(Desde El Cañamelar, Valencia, José Ángel Crespo Flor)
La Hermandad 'Cristo de los Afligidos del Cañamelar', con sede en la parroquia 'Nuestra Señora del Rosario' ha querido destacar este 'tiempo fuerte' que todos los cristianos estamos viviendo con la Cuaresma -se inició el Miércoles de Ceniza- inaugurando lo que se ha dado en llamar "Homenaje a la Biblia". Son 25 biblias, una de ellas con tapas de madera de olivo comprada en Jerusalén y otra, la más reciente, la de la Conferencia Episcopal Española cuyo coordinador ha sido el decano de la Facultad de teología y canónigo de la Catedral de Valencia, Juan Miguel Díaz Rodelas. También existe la llamada 'Biblia de Jerusalén'; dos ejemplares de 'La Biblia de Nácar - Colunga'; 'La Biblia de Nuestro Pueblo' (Padre Luis Alonso Schökel); 'La Biblia de Estudio'; 'La Biblia Valenciana' (Interconfesional); 'La Biblia Ecuménica'; 'La Biblia de san Vicente Ferrer'; 'La Biblia de América', La Santa Biblia de la Editorial Valenciana Ortells etc. Dos volúmenes del 'Nuevo Testamento' y dos volúmenes de 'Los Salmos' completan este homenaje.
Desde la Hermandad se quiere dar la importancia que tiene este tiempo fuerte de la Cuaresma de ahí que se haya optado por este Homenaje al Libro de los Libros "el año pasado por estas mismas fechas, exhibimos productos de Jerusalén". De momento no sabemos la respuesta que va a tener pero como quiera que el viernes dia 2, la Hermandad, siguiendo lo que ha hecho otros años, y gracias a la colaboración de la Asociación Valenciana de Amigos de Tierra Santa (AVATS) que preside José Milio, organiza en su local social (calle José Benlliure, 92) una charla con audiovisual sobre Tierra Santa (De la Cruz a la Gloria de la Resurrección" a cargo de Víctor J. Maestro Cano, habitual ya en este Local Social y una semana más tarde, el 9 de marzo, tendrá lugar la preceptiva Asamblea Anual de este Colectivo antes de la ya inminente Semana Santa Marinera de Valencia (SSMV), dos acontecimientos por lo que imaginamos serán bastantes los que puedan ver y disfrutar este 'homenaje' que, desde la Hermandad del Cristo de los Afligidos, se ha querido hacer a La Biblia, al Libro de los Libros"
"De momento - continúan las mismas fuentes - la aportación es personal pero puede que, con el paso de los años, se pueda hacer un 'homenaje a la Biblia' como se merece el libro más traducido del mundo. Iniciar este 'homenaje' como lo hemos iniciado entra dentro de cómo suele hacer las cosas este colectivo aunque también es cierto que se puede engrandecer. La clausura será el domingo 18 de marzo, IV domingo de Cuaresma y víspera de San José. Pensamos que es un periodo de tiempo apropiado y sufiociente. Quien haya querido ver este 'Homenaje a la Biblia' habrá tenido tiempo de sobra. Además ... la Hermandad iniciará su particular 'Semana Santa', el lunes 26 de marzo Solemnidad de 'La Anunciación del Señor' con la Lectura del Evangelio, Bendición y Pasacalle con Cañas por el mismo itinerario del Lunes Santo"
lunes, 27 de febrero de 2012
domingo, 26 de febrero de 2012
Oración A San José para después del Rosario ( Compuesta y prescrita por Su Santidad León XIII)
A ti recurrimos en nuestra tribulación, oh Bienaventurado José, y después de implorar el socorro de tu Santísima Esposa, pedimos también confiadamente tu patrocinio. Por el afecto que te unió con la inmaculada Virgen, Madre de Dios, y por el amor paternal con que trataste al Niño Jesús, te rogamos que nos auxilies para llegar a la posesión de la herencia que Jesucristo nos conquistó con su sangre y nos asistas con tu poder y nos socorras en nuestras necesidades.
Protege, oh prudentísimo guardián de la Sagrada Familia, a la raza elegida de Jesucristo; presérvanos, ¡oh Padre amantísimo!, de toda mancha de error y corrupción. Muéstranos propicio y asístenos desde lo alto del cielo, ¡oh poderosísimo Libertador nuestro! en la batalla que estamos librando contra el poder de las tinieblas y así como libraste al niño Jesús del peligro de la muerte, defiende ahora a la Santa Iglesia de Dios contra las asechanzas del enemigo y contra toda adversidad. Concédenos tu perpetua protección, a fin de que, animados por tu ejemplo y tu asistencia, podamos vivir santamente y sobre todo, piadosamente morir para alcanzar la eterna beatitud del cielo. Amén.
