domingo, 16 de septiembre de 2012

NUESTRA ARCHIDIÓCESIS, 24 HORAS EN PRESENCIA DE JESUCRISTO

 (Carta semanal del Sr. Arzobispo)

Siguiendo la tradición de nuestra Archidiócesis de Valencia tan íntimamente vinculada a la Eucaristía, vamos a inaugurar en la ciudad de Valencia una capilla de Adoración Perpetua en la parroquia de San Martín, en la capilla de la Comunión. Lugar en el que, durante las veinticuatro horas del día, estará Nuestro Señor Jesucristo expuesto para la adoración de todos los que deseen estar un tiempo con Él y para todos los hombres y mujeres que desean y buscan encontrar la paz verdadera, la vida que nos desborda, la salud y la curación de sus heridas. Al inaugurar esta capilla de Adoración Perpetua, pienso en todos los que fueron pastores en la Archidiócesis de Valencia que alentaron que vivir la Eucaristía era gustar la eternidad en el tiempo y vivir de Ella.

¡Qué palabras tiene Santo Tomás de Villanueva sobre el Misterio de la Eucaristía!: “¿Qué hay más dulce, más valioso, más puro que este pan? No es de la tierra, sino que vino del cielo… tiene todos los sabores, toda la suavidad. En Él se halla la plenitud de todas las virtudes y carismas. Si alguien tiene hambre, que se acerque a Él y en Él encontrará hartura completa. Si es pecador, acérquese y encontrará perdón; si es justo, encontrará gracia; si es enfermo, encontrará medicina; si es muerto, encontrará vida; si triste, hallará alegría; si hambriento, hallará abundancia” (cf. Santo Tomás de Villanueva. Antología de textos n. 870). “El sacramento de la Eucaristía es el mayor de los milagros hechos por Cristo” (cf. Ibíd. 872). “Nada hay que tanto sosiegue el corazón, nada que le procure mayor tranquilidad, como la Eucaristía” (Ibíd. 875).

¡Qué fuerza tiene para nosotros lo que san Juan de Ribera de tantas maneras nos dice hablando de la Eucaristía!: “En todos los misterios de nuestra santa fe, el misterio de hoy es el que más a la mano nos muestra la bondad, la caridad, la omnipotencia, la providencia y la benignidad de Dios. La bondad, porque se quiso comunicar. Caridad, porque quiso quedar con nosotros por amor que nos tuvo. La omnipotencia, porque con la palabra del sacerdote, vuelve la sustancia de pan y vino en sustancia de Cuerpo y de Sangre. La providencia, en querernos dejar de comer. La benignidad, en que con tal dulce bocado nos quiso sustentar” (San Juan de Ribera, Sermones IV, S. 210). “Gran hazaña es de Dios Nuestro Señor, y por ser ella tan grande, se debe repetir muchas veces. Se ha quedado Dios en el mundo para sustentar al hombre. Ha querido quitar el hambre de nuestras almas haciéndose manjar de ellas, ha trazado Dios un modo de unirse con los hombres tan apretado, como el que hay entre el manjar y el que lo come. Ha puesto Dios Nuestro Señor su verdadera Carne y Sangre al gusto de los hombres, no contentándose con dársela, sino también con que esto fuese de manera que hiciese dulce al hombre” (Ibíd. S. 216). “Esto acontece al cristiano que viene a hacerse una cosa con Dios… No hace menos que esto el Sacramento de la Eucaristía: hacer al hombre Dios… Basta decir esto para que entendáis a la dignidad en que viene el hombre por este Sacramento” (Ibíd. S. 222, 50).

