Por Antonio DIAZ TORTAJADA (Sacerdote-periodista)
María, Virgen de la luz:
A Ti venimos con la confianza y sencillez de hijos.
A Ti llegamos con nuestras angustias y esperanzas,
con nuestras penas y alegrías,
con las fatigas del trabajo y el peso de nuestros pecados;
con todo lo que somos y tenemos.
María, virgen de las candelas,
Tú eres la primera portadora de la Luz, que es Cristo;
Tú eres nuestra Madre;
Tú nos reúnes junto a Cristo Salvador;
Tú eres nuestra esperanza, consuelo y gozo;
Tú nos acompañas en la ciudad,
en el desierto anónimo de nuestras calles,
en nuestras fábricas y talleres.
Tú eres nuestra estrella en el camino hacia el Padre;
Tú eres la huella para encontrar a Jesús.
Tú eres en la noche de la humanidad
una luz que ilumina la vida de los hombres
nuestros hermanos.
Como discípulos y testigos de Dios
solemos experimentar la dureza en la misión,
en un mundo en el que los hermanos
son mordidos por la desilusión,
el desencanto y la desesperanza;
mucho más cuando nos presentamos ante ellos
como pobres entre los pobres y utilizando medios pobres.
María:
No nos cansaremos de mirarte,
de contemplarte lo suficiente
para descubrir cómo en ti y por ti se nos da a luz al Mesías,
al sol que nace de lo alto,
esperanza de los desheredados de este mundo.
El Hijo de Dios,
el Dios de la promesa hace acto de presencia en ti,
haciéndose historia,
para convertir la historia en acción liberadora y salvadora;
para reorientarla hacia la plenitud.
María, ilumina nuestras vidas,
Tú eres por un lado la Madre del Hijo de la promesa cumplida,
y por otro, eres la Madre del Hijo,
comienzo de la Nueva Alianza,
de la nueva y definitiva promesa.
Este Dios aún te sorprende más.
Quiere llevar adelante su proyecto de una manera un tanto rara.
Te sorprendió tanto lo que el Ángel decía de parte de Dios,
que te atreviste a preguntar:
“¿Cómo será esto, pues no conozco varón?”
Y es que el Dios de la promesa
quiere sacar adelante su plan desde lo pequeño y lo pobre,
desde lo imposible:
Tú, sin conocer marido, y el Ángel te dice:
“Tendrás un hijo”. “Bendita tu”.
En la bendición que Dios te hizo,
son benditas la humanidad,
la iglesia, la tierra entera,
los discípulos y los apóstoles.
Eres la mujer,
signo de la humanidad nueva,
de la tierra y de ese pueblo de discípulos y apóstoles.
Lo que nacerá de ti será fruto de la promesa:
El Mesías, el Dios encarnado asumirá todo lo que existe,
desde el universo hasta la humanidad;
desde la familia de discípulos,
a la familia de testigos:
“Bendita tú entre las mujeres”
Tu Hijo viene a poner en marcha
y a llevar a la plenitud la historia humana.
La hace nueva creación.
Viene a construir una familia de hijos y hermanos,
de discípulos y apóstoles.
Lo que constituye ahora la nueva familia de hijos,
de discípulos y apóstoles, no es la sangre,
sino la gracia del Señor
que va a alcanzar a todos los hombres en torno a los débiles,
los pobres que acogen la gracia.
María:
Madre de la Luz que ilumina nuestras tinieblas
ábrenos la inteligencia de nuestra fe,
y tu luz destierre la oscuridad que nos inunda.
María: Tú te has descentrado de ti
y te has centrado en el Dios de la promesa.
Y el Dios de la promesa te pide que salgas,
que te descentres de tus comprensiones y concepciones lógicas
y te introduzcas en la lógica de Dios.
Madre de la Luz que viene a iluminar a los pueblos,
dános la Luz que nace de tu vida
Para que nosotros podamos seguir iluminando
a través de nuestro “hágase en nosotros según tu palabra”
Amén.
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