LETANIAS DEL SEÑOR SAN JOSE
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Dios Padre Celestial, ten piedad de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo,ten piedad de nosotros.
Dios Espíritu Santo,ten piedad de nosotros.
Trinidad Santa que eres un solo Dios,ten piedad de nosotros.
Santa María, ruega por nosotros.
Señor San José,ruega por nosotros.
Insigne descendiente de David, ruega por nosotros.
Luz de los Patriarcas, ruega por nosotros.
Esposo de la Madre de Dios, ruega por nosotros.
Casto guardián de la Virgen, ruega por nosotros.
Nutricio del Hijo de Dios, ruega por nosotros.
Solícito defensor de Cristo, ruega por nosotros.
Jefe de la Sagrada Familia, ruega por nosotros.
José justísimo, ruega por nosotros.
José prudentísimo, ruega por nosotros.
José fortísimo, ruega por nosotros.
Espejo de paciencia, ruega por nostros.
Amante de la pobreza, ruega por nosotros.
Modelo de los pobres, ruega por nosotros.
Honor de la vida doméstica, ruega por nosotros.
Custodio de las Vírgenes, ruega por nosotros.
Sostén de las familias, ruega por nosotros.
Consuelo de los atribulados, ruega por nosotros.
Esperanza de los enfermos, ruega por nosotros.
Patrón de los moribundos, ruega por nosotros.
Terror de los demonios, ruega por nosotros.
Protector de la Santa Iglesia, ruega por nosotros.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, perdónanos Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, óyenos Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros.
V. Le constituye señor de su casa
R. Y príncipe de toda su posesión
OREMOS
¡Oh Dios, que en tu inefable providencia te has dignado elegir al Señor San José, esposo de la santísima Madre de tu Hijo y padre putativo de Jesús! Concédenos, te suplicamos, que al que veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerlo por intercesor en los cielos. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
Protege, oh prudentísimo guardián de la Sagrada Familia, a la raza elegida de Jesucristo; presérvanos, ¡oh Padre amantísimo!, de toda mancha de error y corrupción. Muéstranos propicio y asístenos desde lo alto del cielo, ¡oh poderosísimo Libertador nuestro! en la batalla que estamos librando contra el poder de las tinieblas y así como libraste al niño Jesús del peligro de la muerte, defiende ahora a la Santa Iglesia de Dios contra las asechanzas del enemigo y contra toda adversidad. Concédenos tu perpetua protección, a fin de que, animados por tu ejemplo y tu asistencia, podamos vivir santamente y sobre todo, piadosamente morir para alcanzar la eterna beatitud del cielo. Amén.
LETANIAS DEL SEÑOR SAN JOSE
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, ten piedad de nosotros.
Señor, ten piedad de nosotros.
Cristo, óyenos.
Cristo, escúchanos.
Dios Padre Celestial, ten piedad de nosotros.
Dios Hijo, Redentor del mundo,ten piedad de nosotros.
Dios Espíritu Santo,ten piedad de nosotros.
Trinidad Santa que eres un solo Dios,ten piedad de nosotros.
Santa María, ruega por nosotros.
Señor San José,ruega por nosotros.
Insigne descendiente de David, ruega por nosotros.
Luz de los Patriarcas, ruega por nosotros.
Esposo de la Madre de Dios, ruega por nosotros.
Casto guardián de la Virgen, ruega por nosotros.
Nutricio del Hijo de Dios, ruega por nosotros.
Solícito defensor de Cristo, ruega por nosotros.
Jefe de la Sagrada Familia, ruega por nosotros.
José justísimo, ruega por nosotros.
José prudentísimo, ruega por nosotros.
José fortísimo, ruega por nosotros.
Espejo de paciencia, ruega por nostros.
Amante de la pobreza, ruega por nosotros.
Modelo de los pobres, ruega por nosotros.
Honor de la vida doméstica, ruega por nosotros.
Custodio de las Vírgenes, ruega por nosotros.
Sostén de las familias, ruega por nosotros.
Consuelo de los atribulados, ruega por nosotros.
Esperanza de los enfermos, ruega por nosotros.
Patrón de los moribundos, ruega por nosotros.
Terror de los demonios, ruega por nosotros.
Protector de la Santa Iglesia, ruega por nosotros.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, perdónanos Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, óyenos Señor.
