Antonio Díaz TORTAJADA, Sacerdote-Periodista-Poeta
Querido cofrade:
No podemos negar que cuando llega esta fiesta del Corpus Christi sentimos todos en la Iglesia una alegría especial, como no se experimenta otra igual en ninguna solemnidad del año. Y no hay para menos. ¡Hoy sentimos como nunca la presencia de Jesús entre nosotros! Hoy nos damos cuenta muy bien de lo que significan aquellas palabras de Dios por el profeta Isaías a Israel: ¡Mira a ver si hay algún pueblo que tenga sus dioses tan cercanos como yo lo estoy de ti!
No podíamos soñar nosotros en una presencia tan cercana, tan real, tan íntima como la establecida por Jesús en este sacramento del Amor. Jesús, nuestro Salvador, nos está proclamando hoy:
Os salvé con mi sangre y entré en el santuario del cielo para interceder continuamente por vosotros ante el Padre. ¡Pues así, así mismo estoy en medio de vosotros! En el altar, en el sagrario, rodeado de todos vosotros, le sigo diciendo al Padre que os quiero a todos junto a mí, para que donde yo estoy estéis también todos los míos.
Subido al Cielo, desde allí os envié el Espíritu Santo, agua viva del manantial purísimo de Dios, y colocado en medio de vosotros os lo doy continuamente, pues lo dejo escapar a torrentes a través de mis llagas gloriosas.
Os contemplo a todos hambrientos de Dios, como vi un día a las turbas que me seguían, y como a ellas os doy el Pan de la vida, que soy yo, pues sigo diciendo como en la última cena a todos y cada uno de los que me rodeáis: Tomad y comed, que esto es mi cuerpo.
Estoy en la gloria, pero al veros mirarme ansiosos como los apóstoles cuando me subía a las alturas, yo sigo repitiendo: -¡Con vosotros estoy hasta el final del mundo! Y con vosotros me tenéis haciéndoos compañía en la intimidad de mi sagrario.
Siempre estoy rodeado de ángeles que me adoran, me rinden pleitesía y me aman ardientemente. Pero no me quedé en el sacramento por ellos, aunque me llamáis pan de los ángeles. Aquí estoy por vosotros. Para amaros yo más y para que me améis vosotros más a mí. Para que me ofrezcáis al Padre como sacrificio vuestro para el perdón de vuestras infidelidades. Para que me comáis y no os muráis de hambre en el camino hacia la Patria. Para que no os encontréis solos y podáis contar siempre con un amigo verdadero que no os va fallar.
Os asaltan muchas veces temores por vuestra salvación. ¡No tengáis miedo! Aquí estoy con vosotros como prenda de la vida eterna. Yo os prometí, y mantengo muy fielmente mi palabra, que quien me come vivirá por mí y yo le resucitaré en el último día.
Querido cofrade: ¿Exageramos cuando ponemos en labios de Jesús estas expresiones? Ciertamente que no, pues vemos que todo son palabras suyas sacadas del Evangelio.
Aquí se cumplen todas las promesas de Dios en la Biblia. En la Eucaristía tenemos expresada la Nueva Alianza, más estable que aquella del Sinaí.
La Sangre de Cristo se ofrece por nuestros pecados. ¿Quién va a tener miedo por su salvación?
Cristo nos da su Cuerpo como pan y provisión para el camino. ¿Quién dice que se cansa y no puede seguir?
Cristo se queda con nosotros para hacernos compañía. ¿Quién puede quejarse de soledad y de que nadie le quiere, si tiene consigo a su disposición, con audiencia a todas horas, sin esperar en antesalas, nada menos que al Rey del Cielo?...
Ante Jesús presente en Sacramento de la Eucaristía sentimos vibrar las fibras más íntimas del corazón.
Avivando nuestra fe, nos es fácil adivinar la majestad inmensa de Dios, aunque Él la oculte tan amorosamente bajos los velos sacramentales del pan y del vino.
Como le pasó al obispo y doctor de la Iglesia san Juan Crisóstomo. Celebraba la Misa rodeado de los ministros, se para de repente, calla por unos momentos de silencio impresionante, y les dice a los diáconos: ¿No os dais cuenta? ¿No sentís la presencia de los ángeles? ¿No oís el rumor de sus alas?
Nosotros tenemos fe viva en la presencia del Señor, y por eso invitamos hoy a todos: ¡Venid, adoradores, adoremos a Cristo Redentor!
Y cada uno de nosotros cae ante el sagrario repitiendo mil veces las palabras de Tomás de Aquino: ¡Te adoro devotamente, oh Divinidad escondida, que lates bajo las apariencias humildes del pan! Mi corazón se te rinde todo entero, porque al contemplarte desfallece de amor.
¿Qué otra cosa significa ese alfombrar hoy nuestras calles con las flores de nuestros campos y jardines para que las pise el Señor?
¿Qué otra cosa significan nuestros cantos enardecidos?
Todo nace de nuestra fe en la palabra del Señor, que nos asegura su presencia en medio de su pueblo.
¡Señor Jesús, Señor Sacramentado!
Nosotros creemos y adoramos, cantamos y te bendecimos. Hoy más que nunca gritamos: ¡Alabado sea el Santísimo Sacramento del Altar!
Creemos y adoramos y amamos más que nunca. ¿Cómo no te vamos a amar, si estás aquí comunicándonos con tu Espíritu todas tus riquezas y amándonos como sólo un Dios puede amar?...
¡Gloria a ti, Cristo Jesús!
¡Amor por siempre a ti, Dios del amor!...
Todas las criaturas llevan el signo de la Trinidad Santísima, pues todas están hechas como una imagen y reflejo de la vida íntima de Dios.
Todas van proclamando la acción de un Padre todopoderoso, que con sola una palabra las llamó a la existencia y todas aparecieron llenas de vida y de hermosura.
Todas se ven centradas en Jesucristo, el Hijo que se hace Hombre para elevar el universo entero a las alturas de Dios.
Todas pregonan el amor del Espíritu Santo, que ha movido la sabiduría y el poder de Dios para que realizaran la maravilla de la creación y de la salvación.
Por eso, ante el misterio de Dios, decimos y cantamos gozosos:
¡Te alabamos, oh Santísima Trinidad! ¡Te adoramos y te bendecimos!
Te aclamamos, Dios nuestro, Uno y Trino, por tu gloria inmensa.
Y te amamos por la bondad inagotable que derrochas con nosotros...
Tú que vas a ser nuestra felicidad sin fin, llénanos desde ahora de tu conocimiento, de tu amor, de tu gracia, de tu paz.
¡Gloria a Ti, Dios, Uno y Trino, que nos manifiestas tu gloria y nos haces partícipes de tu misma vida y felicidad!...
Un abrazo,
sábado, 9 de junio de 2012
LA ADORACIÓN EUCARÍSTICA, EXPERIENCIA DE SER IGLESIA
Homilía del papa en la misa y procesión eucarística de Corpus Christi
ROMA, jueves 7 junio 2012 (ZENIT.org).- A las 19 horas de este jueves, Solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, el santo padre Benedicto XVI celebró la Santa Misa ante la basílica de San Juan de Letrán. Presidió luego la procesión eucarística que, recorriendo via Merulana, llegó hasta la basílica de Santa María la Mayor. Publicamos la homilía que el papa dirigió a los fieles en el curso de la celebración eucarística.
*****
¡Queridos hermanos y hermanas!
Esta tarde querría meditar con vosotros sobre dos aspectos, entre ellos conectados, del Misterio eucarístico: el culto de la Eucaristía y su sacralidad.
Es importante volverlos a tomar en consideración para preservarlos de visiones no completas del Misterio mismo, como aquellas que se han dado en el reciente pasado.
Sobre todo, una reflexión sobre el valor del culto eucarístico, en particular de la adoración del Santísimo Sacramento. Es la experiencia que también esta tarde viviremos tras la Misa, antes de la procesión, durante su desarrollo y al término. Una interpretación unilateral del Concilio Vaticano II ha penalizado esta dimensión, restringiendo en práctica la Eucaristía al momento celebrativo. En efecto, ha sido muy importante reconocer la centralidad de la celebración, en la que el Señor convoca a su pueblo, lo reúne en torno a la doble mesa de la Palabra y del Pan de vida, lo nutre y lo une a Sí en la ofrenda del Sacrificio. Esta valorización de la asamblea litúrgica, en la que el Señor actúa y realiza su misterio de comunión, sigue siendo naturalmente válida, pero debe resituarse en el justo equilibrio. En efecto –como a menudo sucede- para subrayar un aspecto se acaba por sacrificar otro. En este caso, la acentuación sobre la celebración de la Eucaristía ha ido en detrimento de la adoración, como acto de fe y de oración dirigido al Señor Jesús, realmente presente en el Sacramento del altar. Este desequilibrio ha tenido repercusiones también sobre la vida espiritual de los fieles. En efecto, concentrando toda la relación con Jesús Eucaristía en el único momento de la Santa Misa, se corre el riesgo de vaciar de su presencia el resto del tiempo y del espacio existenciales. Y así se percibe menos el sentido de la presencia constante de Jesús en medio de nosotros y con nosotros, una presencia concreta, cercana, entre nuestras casas, como “Corazón latiente” de la ciudad, del país, del territorio con sus diversas expresiones y actividades. El Sacramento de la Caridad de Cristo debe permear toda la vida cotidiana.
En realidad es equivocado contraponer la celebración y la adoración, como si estuvieran en competencia. Es justo lo contrario: el culto del Santísimo Sacramento es como el “ambiente” espiritual dentro del que la comunidad puede celebrar bien y en verdad la Eucaristía. Sólo si es precedida, acompañada y seguida de esta actitud interior de fe y de adoración, la acción litúrgica puede expresar su pleno significado y valor. El encuentro con Jesús en la Santa Misa se realiza verdadera y plenamente cuando la comunidad es capaz de reconocer que El, en el Sacramento, habita su casa, nos espera, nos invita a su mesa, y luego, después de que la asamblea se ha disuelto, permanece con nosotros, con su presencia discreta y silenciosa, y nos acompaña con su intercesión, recogiendo nuestro sacrificios espirituales y ofreciéndolos al Padre.
