Por Mons. Francisco Gil Hellín, arzobispo de Burgos
El
pueblo cristiano tiene una especial sintonía con todo lo que se
relaciona con la Santísima Virgen. Sabe que Ella es Madre de Dios y
madre suya. Tiene la certeza de que, implorando su protección de Reina
de Misericordia, encuentra su ayuda poderosa. Los más pobres la sienten
especialmente cercana, pues saben que fue pobre como ellos y sufrió
mucho por la muerte cruel de su Hijo. Celebra con gozo sus fiestas,
participa con gusto en sus procesiones, y no consiente que nadie la
ofenda.
Hay algo en lo que todo esto se pone de relieve con una fuerza especial: los santuarios marianos. Lourdes, Fátima, El Pilar o Covadonga son pruebas evidentes. Pero no hace falta ir tan lejos. De Aranda a Miranda, de Medina a Melgar y de Burgos a Lerma, encontramos santuarios marianos a los que han acudido muchas generaciones y nosotros mismos en repetidas ocasiones.
Unas veces encontramos en ellos el recuerdo de algún acontecimiento considerado como milagroso; otras, la concesión de alguna gracia especial; otras, el retorno al sacramento de la Penitencia después de muchos años de lejanía de la práctica religiosa; y, siempre, un lugar de sosiego interior y de acercamiento a Dios. ¡Cuántos padres han acudido a ellos para implorar a la Virgen la curación de una enfermedad o la solución de un grave problema familiar! ¡Cuántas madres han peregrinado al santuario de la Virgen de su pueblo para pedir la conversión de su hijo o que su hija dé a luz sin peligro! ¡Cuántos labradores han ido a suplicar a María la lluvia o una buena cosecha!
Ahora que llega el mes de mayo la Santísima Virgen nos brinda una oportunidad de gracia para que vayamos a visitarla en privado, en familia o con la comunidad parroquial. Esta visita puede revestir muchas modalidades. Sin embargo, siempre ha de ser una expresión de fe y de amor.
La medicina ha avanzado mucho. Los medios técnicos de que disponemos son abundantes y muy sofisticados. Casi han desaparecido las grandes pestes y epidemias. Es verdad y damos gracias a Dios por ello. Pero la medicina no lo cura todo y los medios técnicos no resuelven todos los problemas. Las grandes cuestiones siguen en pie. Ahora, incluso, padecemos epidemias, que son tanto o más graves que las que han asolado la historia: la epidemia del paro y de la precariedad laboral, la confrontación social, el divorcio y el aborto, el alejamiento masivo de Dios de los jóvenes y menos jóvenes.
Somos, pues, sumamente menesterosos y necesitados de la ayuda de Dios y de María. No es una humillación reconocerlo ni pedir una solución para lo que nos desborda o nos sentimos impotentes. Es verdad que sigue siendo válido nuestro refrán: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Pero, quizás, hoy sea necesario poner más énfasis en el “rogando” que en el “dando”.
En efecto, parece que es un sentir muy generalizado que nuestra generación reza poco y no se acuerda en exceso de Dios. Nuestra convivencia, nuestro sentido de responsabilidad social, nuestra ayuda solidaria al necesitado, nuestra capacidad para superar los graves problemas económicos y familiares que nos acucian mejorarían sensiblemente si acudiéramos con más frecuencia y con más confianza a los pies de María para implorar su poderosísima intercesión.
El Papa ha convocado a los católicos de todo el mundo a celebrar el Año de la fe, desde el próximo octubre hasta finales de noviembre de 2013. Un motivo más para que el próximo mes de mayo acudamos al santuario mariano que más devoción nos inspira a suplicarle que nos devuelva a los católicos la alegría de sentirnos discípulos de Jesucristo.
Hay algo en lo que todo esto se pone de relieve con una fuerza especial: los santuarios marianos. Lourdes, Fátima, El Pilar o Covadonga son pruebas evidentes. Pero no hace falta ir tan lejos. De Aranda a Miranda, de Medina a Melgar y de Burgos a Lerma, encontramos santuarios marianos a los que han acudido muchas generaciones y nosotros mismos en repetidas ocasiones.
Unas veces encontramos en ellos el recuerdo de algún acontecimiento considerado como milagroso; otras, la concesión de alguna gracia especial; otras, el retorno al sacramento de la Penitencia después de muchos años de lejanía de la práctica religiosa; y, siempre, un lugar de sosiego interior y de acercamiento a Dios. ¡Cuántos padres han acudido a ellos para implorar a la Virgen la curación de una enfermedad o la solución de un grave problema familiar! ¡Cuántas madres han peregrinado al santuario de la Virgen de su pueblo para pedir la conversión de su hijo o que su hija dé a luz sin peligro! ¡Cuántos labradores han ido a suplicar a María la lluvia o una buena cosecha!
Ahora que llega el mes de mayo la Santísima Virgen nos brinda una oportunidad de gracia para que vayamos a visitarla en privado, en familia o con la comunidad parroquial. Esta visita puede revestir muchas modalidades. Sin embargo, siempre ha de ser una expresión de fe y de amor.
La medicina ha avanzado mucho. Los medios técnicos de que disponemos son abundantes y muy sofisticados. Casi han desaparecido las grandes pestes y epidemias. Es verdad y damos gracias a Dios por ello. Pero la medicina no lo cura todo y los medios técnicos no resuelven todos los problemas. Las grandes cuestiones siguen en pie. Ahora, incluso, padecemos epidemias, que son tanto o más graves que las que han asolado la historia: la epidemia del paro y de la precariedad laboral, la confrontación social, el divorcio y el aborto, el alejamiento masivo de Dios de los jóvenes y menos jóvenes.
Somos, pues, sumamente menesterosos y necesitados de la ayuda de Dios y de María. No es una humillación reconocerlo ni pedir una solución para lo que nos desborda o nos sentimos impotentes. Es verdad que sigue siendo válido nuestro refrán: “A Dios rogando y con el mazo dando”. Pero, quizás, hoy sea necesario poner más énfasis en el “rogando” que en el “dando”.
En efecto, parece que es un sentir muy generalizado que nuestra generación reza poco y no se acuerda en exceso de Dios. Nuestra convivencia, nuestro sentido de responsabilidad social, nuestra ayuda solidaria al necesitado, nuestra capacidad para superar los graves problemas económicos y familiares que nos acucian mejorarían sensiblemente si acudiéramos con más frecuencia y con más confianza a los pies de María para implorar su poderosísima intercesión.
El Papa ha convocado a los católicos de todo el mundo a celebrar el Año de la fe, desde el próximo octubre hasta finales de noviembre de 2013. Un motivo más para que el próximo mes de mayo acudamos al santuario mariano que más devoción nos inspira a suplicarle que nos devuelva a los católicos la alegría de sentirnos discípulos de Jesucristo.
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