Cordero de Dios, que quitas los pecados del mundo, ten misericordia de nosotros.
V. Le constituye señor de su casa
R. Y príncipe de toda su posesión
OREMOS
¡Oh Dios, que en tu inefable providencia te has dignado elegir al Señor San José, esposo de la santísima Madre de tu Hijo y padre putativo de Jesús! Concédenos, te suplicamos, que al que veneramos como protector en la tierra, merezcamos tenerlo por intercesor en los cielos. Tú que vives y reinas por los siglos de los siglos. Amén.
LA PARROQUIA SANTO DOMINGO SAVIO Y SAN EXPEDITO MARTIR DE VALENCIA PEREGRINÓ HASTA SANTA MARÍA DEL MAR PARA GANAR EL JUBILEO
José Ángel Crespo Flor (CAÑAMELAR - VALENCIA)
La Comunidad parroquial de Santo Domingo Savio y San Expedito Mártir ha peregrinado esta tarde, sñábado despues de Ceniza) hasta Santa María del Mar (Grao) para ganar el Jubileo. Al frente de los peregrinos estaba José Geronimo párroco de esta Comunidad y feligrés de la parroquia del Grao.
El sacerdoite, periodista y poeta Antonio Díaz Tortajada, párroco de Santa Martía del Mar, ha sido quien ha recibido a los feligreses de Santo Domingo Savio y san Expedito Mártir que han llenado el templo y les ha dado la bienvenida por esta iniciativa. Bienvenida que también ha transmitido al cura párroco y amigo José Gerónimo que ha sido quien has presidido la Misa.
Tras la Eucaristía todos han subido hasta el camarín, ubicado en la Capilla de la Eucaristía, donde se venera esta antiquisima talla del Crucificado, que llegó a esta comunidad por mar hace ahora 600 años, para besar sus pies.
Conviene recordar que la conclusión de este año jubilar, que Dios mediante presidirá el arzobispo de Valencia mons. D. Carlos Osoro, está prevista para el próximo 3 de Mayo, fiesta de la Cruz.
Hasta entonces todos los viernes, a las 12 del mediodía, se celebra lo que se ha dado en llamar MISA DEL JUBILEO, una iniciativa nacida del propio Antonio Diaz Tortajada para dar facilidades a todos los que quieran ganar esta GRACIA que conlleva todo AÑO JUBILAR.
El sacerdoite, periodista y poeta Antonio Díaz Tortajada, párroco de Santa Martía del Mar, ha sido quien ha recibido a los feligreses de Santo Domingo Savio y san Expedito Mártir que han llenado el templo y les ha dado la bienvenida por esta iniciativa. Bienvenida que también ha transmitido al cura párroco y amigo José Gerónimo que ha sido quien has presidido la Misa.
Tras la Eucaristía todos han subido hasta el camarín, ubicado en la Capilla de la Eucaristía, donde se venera esta antiquisima talla del Crucificado, que llegó a esta comunidad por mar hace ahora 600 años, para besar sus pies.
Conviene recordar que la conclusión de este año jubilar, que Dios mediante presidirá el arzobispo de Valencia mons. D. Carlos Osoro, está prevista para el próximo 3 de Mayo, fiesta de la Cruz.
Hasta entonces todos los viernes, a las 12 del mediodía, se celebra lo que se ha dado en llamar MISA DEL JUBILEO, una iniciativa nacida del propio Antonio Diaz Tortajada para dar facilidades a todos los que quieran ganar esta GRACIA que conlleva todo AÑO JUBILAR.
miércoles, 22 de febrero de 2012
El tiempo de desierto puede transformarse en un tiempo de gracia
La Audiencia General de este miércoles tuvo lugar a las 10, 30 de la mañana, en el Aula Pablo VI, donde Benedicto XVI se encontró con grupos de fieles y peregrinos provenientes de Italia y otros países. En su discurso, el papa hizo una meditación sobre el significado del tiempo cuaresmal, que empieza hoy, Miércoles de Ceniza. Ofrecemos el texto del discurso del papa.
*****
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis me gustaría detenerme brevemente sobre el tiempo de Cuaresma, que comienza hoy con la liturgia del Miércoles de Ceniza. Es un viaje de cuarenta días que nos llevará al Triduo Pascual, memoria de la pasión, muerte y resurrección del Señor, corazón del misterio de nuestra salvación. En los primeros siglos de vida de la Iglesia, este era el momento en que los que habían oído y aceptado el mensaje de Cristo empezaban, paso a paso, su camino de fe y de conversión para llegar a recibir el sacramento del bautismo. Se trataba de un acercamiento al Dios vivo y de una iniciación a la fe que se realizaba gradualmente, mediante un cambio interior de parte de los catecúmenos, es decir, de aquellos que querían ser cristianos y ser incorporados a Cristo en la Iglesia.
