(Desde El Cañamelar, Valencia, José Ángel Crespo Flor)
José María Salaverri, principal biógrafo del ya 'venerable' Faustino, un chico de apenas 16 años -cuando murió no había alcanzado los 17- reflexiona en este artículo sobre la santidad.
Para ello pone dos ejemplos. El del 'beato' Juan Pablo II y el del 'venerable' Faustino. A los dos los une porque los dos fueron nombrados así, por el papa Benedicto XVI el mismo día, 14 de enero, festividad de san Juan de Ribera. Un santo de los de 'primera división' y que este año, en Valencia, se está celebrando el 400 aniversario de su fallecimiento. Juan Pablo II y Faustino por eso siempre estarán unidos, de alguna forma, con este gran obispo que sigue dejando boquiabiertos a los que ahondan en sus escritos y en sus obras. Ahí está el gran legado que ha supuesto y supone todavía hoy el Colegio-Seminario del Corpus Christi para la Iglesia particular que peregrina en Valencia. Lo mismo que boquiabiertos se quedan los que penetran en las ideas que fluyen de los escritos o pensamientos del 'beato' Juan Pablo II y del 'venerable' Faustino quien, pese a sus escasos 16 años ya mostraba entonces -y hoy también- una mayoría de edad que la quisieran muchos paera sí.
Como se puede apreciar por estos detalles la Iglesia guarda siempre resortes para que nada ni nadie la desvie de su camino. Del que lleva marcado desde el comienzo de la historia para cumplir lo que se espera de ella. Un camino que viene marcado por los distintos prohombres que la Iglesia ha puesto como ejemplo a lo largo de su dilatada historia. Pero ... vayamos con estas reflexiones del marianista Salaverri. Unas reflexiones muy bien pensadas y meditadas, nacidas desde el corazón y muy bien redactadas. Salaverri ha vuelto a mostrar sus dotes como excelente escritor y es que, Faustino ha encontrado en el padre Salaverri el mejor de sus aliados para que todo el mundo conozca lo que este chaval de apenas 16 años realizó en vida.
CINCO REFLEXIONES SOBRE LA SANTIDAD
Los recientes decreto de la Congregación de los Santos sobre Juan Pablo II y Faustino n son tan sólo un acto administrativo. Nos interpelan:
1.- Pasmo.
Sí, no os podéis imaginar el pasmo que sentí cuando vi la portada de PARAULA, el semanario diocesano de Valencia. Dos personas, en fotos grandes, se están como mirando: Faustino y Juan Pablo II. Un título: “Juan Pablo II a los altares…” y debajo siguiendo los puntos suspensivos, aunque en letra más pequeña, pero bien visible: “y Faustino más cerca ya”. Me vino un escrúpulo: ¿no será esto excesivo? ¿No hay una distancia sideral entre ambos? En cierto sentido, sí. Por lo menos con criterios periodísticos y hasta humanos.
Le he dado vueltas a la ocurrencia. En la Iglesia, que es jerárquica, pero que es comunión, ambos están a un nivel semejante. Les une y hasta les iguala la ‘vocación’. A cada uno de ellos el Señor le pidió ocupar un puesto en el cuerpo místico, en el pueblo de Dios. Y ambos respondieron con generosidad. Hicieron lo que el Señor les pedía. Los dos igualados por practicar lo que técnicamente se llama en los procesos de canonización, “virtudes heroicas”. Cada uno en su puesto vivió su vida cristiana de modo sobresaliente. Cada uno según su edad, su estilo, en sus circunstancias…
2.- ¿Son imitables?
Otra reflexión me ha venido estos días. Los ‘santos’ que la Iglesia propone a nuestra veneración ¿son imitables? ¿Es imitable Juan Pablo II? Yo me contesto que no. ¿Es imitable Faustino? A primera vista parece más imitable, pero mirándolo de cerca me digo que no. Por la misma razón que hemos dicho antes: cada cual es cada cual y debe ser santo a su estilo.
Entonces ¿cuál es el papel de los “santos”? He puesto la palabra entre comillas para abarcar los santos ‘oficiales’ y los santos anónimos del 1 de noviembre que hemos podido conocer de algún modo -en carne y hueso o por lectura- en nuestra vida. Estoy convencido que los santos no quieren segundas ediciones. No habrá nunca otro Faustino 2. Ni un Juan Pablo II bis. Entonces ¿para qué están ahí? Hacen algo muy importante: despiertan el santo dormido que todos llevamos dentro desde nuestro nacimiento y más desde nuestro bautismo. Haced la prueba: poned la palabra santo o santa delante de vuestro nombre y a ver qué os parece. Os parecerá raro, pero toca intentarlo… Aunque nadie se entere la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, sale robustecida.
3.- El ‘santo dormido en mí.
Esto me lleva a otra reflexión. Si a Faustino le hubieran dicho en vida que le iban a nombrar “venerable” ¡lo que se hubiera reído! En su diario dice que quiere ser santo. Pero nunca se le ocurrió la posibilidad de ser “santo de altar”. Y si lo es un día llega (lleva camino), no lo va a ser para gloria suya, sino para que se vea que el Señor, fielmente seguido, puede hacer maravillas en nuestra pequeñez. Es decir que lo será para gloria de Dios y para animarnos a nosotros. Para que, como san Ignacio de Loyola al leer las vidas de san Francisco y santo Domingo, nos preguntemos: “Lo que estos y estas hicieron ¿porque no hacerlo yo?” Y a Ignacio se le despertó el santo dormido, completamente diferente de sus inspiradores.
4.- No vamos solos.
Hay una frase en “Libro de su vida” de santa Teresa que siempre me llamó la atención. Dice: “Si el que comienza se esfuerza con el favor de Dios a llegar a la cumbre de la perfección, creo jamás va solo al cielo, siempre lleva mucha gente tras sí. Como a buen capitán, le da Dios quien vaya en su compañía.” Faustino y Juan Pablo II no han ido solos al cielo. Han sido y son buenos capitanes; han llevado y llevarán mucha gente tras sí: aquellos en quien despertaron el santo dormido. El uno con más, el otro con menos, pero nunca solos. También a nosotros podemos, y nos toca, hacer de ‘capitanes’.
5.- Los anónimos.
En el cielo hay santos y santas anónimos que han sido mucho más santos que muchos de los canonizados. Son los del 1 de noviembre. Han llevado siempre gente tras sí. Pobres y hasta ricos, padres y madres de familia, consagrados y consagradas, jóvenes y mayores, hombres y mujeres, mártires de todos los tiempos… Ninguno ha ido solo. Todos han llevado otros tras sí. Una multitud inmensa. ¡Alegrémonos! Hay más santos de lo que parece. Demos gracias a Dios. Y que cada uno de nosotros piense: “Hay personas que necesitan mi santidad. Por eso, yo ¡a ser santo del 1 de noviembre!”. Pero para eso, con la gracia de Dios, nos toca ayudarnos unos a otros. No lo olvidemos.
José María Salaverri sm.
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