domingo, 27 de mayo de 2012

Me enseñaron a decir: Creo

Por José Gea (obispo emérito de Mondoñedo - El Ferrol)

EL SUEÑO DE LA FE

En el artículo anterior les hablé de que en el siguiente les hablaría de los ídolos modernos, pero estando dando una charla sobre catequesis, vi un texto que escribí hace ya algunos años y, ante la aceptación de los oyentes al escucharlo, pensé compartirlo con Uds. porque espero que les guste.

Al empezar a escribir un catecismo, puse como introducción a la Primera Parte como un sueño que titulaba el sueño de la fe; fe que resumía en una palabra: Creo

ME FÍO DE DIOS: CREO

Ante la revelación que Dios nos hace de sí mismo y ante su Mensaje, pronunciamos la palabra "Creo". Se cree en la persona a la que se ama. Con manifestaciones y acentos distintos, Dios es el gran patrimonio de la humanidad; para nosotros, los cristianos, este patrimonio está envuelto en el amor; es lo característico del Dios en quien creemos. Por ser Dios amor, al manifestarse, lo ha de hacer desde el amor y con amor.

EL SUEÑO DE LA FE

Me impresiona el cuadro de Miguel Ángel en el que aparece Dios creando el mundo. Soñé que Dios me tomó consigo, me sujetó con su brazo y me fue enseñando la obra que estaba haciendo.

No temas, me dijo, soy Yo. Comprendí que era mi Padre Dios. Y oigo que me dice: todo esto que voy a hacer, será para ti. Su derecha, extendida con fuerza y energía, hace surgir de la nada los soles y las estrellas y la tierra y las plantas y los animales...

Y vi que creaba al hombre, y que le amaba... Vi que el hombre era como un espejo entre Dios y las cosas; al reflejar sobre las cosas la luz de Dios, les daba sentido; y al devolver a Dios la luz de las cosas, se cerraba el circuito del amor que había partido de Dios. ¡Qué bonito el paraíso!

Vi también algo que jamás llegué a entender: el hombre como espejo, se desenfoca y se rompe. Se salió de su sitio; dejó de reflejar sobre las cosas la luz de Dios y dejó de orientar hacia Dios la luz de las cosas. El espejo así no tenía sentido y se rompió. Ya roto, seguía reflejando pero sin unidad, con desconcierto y sin orientación. La creación que Dios estaba realizando perdió su brillo y lozanía y... mi buen Padre Dios me estrechó fuertemente como si temiera perderme, y me dio a entender que había creado al hombre para el amor, pero el hombre no entró en la corriente viva del amor. Empezó entonces el egoísmo y la envidia y las divisiones y los robos y las maquinaciones, y todo fue acabando con la muerte. ¡Qué espectáculo tan triste apareció ante mis ojos, Dios mío!

Pensé para mí que la obra maravillosa que mi Padre Dios había hecho, y que quería regalar a todos los hombres, quedó rota recién salida de sus manos, porque quedó roto el hombre apenas creado. Y si el hombre está roto ¿qué sentido tiene la creación?

Yo no lo acababa de entender pero era así. La gran obra de la creación recién estrenada, rota para todos.

A continuación, me muestra a Jesús y me dice: No te preocupes. Él recompondrá esta creación rota y volverá a restablecer el amor. Él será el nuevo espejo que reflejará sobre el mundo mi luz y mi amor. Él hará que vuelva a mí toda la luz y todo el amor que voy a volcar sobre el mundo. Este espejo no fallará, no se romperá, nadie lo quebrará.

-¿Quién es? Le pregunté.

-Es mi Hijo, el Amado. Es mi imagen. Él y yo somos una misma cosa. Es como Yo.

Y veo a un Jesús recién nacido, niño, y joven, y adulto, y predicando por todas partes... Pero cuando no salgo de mi asombro es cuando lo veo muriendo en una cruz. Y no se rompe, no, en la cruz. Este espejo del Padre que es Jesús, se empaña, es cierto, pero no se rompe. Y no entiendo nada.

Dirijo mi mirada hacia mi Padre Dios.

-Le pregunto: ¿Por qué?

-Y me responde: Porque te quiero, mi pequeño. Mi Hijo Jesús, mi amado, mi predilecto, también es para ti. Y sigo sin entender nada.