Posteriormente, también los penitentes, y luego todos los fieles, fueron invitados a experimentar este camino de renovación espiritual, para conformar más la propia existencia a la de Cristo. La participación de toda la comunidad en las diferentes etapas del camino de la Cuaresma, enfatiza una dimensión importante de la espiritualidad cristiana: es la redención no de algunos, sino de todos, al estar disponible gracias a la muerte y resurrección de Cristo. Por lo tanto, tanto los que recorrían un viaje de fe como catecúmenos para recibir el bautismo, como los que se habían alejado de Dios y de la comunidad de fe y buscaban la reconciliación, o los que vivían su fe en plena comunión con la Iglesia, todos juntos sabían que el tiempo antes de la Pascua era un tiempo de metanoia, es decir, de cambio interior, de arrepentimiento; tiempo que identifica nuestra vida humana y toda nuestra historia como un proceso de conversión que se pone en marcha ahora para encontrar al Señor al final de los tiempos.
Con una expresión que es típica en la liturgia, la Iglesia llama al período en el que hemos entrado hoy, «Cuaresma», es decir, un tiempo de cuarenta días y, con una clara referencia a la sagrada escritura, nos introduce en un contexto espiritual específico. Cuarenta es, de hecho, el número simbólico con el que el Antiguo y el Nuevo Testamento representan los aspectos más destacados de la experiencia de fe del Pueblo de Dios. Es una cifra que expresa el tiempo de la espera, de la purificación, de la vuelta al Señor, de la conciencia de que Dios es fiel a sus promesas. Este número no es un tiempo cronológico exacto, dividido por la suma de los días. Más bien indica una perseverancia paciente, una larga prueba, un periodo suficiente para ver las obras de Dios, un tiempo en el que es necesario decidirse y asumir las propias responsabilidades, sin dilaciones adicionales. Es el tiempo de las decisiones maduras.
El número cuarenta aparece por primera vez en la historia de Noé.Este hombre justo, a causa del diluvio pasa cuarenta días y cuarenta noches en el arca, junto a su familia y a los animales que Dios le había dicho que llevara consigo. Y espera por otros cuarenta días, después del diluvio, antes de llegar a tierra firme, salvado de la destrucción (cf. Gn. 7,4.12, 8.6). Después la siguiente etapa: Moisés permanece en el monte Sinaí, en presencia del Señor por cuarenta días y cuarenta noches, para acoger la ley. En todo este tiempo ayuna (cf. Ex. 24,18). Cuarenta son los años del viaje del pueblo judío desde Egipto hasta la Tierra Prometida, momento adecuado para experimentar la fidelidad de Dios. "Acuérdate de todo el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer durante estos cuarenta años... No se gastó el vestido que llevabas ni se hincharon tus pies a lo largo de esos cuarenta años", dice Moisés en el Deuteronomio al final de estos cuarenta años de migración (Dt. 8,2.4). Los años de la paz, de los que goza Israel bajo los jueces, son cuarenta (cf. Jc. 3, 11.30), pero, transcurrido este tiempo, comienza el olvido de los dones de Dios y el retorno al pecado. El profeta Elías emplea cuarenta días para llegar al Horeb, el monte donde encuentra a Dios (cf. 1 Re.19, 8). Cuarenta son los días durante los cuales los ciudadanos de Nínive hacen penitencia para obtener el perdón de Dios (cf. Gn. 3,4). Cuarenta son también los años del reinado de Saúl (Cf. Hechos 13,21), de David (cf. 2 Sam. 5,4-5) y de Salomón (cf. 1 Reyes 11,41), los tres primeros reyes de Israel. También los salmos reflexionan sobre el significado bíblico de los cuarenta años, como el Salmo 95, del que hemos escuchado un pasaje: "Si quieres escuchar su voz hoy mismo! “¡Oh, si escucharan hoy su voz! No endurezcan su corazón como en Meribá, como el día de Massá en el desierto, donde me pusieron a prueba sus padres, me tentaron aunque habían visto mi obra. Cuarenta años me asqueó aquella generación, y dije: Pueblo son de corazón torcido, que mis caminos no conocen.” (vv. 7c-10).