En nuestra Archidiócesis de Valencia hay muchas iglesias y capillas en las que se hace la Exposición del Santísimo durante varias horas. Pero era necesario que toda nuestra Archidiócesis permaneciese siempre, todas las horas del día y de la noche, postrada ante Jesucristo. Y comienza un grupo de hombres y mujeres que prestan su tiempo para ponernos a todos ante Jesucristo. Ha sido una gracia de Dios el que un grupo de seglares haya querido asumir esta tarea, en nombre de todos los cristianos, invitándonos a unirnos a ellos: estar y permanecer junto al Señor un tiempo del día o de la noche, de tal manera que siempre haya alguien que, en nombre de todos los hombres y mujeres de nuestra Archidiócesis de Valencia, adore solamente a Dios, nos pongan a todos ante Jesucristo, es decir, ante quien es Señor de la vida, de la historia y de todo lo que existe, ante quien es el Camino, la Verdad y la Vida. Esta es la tarea más grande y valiosa que podemos hacer por los hombres. Os invito a que os unáis a hacerlo. Incluso, a quienes no creéis, estad un tiempo ante Jesucristo en el Misterio de la Eucaristía. Os aseguro que no será un tiempo indiferente.

En la exhortación postsinodal “Sacramentum caritatis”, el Papa Benedicto XVI nos recordaba que el Misterio Eucarístico “es el don que Jesucristo hace de sí mismo, revelándonos el amor infinito de Dios por cada hombre” (n. 1). Por eso la capilla de la Adoración Perpetua constituye una importante cita de fe y de alabanza para toda nuestra Iglesia diocesana: nace unos días antes de comenzar y abrirse para toda la Iglesia el Año de la Fe, entre otras cosas, porque tenemos que reafirmar abiertamente la fe del Pueblo de Dios en Jesucristo vivo y realmente presente en el Santísimo Sacramento de la Eucaristía. ¡Qué hondura, qué belleza, qué capacidad de transformación de la historia personal y colectiva adquiere el corazón del ser humano, cuando contempla, vive y anuncia a Jesucristo! El don de la Eucaristía, los Apóstoles lo recibieron en la intimidad de la última Cena, pero estaba destinado a todos, al mundo entero. Precisamente por eso hay que proclamarlo y exponerlo abiertamente, en la celebración de la Eucaristía y en la Adoración prolongada del Señor, para que todos los hombres puedan encontrarse con Jesús que pasa, al igual que acontecía en los caminos de Galilea, de Samaría y de Judea. Creo firmemente que cuando lo recibimos en nuestra vida, somos curados y renovados por la fuerza transformadora de su Amor.

En la Exhortación Apostólica postsinodal “Ecclesia in Europa”, nos decía el Beato Juan Pablo II: “La sagrada Eucaristía, en efecto, contiene todo el bien espiritual de la Iglesia, es decir, Cristo mismo, nuestra Pascua. La Iglesia, en su peregrinación, acude a ella, fuente y cima de toda la vida cristiana, encontrando la fuente de toda esperanza. En efecto, la Eucaristía da impulso a nuestro camino histórico, poniendo una semilla de viva esperanza en la dedicación cotidiana de cada uno a sus propias tareas” (n. 75). De ahí la importancia y la necesidad de estar siempre presentes ante quien es y contiene todo bien. Él nos da la alegría, la vida, la paz, el amor, la solidaridad, la entrega, el servicio, la donación, la capacidad y la fuerza para ver en todos a un hermano; nos cambia el corazón, nos dice siempre “¿qué quieres que haga por ti?”. La respuesta es la del ciego del evangelio: “¡que vea!”. Él todo lo sabe y todo lo puede. Él nos hace experimentar aquella famosa expresión de san Pablo, “todos vosotros sois uno”. En ella se percibe la verdad y la fuerza de la revolución cristiana.

La revolución más profunda de la historia se experimenta precisamente en torno a la Eucaristía. Ella nos libra de todo abatimiento o desconsuelo, nos levanta siempre para reanudar el camino con la fuerza que nos da en Jesucristo. Hemos creído en el Amor, el que se nos revela en Jesucristo. Esta es la esencia del cristianismo. Participar, adorar y contemplar la Eucaristía nos hace encontrarnos con Jesucristo, tener los mismos sentimientos de Cristo, crecer en su Amor, vivir cada día mejor la identidad cristiana, trabajar por transformar este mundo con el amor, la gracia y la fuerza de Cristo. Da algo de tu tiempo sólo a Jesucristo. Y ten la seguridad que Él cambia el corazón del ser humano y la dirección de la historia.

Con gran afecto, os bendice

+ Carlos, Arzobispo de Valencia

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