En este sentido, me gusta subrayar la experiencia que viviremos esta tarde juntos. En el momento de la adoración, estamos todos al mismo nivel, de rodillas ante el Sacramento del Amor. El sacerdocio común y el ministerial se encuentran unidos en el culto eucarístico. Es una experiencia muy bella y significativa, que hemos vivido diversas veces en la basílica de San Pedro, y también en las inolvidables vigilias con los jóvenes, recuerdo por ejemplo las de Colonia, Londres, Zagreb y Madrid. Es evidente a todos que estos momentos de vela eucarística preparan la celebración de la Santa Misa, preparan los corazones al encuentro, de manera que este resulta incluso más fructuoso. Estar todos en silencio prolongado ante el Señor presente en su Sacramento, es una de las experiencias más auténticas del nuestro ser Iglesia, que se acompaña en modo complementario con la de celebrar la Eucaristía, escuchando la Palabra de Dios, cantando, acercándose juntos a la mesa del Pan de vida. Comunión y contemplación no se pueden separar, van juntos. Para comunicar verdaderamente con otra persona debo conocerla, saber estar en silencio cerca de ella, escucharla, mirarla con amor. El verdadero amor y la verdadera amistad viven siempre de esta reciprocidad de miradas, de silencios intensos, elocuentes, plenos de respeto y veneración, de manera que el encuentro se viva profundamente, de modo personal y no superficial. Y lamentablemente, si falta esta dimensión, incluso la misma comunión sacramental puede llegar a ser, por nuestra parte, un gesto superficial. En cambio, en la verdadera comunión, preparada por el coloquio de la oración y de la vida, podemos decir al Señor palabras de confianza, como las que han resonado hace poco en el Salmo responsorial: “Yo soy tu siervo, hijo de tu esclava:/ tu has roto mis cadenas./ Te ofreceré un sacrificio de alabanza/ e invocaré el nombre del señor” (Sal 115,16-17).
Ahora querría pasar brevemente al segundo aspecto: la sacralidad de la Eucaristía. También aquí hemos sufrido en el pasado reciente un cierto malentendido del mensaje auténtico de la Sagrada Escritura. La novedad cristiana respecto al culto ha sido influenciada por una cierta mentalidad secular de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Es verdad, y sigue siendo siempre válido, que el centro del culto ya no está en los ritos y en los sacrificios antiguos, sino en Cristo mismo, en su persona, en su vida, en su misterio pascual. Y sin embargo de esta novedad fundamental no se debe concluir que lo sacro no exista ya, sino que ha encontrado su cumplimiento en Jesucristo, Amor divino encarnado. La Carta a los Hebreos, que hemos escuchado esta tarde en la segunda lectura, nos habla precisamente de la novedad del sacerdocio de Cristo, “sumo sacerdote de los bienes futuros” (Heb 9,11), pero no dice que el sacerdocio se haya acabado. Cristo “es mediador de una alianza nueva” (Heb 9,15), establecida en su sangre, que purifica “nuestra conciencia de las obras de muerte” (Heb 9,14). El no ha abolido lo sagrado, sino que lo ha llevado a cumplimiento, inaugurando un nuevo culto, que es sí plenamente espiritual pero que sin embargo, mientras estamos en camino en el tiempo, se sirve todavía de signos y ritos, que desaparecerán sólo al final, en la Jerusalén celeste, donde no habrá ya ningún templo (cfr Ap 21,22). Gracias a Cristo, la sacralidad es más verdadera, más intensa, y, como sucede para los mandamientos, ¡también más exigente! No basta la observancia ritual, sino que se exige la purificación del corazón y la implicación de la vida.
Me gusta también subrayar que lo sacro tiene una función educativa, y su desaparición inevitablemente empobrece la cultura, en especial la formación de las nuevas generaciones. Si, por ejemplo, en nombre de una fe secularizada y no necesitada ya de signos sacros, fuera abolida esta procesión ciudadana del Corpus Domini, el perfil espiritual de Roma resultaría “aplanado”, y nuestra conciencia personal y comunitaria quedaría debilitada. O pensemos en una madre o un padre que, en nombre de una fe desacralizada, privaran a sus hijos de toda ritualidad religiosa: en realidad acabarían por dejar el campo libre a los tantos sucedáneos presentes en la sociedad de los consumos, a otros ritos y otros signos, que más fácilmente podrían convertirse en ídolos. Dios, nuestro Padre, no ha hecho así con la humanidad: ha enviado a su Hijo al mundo no para abolir, cino para dar cumplimiento también a lo sacro. En el culmen de esta misión, en la Última Cena, Jesús instituyó el Sacramento pascual. Actuando así se puso a sí mismo en el lugar de los sacrificios antiguos, pero hizo dentro de un rito, que mandó a los apóstoles perpetuar, como signo supremo del verdadero Sacro, que es El mismo. Con esta fe, queridos hermanos y hermanas, celebramos hoy y cada día el Misterio eucarístico y lo adoramos como centro de nuestra vida y corazón del mundo. Amén.
ROMA, jueves 7 junio 2012 (ZENIT.org).- A las 19 horas de este jueves, Solemnidad del santísimo Cuerpo y Sangre de Cristo, el santo padre Benedicto XVI celebró la Santa Misa ante la basílica de San Juan de Letrán. Presidió luego la procesión eucarística que, recorriendo via Merulana, llegó hasta la basílica de Santa María la Mayor. Publicamos la homilía que el papa dirigió a los fieles en el curso de la celebración eucarística.
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¡Queridos hermanos y hermanas!
Esta tarde querría meditar con vosotros sobre dos aspectos, entre ellos conectados, del Misterio eucarístico: el culto de la Eucaristía y su sacralidad.
Es importante volverlos a tomar en consideración para preservarlos de visiones no completas del Misterio mismo, como aquellas que se han dado en el reciente pasado.
Sobre todo, una reflexión sobre el valor del culto eucarístico, en particular de la adoración del Santísimo Sacramento. Es la experiencia que también esta tarde viviremos tras la Misa, antes de la procesión, durante su desarrollo y al término. Una interpretación unilateral del Concilio Vaticano II ha penalizado esta dimensión, restringiendo en práctica la Eucaristía al momento celebrativo. En efecto, ha sido muy importante reconocer la centralidad de la celebración, en la que el Señor convoca a su pueblo, lo reúne en torno a la doble mesa de la Palabra y del Pan de vida, lo nutre y lo une a Sí en la ofrenda del Sacrificio. Esta valorización de la asamblea litúrgica, en la que el Señor actúa y realiza su misterio de comunión, sigue siendo naturalmente válida, pero debe resituarse en el justo equilibrio. En efecto –como a menudo sucede- para subrayar un aspecto se acaba por sacrificar otro. En este caso, la acentuación sobre la celebración de la Eucaristía ha ido en detrimento de la adoración, como acto de fe y de oración dirigido al Señor Jesús, realmente presente en el Sacramento del altar. Este desequilibrio ha tenido repercusiones también sobre la vida espiritual de los fieles. En efecto, concentrando toda la relación con Jesús Eucaristía en el único momento de la Santa Misa, se corre el riesgo de vaciar de su presencia el resto del tiempo y del espacio existenciales. Y así se percibe menos el sentido de la presencia constante de Jesús en medio de nosotros y con nosotros, una presencia concreta, cercana, entre nuestras casas, como “Corazón latiente” de la ciudad, del país, del territorio con sus diversas expresiones y actividades. El Sacramento de la Caridad de Cristo debe permear toda la vida cotidiana.
En realidad es equivocado contraponer la celebración y la adoración, como si estuvieran en competencia. Es justo lo contrario: el culto del Santísimo Sacramento es como el “ambiente” espiritual dentro del que la comunidad puede celebrar bien y en verdad la Eucaristía. Sólo si es precedida, acompañada y seguida de esta actitud interior de fe y de adoración, la acción litúrgica puede expresar su pleno significado y valor. El encuentro con Jesús en la Santa Misa se realiza verdadera y plenamente cuando la comunidad es capaz de reconocer que El, en el Sacramento, habita su casa, nos espera, nos invita a su mesa, y luego, después de que la asamblea se ha disuelto, permanece con nosotros, con su presencia discreta y silenciosa, y nos acompaña con su intercesión, recogiendo nuestro sacrificios espirituales y ofreciéndolos al Padre.
En este sentido, me gusta subrayar la experiencia que viviremos esta tarde juntos. En el momento de la adoración, estamos todos al mismo nivel, de rodillas ante el Sacramento del Amor. El sacerdocio común y el ministerial se encuentran unidos en el culto eucarístico. Es una experiencia muy bella y significativa, que hemos vivido diversas veces en la basílica de San Pedro, y también en las inolvidables vigilias con los jóvenes, recuerdo por ejemplo las de Colonia, Londres, Zagreb y Madrid. Es evidente a todos que estos momentos de vela eucarística preparan la celebración de la Santa Misa, preparan los corazones al encuentro, de manera que este resulta incluso más fructuoso. Estar todos en silencio prolongado ante el Señor presente en su Sacramento, es una de las experiencias más auténticas del nuestro ser Iglesia, que se acompaña en modo complementario con la de celebrar la Eucaristía, escuchando la Palabra de Dios, cantando, acercándose juntos a la mesa del Pan de vida. Comunión y contemplación no se pueden separar, van juntos. Para comunicar verdaderamente con otra persona debo conocerla, saber estar en silencio cerca de ella, escucharla, mirarla con amor. El verdadero amor y la verdadera amistad viven siempre de esta reciprocidad de miradas, de silencios intensos, elocuentes, plenos de respeto y veneración, de manera que el encuentro se viva profundamente, de modo personal y no superficial. Y lamentablemente, si falta esta dimensión, incluso la misma comunión sacramental puede llegar a ser, por nuestra parte, un gesto superficial. En cambio, en la verdadera comunión, preparada por el coloquio de la oración y de la vida, podemos decir al Señor palabras de confianza, como las que han resonado hace poco en el Salmo responsorial: “Yo soy tu siervo, hijo de tu esclava:/ tu has roto mis cadenas./ Te ofreceré un sacrificio de alabanza/ e invocaré el nombre del señor” (Sal 115,16-17).