En el Nuevo Testamento Jesús, antes de comenzar su vida pública, se retira al desierto durante cuarenta días sin comer ni beber (cf. Mt. 4,2): se alimenta de la palabra de Dios, que utiliza como un arma para vencer al diablo. Las tentaciones de Jesús recuerdan aquello que el pueblo judío afrontó en el desierto, pero que no supo vencer. Cuarenta son los días en que Jesús resucitado instruye a los suyos, antes de ascender al cielo y enviar el Espíritu Santo (cf. Hch. 1,3).
Con este recurrente número de cuarenta está descrito un contexto espiritual que se mantiene actual y válido, y la Iglesia, precisamente a través del periodo cuaresmal, intenta mantener el valor permanente y hacernos actual la eficacia. La liturgia cristiana de la Cuaresma tiene el propósito de facilitar un camino de renovación espiritual, a la luz de esta larga experiencia bíblica y, sobre todo, para aprender a imitar a Jesús, que en los cuarenta días pasados en el desierto enseñó a vencer la tentación con la Palabra de Dios. Los cuarenta años de la peregrinación de Israel en el desierto tienen actitudes y situaciones ambivalentes. Por un lado son la temporada del primer amor con Dios y entre Dios y su pueblo, cuando les hablaba al corazón, señalándoles siempre el camino a seguir. Dios se había hecho, por así decirlo, casa en medio de Israel, lo precedía en una nube o en una columna de fuego, proveía todos los días la comida haciendo bajar el maná, y haciendo surgir el agua de la roca. Por lo tanto, los años pasados por Israel en el desierto se pueden ver como el tiempo de la elección especial de Dios y de la adhesión a Él por parte del pueblo: el tiempo del primer amor. Por otro lado, la Biblia también muestra otra imagen de la peregrinación de Israel en el desierto: es también el tiempo de las tentaciones y de los mayores peligros, cuando Israel murmura contra su Dios y quisiera regresar al paganismo y se construye sus propios ídolos, porque ve la necesidad de adorar a un Dios más cercano y tangible. Es también el tiempo de la rebelión contra el Dios grande e invisible.
Esta ambivalencia, tiempo de la especial cercanía de Dios –tiempo del primer amor--, y tiempo de la tentación --la tentación de volver al paganismo--, la reencontramos en modo sorprendente en el camino terrenal de Jesús, por supuesto que sin ningún tipo de compromiso con el pecado. Después del bautismo de penitencia en el Jordán, en el que asume sobre sí el destino del Siervo de Dios que se sacrifica a sí mismo y vive para los demás y se coloca entre los pecadores, para tomar sobre sí los pecados del mundo, Jesús va al desierto por cuarenta días para estar en unión profunda con el Padre, repitiendo así la historia de Israel, todos aquellos ritmos de cuarenta días o años a los que me he referido. Esta dinámica es una constante en la vida terrenal de Jesús, que busca siempre momentos de soledad para orar a su Padre y permanecer en íntima soledad con Él, en exclusiva comunión con él, y luego volver en medio de la gente. Pero en este tiempo de "desierto" y de encuentro especial con el Padre, Jesús está expuesto al peligro y se ve asaltado por la tentación y la seducción del Maligno, que le ofrece otro camino mesiánico, lejos del plan de Dios, por que pasa a través del poder, el éxito, el dominio y no a través de la entrega total en la Cruz. Esta es la disyuntiva: un poder mesiánico, de éxito, o un mesianismo de amor, de don de sí.
Esta ambivalencia describe también la condición de la Iglesia peregrina en el "desierto" del mundo y de la historia. En este "desierto", ciertamente los creyentes tenemos la oportunidad de vivir una profunda experiencia de Dios que hace fuerte el espíritu, confirma la fe, nutre la esperanza, anima la caridad; una experiencia que nos hace partícipes de la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte por el sacrificio de amor en la Cruz. Pero el "desierto" es también el aspecto negativo de la realidad que nos rodea: la aridez, la pobreza de palabras de vida y de valores, el secularismo y la cultura materialista, que encierran a la persona en el horizonte mundano del existir, sustrayéndole toda referencia a la trascendencia. Es este también el ambiente en el que el cielo sobre nosotros es oscuro, porque está cubierto por las nubes del egoísmo, de la incomprensión y del engaño. A pesar de esto, incluso para la Iglesia de hoy, el tiempo del desierto puede transformarse en un tiempo de gracia, porque tenemos la certeza de que incluso de la roca más dura, Dios puede hacer brotar el agua viva que refresca y restaura.
