(Desde el Cañamelar, Valencia, José Ángel Crespo Flor)
Coincidiendo con el Día Mundial de la Poesía que se celebra todos los años el 21 de marzo hemos rescatado de su particular 'baúl de los recuerdos' estas cinco poesías que corresponden a los Misterios Gozosos, los que se rezan hoy, Lunes, en toda la Iglesia.
Estos poemas corresponden al 'saber' y a la inteligencia de Antonio Díaz Tortajada, actual párroco de Santa María del Mar, y fueron escritos hace ya un tiempo. Aún así y todo, como fácilmente pueden comprobar, no han perdido ni un ápice de actualidad y nos valen para hoy, para el momento que estamos viviendo.
Les dejo pues ahora con estos cinco poemas que corresponden a los cinco Misterios Gozosos. Misterios que se rezan, los que tienen por costumbre rezar el Santo Rosario, todos los lunes. Espero que les guste y que, con su lectura, colaboren con ese Día Mundial de la Poesía que todo el orbe está celebrando. Es, creo, una bonita forma de poner nuestra granito de arena personal ante esta celebración que traspasa cualquier frontera lo que no nos extraña pues la poesía traspasa, con su lenguaje universal, cualquier impedimento que nos pueda salir en nuestro 'pasar' por la vida.
Misterios Gozosos del Santo Rosario (se rezan los lunes y sábados)
1. La encarnación del Hijo de Dios. (Lc 1, 30-32, 38)
María: ―Alégrate, llena de gracia, el Señor está contigo‖.
Este fue el saludo del ángel de parte de Dios,
y éste es nuestro saludo de hijos.
Creíste en el momento de la anunciación
y creíste a lo largo de toda tu vida.
Tú serás la llena de gracia,
de toda la gracia que necesitas para ser la Madre de Dios.
Concebida sin pecado original
porque tenías que ser el templo purísimo
para albergar el misterio de la Encarnación.
Tú eres un santuario viviente, sin fisuras, ni sombras
al que sólo el Espíritu Santo podía acercarse.
Y tu, consciente y libremente,
te entregaste como mujer, de forma total,
en alma y cuerpo, al servicio de la Redención.
Expresaste tu entrega con sentido de responsabilidad
en forma de esclavitud en el amor:
―Aquí está la esclava del Señor,
hágase en mí según tu palabra‖.
Comienzaste a ser la Madre de Dios
cooperando de forma singular a la obra de la Redención.
María, Madre y Virgen:
Tú eres el prototipo de nuestra vida cristiana
para acoger a Jesucristo
y hacer de nuestra vida un ―sí‖ sostenido
viviendo el Evangelio con todas sus consecuencias.
Enséñanos a preparar nuestros corazones
con sabor de amor para que Jesús entre en nosotros
y Él lo ocupe todo.
Y nuestra vida sea un vivir en Cristo.
Amén.
2. La visitación de Nuestra Señora a santa Isabel. (Lc 1, 39-43)
María: Gracias a tu ―si‖
Cristo entró en la historia de los hombres.
¡Bendita tú entre las mujeres!
Tú recorriste los diversos caminos de los hombres
siendo portadora del misterio del Verbo de Dios,
hecho hombre por obra del Espíritu Santo al calor de tu corazón.
Te pusiste en camino hacia la casa de Zacarías
para ayudar a tu parienta Isabel
que estaba a punto de dar a luz a Juan el Bautista o el Precursor.
Saludaste a Isabel y Juan
saltó de gozo en el vientre de su madre,
como recibiendo una confirmación
en la misión de preparar los caminos al Señor.
¡Bendita tú entre las mujeres!
Tu prima Isabel se llenó del Espíritu Santo y te gritó:
¡Bendita tú entre las mujeres y bendito el fruto de tu vientre!
Isabel recibió la gracia de reconocer al Salvador
que llevabas en tu vientre:
―¿Quién soy yo para que me visite la madre de mi Señor?‖
Isabel te proclamó bienaventurada
y anunció la gran alegría:
¡Dichosa tú, que has creído!
Porque lo que te ha dicho el Señor se cumplirá.
Nosotros te repetimos constantemente:
―¡Bendita tú entre todas las mujeres
y bendito el fruto de tu vientre, Jesús.‖
Tú eres la más bendita entre las mujeres
porque Dios te ha colmado de todas las gracias
que necesitas para ser la Madre de Dios.
Enséñanos a ser fieles a la alegría y al amor
que Jesús-Niño no nacido nos ofrece en tu visita a santa Isabel.
Enséñanos a ser portadores de este mensaje en un tiempo
donde reina la cultura de la tristeza y el desamor.
Amén.
3. El nacimiento del Hijo de Dios. (Lc 2, 6-11)
María: Adoramos al Niño Jesús que llevas entre tus brazos.
Adoramos el misterio que se revela en el establo de Belén
Adorar al Niño-Dios nacido en la pobreza de Belén,
es adorar la persona divina de nuestro señor Jesucristo
que es Dios como el Padre.
Adorar al Niño Jesús
es adorar a Dios nuestro Redentor.
Cristo, el Niño que tienes entre tus brazos
es la revelación suprema del amor
y de la misericordia de Dios nuestro Padre.
Adorar al Niño Jesús
es aceptar la salvación que nos viene dada como regalo.
