Por Antonio DÍAZ TORTAJADA
Sacerdote-periodista
Señor, Jesús:
Hermano y compañero de los afligidos de este mundo,
Tú, el más hermoso de los hijos del hombre,
sigues hoy clavado en la cruz,
y agonizando en las tres infinitas horas
de la historia de los hombres.
Por el gran sufrimiento, y por la maldad de los hombres;
el rostro de Dios, tu rostro,
aparece difuminado e irreconocible en la Cruz.
Arriba en el cielo solo se ilumina
por las estrellas que despiden una luz agónica ensangrentada
Sin embargo nuestros ojos ven tus manos clavadas
y, a pesar de ello, capaces de dar la verdadera libertad;
nuestros ojos ven tus pies sujetos con clavos
y sin embargo aún capaces de caminar
y de hacer caminar.
Tu madre María, de pie junto a la Cruz
nos la entregas como Madre de tus hermanos
desamparados, afligidos, y solos;
ella permaneció silenciosamente a tu lado,
con los ojos cargados en tu agonía final.
Ella está junto a ti en tu humillación y en tu abandono.
En esta hora de calvario, de oscuridad y de turbación de nuestra historia
ayúdanos a reconocer como ella tu rostro
en los afligidos y en los desamparados,
en los que viven una vida en constante eclipse de sol
en los que sufren y mueren sin sentido.
Tú eres el que sigues sufriendo y el que sigues amando.
Ayúdanos a creer en ti y a seguirte,
a ser fieles y mantenernos de pie junto a la Cruz
en el momento de la necesidad y de las tinieblas.
Muéstrate de nuevo al mundo en esta hora.
Haz que se manifieste tu salvación.
Haz que tengamos el valor
de permanecer fieles también donde no te reconocen.
Haz que no nos sintamos nunca avergonzados
por pertenecer a tu Iglesia.
Cristo de los afligidos
y madre de los desamparados:
¡Ten piedad de nosotros, pecadores
ahora y en la hora de nuestra muerte!
Amén.
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