Queridos hermanos y hermanas, en estos cuarenta días que nos llevarán a la Pascua de Resurrección, podemos encontrar un nuevo valor para aceptar con paciencia y con fe cada situación de dificultad, de aflicción y de prueba, conscientes de que de las tinieblas el Señor hará surgir el día nuevo. Y si hemos sido fieles a Jesús y siguiéndolo por el camino de la cruz, el mundo luminoso de Dios, el mundo de la luz, de la verdad y de la alegría se nos devolverá: será el nuevo amanecer creado por Dios mismo. ¡Buen camino de Cuaresma a todos!
Traducción del italiano por José Antonio Varela Vidal
*****
Queridos hermanos y hermanas:
En esta catequesis me gustaría detenerme brevemente sobre el tiempo de Cuaresma, que comienza hoy con la liturgia del Miércoles de Ceniza. Es un viaje de cuarenta días que nos llevará al Triduo Pascual, memoria de la pasión, muerte y resurrección del Señor, corazón del misterio de nuestra salvación. En los primeros siglos de vida de la Iglesia, este era el momento en que los que habían oído y aceptado el mensaje de Cristo empezaban, paso a paso, su camino de fe y de conversión para llegar a recibir el sacramento del bautismo. Se trataba de un acercamiento al Dios vivo y de una iniciación a la fe que se realizaba gradualmente, mediante un cambio interior de parte de los catecúmenos, es decir, de aquellos que querían ser cristianos y ser incorporados a Cristo en la Iglesia.
Posteriormente, también los penitentes, y luego todos los fieles, fueron invitados a experimentar este camino de renovación espiritual, para conformar más la propia existencia a la de Cristo. La participación de toda la comunidad en las diferentes etapas del camino de la Cuaresma, enfatiza una dimensión importante de la espiritualidad cristiana: es la redención no de algunos, sino de todos, al estar disponible gracias a la muerte y resurrección de Cristo. Por lo tanto, tanto los que recorrían un viaje de fe como catecúmenos para recibir el bautismo, como los que se habían alejado de Dios y de la comunidad de fe y buscaban la reconciliación, o los que vivían su fe en plena comunión con la Iglesia, todos juntos sabían que el tiempo antes de la Pascua era un tiempo de metanoia, es decir, de cambio interior, de arrepentimiento; tiempo que identifica nuestra vida humana y toda nuestra historia como un proceso de conversión que se pone en marcha ahora para encontrar al Señor al final de los tiempos.
Con una expresión que es típica en la liturgia, la Iglesia llama al período en el que hemos entrado hoy, «Cuaresma», es decir, un tiempo de cuarenta días y, con una clara referencia a la sagrada escritura, nos introduce en un contexto espiritual específico. Cuarenta es, de hecho, el número simbólico con el que el Antiguo y el Nuevo Testamento representan los aspectos más destacados de la experiencia de fe del Pueblo de Dios. Es una cifra que expresa el tiempo de la espera, de la purificación, de la vuelta al Señor, de la conciencia de que Dios es fiel a sus promesas. Este número no es un tiempo cronológico exacto, dividido por la suma de los días. Más bien indica una perseverancia paciente, una larga prueba, un periodo suficiente para ver las obras de Dios, un tiempo en el que es necesario decidirse y asumir las propias responsabilidades, sin dilaciones adicionales. Es el tiempo de las decisiones maduras.
El número cuarenta aparece por primera vez en la historia de Noé.Este hombre justo, a causa del diluvio pasa cuarenta días y cuarenta noches en el arca, junto a su familia y a los animales que Dios le había dicho que llevara consigo. Y espera por otros cuarenta días, después del diluvio, antes de llegar a tierra firme, salvado de la destrucción (cf. Gn. 7,4.12, 8.6). Después la siguiente etapa: Moisés permanece en el monte Sinaí, en presencia del Señor por cuarenta días y cuarenta noches, para acoger la ley. En todo este tiempo ayuna (cf. Ex. 24,18). Cuarenta son los años del viaje del pueblo judío desde Egipto hasta la Tierra Prometida, momento adecuado para experimentar la fidelidad de Dios. "Acuérdate de todo el camino que el Señor tu Dios te ha hecho recorrer durante estos cuarenta años... No se gastó el vestido que llevabas ni se hincharon tus pies a lo largo de esos cuarenta años", dice Moisés en el Deuteronomio al final de estos cuarenta años de migración (Dt. 8,2.4). Los años de la paz, de los que goza Israel bajo los jueces, son cuarenta (cf. Jc. 3, 11.30), pero, transcurrido este tiempo, comienza el olvido de los dones de Dios y el retorno al pecado. El profeta Elías emplea cuarenta días para llegar al Horeb, el monte donde encuentra a Dios (cf. 1 Re.19, 8). Cuarenta son los días durante los cuales los ciudadanos de Nínive hacen penitencia para obtener el perdón de Dios (cf. Gn. 3,4). Cuarenta son también los años del reinado de Saúl (Cf. Hechos 13,21), de David (cf. 2 Sam. 5,4-5) y de Salomón (cf. 1 Reyes 11,41), los tres primeros reyes de Israel. También los salmos reflexionan sobre el significado bíblico de los cuarenta años, como el Salmo 95, del que hemos escuchado un pasaje: "Si quieres escuchar su voz hoy mismo! “¡Oh, si escucharan hoy su voz! No endurezcan su corazón como en Meribá, como el día de Massá en el desierto, donde me pusieron a prueba sus padres, me tentaron aunque habían visto mi obra. Cuarenta años me asqueó aquella generación, y dije: Pueblo son de corazón torcido, que mis caminos no conocen.” (vv. 7c-10).
