Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Sacerdote-periodista
Padre nuestro
y Padre de los católicos caldeos
que testimonian en aquellas tierras de Irak
la presencia de tu Hijo Jesucristo resucitado.
Su testimonio se ha visto probado
por la dureza de la incomprensión,
la persecución y ahora la entrega de la propia sangre
por el simple hecho de ser seguidores de Jesús de Nazaret
en la tierra de dónde partió tu patriarca Abrahán
para cumplir la misión
que Dios le encomendó y alcanzar así la tierra prometida.
Padre nuestro de mártires y torturados.
Tu nombre es santificado,
en aquel que muere cuando defiende la vida;
tu nombre es glorificado
cuando la justicia es nuestra medida.
Tu pueblo, Señor, está muriendo,
y es necesario que tu palabra de vida sea escuchada.
Allí se viven los homicidios a sangre fría
llevados a cabo a la luz del día
y ante decenas de testigos,
como si estos grupos quisieran demostrar
que pueden obrar impunemente,
controlar los pueblos y ciudades,
y violentar las conciencias.
El objetivo es, claramente, sembrar el terror
para completar la obra de vaciar a las ciudades
de testigos cristianos,
que comenzaron hace ya años.
Tu reino es de libertad, paz y comunión.
¡Maldita la violencia
que destruye el hombre con la represión!
Hágase tu voluntad, Señor,
eres el verdadero Dios liberador.
¡No nos pondremos a seguir doctrinas manipuladas
por el poder opresor!
Te pedimos el pan de la vida,
pan de la esperanza, el pan de los pobres;
el pan que trae humanidad y dignifica a tu pueblo...
en vez de cañones.
Perdónanos cuándo por miedo
quedamos callados
ante la muerte.
Perdona y destruye el reino de la corrupción
como ley del más fuerte.
Protégenos de la maldad
de los prepotentes y de los asesinos...
Dios Padre revolucionario,
hermano del pobre, Dios del oprimido:
Mientras llega tu reino de justicia, de verdad y de paz
sólo nos queda el consuelo
de que la sangre de tus mártires
riegue no sólo nuestra fe
sino la esperanza de que algún día Irak
sea por fin un país mejor.
Amén.
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