Autor: Antonio Díaz Tortajada, sacerdote y periodista
Nadie debería morir antes de alcanzar sus sueños de libertad.
Con el fallecimiento de Oswaldo Payá (1952 – 2012), Cuba ha sufrido una
dramática pérdida en su presente y una insustituible ausencia
en su futuro. El domingo 22 de julio no sólo dejó de respirar un
hombre ejemplar, padre amoroso y católico ferviente, sino también un
ciudadano imprescindible para nuestra nación. Su tenacidad asomaba desde
que era un adolescente, cuando prefirió no esconder los escapularios
–como hicieron tantos- y en lugar de eso sostuvo públicamente su fe.
En 1988 su responsabilidad cívica fraguó en la fundación del Movimiento
Cristiano Liberación y años después en la iniciativa conocida como
Proyecto Varela.
Recuerdo la imagen periodística de Payá a las
afueras de la Asamblea Nacional del Poder Popular aquel 10 de marzo de
2002. Las cajas cargadas con más de 10 mil firmas sobre sus brazos,
mientras las entregaba al tristemente célebre parlamento cubano. La
respuesta oficial sería una reforma legal, una patética “momificación
constitucional” que nos ataría de forma “irrevocable” al actual sistema.
Pero el disidente de mil y una batallas no se dejó amilanar y dos años
después él y otro grupo de activistas presentaron 14 mil rubricas más.
Exigían con ellas la convocatoria a un referendo para permitir la
libertad de asociación, de expresión, de prensa, las garantías
económicas y una amnistía que liberara a los presos políticos. Con la
desproporción que lo caracterizaba, el gobierno de Fidel Castro contestó
con los encarcelamientos de la Primavera Negra de 2003. Más de 40
miembros del Movimiento Cristiano Liberación fueron condenados en aquel
marzo aciago.
Aunque no fue detenido en aquella ocasión, Payá
padeció durante años la vigilancia constante sobre su casa, los arrestos
arbitrarios, los mítines de repudio y las amenazas. Nunca desaprovechó
un minuto para denunciar la situación penitenciaria del algún disidente,
ni la condena injusta de otros. Jamás se vió descomponerse, gritar, ni
insultar a sus contrincantes políticos.
La gran lección que nos
deja es la ecuanimidad, el pacifismo, la ética por encima de las
diferencias, la convicción de que a través de la acción cívica y de la
propia legalidad la Cuba inclusiva nos queda más cerca.
La colonia
cubana en Valencia se reunió a los ocho días de su muerte para recordar
la vida y obra de Oswaldo Payá, y celebrar el memorial de la Eucaristía
por él.
A los testimonios de Benedicto XVI y de los principales
líderes del mundo entero unimos nuestro humilde voz: Descansa en paz
Oswaldo Payá o mejor aún, descansa en libertad.
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