lunes, 29 de noviembre de 2010

PLEGARIA AL PROFETA ISAÍAS, HOMBRE DE LA ESPERA

Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Sacerdote-periodista


Isaías:
Hijo de Amós, de la tierra de Judá.
¡Profeta de Dios, grito del Verbo!
Benditos tus pies,
porque han llegado para anunciar la paz al mundo entero.

Tú eres uno de las grandes poetas hebreos.
Tu eres uno de los grandes profetas de nuestra historia
En este tiempo de Adviento
deseamos acercarnos a tu figura.

A menudo se te adivina presente
en el pensamiento y hasta en las palabras de Cristo.
Tu eres el profeta por excelencia del tiempo de la espera;
estás asombrosamente cercano,
eres de los nuestros, de hoy y de siempre.

Y lo estás por tu deseo de liberación,
Por tu deseo de lo absoluto de Dios;
Estás cercano en la lógica bravura de toda tu vida
que es lucha y combate;
estas cercano hasta en tu arte literario,
en el que nuestro siglo vuelve a encontrar su gusto
por la imagen desnuda pero fuerte hasta la crudeza.

Tu eres uno de esos violentos
a los que les es prometido por Cristo el Reino de los cielos.
Todo debe ceder ante tu persona
Ante tu figura visionaria,
emocionada por el esplendor futuro del Reino de Dios
que se inaugura con la venida
de un Príncipe de paz y de justicia.

Encontramos en tu persona
ese poder tranquilo e inquebrantable
del que está poseído por el Espíritu que anuncia,
sin otra alternativa y como pesándole
lo que le dicta el Señor.

Tu, como profeta,
apenas eres conocido por otra cosa que por tus obras,
pero éstas son tan características
que a través de ellas podemos adivinar y amar tu persona.

Sorprende para nosotros tu proximidad
y tu sensibilidad de tu gran personalidad
habiendo vivido y desarrollo tu vocación profética
en el siglo VIII antes de Cristo,
que sentimos en medio de nosotros,
cotidianamente,
la fuerza que irradia de tu figura dominándonos
desde tu altura espiritual.

Tu viviste en una época de esplendor y prosperidad
cuando los reinos de Judá y Samaría
habían conocido tal optimismo
y su posición política les permitia ambiciosos sueños.

En medio de este frágil paraíso,
te erguirse valerosamente y cumpliste con tu misión:
Mostrar a tu pueblo
la ruina que le espera por su negligencia.

Alimentado por la literatura de tus predecesores,
sobre todo Amós y Oseas,
previste como ellos, inspirado por tu Dios,
lo que será la historia de tu país.

Superando la situación
en la que se entremezclan cobardías y compromisos,
viste el castigo futuro
que enderezaría los caminos tortuosos.

Tu exigías a tu pueblo un salto hacia adelante.
Y estando así las cosas
fuiste arrebatado por el Señor
cuando estabas en el templo,
y con tus labios purificados por una brasa
traída por un serafín
comenzaste tu vocación.

A partir de este momento,
ya no te perteneces.
Todo tu dinamismo va a ponerse al servicio de tu Dios,
convirtiéndose en su mensajero.

Mensajero terrible que anuncia el despojo de Israel
al que sólo le quedará un pequeño soplo de vida.
Los comienzos de tu obra,
que originará la leyenda del buey y del asno del pesebre,
marcará tu pensamiento y tu papel.

Yahvé lo es todo para Israel, pero Israel,
más estúpido que el buey que conoce a su dueño,
ignora a su Dios.
Tu fuiste para siempre
el gran anunciador de la Parusía, de la venida de Yahvé.

La venida del Señor lleva consigo el triunfo de la justicia.
El nacimiento de Emmanuel, "Dios con nosotros",
reconfortará a un reino dividido por el cisma de diez tribus.

El anuncio de este nacimiento promete, pues,
a tus contemporáneos y a los oyentes de tu oráculo,
la supervivencia del reino,
a pesar del cisma y la devastación.

Príncipe y profeta,
ese niño salvará por sí mismo a su país.
Tu viste en este niño la salvación del mundo.

Y subrayas en tus ulteriores profecías
los rasgos característicos del Mesías.
Primero te contentas
con apuntarlos y te reservas para más tarde
el tratarlos uno a uno y modelarlos.

La venida de Yahvé aplastará a aquel
que haya querido igualarse a Dios.
El Apocalipsis de Juan tomará tus imágenes
para describir la derrota del diablo.

La tierra abrasada se trocará en estanque,
y el país árido en manantial de aguas
Reconoces la maldición de la creación del Génesis.
Pero proclamas que Yahvé
volverá a reconstruir el mundo.

Al mismo tiempo,
profetizas la acción curativa de Jesús
que anuncia el Reino:
Los ciegos ven, los cojos andan.

Vemos en ti como un enviado de Dios
al que has visto cara a cara.

No ceses de hablar de él en cada línea de tu obra.
No ceses de comunicarnos la intimidad del Santo
y, por lo tanto, del impenetrable, del separado,
de aquel que no se deja conocer,
o, más bien, se le conoce por sus obras que,
ante todo, es la justicia.

Amén.

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