María: Tú eres la madre Virgen por obra del Espíritu Santo.
Tú nos ofreces el misterio del Niño-Dios
para que lo acojamos y aprendamos a guardarlo
en el corazón, siguiendo tu ejemplo.
José, tu esposo, protege tu maternidad virginal
y tutela paternalmente al Niño Jesús.
Él nos enseña a custodiar y defender la vida de la gracia.
Los ángeles anunciaron la gran alegría
para todo el pueblo y alabaron a Dios
Queremos unimos a su canto de alegría,
de alabanza y de acción de gracias.
Nosotros queremos ser como los pastores:
Sencillos, humildes, y pobres,
Queremos ser los primeros en recibir la Buena Noticia
para ser presurosos en el camino
para adorar a Niño-Dios, Jesús nuestro Salvador.
Que ellos nos enseñen a dejar nuestras instalaciones
y para ser pobres
y sencillos de corazón
y salir al encuentro del Niño Jesús en Belén,
que es salir al encuentro de Dios.
Madre de Dios en Belén:
Gracias por tu entrega total a Cristo tu Hijo
siguiendo la voluntad del Padre
en el amor del Espíritu Santo.
Amén.
4. La Presentación del Señor Jesús en el templo. (Lc 2, 22-25, 34-35
María: Cuarenta días después del nacimiento de tu Hijo
lo presentaste en el templo
para encontrarse con el resto de Israel,
representado en los ancianos Simeón y Ana
que lo aguardaban con ayunos y oraciones.
Allí fue donde también lo presentaste al Padre,
no sólo para cumplir la ley de Moisés,
sino también para que, en su primer acto de culto,
consagrara anticipadamente nuestros templos,
y sobre todo,
para darnos a conocer el nuevo santuario de Dios
que es Jesucristo mismo:
―Luz para iluminar a las naciones
y gloria de su pueblo, Israel‖.
El nos hace participar en la construcción
de este mismo santuario como piedras vivas,
configurando nuestro cuerpo como templo del Espíritu Santo.
Jesús es la luz verdadera
que ilumina a todo hombre que viene a este mundo;
que nosotros,
imitándote a ti, María, entremos en el templo
llevando nuestra luz pequeña y frágil,
recibida el día de nuestro bautismo
como la misma vida amenazada desde sus comienzos,
pero cálida y luminosa como el amor de Dios
que está en su origen.
María: Danos fuerza para que dejemos
que la luz de Cristo nos penetre
y nos transforme,
participando en el banquete de la Eucaristía
a la espera de su vuelta revestido de gloria.
Amén.
5. La Pérdida del niño Jesús y su hallazgo en el templo. (Lc 2, 41-47)
María: ¡Qué dolor el tuyo,
el Niño de tus entrañas perdido¡
Queremos hablarte claro:
El niño-Dios se hizo el perdido porque quiso,
pues un niño a los doce años no se pierde
en ninguna parte del mundo.
José, tu esposo, creyó que el Niño iba con su Madre,
y tú, a su vez, que iba con José,
y cada uno por su lado caminaba tranquilamente.
La sorpresa vino cuando los dos
os encontrasteis sin el Niño.
Esperasteis la noche y el Niño Jesús no apareció.
Ninguno de los dos,
se podía explicar este hecho.
Pensando y pensando,
ni tú, ni José encontrabais explicación
para tan extraño caso.
Y tu santa María del silencio
guardabas todas las cosas en el corazón.
¡Qué dolor tan grande para una Madre Virgen!
¡Qué angustia para su padre José
que aceptó libremente la responsabilidad
de ser padre de Dios!
Nadie puede imaginar lo que sufristeis
como padres ante aquella trágica noche de paz descorazonada.
María: Madre del dolor por el Hijo perdido,
tú sabías el misterio de la redención globalmente,
pero desconocías los pormenores
que ibas aprendiendo
con el tiempo en hechos diversos.
Vivíais el misterio sin resolver.
Y los dos sufríais consolándoos mutuamente,
sin que el uno al otro pudiera arrancar
del corazón su propio dolor.
Los dos orabais llorando con la fortaleza
de la esperanza del Espíritu Santo.
¡Qué angustia! ¡Qué dolor!
Y después de largos recorridos lo encontrasteis
sentado en medio de los doctores.
Jesús escuchaba atentamente
la explicación de la palabra de Dios.
Y todos los que le oían
estaban admirados de su inteligencia y de sus respuestas.
María: Tú sabías que tu Hijo era Dios
y estaba obrando bien.
No te cabía la menor duda.
Pero no entendías su actitud,
preguntando, --sin enfado ni bronca--,
las razones de este obrar tan extraño para comprenderlo.
Santa María del silencio:
Enséñanos con tus palabras
a quejarnos con amor y confianza,
a desahogarnos con filial esperanza,
y a pedir fuerzas al Padre,
cuando el dolor nos visite de manera inexplicable;
cuando la cruz se nos haga insoportable,
y la prueba se torne ininteligible.
María: Que sepamos quejarnos a Dios
como tú con palabras evangélicas:
―Padre, si es posible pase de mí este cáliz‖;
―Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?‖
Que nuestra queja desemboque, en una entrega, total y confiada,
a la voluntad de Dios Padre:
―Padre, hágase tu voluntad y no la mía‖,
o ―en tus manos encomendamos nuestro espíritu‖
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