Ahora querría pasar brevemente al segundo aspecto: la sacralidad de la Eucaristía. También aquí hemos sufrido en el pasado reciente un cierto malentendido del mensaje auténtico de la Sagrada Escritura. La novedad cristiana respecto al culto ha sido influenciada por una cierta mentalidad secular de los años sesenta y setenta del siglo pasado. Es verdad, y sigue siendo siempre válido, que el centro del culto ya no está en los ritos y en los sacrificios antiguos, sino en Cristo mismo, en su persona, en su vida, en su misterio pascual. Y sin embargo de esta novedad fundamental no se debe concluir que lo sacro no exista ya, sino que ha encontrado su cumplimiento en Jesucristo, Amor divino encarnado. La Carta a los Hebreos, que hemos escuchado esta tarde en la segunda lectura, nos habla precisamente de la novedad del sacerdocio de Cristo, “sumo sacerdote de los bienes futuros” (Heb 9,11), pero no dice que el sacerdocio se haya acabado. Cristo “es mediador de una alianza nueva” (Heb 9,15), establecida en su sangre, que purifica “nuestra conciencia de las obras de muerte” (Heb 9,14). El no ha abolido lo sagrado, sino que lo ha llevado a cumplimiento, inaugurando un nuevo culto, que es sí plenamente espiritual pero que sin embargo, mientras estamos en camino en el tiempo, se sirve todavía de signos y ritos, que desaparecerán sólo al final, en la Jerusalén celeste, donde no habrá ya ningún templo (cfr Ap 21,22). Gracias a Cristo, la sacralidad es más verdadera, más intensa, y, como sucede para los mandamientos, ¡también más exigente! No basta la observancia ritual, sino que se exige la purificación del corazón y la implicación de la vida.
Me gusta también subrayar que lo sacro tiene una función educativa, y su desaparición inevitablemente empobrece la cultura, en especial la formación de las nuevas generaciones. Si, por ejemplo, en nombre de una fe secularizada y no necesitada ya de signos sacros, fuera abolida esta procesión ciudadana del Corpus Domini, el perfil espiritual de Roma resultaría “aplanado”, y nuestra conciencia personal y comunitaria quedaría debilitada. O pensemos en una madre o un padre que, en nombre de una fe desacralizada, privaran a sus hijos de toda ritualidad religiosa: en realidad acabarían por dejar el campo libre a los tantos sucedáneos presentes en la sociedad de los consumos, a otros ritos y otros signos, que más fácilmente podrían convertirse en ídolos. Dios, nuestro Padre, no ha hecho así con la humanidad: ha enviado a su Hijo al mundo no para abolir, cino para dar cumplimiento también a lo sacro. En el culmen de esta misión, en la Última Cena, Jesús instituyó el Sacramento pascual. Actuando así se puso a sí mismo en el lugar de los sacrificios antiguos, pero hizo dentro de un rito, que mandó a los apóstoles perpetuar, como signo supremo del verdadero Sacro, que es El mismo. Con esta fe, queridos hermanos y hermanas, celebramos hoy y cada día el Misterio eucarístico y lo adoramos como centro de nuestra vida y corazón del mundo. Amén.
CORPUS CHRISTI: CREER, CELEBRAR Y VIVIR LA EUCARISTÍA
Carta semanal del Sr. Arzobispo ( Viernes 08 de Junio de 2012)
Dentro de muy pocos días vamos a celebrar la fiesta del Corpus Christi. En nuestra Archidiócesis de Valencia tiene una fuerza especial. En estos momentos que vivimos, esta fiesta abre horizontes para nuestras vidas y para la transformación del corazón de los hombres y de esta historia. Os hago una propuesta, no solamente a los cristianos, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: contemplad el misterio de la Eucaristía. Nuestro mundo está roto y deseoso de salidas nuevas, Europa busca y entrega alternativas diferentes, pero nada de lo que se está ofreciendo da salidas y transforma los corazones. Y lo necesario es, precisamente, un corazón como el de Jesucristo, preocupado por los otros, especialmente por los que más lo necesitan, un corazón que engendre obras de unidad y reconciliación entre los hombres, de ayuda mutua, de romper esos egoísmos que llevan siempre a decir “sálvese quien pueda”. Jesucristo nos ofrece otras maneras de construir nuestras relaciones, de tener salidas para todos y de que nuestro corazón esté vuelto a quienes más lo necesitan. Es verdad que una cosa es necesaria: para los que creen, urge proclamar con gozo y fe firme que Dios es comunión y que nos llama a todos los hombres a participar y comunicar esa misma comunión; para los que no creen, Él llama a que tengan el atrevimiento y la osadía de dejarle entrar en sus vidas por unos momentos, sin miedos a que les perjudique. Y es que Jesucristo es el punto central de la misma comunión. La Eucaristía, celebrada y contemplada, es el lugar privilegiado para vivir según Jesucristo, con su mismo amor, con sus mismas fuerzas hasta dar la vida por el otro. La Eucaristía nos sitúa siempre en la perspectiva de la solidaridad y de caridad, y es centro de comunión con Dios y con los hermanos.
La Eucaristía en la que creo: el Señor dándose a sí mismo y cambiando mi vida
La Eucaristía es un misterio que has de creer. A mí siempre me impresionaron aquellas palabras del diálogo de Jesús con Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 16-17). ¡Qué fuerza tienen estas palabras cuando vemos en ellas la referencia al pan que baja del cielo! Y es que en la Eucaristía el Señor no nos da algo, sino que se da a sí mismo, ofrece su cuerpo y derrama su sangre. Entrega su vida y es la fuente originaria del amor divino del que nosotros podemos ser partícipes y entregar y construir esta historia con ese amor. ¿Queremos hacer algo por este mundo? Hay muchos hombres y mujeres que están empeñados en hacer algo, en cambiar este mundo. Es verdad que lo hacen desde planteamientos y teorías muy diversas, pero también es cierto que lo que no cambia es el corazón del ser humano y, por ello, no hay transformaciones que entren en la raíz de los problemas y situaciones.
Sin embargo, el Señor nos dice algo especialmente importante, no es una teoría, es una realidad: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 51). En la Eucaristía nos llega la vida divina y con esa vida todo se hace de una manera diferente, no son mis fuerzas, es la misma fuerza de Dios que me impulsa a la comunión con todos los hombres y a dar el aliento de vida que cada uno necesite. ¡Qué maravilloso es ver cómo ya en la creación el ser humano fue llamado a compartir en cierta medida el aliento vital de Dios! Pero en Jesucristo eso se nos da sin medida, porque nos convertimos en partícipes de la intimidad divina. Nuestro Señor Jesucristo nos ha regalado la tarea de participar en su “hora” y es la Eucaristía la que nos hace partícipes y nos adentra en el acto oblativo del Señor. ¡Qué fuerza tiene para nosotros descubrir que la Eucaristía es constitutiva del ser y del actuar de la Iglesia! En la Eucaristía vivimos y contemplamos lo que es la suprema manifestación sacramental de la comunión en la Iglesia. La entrega del Señor ha de ser nuestra entrega.
La Eucaristía que celebro: forjadora de creatividad para dar vida
La Eucaristía es un misterio que hay que celebrar. En la belleza de la liturgia, en la belleza de la contemplación del misterio de la Eucaristía donde está realmente presente Jesucristo, en la belleza forjadora de creatividad que se experimenta cuando a Jesucristo lo mostramos por las calles en el misterio de la Eucaristía en la procesión del Corpus Christi, es donde mejor experimentamos lo que es vivir en fiesta y lo que es hacer partícipe de esta fiesta a todos los hombres. Así es como mejor entendemos también aquellas palabras de San Agustín: “Este pan que vosotros veis sobre el altar, santificado por la palabra de Dios, es el cuerpo de Cristo. Este cáliz, mejor dicho, lo que contiene el cáliz, santificado por la palabra de Dios, es sangre de Cristo. Por medio de estas cosas quiso el Señor dejarnos su cuerpo y sangre, que derramó para remisión de nuestros pecados. Si lo habéis recibido dignamente, vosotros sois lo mismo que habéis recibido” (San Agustín, Sermo 227, 1: PL 38, 1099). “No sólo nos hemos convertido en cristianos, sino en Cristo mismo” (San Agustín, In Iohannis Evangelium Tractatus, 21, 8: PL 35, 1568). Siempre me han impresionado unas palabras que mi catequista cuando tenía muy pocos años, me dijo: “En la Eucaristía, Jesucristo viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros”. Cuando adoramos al Señor fuera de la celebración de la Misa, prolongamos e intensificamos lo acontecido en la misma celebración y maduramos más aún la acogida del Señor y la misión social contenida en la Eucaristía que rompe las barreras que nos separan a los hombres de Dios y de los demás.
