sábado, 9 de junio de 2012

Dios está cercano a los hombres

Antonio Díaz TORTAJADA, Sacerdote-Periodista-Poeta

Querido cofrade:
No podemos negar que cuando llega esta fiesta del Corpus Christi sentimos todos en la Iglesia una alegría especial, como no se experimenta otra igual en ninguna solemnidad del año. Y no hay para menos. ¡Hoy sentimos como nunca la presencia de Jesús entre nosotros! Hoy nos damos cuenta muy bien de lo que significan aquellas palabras de Dios por el profeta Isaías a Israel: ¡Mira a ver si hay algún pueblo que tenga sus dioses tan cercanos como yo lo estoy de ti!
No podíamos soñar nosotros en una presencia tan cercana, tan real, tan íntima como la establecida por Jesús en este sacramento del Amor. Jesús, nuestro Salvador, nos está proclamando hoy:
Os salvé con mi sangre y entré en el santuario del cielo para interceder continuamente por vosotros ante el Padre. ¡Pues así, así mismo estoy en medio de vosotros! En el altar, en el sagrario, rodeado de todos vosotros, le sigo diciendo al Padre que os quiero a todos junto a mí, para que donde yo estoy estéis también todos los míos.
Subido al Cielo, desde allí os envié el Espíritu Santo, agua viva del manantial purísimo de Dios, y colocado en medio de vosotros os lo doy continuamente, pues lo dejo escapar a torrentes a través de mis llagas gloriosas.
Os contemplo a todos hambrientos de Dios, como vi un día a las turbas que me seguían, y como a ellas os doy el Pan de la vida, que soy yo, pues sigo diciendo como en la última cena a todos y cada uno de los que me rodeáis: Tomad y comed, que esto es mi cuerpo.
Estoy en la gloria, pero al veros mirarme ansiosos como los apóstoles cuando me subía a las alturas, yo sigo repitiendo: -¡Con vosotros estoy hasta el final del mundo! Y con vosotros me tenéis haciéndoos compañía en la intimidad de mi sagrario.
Siempre estoy rodeado de ángeles que me adoran, me rinden pleitesía y me aman ardientemente. Pero no me quedé en el sacramento por ellos, aunque me llamáis pan de los ángeles. Aquí estoy por vosotros. Para amaros yo más y para que me améis vosotros más a mí. Para que me ofrezcáis al Padre como sacrificio vuestro para el perdón de vuestras infidelidades. Para que me comáis y no os muráis de hambre en el camino hacia la Patria. Para que no os encontréis solos y podáis contar siempre con un amigo verdadero que no os va fallar.
Os asaltan muchas veces temores por vuestra salvación. ¡No tengáis miedo! Aquí estoy con vosotros como prenda de la vida eterna. Yo os prometí, y mantengo muy fielmente mi palabra, que quien me come vivirá por mí y yo le resucitaré en el último día.
Querido cofrade: ¿Exageramos cuando ponemos en labios de Jesús estas expresiones? Ciertamente que no, pues vemos que todo son palabras suyas sacadas del Evangelio.
Aquí se cumplen todas las promesas de Dios en la Biblia. En la Eucaristía tenemos expresada la Nueva Alianza, más estable que aquella del Sinaí.
La Sangre de Cristo se ofrece por nuestros pecados. ¿Quién va a tener miedo por su salvación?
Cristo nos da su Cuerpo como pan y provisión para el camino. ¿Quién dice que se cansa y no puede seguir?
Cristo se queda con nosotros para hacernos compañía. ¿Quién puede quejarse de soledad y de que nadie le quiere, si tiene consigo a su disposición, con audiencia a todas horas, sin esperar en antesalas, nada menos que al Rey del Cielo?...
Ante Jesús presente en Sacramento de la Eucaristía sentimos vibrar las fibras más íntimas del corazón.
Avivando nuestra fe, nos es fácil adivinar la majestad inmensa de Dios, aunque Él la oculte tan amorosamente bajos los velos sacramentales del pan y del vino.
Como le pasó al obispo y doctor de la Iglesia san Juan Crisóstomo. Celebraba la Misa rodeado de los ministros, se para de repente, calla por unos momentos de silencio impresionante, y les dice a los diáconos: ¿No os dais cuenta? ¿No sentís la presencia de los ángeles? ¿No oís el rumor de sus alas?
Nosotros tenemos fe viva en la presencia del Señor, y por eso invitamos hoy a todos: ¡Venid, adoradores, adoremos a Cristo Redentor!
Y cada uno de nosotros cae ante el sagrario repitiendo mil veces las palabras de Tomás de Aquino: ¡Te adoro devotamente, oh Divinidad escondida, que lates bajo las apariencias humildes del pan! Mi corazón se te rinde todo entero, porque al contemplarte desfallece de amor.
¿Qué otra cosa significa ese alfombrar hoy nuestras calles con las flores de nuestros campos y jardines para que las pise el Señor?
¿Qué otra cosa significan nuestros cantos enardecidos?
Todo nace de nuestra fe en la palabra del Señor, que nos asegura su presencia en medio de su pueblo.
¡Señor Jesús, Señor Sacramentado!
Nosotros creemos y adoramos, cantamos y te bendecimos. Hoy más que nunca gritamos: ¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar!
Creemos y adoramos y amamos más que nunca. ¿Cómo no te vamos a amar, si estás aquí comunicándonos con tu Espíritu todas tus riquezas y amándonos como sólo un Dios puede amar?...
¡Gloria a ti, Cristo Jesús!
¡Amor por siempre a ti, Dios del amor!...
Todas las criaturas llevan el signo de la Trinidad Santísima, pues todas están hechas como una imagen y reflejo de la vida íntima de Dios.
Todas van proclamando la acción de un Padre todopoderoso, que con sola una palabra las llamó a la existencia y todas aparecieron llenas de vida y de hermosura.
Todas se ven centradas en Jesucristo, el Hijo que se hace Hombre para elevar el universo entero a las alturas de Dios.
Todas pregonan el amor del Espíritu Santo, que ha movido la sabiduría y el poder de Dios para que realizaran la maravilla de la creación y de la salvación.
Por eso, ante el misterio de Dios, decimos y cantamos gozosos:
¡Te alabamos, oh Santísima Trinidad! ¡Te adoramos y te bendecimos!
Te aclamamos, Dios nuestro, Uno y Trino, por tu gloria inmensa.
Y te amamos por la bondad inagotable que derrochas con nosotros...
Tú que vas a ser nuestra felicidad sin fin, llénanos desde ahora de tu conocimiento, de tu amor, de tu gracia, de tu paz.
¡Gloria a Ti, Dios, Uno y Trino, que nos manifiestas tu gloria y nos haces partícipes de tu misma vida y felicidad!...

Un abrazo,

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