes para ello mismo. Todos los discípulos de San Juan de Ávila, de la escuela sacerdotal avilista, tienen un denominador común: ilusión por la vocación sacerdotal, amor al sacerdocio, vida eucarística intensa, vida litúrgica fuerte, oración personal profunda, acogida de la acción del Espíritu Santo, predicación del misterio de Cristo y, desde este misterio, a la Virgen María, enderezar las costumbres, renovación de la vida sacerdotal según los decretos conciliares de Trento, no buscar dignidades ni puestos elevados, paciencia en la contradicciones y persecuciones, sentido de Iglesia, enseñanza de la doctrina cristiana y la dirección espiritual.¡Qué actualidad tiene este programa!
Acercar a nuestra vida la persona de San Juan de Ávila y, muy especialmente su doctrina, supone eliminar tentaciones como éstas que trituran el vigor y la fuerza del ministerio sacerdotal: las falsas seguridades, la autodirección o autoevaluación en la vida espiritual, abandonar los medios de santificación, dejarnos llevar por la rutina, caer en la desesperanza, la falta de estima de lo que somos y ofrecemos, la desconfianza en la primacía de la gracia y en la providencia de Dios, la urgencia y necesidad de purificar nuestros criterios, la falta de oración apostólica, la falta de método y orden en la pastoral, la falta de cuidado personal, la impaciencia, el abandono de nuestra conciencia de pastores. En definitiva, como diría San Juan de Ávila hoy, hay necesidad de volver a la “gran disciplina” que es fruto de convicciones profundas y proyección libre y gozosa de una vida vivida íntimamente con Dios, pues no se limita a la observancia formal de normas.
San Juan de Ávila tuvo una relación muy intensa con San Juan de Ribera, más tarde Arzobispo de Valencia. Desde que comienza su ministerio episcopal en Badajoz en el año 1562, encarga a seis predicadores con San Juan de Ávila para que preparen a las gentes de su nueva Diócesis a recibir la reforma que se postulaba en Trento. El nuevo Obispo y San Juan de Ávila con los sacerdotes, predican con entusiasmo, se sientan en el confesionario para que las gentes celebren el sacramento de la Penitencia, visitan y atienden a los enfermos. Gastan la vida para que Cristo sea conocido, amado y testificado. La valoración del ministerio sacerdotal nos lo expresa San Juan de Ávila con estas palabras: “Señor… encumbraste tu amor, que no tiene tasa, y ordenaste por modo admirable cómo, aunque te fueses al cielo, estuvieses acá con nosotros; y esto fue dando poder a los sacerdotes para que con las palabras de la consagración te llamen, y vengas tú mismo en persona a las manos de ellos, estés allí realmente presente, para que así seamos participantes en los bienes que con tu Pasión nos ganaste; y le tengamos en nuestra memoria con entrañable agradecimiento y consolación, amando y obedeciendo a quien tal hazaña hizo, que fue dar por nosotros su vida” (cf. Tratado del sacerdocio, 25-26).
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia
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