Cinco plegarias de Antonio Díaz Tortajada para preparar mejor el Rosario de la Aurora de este domingo al que asistirá mons. D. Carlos Osoro
(Desde El Cañamelar y El Rosario, José Ángel Crespo Flor).- Aunque en anteriores artículos ya nos hemos hecho eco no hemos querido desaprovechar el buen trabajo del sacerdote y periodista Antonio Díaz Tortajada, párroco de Santa María del Mar, para actualizar unas plegarias nacidas de su pluma. Son unas plegarias que nos ayudarán mejor a entender lo que cada Misterio Glorioso, que son los que se rezan los domingos, quiere decir y son unas plegarias que nos servirán para prepararnos mejor a lo que prometre ser todo un acontecimieno eclesial: la asistencia, creo que por primera vez en los 124 años de existencia, del arzobispo titular de la diócesis de Valencia.
Qué duda cabe que D. Carlos Osoro con esta decisión ha hecho un claro servicio a los que posibilitan domingo si y domingo también a iniciar El Día del Señor con el rezo del Santo Rosario. Es, si se quiere, una costumbre muy loable que el propio prelado está decidido a fomentar parta que no decaiga.
Es más, conociendo como conocemos a los que lo fomentan, estamos convencidos que en el 2011 celebrarán por todo lo alto los primeros 125 años del Rosario de la Aurora de Valencia, algo sin parangón posible en estos tiempos que corren y que nos ha tocado vivir.
Les dejo ahora con estas cinco plegarias de Antonio Díaz Tortajada que vienen que ni pintadas para prepararnos mejor a lo que se quiere sea una gran jornada mariana y rosariera.
Misterios Gloriosos
1. La resurrección del Señor. (Mt 28, 5-6)
María de la Pascua: Tú fuiste la primera
que recibiste la visita de tu Hijo resucitado.
No fuiste al sepulcro,
Sino que tu Hijo vino a satisfacer la esperanza a tu casa.
Esperabas en silencio en que el Padre
tendría la última palabra;
que la muerte no era el final del camino,
sino al final estaba la vida, la vida en plenitud;
sabías de quien te habías fiado.
Después fue María Magdalena
quien visita el sepulcro del Señor al amanecer
y ve quitada la losa temiendo
que alguien hubiera robado su cuerpo.
Ella transmite la novedad a los discípulos.
Pedro y Juan corren y corren a la tumba,
el corazón les tiembla.
Ven las vendas en el suelo y el sudario
con que le habían cubierto la cabeza,
no por el suelo con las vendas,
sino enrollado en un sitio aparte.
Entonces, los discípulos ven y creen
que Cristo ha resucitado.
Las mentes se les abrieron y entendieron la Escritura
y la misma palabra de Jesús:
Que Él había de resucitar de entre los muertos.
Nosotros nos postramos con los apóstoles,
contemplamos a Cristo resucitado y lo adoramos.
María de la mañana pascual:
Tú fuiste testigo excepcional de la resurrección de tu Hijo.
Pensamos, justamente,
que fuiste la primera en contemplarlo y adorarlo.
Enséñanos a vivir centrados en la Resurrección de Cristo,
clave y fundamento de nuestra fe.
Enséñanos a ser portadores
de la certeza y de la alegría de la resurrección.
Aleluya. ¡Cristo resucitó¡
Amén.
2. La Ascensión del Señor. ( Lc 24, 50-51; Mc 16, 20)
María alegría de la Iglesia: Tú estabas con los discípulos,
en el instante de la despedida.
Tu Hijo en la Cruz te puso como Madre de aquella comunidad
y te encomendó el cuidado
de los continuadores de su misión evangelizadora.
La ascensión de tu Hijo
es el momento culminante,
de un camino progresivo que va de Galilea a Jerusalén,
y de Jerusalén al Cielo.
Por eso, queremos
recordar la actividad misionera de Jesús con gratitud:
Su vida y sus enseñanzas,
su pasión y su resurrección,
sus instrucciones finales
para que todos sean bautizados en el Espíritu Santo.
La promesa del Espíritu Santo,
el camino progresivo de Cristo-Cabeza
marca el de su Cuerpo.
La Iglesia peregrina hacia la Jerusalén celestial,
identificada con Cristo,
camina hacia el Padre con la fuerza del Espíritu Santo.
Es la fuerza que Cristo promete a los suyos:
―Cuando el Espíritu Santo descienda sobre vosotros,
recibiréis fuerza para ser mis testigos en Jerusalén,
y en toda Judea, en Samaria y hasta los confines del mundo.‖
Cristo nos promete el Espíritu Santo
para que podamos ser sus testigos en medio del mundo.
Hemos de perseverar en la oración
Contigo, Madre nuestra y Madre de los apóstoles
para prepararnos a la venida del Espíritu Santo
y recibir las fuerzas que necesitamos
para ser fieles a nuestra vocación
y misión como bautizados.
Santa María del cenáculo:
Tú presides la oración de los apóstoles
preparando la venida del Espíritu Santo
según el mandato de tu Hijo.
Queremos perseverar también en oración contigo
para renovarnos en el Espíritu Santo
y recibir nuevas fuerzas para recorrer
los diversos caminos de la evangelización de Cristo.
Amén.