La Eucaristía de la que vivo, me transforma y me orienta en el compromiso
La Eucaristía es un misterio que hay que vivir. Nosotros, gracias a la Eucaristía y, por tanto, gracias a Jesucristo, acabamos por ser cambiados misteriosamente, ya que Él nos alimenta y nos une, como decía San Agustín “nos atrae hacia sí”. ¡Qué belleza tiene la vida humana cuando es ganada por Cristo y nos hace vivir según Él en medio de este mundo! La Eucaristía lleva dentro de sí la fuerza transformadora que solamente Dios puede dar al corazón del hombre. Nada puede cambiar al hombre como lo hace Dios mismo. Por eso, en momentos en los que hay que dar soluciones a la vida y a las relaciones entre los hombres, dejarnos ganar por la presencia real de Jesucristo no es algo secundario sino fundamental. La Eucaristía realiza la transfiguración progresiva del hombre, que ha sido llamado a ser por gracia imagen del Hijo de Dios (cf. Rm 8, 29s). Con la Eucaristía todo lo auténticamente humano se llega a vivir en plenitud. Hay algo que es preciso y urgente vivir: entrar en este mundo como lo hizo Nuestro Señor, regalando a los hombres con palabras y obras la dignidad de la que Dios les hizo partícipes. Esto no es posible más que viviendo la comunión entendida en relación con el misterio eucarístico. La comunión tiene dos connotaciones inseparables: la comunión vertical, es decir, con Dios; y la comunión horizontal, es decir, con los hombres que en Cristo se han convertido en hermanos y hermanas nuestros. Por eso tiene tanta importancia esta comunión, incluso en la construcción de la vida de cada día entre los hombres y los pueblos.
Allí donde se destruye la comunión con Dios, se destruye la raíz y el manantial de la comunión entre los hombres y, por tanto, el ejercicio práctico del amor verdadero que es el que viene de Dios y nunca olvida a nadie.
Con gran afecto y mi bendición
+ Carlos, Arzobispo de Valencia
Dentro de muy pocos días vamos a celebrar la fiesta del Corpus Christi. En nuestra Archidiócesis de Valencia tiene una fuerza especial. En estos momentos que vivimos, esta fiesta abre horizontes para nuestras vidas y para la transformación del corazón de los hombres y de esta historia. Os hago una propuesta, no solamente a los cristianos, a todos los hombres y mujeres de buena voluntad: contemplad el misterio de la Eucaristía. Nuestro mundo está roto y deseoso de salidas nuevas, Europa busca y entrega alternativas diferentes, pero nada de lo que se está ofreciendo da salidas y transforma los corazones. Y lo necesario es, precisamente, un corazón como el de Jesucristo, preocupado por los otros, especialmente por los que más lo necesitan, un corazón que engendre obras de unidad y reconciliación entre los hombres, de ayuda mutua, de romper esos egoísmos que llevan siempre a decir “sálvese quien pueda”. Jesucristo nos ofrece otras maneras de construir nuestras relaciones, de tener salidas para todos y de que nuestro corazón esté vuelto a quienes más lo necesitan. Es verdad que una cosa es necesaria: para los que creen, urge proclamar con gozo y fe firme que Dios es comunión y que nos llama a todos los hombres a participar y comunicar esa misma comunión; para los que no creen, Él llama a que tengan el atrevimiento y la osadía de dejarle entrar en sus vidas por unos momentos, sin miedos a que les perjudique. Y es que Jesucristo es el punto central de la misma comunión. La Eucaristía, celebrada y contemplada, es el lugar privilegiado para vivir según Jesucristo, con su mismo amor, con sus mismas fuerzas hasta dar la vida por el otro. La Eucaristía nos sitúa siempre en la perspectiva de la solidaridad y de caridad, y es centro de comunión con Dios y con los hermanos.
La Eucaristía en la que creo: el Señor dándose a sí mismo y cambiando mi vida
La Eucaristía es un misterio que has de creer. A mí siempre me impresionaron aquellas palabras del diálogo de Jesús con Nicodemo: “Tanto amó Dios al mundo, que entregó a su Hijo único, para que no perezca ninguno de los que creen en él, sino que tengan vida eterna. Porque Dios no mandó a su hijo al mundo para condenar al mundo, sino para que el mundo se salve por él” (Jn 3, 16-17). ¡Qué fuerza tienen estas palabras cuando vemos en ellas la referencia al pan que baja del cielo! Y es que en la Eucaristía el Señor no nos da algo, sino que se da a sí mismo, ofrece su cuerpo y derrama su sangre. Entrega su vida y es la fuente originaria del amor divino del que nosotros podemos ser partícipes y entregar y construir esta historia con ese amor. ¿Queremos hacer algo por este mundo? Hay muchos hombres y mujeres que están empeñados en hacer algo, en cambiar este mundo. Es verdad que lo hacen desde planteamientos y teorías muy diversas, pero también es cierto que lo que no cambia es el corazón del ser humano y, por ello, no hay transformaciones que entren en la raíz de los problemas y situaciones.
Sin embargo, el Señor nos dice algo especialmente importante, no es una teoría, es una realidad: “Yo soy el pan vivo que ha bajado del cielo: el que coma de este pan vivirá para siempre. Y el pan que yo daré es mi carne para la vida del mundo” (Jn 6, 51). En la Eucaristía nos llega la vida divina y con esa vida todo se hace de una manera diferente, no son mis fuerzas, es la misma fuerza de Dios que me impulsa a la comunión con todos los hombres y a dar el aliento de vida que cada uno necesite. ¡Qué maravilloso es ver cómo ya en la creación el ser humano fue llamado a compartir en cierta medida el aliento vital de Dios! Pero en Jesucristo eso se nos da sin medida, porque nos convertimos en partícipes de la intimidad divina. Nuestro Señor Jesucristo nos ha regalado la tarea de participar en su “hora” y es la Eucaristía la que nos hace partícipes y nos adentra en el acto oblativo del Señor. ¡Qué fuerza tiene para nosotros descubrir que la Eucaristía es constitutiva del ser y del actuar de la Iglesia! En la Eucaristía vivimos y contemplamos lo que es la suprema manifestación sacramental de la comunión en la Iglesia. La entrega del Señor ha de ser nuestra entrega.
La Eucaristía que celebro: forjadora de creatividad para dar vida
La Eucaristía es un misterio que hay que celebrar. En la belleza de la liturgia, en la belleza de la contemplación del misterio de la Eucaristía donde está realmente presente Jesucristo, en la belleza forjadora de creatividad que se experimenta cuando a Jesucristo lo mostramos por las calles en el misterio de la Eucaristía en la procesión del Corpus Christi, es donde mejor experimentamos lo que es vivir en fiesta y lo que es hacer partícipe de esta fiesta a todos los hombres. Así es como mejor entendemos también aquellas palabras de San Agustín: “Este pan que vosotros veis sobre el altar, santificado por la palabra de Dios, es el cuerpo de Cristo. Este cáliz, mejor dicho, lo que contiene el cáliz, santificado por la palabra de Dios, es sangre de Cristo. Por medio de estas cosas quiso el Señor dejarnos su cuerpo y sangre, que derramó para remisión de nuestros pecados. Si lo habéis recibido dignamente, vosotros sois lo mismo que habéis recibido” (San Agustín, Sermo 227, 1: PL 38, 1099). “No sólo nos hemos convertido en cristianos, sino en Cristo mismo” (San Agustín, In Iohannis Evangelium Tractatus, 21, 8: PL 35, 1568). Siempre me han impresionado unas palabras que mi catequista cuando tenía muy pocos años, me dijo: “En la Eucaristía, Jesucristo viene a nuestro encuentro y desea unirse a nosotros”. Cuando adoramos al Señor fuera de la celebración de la Misa, prolongamos e intensificamos lo acontecido en la misma celebración y maduramos más aún la acogida del Señor y la misión social contenida en la Eucaristía que rompe las barreras que nos separan a los hombres de Dios y de los demás.
La Eucaristía de la que vivo, me transforma y me orienta en el compromiso
La Eucaristía es un misterio que hay que vivir. Nosotros, gracias a la Eucaristía y, por tanto, gracias a Jesucristo, acabamos por ser cambiados misteriosamente, ya que Él nos alimenta y nos une, como decía San Agustín “nos atrae hacia sí”. ¡Qué belleza tiene la vida humana cuando es ganada por Cristo y nos hace vivir según Él en medio de este mundo! La Eucaristía lleva dentro de sí la fuerza transformadora que solamente Dios puede dar al corazón del hombre. Nada puede cambiar al hombre como lo hace Dios mismo. Por eso, en momentos en los que hay que dar soluciones a la vida y a las relaciones entre los hombres, dejarnos ganar por la presencia real de Jesucristo no es algo secundario sino fundamental. La Eucaristía realiza la transfiguración progresiva del hombre, que ha sido llamado a ser por gracia imagen del Hijo de Dios (cf. Rm 8, 29s). Con la Eucaristía todo lo auténticamente humano se llega a vivir en plenitud. Hay algo que es preciso y urgente vivir: entrar en este mundo como lo hizo Nuestro Señor, regalando a los hombres con palabras y obras la dignidad de la que Dios les hizo partícipes. Esto no es posible más que viviendo la comunión entendida en relación con el misterio eucarístico. La comunión tiene dos connotaciones inseparables: la comunión vertical, es decir, con Dios; y la comunión horizontal, es decir, con los hombres que en Cristo se han convertido en hermanos y hermanas nuestros. Por eso tiene tanta importancia esta comunión, incluso en la construcción de la vida de cada día entre los hombres y los pueblos.
Allí donde se destruye la comunión con Dios, se destruye la raíz y el manantial de la comunión entre los hombres y, por tanto, el ejercicio práctico del amor verdadero que es el que viene de Dios y nunca olvida a nadie.
Con gran afecto y mi bendición
+ Carlos, Arzobispo de Valencia
jueves, 7 de junio de 2012
UNA ORACIÓN DEL SACERDOTE Y PERIODISTA ANTONIO DIAZ TORTAJADA EN RECUERDO Y HOMENAJE A MANOLO PRECIADO.- Vamos a transcribir la
oración que Antonio Diaz Tortajada, sacerdote y periodista, compuso para
la visita que el Levante UD. SAD. realizó a la parroquia Nuestra Señora
del Rosario el 9 de junio de 2004, tras lograr el Jerez, el ansiado
retorno a Primera, 40 años despues. Hoy si cabe esta oración tiene más
actualidad. La vamos a recordar:
Oración del Levante UD en su visita a la parroquia del Rosario (9-junio-2004) con motivo de su ascenso a primera división.