En el Nuevo Testamento Jesús, antes de comenzar su vida pública, se retira al desierto durante cuarenta días sin comer ni beber (cf. Mt. 4,2): se alimenta de la palabra de Dios, que utiliza como un arma para vencer al diablo. Las tentaciones de Jesús recuerdan aquello que el pueblo judío afrontó en el desierto, pero que no supo vencer. Cuarenta son los días en que Jesús resucitado instruye a los suyos, antes de ascender al cielo y enviar el Espíritu Santo (cf. Hch. 1,3).
Con este recurrente número de cuarenta está descrito un contexto espiritual que se mantiene actual y válido, y la Iglesia, precisamente a través del periodo cuaresmal, intenta mantener el valor permanente y hacernos actual la eficacia. La liturgia cristiana de la Cuaresma tiene el propósito de facilitar un camino de renovación espiritual, a la luz de esta larga experiencia bíblica y, sobre todo, para aprender a imitar a Jesús, que en los cuarenta días pasados en el desierto enseñó a vencer la tentación con la Palabra de Dios. Los cuarenta años de la peregrinación de Israel en el desierto tienen actitudes y situaciones ambivalentes. Por un lado son la temporada del primer amor con Dios y entre Dios y su pueblo, cuando les hablaba al corazón, señalándoles siempre el camino a seguir. Dios se había hecho, por así decirlo, casa en medio de Israel, lo precedía en una nube o en una columna de fuego, proveía todos los días la comida haciendo bajar el maná, y haciendo surgir el agua de la roca. Por lo tanto, los años pasados por Israel en el desierto se pueden ver como el tiempo de la elección especial de Dios y de la adhesión a Él por parte del pueblo: el tiempo del primer amor. Por otro lado, la Biblia también muestra otra imagen de la peregrinación de Israel en el desierto: es también el tiempo de las tentaciones y de los mayores peligros, cuando Israel murmura contra su Dios y quisiera regresar al paganismo y se construye sus propios ídolos, porque ve la necesidad de adorar a un Dios más cercano y tangible. Es también el tiempo de la rebelión contra el Dios grande e invisible.
Esta ambivalencia, tiempo de la especial cercanía de Dios –tiempo del primer amor--, y tiempo de la tentación --la tentación de volver al paganismo--, la reencontramos en modo sorprendente en el camino terrenal de Jesús, por supuesto que sin ningún tipo de compromiso con el pecado. Después del bautismo de penitencia en el Jordán, en el que asume sobre sí el destino del Siervo de Dios que se sacrifica a sí mismo y vive para los demás y se coloca entre los pecadores, para tomar sobre sí los pecados del mundo, Jesús va al desierto por cuarenta días para estar en unión profunda con el Padre, repitiendo así la historia de Israel, todos aquellos ritmos de cuarenta días o años a los que me he referido. Esta dinámica es una constante en la vida terrenal de Jesús, que busca siempre momentos de soledad para orar a su Padre y permanecer en íntima soledad con Él, en exclusiva comunión con él, y luego volver en medio de la gente. Pero en este tiempo de "desierto" y de encuentro especial con el Padre, Jesús está expuesto al peligro y se ve asaltado por la tentación y la seducción del Maligno, que le ofrece otro camino mesiánico, lejos del plan de Dios, por que pasa a través del poder, el éxito, el dominio y no a través de la entrega total en la Cruz. Esta es la disyuntiva: un poder mesiánico, de éxito, o un mesianismo de amor, de don de sí.