3. La venida del Espíritu Santo. (Hch 1, 14; 2, 1-4)
María Reina de los apóstoles y Madre de la fe:
En el cenáculo enseñaste
a los discípulos de tu Hijo a orar sin cansancio
Tu, llena del Espíritu Santo,
desde el instante de la Anunciación
fuiste paradigma de aquella comunidad
nacida en la pascua de tu Hijo.
En oración, y animada por tu presencia
suplicaron la presencia del Espíritu Santo.
Les precedió un viento recio
que resonó en toda la casa.
Fue la señal bíblica del paso de Dios.
Le acompañaron unas lenguas,
como llamaradas,
que se repartían, posándose encima de cada uno.
Y se llenaron todos del Espíritu Santo.
Los plurales dones o carismas
se derramaron sobre aquel puñado de hombres y mujeres
convertidos en valientes testigos del Evangelio.
Allí nació la Iglesia
en su misión de santificar, gobernar y predicar.
La venida del Espíritu Santo marcó
la catolicidad de la Iglesia.
Los apóstoles, llenos del Espíritu Santo,
comenzaron a predicar a gentes
de todas las naciones, razas y creencias.
Es la expresión de la universalidad.
Comenzaron a anunciar las maravillas de Dios
que habían escuchado al Maestro.
Sencillamente anunciaron el Evangelio.
María de Pentecostés:
Te pedimos que sigamos siendo fieles
a la acción del Espíritu Santo en nuestra historia;
que nos impulse a predicar el Evangelio
por todas partes del mundo
Que el fuego del Espíritu Santo
prenda en nuestros corazones
y este fuego en el de muchos jóvenes;
que no tengamos miedo a pronunciar un sí incondicional
a Cristo en la Iglesia,
como fuiste capaz de hacerlo tu y mantenerlo
a lo largo y ancho de tu historia entre nosotros.
Virgen de Pentecostés:
Contigo queremos perseverar en oración
para que el Espíritu Santo venga a nuestros corazones.
Que el viento del Espíritu nos impulse.
Que el fuego nos purifique y transforme.
Que seamos apóstoles valientes y decididos
según el don que hemos recibido.
Amén.
4. La Asunción de nuestra Señora a los cielos. (Ct 2, 10-11, 14)
María asunta en cuerpo y alma a los cielos:
Queremos saludarte.
Te saludamos con las palabras de tu prima Isabel:
¡Bendita tú entre las mujeres
y bendito el fruto de tu vientre...
Bienaventurada tú que has creído!,
porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
Te saludamos María
porque has sido especialmente elegida, bendecida
y santificada para ser la Madre de Dios,
porque te has entregado al plan del Padre sin condiciones,
en cuerpo y alma,
y Cristo ha premiado tu fidelidad.
Por eso, eres asunta al Cielo en cuerpo y alma.
María elevada en cuerpo y alma al cielo:
Celebramos el amor de Dios contigo
y contigo, Madre nuestra,
damos gracias y bendecimos los designios del Padre,
que se han realizado por Cristo en el Espíritu Santo:
¡Magnificat ... ¡
Proclama mi alma la grandeza del Señor,
se alegra mi espíritu en Dios, mi Salvador.
Nosotros, tus hijos, María, estamos alegres
por el triunfo pleno de nuestra Madre en la asunción.
El amor misericordioso de Dios ha triunfado
sobre la humildad de su esclava.
Por eso, reconocemos la grandeza de Dios,
su santidad y su poder
que han hecho obras grandes en ti, María,
que culminan en la asunción.
Santa María de la asunción:
Tú nos invitas a caminar mirando al cielo.
Tiéndenos tu mano
para que alcancemos la meta
de la santidad y la salvación.
Santa María de la asunción:
Somos totalmente tuyos
y todas nuestras cosas tuyas son.
A Ti nos confiamos y te confiamos al mundo que nos rodea.
Madre: ¡Sálvanos
Amén.
5. La coronación de la Santísima Virgen.
(Sal. 45, 14-15; Ap 11, 19;12, 1)
María Reina: Primero fuiste esclava del Señor,
ahora eres Reina de cielos y tierra.
Tú eres la gran señal en el cielo
Señal inicial de la alianza progresiva
que se inicia en el Antiguo Testamento
hasta llegar a la Alianza definitiva:
El nacimiento de Cristo
de María Virgen por obra del Espíritu Santo
según el designio del Padre.
alianza definitiva,
que se realiza plena y anticipadamente
en la asunción de María,
Tú, María, reina del cielo y de la tierra
eres la anticipada de lo que Iglesia será en futuro:
Señal de la paz
que Cristo selló permanentemente con su sangre.
Por lo tanto, señal del triunfo del bien sobre el mal,
de la gracia sobre el pecado,
de la vida sobre la muerte,
de la libertad sobre la esclavitud...
María: Tú eres señal del triunfo de Cristo sobre nosotros.
María: Tú eres la gran señal
porque eres portadora del Redentor:
de la alianza eterna,
del amor y la misericordia...
y del triunfo final que se realiza anticipadamente en tu coronación
como reina de todo lo creado.
Virgen María: Coronada por la Santísima Trinidad,
en los cielos continúas obteniéndonos
los dones de la salvación eterna,
que cuidas de los hermanos de tu Hijo
que peregrinamos entre peligros y ansiedades
alcánzanos las gracias que necesitamos
para ser fieles a Cristo
en la Iglesia que peregrina en la tierra
y alcanzar la salvación plena.
Amén.
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