Señor:
En el estadio todos juegan, aunque sólo uno gana.
Los futbolistas del Levante Unión Deportiva
aquí estamos con nuestro triunfo,
signo de una larga vida vivida con lucha, esfuerzo y trabajo.
Con esta plegaria a los pies de tu Madre Nuestra Señora del Rosario, en estos Poblados Marítimos nos unimos, como un grandioso coro, para expresarte un himno de alabanza y acción de gracias.
Queremos dar gracias a Dios por el don del deporte,
con el que como hombres ejercitamos nuestro cuerpo,
nuestra inteligencia y nuestra voluntad,
reconociendo que estas capacidades son dones del Creador.
Queremos vivir una vida deportiva como afirmación de los valores más importantes de los hombres como la lealtad,
la perseverancia, la amistad, la comunión y la solidaridad.
Queremos que el fútbol se difunda en todos los rincones del mundo, superando la diversidad de culturas y naciones.
Queremos convertir el fútbol en ocasión de encuentro y de diálogo, superando cualquier barrera de lengua, raza y cultura.
Queremos que el fútbol pueda dar una valiosa aportación
al entendimiento pacífico entre los pueblos
y contribuir de esta forma a que se consolide en el mundo
la cultura de la vida, del servicio y del amor.
Que busquemos, Señor, día a día, la ocasión de encontrar
un nuevo impulso creativo y estimulante,
para que el fútbol responda, sin desnaturalizarse,
a las exigencias de nuestro tiempo:
un deporte que tutele a los débiles y no excluya a nadie,
libere a los jóvenes del riesgo de la apatía y de la indiferencia, y suscite en ellos un santo espíritiu de competición;
un deporte que contribuya a hacer que se ame la vida
y que eduque para el sacrificio, el respeto y la responsabilidad,
llevando a una plena revalorización de toda persona humana.
Señor Jesucristo, ayúdanos a ser tus amigos y testigos de tu amor.
Ayúdanos a poner en la ascésis personal el mismo empeño
que ponemos en el estadio;
ayúdanos a realizar una armoniosa y coherente unidad
de cuerpo y espíritu, para alcanzar tu inestimable premio:
Una corona que no se marchita y que dura para siempre. Amén
Autor: Antonio DIAZ TORTAJADA, Sacerdote y Periodista
Oración del Levante UD en su visita a la parroquia del Rosario (9-junio-2004) con motivo de su ascenso a primera división.
Señor:
En el estadio todos juegan, aunque sólo uno gana.
Los futbolistas del Levante Unión Deportiva
aquí estamos con nuestro triunfo,
signo de una larga vida vivida con lucha, esfuerzo y trabajo.
Con esta plegaria a los pies de tu Madre Nuestra Señora del Rosario, en estos Poblados Marítimos nos unimos, como un grandioso coro, para expresarte un himno de alabanza y acción de gracias.
Queremos dar gracias a Dios por el don del deporte,
con el que como hombres ejercitamos nuestro cuerpo,
nuestra inteligencia y nuestra voluntad,
reconociendo que estas capacidades son dones del Creador.
Queremos vivir una vida deportiva como afirmación de los valores más importantes de los hombres como la lealtad,
la perseverancia, la amistad, la comunión y la solidaridad.
Queremos que el fútbol se difunda en todos los rincones del mundo, superando la diversidad de culturas y naciones.
Queremos convertir el fútbol en ocasión de encuentro y de diálogo, superando cualquier barrera de lengua, raza y cultura.
Queremos que el fútbol pueda dar una valiosa aportación
al entendimiento pacífico entre los pueblos
y contribuir de esta forma a que se consolide en el mundo
la cultura de la vida, del servicio y del amor.
Que busquemos, Señor, día a día, la ocasión de encontrar
un nuevo impulso creativo y estimulante,
para que el fútbol responda, sin desnaturalizarse,
a las exigencias de nuestro tiempo:
un deporte que tutele a los débiles y no excluya a nadie,
libere a los jóvenes del riesgo de la apatía y de la indiferencia, y suscite en ellos un santo espíritiu de competición;
un deporte que contribuya a hacer que se ame la vida
y que eduque para el sacrificio, el respeto y la responsabilidad,
llevando a una plena revalorización de toda persona humana.
Señor Jesucristo, ayúdanos a ser tus amigos y testigos de tu amor.
Ayúdanos a poner en la ascésis personal el mismo empeño
que ponemos en el estadio;
ayúdanos a realizar una armoniosa y coherente unidad
de cuerpo y espíritu, para alcanzar tu inestimable premio:
Una corona que no se marchita y que dura para siempre. Amén
Autor: Antonio DIAZ TORTAJADA, Sacerdote y Periodista
sábado, 2 de junio de 2012
Ante la muerte de Pascual Ribera
Por Antonio Díaz TORTAJADA
Sacerdote-Periodista
Querido cofrade:
Aunque algunos imaginábamos el desenlace, siempre nos resistíamos a creer en la inminencia de su partida. La muerte jugó con nuestro amigo Pascual muchas partidas de ajedrez. Siempre le hacia jake, hasta que esta tarde primera de junio le ha hecho jake-mate.
En este momento de profunda oscuridad para nuestras vidas por la muerte de nuestro común amigo la Palabra de Dios quiere salir más que nunca a nuestro encuentro para iluminanos, reconfortanos y dar sentido a lo que estamos viviendo.
Quizá la desesperanza, el desaliento, el llanto y una profunda tristeza a malas penas nos deja sosteneros. Me gustaría que estas líneas nacidas desde la fe en Cristo de la Pascua fueran para todos nosotros un pequeño alivio, el apoyo del que se siente derrumbado y no sabe porqué, el que se enfrenta a la cara más dura de la vida.
Deseo pedir a Dios con fuerza para que nos sostenga, Él que conoció el mayor de los sufrimientos. Y le pido también que aleje de nosotros la tentación de abandonar a Dios en estos momentos. Es más. La tentación de pensar que Dios nos ha abandonado o se ha desentendido de nosotros. Es justo al contrario. Sabemos con certeza que su presencia, su Gracia, su consuelo está ahora más vivo que nunca entre nosotros.¡Cuánto sufre nuestro Señor al ver este trago amargo que hemos de beber! Pero quiere Cristo nuestro Señor que de esta copa de amargura podamos hacernos más fuertes, quiere Él que podamos afrontar nuestro paso por este mundo con la conciencia aún más clara acerca del valor exacto que tiene nuestra vida.
Abramos nuestro corazón a la esperanza que Cristo nos ha traído con su muerte y resurrección. La pasión de Cristo no fue en vano. El tesoro de gracia que de nuestra fe en Él se desprende es de incalculable valor. Nuestra vida no tiene sentido sin Dios y su promesa de vida eterna. ¡Esta es la cuestión! ¿Seguimos creyendo y esperando en la vida eterna?
No desesperemos de la fe que bañada en sangre por tantos mártires nos ha sido transmitida, según la cual hemos nacido para siempre, nuestro paso por este mundo no es sino un entrenamiento, una decisión en favor o en contra del Dios que nos ama y nos ha preparado un hogar eterno, la paz perpetua, la dicha definitiva hacia la cual deberíamos estar trabajando.
La despedida, pues, del cristiano a nuestro amigo Pascual, no consiste en decirle un “hasta siempre” sino un“hasta pronto”. No nos separamos definitivamente de nuestros seres queridos porque Dios es la vida y en Él estaremos siempre, estamos en sus manos, y la única forma de perdernos esta dicha es persistiendo en el pecado y rechazar libre y conscientemente a Dios y su amor. ¡Confiemos en esta promesa! ¡Pedamos a Dios la fuerza para que aumente nuestra esperanza en encontrar un día todos nosotros la unidad que ahora la muerte ha interrumpido bruscamente, de reencontraros con Pascual. !Os parece un milagro ¿verdad? Y es que lo es, pero un milagro que podemos esperar si el vacío que ha dejado esta ausencia lo completamos con el único que puede comprenderos, daros luz y sentido en lo que estáis viviendo: Jesús, el Señor.
Me ha llegado la noticia de la muerte de Pascual teniendo un libro abierto entre mis manos: Las obras de san Juan de la Cruz, que he releído estos meses porque me ayudan en la oración personal.
Querido cofrade: Te transcribo algunos fragmentos del poema “Aunque es de noche”.
Qué bien sé yo la fonte que mana y corre:
aunque es de noche!
Su claridad nunca es oscurecida,
y sé que toda luz de ella es venida,
aunque es de noche!
Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida,
aunque es de noche!
Aquesta viva fuente que deseo
en este pan de vida yo la veo,
aunque es de noche!
Por otra parte, querido cofrade “de madrugada”, nos dice el relato lucano, es decir, todavía de noche, las mujeres, que “se mantenian una distancia” , inician un movimiento de proximidad.hacia Jesús muerto. Caminan hacia el sepulcro.
Cuando Jesús expira, al mediodía, se oscurece el sol y toda la región queda en tinieblas: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Es la noche! Y reina un gran silencio y soledad. Y, sin embargo, la muerte del Señor, tiene un aspecto opuesto, totalmente positivo, fuente de consolación y de esperanza. En el símbolo apostólico se decimos: “Descendió a los infiernos”. Sucede en el Sábado Santo, “tierra de nadie”, entre la muerte y la resurrección. “Tierra de nadie”, la noche más obscura, la del abandono más absoluto. En ella, nos encontramos creyentes y no creyentes. También por esto la podemos llamar “tierra de nadie”. Y sucede lo impensable: Que el Amor ha penetrado “en los infiernos”, es decir, que en la oscuridad extrema de la soledad humana más absoluta nosotros podemos estrechar una mano, la de Cristo, que nos conduce a la luz.