No salgo de mi asombro y me sigo preguntando: Pero ¿por qué? ¿para mí? ¿Y me lo das de esa manera?

-Ya irás comprendiendo, me dice, a medida que vayas entrando en el amor.

Me muestra también a la madre de Jesús junto a la cruz. Me quedo admirado ante su belleza, su hermosura, su serenidad, su dolor y su entereza al pie de la cruz. Y oigo a Jesús que le dice, refiriéndose a mí: Sé su madre. Te lo encomiendo como hijo. Y ella calla y acepta.

Y sigo sin entender nada.

Veo que Jesús resucita y vuelve glorioso junto al Padre, sentado en su trono de gloria. ¡¡Qué encuentro!! Y yo, que sigo en los brazos de mi Padre Dios, me siento muy incómodo en un lugar que no es el mío; y me pregunto: ¿qué hago yo aquí? Éste no es mi sitio. Y mi Padre Dios me dice:

-Sí lo es, porque también tú eres mi hijo. Y por ti estoy haciendo todo esto; por ti y por todos los hombres, pues todos estáis llamados a ser mis hijos en mi Hijo Jesús.

Sigo sin comprender y me sigue diciendo:

- Tú también vendrás a estar definitivamente con nosotros lleno de gloria. Pero también tú has de cumplir con tu misión en el mundo.

- Le pregunto: ¿qué misión es la mía?

- Y me dice: ya la irás descubriendo.

- ¿Qué he de hacer para descubrirla?

- Escucha a mi Hijo y síguele. No tengas miedo. Fíate de Él. Y empecá a ver mi vida desde Dios.

Me condujo después a una casa muy grande. Y oí a mi buen Padre Dios que me decía: Ésta es tu casa y tu familia; entra. Y entré en la Iglesia. Y empecé el aprendizaje del amor junto a muchos hermanos que también lo estaban aprendiendo. Allí había de todo: hermanos que se iniciaban en el amor, y hermanos muy adelantados; unos, un tanto mediocres y otros que alcanzaban metas muy elevadas. Unos entraban, otros salían; unos se esforzaban, otros eran muy indolentes...

Y me mostró una viña inmensa que se extendía por todo el mundo; y me dijo: es mi viña, el lugar donde vas a trabajar. Y vi niños y jóvenes y enfermos y pobres y ricos y ancianos y obreros y matrimonios y sacerdotes y religiosos y consagrados; y unas pequeñas parcelas, como familias y parroquias y conventos y diócesis...

Me enseñó una y me dijo: ése será tu lugar de trabajo. Ahí me vas a querer y vas a hacerme querer. En todos estos lugares se enseña a los hombres a pronunciar la palabra "creo". Y me dijo: Tú también la habrás de pronunciar constantemente y habrás de enseñar a la gente a pronunciarla.

Lo último que soñé fue también algo imborrable. Me enseñó un pueblecito pequeño; chiquillos jugueteando por las calles, hombres trabajando en el campo, mujeres en las faenas de la casa, pueblo de labradores. Entramos en una casa, sencilla, sin lujos, con mucho calor de amor...

¡Con qué cariño me depositó en mi hogar! Y me mostró a mis padres y a mi familia, y dando una vuelta por el pueblo, me mostró a mi cura, y a mis maestros, y a mis catequistas, y un poco más lejos, a mis condiscípulos, y a mis amigos sacerdotes y a mis feligreses y a mis diocesanos... ¿También todos ellos son para mi? Sí, me dijo. Y añadió: y tú para ellos.

Entre todos me enseñaron a decir "creo". La misma palabra que mi Padre Dios me encargó que enseñase a decir a los hombres, mis hermanos.

A partir de ese momento mi Padre Dios iba a tomar distancias; ya no escuché más su voz. Seguiría estando conmigo, pero de otra manera. Yo seguiría escuchando su Palabra, pero de otra manera... Fue todo como un sueño, el sueño de la fe. ¡Qué bonito es soñar junto a nuestro Padre Dios!

¿Has soñado también pensando en quienes te han enseñado a decir CREO y si estás enseñando a alguien a decirlo?

José Gea

No hay comentarios:

Publicar un comentario