Por: Carlos Osoro, arzobispo de Valencia
El próximo domingo vamos a celebrar la fiesta del Corpus Christi. Esta fiesta en Valencia tiene unas raíces históricas muy grandes. Nunca se dejó de celebrar la procesión en la que a todos los hombres y mujeres de esta tierra se les da la oportunidad de encontrarse realmente con Jesucristo en el Misterio de la Eucaristía. Incluso, en momentos de excepción en nuestra ciudad, cuando peligraban las vidas de los cristianos por hacer pública la expresión de fe, un valenciano, cristiano joven con sus dos hijos pequeños, tomó la decisión de hacer al año también la procesión del Corpus Christi. Y, con el permiso del Arzobispo, en una vasija de plata aliada a una cadena también de plata pequeña, colocó al Señor presente en la Eucaristía y, cogiendo de la mano a sus dos hijos, paseó por los mismos lugares donde se hizo siempre la procesión al Señor. De tal manera que nunca ha faltado en la archidiócesis de Valencia procesión del Corpus Christi.
Contempla el Misterio de la Eucaristía desde ese aspecto que estos días, en la celebración de la fiesta del Corpus Christi, vas a tener la oportunidad de vivir. La presencia del cuerpo y la sangre del Señor tiene un valor absoluto. Cristo no dice: Tomad y comed mi cuerpo. Dice: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”. Así, la realidad de la presencia de su cuerpo y de su sangre es afirmada en sí misma. ¡Qué bien lo expresan San Pablo y San Lucas! No citan la invitación a comer y beber. La fórmula que nos presentan es ésta sencillamente: “Esto es mi cuerpo”, “este cáliz es la nueva alianza en mi sangre”.
¿Por qué te lo quiero decir e insistir en este aspecto? Para que comprendas que la primera intención del Señor ha sido poner de relieve la presencia de su cuerpo y de su sangre en el pan y en el cáliz. Precisamente, para esto llama la atención de sus discípulos, pues es exactamente esta presencia la que da sentido a la comida. Y San Pablo manda a los cristianos de Corinto que hagan este discernimiento para que no comulguen indignamente, pues allí está el cuerpo del Señor. En esta fiesta se quiere poner de relieve, por una parte, la presencia real del Señor y, también, la adoración que debemos a tal presencia. Presencia de su cuerpo y de su sangre, afirmada de modo absoluto como primera realidad del sacrifico eucarístico, que los discípulos deben discernir bien para que reciban el fruto de su Autor.
¡Qué belleza tienen algunos textos de los Santos Padres sobre la presencia real del Señor en el Misterio de la Eucaristía! San Cirilo de Alejandría dice así: “porque no se cambia Cristo, ni se muda su santo cuerpo, sino que existe perpetuamente, en él, la fuerza y el poder de la bendición y su vivificante gracia”. ¡Qué fuerza tienen algunas palabras del Concilio de Trento que responden a cuestionamientos de la presencia real y del culto y veneración debido al Santísimo Sacramento! ¡De qué manera tan explícita define el Concilio de Trento la adorabilidad de la Eucaristía! “Si alguno dijere que Cristo, Hijo Único de Dios, en el santo Sacramento de la Eucaristía, no debe ser adorado con culto latréutico, incluso externo, y que, por tanto, no debe ser llevado solemnemente en procesiones, según la loable y universal costumbre y rito de la Santa Iglesia, y que no debe ser expuesto al pueblo para ser adorado, y que sus adoradores son idólatras, sea anatema”. ¡Qué fuerza tiene para nosotros hoy la exhortación que San Francisco de Asís, en el año 1212, hace a sus frailes menores! “Si en algún lugar el Santísimo Cuerpo del Señor estuviere paupérrimo colocado, sea por vosotros puesto en un lugar precioso, según manda la Iglesia, y encerrado y sea llevado con grande veneración y administrado a otros con discreción”. El Papa Urbano IV el 21 de agosto de 1264 instituye la fiesta del Corpus Christi que tanta importancia ha tenido.
¡Qué decir de la presencia real de Cristo y de nuestra respuesta! Tres cosas: 1) Es una presencia personal, es el Cristo entero que está en la Eucaristía, por tanto su cuerpo y sangre, su alma y su divinidad, toda su personalidad. Esta presencia de Cristo, nos interpela intensamente. Mediante la Eucaristía, su ser personal permanece con nosotros y nos invita a permanecer en Él. 2) Es una presencia divina, el Cristo es un todo que subsiste por el Verbo divino. Cristo llevado por su amor sin medida, quiere perpetuar entre los hombres su presencia y su sacrificio. Presencia de un hombre que es Dios y de un Dios que se dio perpetuamente a cuantos crean en Él. De este hecho resulta el deber de adorarle, ya sea en el sacrificio del altar, ya sea en el Tabernáculo solitario. ¡Qué bellas son esas palabras de San Agustín: “nadie coma esta carne sin haberla adorado antes”! 3) Es una prolongación del sacrificio, pues por la consagración se cumple al mismo tiempo, el sacrificio y la presencia real. Son dones inseparables. Solo que la presencia continúa, como fruto de la consumación del sacrificio. En el sacrificio eucarístico se renueva el sacrificio de la Cruz; en el acto de la consagración, Cristo se hace presente y permanente delante del Padre, como sacerdote y víctima, para interceder por los hombres y sobre ellos derramar los frutos de su sacrifico.