El ser humano vive por el hecho que es amado y puede amar; y si también en el espacio de la muerte ha penetrado el amor, quiere decir que incluso allí ha llegado la vida. Ya nunca más estaremos solos.
¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Aunque “es de noche” para nuestro ojos. Es la Pascua, el paso del Señor por nuestras vidas. Tránsito, lo llamamos los cristianos. En compañía, porque quien tiene fe nunca está solo. Y aunque morimos, vivimos para siempre con el Señor.
Debemos saber que el mayor bien y beneficio que podemos hacer a nuestro amigo Pascual es orar por la paz de su alma, que ahora se encuentra cara a cara con el amor y la misericordia de Dios. ¡Qué encuentro tan hermoso, pero también tan temible! ¿De qué podemos temer al estar en la presencia de Dios? De no haber respondido a tanto amor como Dios nos da. De haber renunciado a amar, servir a los nuestros. De no haber dado la cara por Jesús, haberlo ignorado cuando Él es nuestra única Vida después de esta vida.
Dios no conoce otra forma de ser que el amor. Su amor por nosotros no tiene condiciones, es eterno, irrevocable. Somos nosotros, en cambio, los que podemos persistir en el pecado y la indiferencia y romper este lazo indestructible. Por eso debemos hoy orar por Pascual. Únete, cuando puedas, a la Eucaristía, para que el sacrificio de Jesús beneficie a Pascual. y le ayude a acercarse al Señor para que pueda estar definitivamente con Él, como todos nosotros esperamos.
Pidamos finalmente a María, nuestra Madre querida y Reina de los Ángeles a quien amaba que tenga compasión de nosotros, que cuide de nosotros, que nos ilumine y nos fortalezca para que sigamos firmes y valientes en esta escalada hacia el cielo, nuestro hogar definitivo. Hagámoslo recordando las palabras de Jesús: “Yo Soy la Resurrección y la Vida, el que cree en Mí aunque haya muerto, vivirá; y el que cree en Mí y está vivo, no morirá para siempre. ¿Creéis esto?”
Un abrazo, Antonio
Sacerdote-Periodista
Querido cofrade:
Aunque algunos imaginábamos el desenlace, siempre nos resistíamos a creer en la inminencia de su partida. La muerte jugó con nuestro amigo Pascual muchas partidas de ajedrez. Siempre le hacia jake, hasta que esta tarde primera de junio le ha hecho jake-mate.
En este momento de profunda oscuridad para nuestras vidas por la muerte de nuestro común amigo la Palabra de Dios quiere salir más que nunca a nuestro encuentro para iluminanos, reconfortanos y dar sentido a lo que estamos viviendo.
Quizá la desesperanza, el desaliento, el llanto y una profunda tristeza a malas penas nos deja sosteneros. Me gustaría que estas líneas nacidas desde la fe en Cristo de la Pascua fueran para todos nosotros un pequeño alivio, el apoyo del que se siente derrumbado y no sabe porqué, el que se enfrenta a la cara más dura de la vida.
Deseo pedir a Dios con fuerza para que nos sostenga, Él que conoció el mayor de los sufrimientos. Y le pido también que aleje de nosotros la tentación de abandonar a Dios en estos momentos. Es más. La tentación de pensar que Dios nos ha abandonado o se ha desentendido de nosotros. Es justo al contrario. Sabemos con certeza que su presencia, su Gracia, su consuelo está ahora más vivo que nunca entre nosotros.¡Cuánto sufre nuestro Señor al ver este trago amargo que hemos de beber! Pero quiere Cristo nuestro Señor que de esta copa de amargura podamos hacernos más fuertes, quiere Él que podamos afrontar nuestro paso por este mundo con la conciencia aún más clara acerca del valor exacto que tiene nuestra vida.
Abramos nuestro corazón a la esperanza que Cristo nos ha traído con su muerte y resurrección. La pasión de Cristo no fue en vano. El tesoro de gracia que de nuestra fe en Él se desprende es de incalculable valor. Nuestra vida no tiene sentido sin Dios y su promesa de vida eterna. ¡Esta es la cuestión! ¿Seguimos creyendo y esperando en la vida eterna?
No desesperemos de la fe que bañada en sangre por tantos mártires nos ha sido transmitida, según la cual hemos nacido para siempre, nuestro paso por este mundo no es sino un entrenamiento, una decisión en favor o en contra del Dios que nos ama y nos ha preparado un hogar eterno, la paz perpetua, la dicha definitiva hacia la cual deberíamos estar trabajando.
La despedida, pues, del cristiano a nuestro amigo Pascual, no consiste en decirle un “hasta siempre” sino un“hasta pronto”. No nos separamos definitivamente de nuestros seres queridos porque Dios es la vida y en Él estaremos siempre, estamos en sus manos, y la única forma de perdernos esta dicha es persistiendo en el pecado y rechazar libre y conscientemente a Dios y su amor. ¡Confiemos en esta promesa! ¡Pedamos a Dios la fuerza para que aumente nuestra esperanza en encontrar un día todos nosotros la unidad que ahora la muerte ha interrumpido bruscamente, de reencontraros con Pascual. !Os parece un milagro ¿verdad? Y es que lo es, pero un milagro que podemos esperar si el vacío que ha dejado esta ausencia lo completamos con el único que puede comprenderos, daros luz y sentido en lo que estáis viviendo: Jesús, el Señor.
Me ha llegado la noticia de la muerte de Pascual teniendo un libro abierto entre mis manos: Las obras de san Juan de la Cruz, que he releído estos meses porque me ayudan en la oración personal.
Querido cofrade: Te transcribo algunos fragmentos del poema “Aunque es de noche”.
Qué bien sé yo la fonte que mana y corre:
aunque es de noche!
Su claridad nunca es oscurecida,
y sé que toda luz de ella es venida,
aunque es de noche!
Aquesta eterna fonte está escondida
en este vivo pan por darnos vida,
aunque es de noche!
Aquesta viva fuente que deseo
en este pan de vida yo la veo,
aunque es de noche!
Por otra parte, querido cofrade “de madrugada”, nos dice el relato lucano, es decir, todavía de noche, las mujeres, que “se mantenian una distancia” , inician un movimiento de proximidad.hacia Jesús muerto. Caminan hacia el sepulcro.
Cuando Jesús expira, al mediodía, se oscurece el sol y toda la región queda en tinieblas: “Padre, a tus manos encomiendo mi espíritu”. Es la noche! Y reina un gran silencio y soledad. Y, sin embargo, la muerte del Señor, tiene un aspecto opuesto, totalmente positivo, fuente de consolación y de esperanza. En el símbolo apostólico se decimos: “Descendió a los infiernos”. Sucede en el Sábado Santo, “tierra de nadie”, entre la muerte y la resurrección. “Tierra de nadie”, la noche más obscura, la del abandono más absoluto. En ella, nos encontramos creyentes y no creyentes. También por esto la podemos llamar “tierra de nadie”. Y sucede lo impensable: Que el Amor ha penetrado “en los infiernos”, es decir, que en la oscuridad extrema de la soledad humana más absoluta nosotros podemos estrechar una mano, la de Cristo, que nos conduce a la luz.
El ser humano vive por el hecho que es amado y puede amar; y si también en el espacio de la muerte ha penetrado el amor, quiere decir que incluso allí ha llegado la vida. Ya nunca más estaremos solos.
¿Por qué buscáis entre los muertos al que vive? No está aquí. Ha resucitado. Aunque “es de noche” para nuestro ojos. Es la Pascua, el paso del Señor por nuestras vidas. Tránsito, lo llamamos los cristianos. En compañía, porque quien tiene fe nunca está solo. Y aunque morimos, vivimos para siempre con el Señor.
Debemos saber que el mayor bien y beneficio que podemos hacer a nuestro amigo Pascual es orar por la paz de su alma, que ahora se encuentra cara a cara con el amor y la misericordia de Dios. ¡Qué encuentro tan hermoso, pero también tan temible! ¿De qué podemos temer al estar en la presencia de Dios? De no haber respondido a tanto amor como Dios nos da. De haber renunciado a amar, servir a los nuestros. De no haber dado la cara por Jesús, haberlo ignorado cuando Él es nuestra única Vida después de esta vida.
Dios no conoce otra forma de ser que el amor. Su amor por nosotros no tiene condiciones, es eterno, irrevocable. Somos nosotros, en cambio, los que podemos persistir en el pecado y la indiferencia y romper este lazo indestructible. Por eso debemos hoy orar por Pascual. Únete, cuando puedas, a la Eucaristía, para que el sacrificio de Jesús beneficie a Pascual. y le ayude a acercarse al Señor para que pueda estar definitivamente con Él, como todos nosotros esperamos.
Pidamos finalmente a María, nuestra Madre querida y Reina de los Ángeles a quien amaba que tenga compasión de nosotros, que cuide de nosotros, que nos ilumine y nos fortalezca para que sigamos firmes y valientes en esta escalada hacia el cielo, nuestro hogar definitivo. Hagámoslo recordando las palabras de Jesús: “Yo Soy la Resurrección y la Vida, el que cree en Mí aunque haya muerto, vivirá; y el que cree en Mí y está vivo, no morirá para siempre. ¿Creéis esto?”
Un abrazo, Antonio
LOS SANTOS DE NUESTRO TIEMPO, un libro de Jose María Salaverri
(Redacción)
La editorial católica PPC acaba de publicar “Orar con los santo de nuestro tiempo”. Un libro en el que 52 “santos” del siglo XX y hasta 2008 nos interpelan con su vida, nos hacen meditar con sus pensamientos, nos proponen a elevar nuestra mente a Dios, nos invitan a seguirles. A través de una excelente presentación gráfica podemos conocer sus rostros Preguntamos al autor, el sacerdote marianista y biografo del 'venerable Faustino' José María Salaverri, cómo se le ocurrió escribirlo y qué pretende con ello porque desde luego, con estos santos de nuestro tiempo se nos hace mucho mász facil rezar y estar cerca de ellos.
¿Por qué se ha limitado precisamente a los santos de esos años?
- A primera vista nuestro tiempo ha sido un tiempo calamitoso. Nuestro tiempo tiene, por decirlo así, mala prensa. Dos guerras mundiales, muchas locales, persecuciones terribles a los cristianos, el Holocausto, pérdida de valores, terrorismo, droga, etc… Sin embargo hay más gente buena que mala. Y en medio de todo eso, hay santos, muchos santos. Lo hago notar en la introducción. Siempre en los tiempos duros Dios se ha buscado santos –conocidos algunos, anónimos la inmensa mayoría- que compensen el mal de su tiempo.
Si hay tantos santos hoy ¿qué criterio ha seguido para seleccionar esos 52?
- Ante todo le diré que el texto de cada uno de esos santo no fue escrito en el orden cronológico en que figuran en el libro. Los escribía mensualmente para la revista EL REINO, de los Padres Reparadores, según me viniera bien. Pero sí que seguía ciertas pautas: que hubiera santos de lugares y países variados, hombres y mujeres, niños, adolescentes y personas maduras, religiosos y seglares, de movimientos o congregaciones diferentes, de profesiones diversas… Como han sido años de persecuciones, he procurado que hubiera algún mártir representante de cada una de ellas…En resumen, una manera de poner de relieve el llamamiento universal a la santidad; para recordar que todos estamos llamados a ella, cada uno en su circunstancia..
He notado que hay incluso políticos…
- Efectivamente ¡nada menos que seis!… De los “padres de la Unión Europea”, que eran católicos, hay dos en proceso de beatificación: Robert Schuman y Alcide de Gasperi… Hay un emperador, un presidente de república, un alcalde famoso…
Por lo que he visto ha escogido usted personas que están en alguna de las fases del reconocimiento “oficial” de su santidad por la Iglesia: Siervo de Dios, Venerable, Beato, Santo… Y me ha llamado la atención que el rey Balduino, por ejemplo, no está en ninguna de ellas, pero lo ha incluido.
- Tiene razón he procurado seleccionar personas de las que la Iglesia ha sancionado su santidad o está en camino de hacerlo. ¡No quiero canonizar por mi cuenta a nadie!. Sólo en tres ocasiones he hecho una excepción, entre ellas Balduino, rey de los belgas. Tengo para mí que fue un santo y si no se ha empezado su proceso ha sido, creo yo, por causas políticas. Por cierto que le habrá tal vez extrañado que hay incluso un no bautizado, o mejor dicho de “bautizado de deseo”, Henri Bergson
Me ha parecido muy interesante que al final haya puesto una cronología de los principales acontecimientos de la historia del siglo XX hasta hoy, y entreverados en ellos la fecha de la muerte, o como dice la Iglesia, el “nacimiento para el cielo” de cada uno de esos santos. Lo titula “El mundo que les tocó vivir”…
- Ha sido para que nos demos cuenta qué noticias leían ellos en los periódicos de su tiempo, los acontecimientos que les preocupaban, el ambiente que les rodeaba… Es conocida la frase de Ortega y Gasset “Yo soy yo y mi circunstancia”, pero se conoce menos cómo prosigue “…y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Este capítulo último quiere dar a entender que estos santos y los millones de anónimos más, esparcidos como sal evangélica en la historia del mundo son los que han salvado de algún modo la “circunstancia”.
En cada santo hay un apartado que usted llama “un momento de gracia en su vida”. ¿a qué se refiere?
- Estoy convencido que en la vida de cada persona hay momentos-clave en los que el Señor nos pide algo. Momentos que pueden ser muy sencillos, pero que son un llamamiento, una ocasión de decir un Si al Señor. La mayor parte no tienen lugar en ocasiones por decirlo así solemnes u oficiales. En ese apartado, con la anécdota intento señalar algún de esos momento de su vida, o por lo menos revelar algún rasgo de la espiritualidad. de cada uno.
Otro apartado lo titula “Para rezar con él y como él”… ¿cómo ha podido encontrar oraciones escritas por ellos? Algunos no habrán dejado ninguna escrita…
- Tiene razón. Algunos han dejado muchas, otros ninguna. Para estos últimos lo he suplido convirtiendo en oración algún escrito suyo; o poniendo alguna oración relacionada con su vida y sus actividades. Hay un caso simpático: la hija religiosa de Alcide de Gásperi compuso oraciones para que su padre las rezara en sus viajes…
Para terminar ¿qué desearía para los lectores de este libros?
- Ya lo señalo allí: despertar el santo dormido que todos llevamos dentro… Que al leer su vida, al meditar sus pensamientos, al responder a la pregunta personal que hay al final de cada capítulo, nos digamos lo de san Ignacio: “Lo que ellos hicieron ¿por qué no yo?”. A mi estilo, en mi circunstancia, con mi vocación… personal… pero con el mismo espíritu: amando a Dios y sirviéndole a Él en los demás.
Mayo de 2012
La editorial católica PPC acaba de publicar “Orar con los santo de nuestro tiempo”. Un libro en el que 52 “santos” del siglo XX y hasta 2008 nos interpelan con su vida, nos hacen meditar con sus pensamientos, nos proponen a elevar nuestra mente a Dios, nos invitan a seguirles. A través de una excelente presentación gráfica podemos conocer sus rostros Preguntamos al autor, el sacerdote marianista y biografo del 'venerable Faustino' José María Salaverri, cómo se le ocurrió escribirlo y qué pretende con ello porque desde luego, con estos santos de nuestro tiempo se nos hace mucho mász facil rezar y estar cerca de ellos.
¿Por qué se ha limitado precisamente a los santos de esos años?
- A primera vista nuestro tiempo ha sido un tiempo calamitoso. Nuestro tiempo tiene, por decirlo así, mala prensa. Dos guerras mundiales, muchas locales, persecuciones terribles a los cristianos, el Holocausto, pérdida de valores, terrorismo, droga, etc… Sin embargo hay más gente buena que mala. Y en medio de todo eso, hay santos, muchos santos. Lo hago notar en la introducción. Siempre en los tiempos duros Dios se ha buscado santos –conocidos algunos, anónimos la inmensa mayoría- que compensen el mal de su tiempo.
Si hay tantos santos hoy ¿qué criterio ha seguido para seleccionar esos 52?
- Ante todo le diré que el texto de cada uno de esos santo no fue escrito en el orden cronológico en que figuran en el libro. Los escribía mensualmente para la revista EL REINO, de los Padres Reparadores, según me viniera bien. Pero sí que seguía ciertas pautas: que hubiera santos de lugares y países variados, hombres y mujeres, niños, adolescentes y personas maduras, religiosos y seglares, de movimientos o congregaciones diferentes, de profesiones diversas… Como han sido años de persecuciones, he procurado que hubiera algún mártir representante de cada una de ellas…En resumen, una manera de poner de relieve el llamamiento universal a la santidad; para recordar que todos estamos llamados a ella, cada uno en su circunstancia..
He notado que hay incluso políticos…
- Efectivamente ¡nada menos que seis!… De los “padres de la Unión Europea”, que eran católicos, hay dos en proceso de beatificación: Robert Schuman y Alcide de Gasperi… Hay un emperador, un presidente de república, un alcalde famoso…
Por lo que he visto ha escogido usted personas que están en alguna de las fases del reconocimiento “oficial” de su santidad por la Iglesia: Siervo de Dios, Venerable, Beato, Santo… Y me ha llamado la atención que el rey Balduino, por ejemplo, no está en ninguna de ellas, pero lo ha incluido.
- Tiene razón he procurado seleccionar personas de las que la Iglesia ha sancionado su santidad o está en camino de hacerlo. ¡No quiero canonizar por mi cuenta a nadie!. Sólo en tres ocasiones he hecho una excepción, entre ellas Balduino, rey de los belgas. Tengo para mí que fue un santo y si no se ha empezado su proceso ha sido, creo yo, por causas políticas. Por cierto que le habrá tal vez extrañado que hay incluso un no bautizado, o mejor dicho de “bautizado de deseo”, Henri Bergson
Me ha parecido muy interesante que al final haya puesto una cronología de los principales acontecimientos de la historia del siglo XX hasta hoy, y entreverados en ellos la fecha de la muerte, o como dice la Iglesia, el “nacimiento para el cielo” de cada uno de esos santos. Lo titula “El mundo que les tocó vivir”…
- Ha sido para que nos demos cuenta qué noticias leían ellos en los periódicos de su tiempo, los acontecimientos que les preocupaban, el ambiente que les rodeaba… Es conocida la frase de Ortega y Gasset “Yo soy yo y mi circunstancia”, pero se conoce menos cómo prosigue “…y si no la salvo a ella no me salvo yo”. Este capítulo último quiere dar a entender que estos santos y los millones de anónimos más, esparcidos como sal evangélica en la historia del mundo son los que han salvado de algún modo la “circunstancia”.
En cada santo hay un apartado que usted llama “un momento de gracia en su vida”. ¿a qué se refiere?
- Estoy convencido que en la vida de cada persona hay momentos-clave en los que el Señor nos pide algo. Momentos que pueden ser muy sencillos, pero que son un llamamiento, una ocasión de decir un Si al Señor. La mayor parte no tienen lugar en ocasiones por decirlo así solemnes u oficiales. En ese apartado, con la anécdota intento señalar algún de esos momento de su vida, o por lo menos revelar algún rasgo de la espiritualidad. de cada uno.
Otro apartado lo titula “Para rezar con él y como él”… ¿cómo ha podido encontrar oraciones escritas por ellos? Algunos no habrán dejado ninguna escrita…
- Tiene razón. Algunos han dejado muchas, otros ninguna. Para estos últimos lo he suplido convirtiendo en oración algún escrito suyo; o poniendo alguna oración relacionada con su vida y sus actividades. Hay un caso simpático: la hija religiosa de Alcide de Gásperi compuso oraciones para que su padre las rezara en sus viajes…
Para terminar ¿qué desearía para los lectores de este libros?