En este día del Corpus Christi, te invito a que descubras y vivas de una manera profunda cómo la intención de la Encarnación, que fue el querer Dios habitar entre nosotros, se realiza en la Eucaristía. Pues, una vez resucitado Jesucristo, Él habita indefinidamente entre nosotros, en la perennidad del Santo Sacramento. Por eso, la visita al Santísimo que hemos de realizar siempre que podamos es la respuesta a la visita de Dios. La adoración al Santísimo que hemos de vivir es la respuesta a la presencia de Dios en medio de nosotros. Las procesiones que hacemos son la respuesta para mostrar que el Señor sigue paseando, viviendo y queriéndose encontrar con los hombres en sus caminos, en su historia personal y colectiva.
Contempla el Misterio de la Eucaristía desde ese aspecto que estos días, en la celebración de la fiesta del Corpus Christi, vas a tener la oportunidad de vivir. La presencia del cuerpo y la sangre del Señor tiene un valor absoluto. Cristo no dice: Tomad y comed mi cuerpo. Dice: “Tomad y comed, esto es mi cuerpo”. Así, la realidad de la presencia de su cuerpo y de su sangre es afirmada en sí misma. ¡Qué bien lo expresan San Pablo y San Lucas! No citan la invitación a comer y beber. La fórmula que nos presentan es ésta sencillamente: “Esto es mi cuerpo”, “este cáliz es la nueva alianza en mi sangre”.
¿Por qué te lo quiero decir e insistir en este aspecto? Para que comprendas que la primera intención del Señor ha sido poner de relieve la presencia de su cuerpo y de su sangre en el pan y en el cáliz. Precisamente, para esto llama la atención de sus discípulos, pues es exactamente esta presencia la que da sentido a la comida. Y San Pablo manda a los cristianos de Corinto que hagan este discernimiento para que no comulguen indignamente, pues allí está el cuerpo del Señor. En esta fiesta se quiere poner de relieve, por una parte, la presencia real del Señor y, también, la adoración que debemos a tal presencia. Presencia de su cuerpo y de su sangre, afirmada de modo absoluto como primera realidad del sacrifico eucarístico, que los discípulos deben discernir bien para que reciban el fruto de su Autor.
¡Qué belleza tienen algunos textos de los Santos Padres sobre la presencia real del Señor en el Misterio de la Eucaristía! San Cirilo de Alejandría dice así: “porque no se cambia Cristo, ni se muda su santo cuerpo, sino que existe perpetuamente, en él, la fuerza y el poder de la bendición y su vivificante gracia”. ¡Qué fuerza tienen algunas palabras del Concilio de Trento que responden a cuestionamientos de la presencia real y del culto y veneración debido al Santísimo Sacramento! ¡De qué manera tan explícita define el Concilio de Trento la adorabilidad de la Eucaristía! “Si alguno dijere que Cristo, Hijo Único de Dios, en el santo Sacramento de la Eucaristía, no debe ser adorado con culto latréutico, incluso externo, y que, por tanto, no debe ser llevado solemnemente en procesiones, según la loable y universal costumbre y rito de la Santa Iglesia, y que no debe ser expuesto al pueblo para ser adorado, y que sus adoradores son idólatras, sea anatema”. ¡Qué fuerza tiene para nosotros hoy la exhortación que San Francisco de Asís, en el año 1212, hace a sus frailes menores! “Si en algún lugar el Santísimo Cuerpo del Señor estuviere paupérrimo colocado, sea por vosotros puesto en un lugar precioso, según manda la Iglesia, y encerrado y sea llevado con grande veneración y administrado a otros con discreción”. El Papa Urbano IV el 21 de agosto de 1264 instituye la fiesta del Corpus Christi que tanta importancia ha tenido.
¡Qué decir de la presencia real de Cristo y de nuestra respuesta! Tres cosas: 1) Es una presencia personal, es el Cristo entero que está en la Eucaristía, por tanto su cuerpo y sangre, su alma y su divinidad, toda su personalidad. Esta presencia de Cristo, nos interpela intensamente. Mediante la Eucaristía, su ser personal permanece con nosotros y nos invita a permanecer en Él. 2) Es una presencia divina, el Cristo es un todo que subsiste por el Verbo divino. Cristo llevado por su amor sin medida, quiere perpetuar entre los hombres su presencia y su sacrificio. Presencia de un hombre que es Dios y de un Dios que se dio perpetuamente a cuantos crean en Él. De este hecho resulta el deber de adorarle, ya sea en el sacrificio del altar, ya sea en el Tabernáculo solitario. ¡Qué bellas son esas palabras de San Agustín: “nadie coma esta carne sin haberla adorado antes”! 3) Es una prolongación del sacrificio, pues por la consagración se cumple al mismo tiempo, el sacrificio y la presencia real. Son dones inseparables. Solo que la presencia continúa, como fruto de la consumación del sacrificio. En el sacrificio eucarístico se renueva el sacrificio de la Cruz; en el acto de la consagración, Cristo se hace presente y permanente delante del Padre, como sacerdote y víctima, para interceder por los hombres y sobre ellos derramar los frutos de su sacrifico.
En este día del Corpus Christi, te invito a que descubras y vivas de una manera profunda cómo la intención de la Encarnación, que fue el querer Dios habitar entre nosotros, se realiza en la Eucaristía. Pues, una vez resucitado Jesucristo, Él habita indefinidamente entre nosotros, en la perennidad del Santo Sacramento. Por eso, la visita al Santísimo que hemos de realizar siempre que podamos es la respuesta a la visita de Dios. La adoración al Santísimo que hemos de vivir es la respuesta a la presencia de Dios en medio de nosotros. Las procesiones que hacemos son la respuesta para mostrar que el Señor sigue paseando, viviendo y queriéndose encontrar con los hombres en sus caminos, en su historia personal y colectiva.
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