- Ya lo señalo allí: despertar el santo dormido que todos llevamos dentro… Que al leer su vida, al meditar sus pensamientos, al responder a la pregunta personal que hay al final de cada capítulo, nos digamos lo de san Ignacio: “Lo que ellos hicieron ¿por qué no yo?”. A mi estilo, en mi circunstancia, con mi vocación… personal… pero con el mismo espíritu: amando a Dios y sirviéndole a Él en los demás.
Mayo de 2012
viernes, 1 de junio de 2012
SANTO DOMINGO Y EL SANTO ROSARIO
Por el padre Hernán Jiménez OP / ZENIT
Santo Domingo ha promovido y divulgado la oración del Rosario, como alabanza a la Santísima Virgen María. Rezar el Rosario es una invitación a reflexionar sobre los misterios de Cristo, en compañía de la Virgen, que está asociada de manera especial a la Encarnación, Pasión y Resurrección de su Hijo. Santo Domingo, que era un hombre de elevada oración, dedicó mucho tiempo a su encuentro personal con Jesús y estudió su persona con gran dedicación. Estaba dotado de una exquisita sensibilidad espiritual, que no pasó desapercibido por sus hermanos. De hecho, fueron los que mantuvieron sus "Modos de orar".
Según una leyenda, la misma Señora enseñó a santo Domingo a rezar el Rosario, que es una oración muy poderosa para vencer a los enemigos de la fe. Gracias a esta oración muchos pecadores se han convertido y aún hoy se convierten a la fe católica y la recitan para interceder y obtener muchas gracias.
Santo Domingo nos recuerda que en el corazón de la Iglesia debe arder el fuego misionero que empuja incesamente a transmitir el Evangelio donde se necesite: Cristo es el bien más preciado y valioso, que cada hombre y mujer de todo tiempo tiene derecho a conocer y amar. En la iconografía, a santo Domingo se le asocian varios símbolos, entre ellos el Santo Rosario, que fue una gran ayuda en su predicación. A la Virgen le agrada la oración del Rosario, porque es la oración de los sencillos, de los humildes, y que puede ser rezada por todos. Se puede rezar en cualquier lugar y a cualquier hora. Es un honrar a Dios y a la Virgen. Ella lo ha hecho ver cada vez que se ha aparecido: en Fátima, en Lourdes. Especialmente en Fátima se identificó con el título de "Señora del Rosario". En cada aparición, recomienda esta oración a sus hijos para alabar, agradecer y pedir apoyo y gracia a Jesús.
Fue el papa Pío V quien instituyó la fiesta de Nuestra Señora del Rosario después de la batalla de Lepanto. Se dice que el papa estaba en Roma rezando el Rosario para obtener la victoria sobre el ejército turco, cuando salió de la capilla y, guiado por una inspiración, anunció la victoria por parte de la armada cristiana e instituyó la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias, añadiendo a las letanías el título de "Auxilio de los cristianos". A lo largo de los siglos, los papas han recomendado el rezo del Rosario y lo han enriquecido con muchas indulgencias. Los últimos papas han subrayado la importancia de esta devoción, especialmente el Rosario en familia, porque es una manera práctica para fortalecer la unidad familiar.
Santo Domingo había encontrado en esta devoción un arma para evangelizar a los hombres de aquel tiempo. Había descubierto el medio por el cual orar, meditar y contemplar. De hecho, recitando esta oración, alababa a Jesús a través y en unión con su Santa Madre María. Meditando sobre los misterios y la vida de Jesús y reflexionando sobre estos hechos podía llegar a la contemplación de la Única Verdad: Jesucristo. Podemos decir que nos muestra el camino por el cual llegamos a la unión con Jesús y con Dios, nuestro Padre amoroso. Desde el comienzo de la vida dominica, la oración y la contemplación fueron un elemento integrante e indispensable de la vida de los frailes.
En referencia a esto, el papa Benedicto XVI en una de sus audiencias generales, lo expresó así: "El lema de los frailes predicadores --contemplata aliis tradere--, nos ayuda a descubrir un anhelo pastoral en el estudio contemplativo de esta verdad, por la necesidad de comunicar a los demás el fruto de su propia contemplación. Y es el mismo santo Domingo, con su santidad, quien nos indica dos medios indispensables para que la acción apostólica sea eficaz. En primer lugar, la devoción mariana, que él cultivó con ternura y dejó como preciosa herencia a sus hijos espirituales, los cuales en la historia de la Iglesia han tenido el gran mérito de difundir el rezo del Rosario, tan querida por el pueblo cristiano y tan rica de valores evangélicos, una verdadera escuela de fe y piedad". El segundo medio, según él, es la vida monástica: granos vivos del Rosario son las monjas de clausura que, viviendo 24 horas en oración, aparecen como pétalos de rosas del Ave María.
Terminando esta meditación invito a todos a asumir la responsabilidad sobre la devoción al rezo del Santo Rosario, acogiendo la exhortación del papa: "Queridos hermanos y hermanas, la vida de Santo Domingo de Guzmán, nos insta a ser fervientes en la oración, valientes en la vivencia de la fe, profundamente enamorados de Jesucristo" (Audiencia general, 3 de febrero 2010).
Santo Domingo ha promovido y divulgado la oración del Rosario, como alabanza a la Santísima Virgen María. Rezar el Rosario es una invitación a reflexionar sobre los misterios de Cristo, en compañía de la Virgen, que está asociada de manera especial a la Encarnación, Pasión y Resurrección de su Hijo. Santo Domingo, que era un hombre de elevada oración, dedicó mucho tiempo a su encuentro personal con Jesús y estudió su persona con gran dedicación. Estaba dotado de una exquisita sensibilidad espiritual, que no pasó desapercibido por sus hermanos. De hecho, fueron los que mantuvieron sus "Modos de orar".
Según una leyenda, la misma Señora enseñó a santo Domingo a rezar el Rosario, que es una oración muy poderosa para vencer a los enemigos de la fe. Gracias a esta oración muchos pecadores se han convertido y aún hoy se convierten a la fe católica y la recitan para interceder y obtener muchas gracias.
Santo Domingo nos recuerda que en el corazón de la Iglesia debe arder el fuego misionero que empuja incesamente a transmitir el Evangelio donde se necesite: Cristo es el bien más preciado y valioso, que cada hombre y mujer de todo tiempo tiene derecho a conocer y amar. En la iconografía, a santo Domingo se le asocian varios símbolos, entre ellos el Santo Rosario, que fue una gran ayuda en su predicación. A la Virgen le agrada la oración del Rosario, porque es la oración de los sencillos, de los humildes, y que puede ser rezada por todos. Se puede rezar en cualquier lugar y a cualquier hora. Es un honrar a Dios y a la Virgen. Ella lo ha hecho ver cada vez que se ha aparecido: en Fátima, en Lourdes. Especialmente en Fátima se identificó con el título de "Señora del Rosario". En cada aparición, recomienda esta oración a sus hijos para alabar, agradecer y pedir apoyo y gracia a Jesús.
Fue el papa Pío V quien instituyó la fiesta de Nuestra Señora del Rosario después de la batalla de Lepanto. Se dice que el papa estaba en Roma rezando el Rosario para obtener la victoria sobre el ejército turco, cuando salió de la capilla y, guiado por una inspiración, anunció la victoria por parte de la armada cristiana e instituyó la fiesta de Nuestra Señora de las Victorias, añadiendo a las letanías el título de "Auxilio de los cristianos". A lo largo de los siglos, los papas han recomendado el rezo del Rosario y lo han enriquecido con muchas indulgencias. Los últimos papas han subrayado la importancia de esta devoción, especialmente el Rosario en familia, porque es una manera práctica para fortalecer la unidad familiar.
Santo Domingo había encontrado en esta devoción un arma para evangelizar a los hombres de aquel tiempo. Había descubierto el medio por el cual orar, meditar y contemplar. De hecho, recitando esta oración, alababa a Jesús a través y en unión con su Santa Madre María. Meditando sobre los misterios y la vida de Jesús y reflexionando sobre estos hechos podía llegar a la contemplación de la Única Verdad: Jesucristo. Podemos decir que nos muestra el camino por el cual llegamos a la unión con Jesús y con Dios, nuestro Padre amoroso. Desde el comienzo de la vida dominica, la oración y la contemplación fueron un elemento integrante e indispensable de la vida de los frailes.
En referencia a esto, el papa Benedicto XVI en una de sus audiencias generales, lo expresó así: "El lema de los frailes predicadores --contemplata aliis tradere--, nos ayuda a descubrir un anhelo pastoral en el estudio contemplativo de esta verdad, por la necesidad de comunicar a los demás el fruto de su propia contemplación. Y es el mismo santo Domingo, con su santidad, quien nos indica dos medios indispensables para que la acción apostólica sea eficaz. En primer lugar, la devoción mariana, que él cultivó con ternura y dejó como preciosa herencia a sus hijos espirituales, los cuales en la historia de la Iglesia han tenido el gran mérito de difundir el rezo del Rosario, tan querida por el pueblo cristiano y tan rica de valores evangélicos, una verdadera escuela de fe y piedad". El segundo medio, según él, es la vida monástica: granos vivos del Rosario son las monjas de clausura que, viviendo 24 horas en oración, aparecen como pétalos de rosas del Ave María.
Terminando esta meditación invito a todos a asumir la responsabilidad sobre la devoción al rezo del Santo Rosario, acogiendo la exhortación del papa: "Queridos hermanos y hermanas, la vida de Santo Domingo de Guzmán, nos insta a ser fervientes en la oración, valientes en la vivencia de la fe, profundamente enamorados de Jesucristo" (Audiencia general, 3 de febrero 2010).
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