Esta ambivalencia describe también la condición de la Iglesia peregrina en el "desierto" del mundo y de la historia. En este "desierto", ciertamente los creyentes tenemos la oportunidad de vivir una profunda experiencia de Dios que hace fuerte el espíritu, confirma la fe, nutre la esperanza, anima la caridad; una experiencia que nos hace partícipes de la victoria de Cristo sobre el pecado y sobre la muerte por el sacrificio de amor en la Cruz. Pero el "desierto" es también el aspecto negativo de la realidad que nos rodea: la aridez, la pobreza de palabras de vida y de valores, el secularismo y la cultura materialista, que encierran a la persona en el horizonte mundano del existir, sustrayéndole toda referencia a la trascendencia. Es este también el ambiente en el que el cielo sobre nosotros es oscuro, porque está cubierto por las nubes del egoísmo, de la incomprensión y del engaño. A pesar de esto, incluso para la Iglesia de hoy, el tiempo del desierto puede transformarse en un tiempo de gracia, porque tenemos la certeza de que incluso de la roca más dura, Dios puede hacer brotar el agua viva que refresca y restaura.
Queridos hermanos y hermanas, en estos cuarenta días que nos llevarán a la Pascua de Resurrección, podemos encontrar un nuevo valor para aceptar con paciencia y con fe cada situación de dificultad, de aflicción y de prueba, conscientes de que de las tinieblas el Señor hará surgir el día nuevo. Y si hemos sido fieles a Jesús y siguiéndolo por el camino de la cruz, el mundo luminoso de Dios, el mundo de la luz, de la verdad y de la alegría se nos devolverá: será el nuevo amanecer creado por Dios mismo. ¡Buen camino de Cuaresma a todos!
Traducción del italiano por José Antonio Varela Vidal
lunes, 20 de febrero de 2012
Comunicado conjunto de la HOAC y la JOC ante la nueva reforma laboral
Éste es el comunicado conjunto de HOAC y JOC:
La Juventud Obrera Cristiana(JOC) y la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), como parte de la Iglesia en el mundo obrero y del trabajo, ofrecemos esta reflexión ante la aprobación por el Consejo de Ministros de una nueva reforma laboral.
Nos encontramos con la 16ª reforma del mercado de trabajo en democracia. Hasta ahora las sucesivas reformas laborales llevadas a cabo por los gobiernos, de uno u otro signo político, bajo el pretexto de modernizar y flexibilizar dicho mercado laboral, han transformado la concepción y función del trabajo asalariado en nuestra sociedad y están socavando los derechos de las personas trabajadoras y de sus familias.
Estas reformas siempre se han presentado como una necesidad para combatir el desempleo, pero sólo han conseguido:
- incrementar el empleo temporal, especialmente para los jóvenes;
- diversificar las modalidades de contratación a la carta;
- abaratar el coste del despido;
- reducir el crecimiento de los salarios;
- devaluar lo público (sevicios sociales, eduación y sanidad).
En definitiva, han profundizado en el trabajo precario y en el empobrecimiento de las familias trabajadoras. Un ejemplo lo tenemos en los años de crecimiento económico anteriores a la actual crisis: aún creándose riqueza y empleo, estos no sirvieron para disminuir la pobreza en nuestro país.
Ninguna reforma ha estado orientada hacia la expansión de un empleo decente como Benedicto XVI reclama en la encíclica Caritas in veritate. Los derechos que emanan de un trabajo a la altura del ser humano no pueden estar subordinados a las exigencias económicas. Es la economía la que debe orientarse a las necesidades de las personas y de sus familias; es el ser humano el centro de la actividad económica y laboral. El respeto a la dignidad del trabajo, vinculado a la dignidad de la persona, es y debe ser el criterio central de una economía orientada por "una ética amiga de la persona". (Benedicto XVI, Caritas in veritate, 45)
Esta nueva reforma es otra agresión al trabajo humano como principio de vida. Creemos que una reforma laboral que pretende ser completa y marcar un antes y un después en las relaciones laborales, no puede hacerse sin el suficiente consenso social entre las personas trabajadoras y el colectivo empresarial. Y tendría, además, que responder a las necesidades de las familias trabajadoras y no a las exigencias impuestas por los mercados financieros, las grandes empresas, las instituciones comunitarias y los organismos económicos internacionales.
Esta reforma laboral es una vuelta de tuerca más para flexibilizar el mercado de trabajo:
- Quiebra el derecho constitucional a la negociación colectiva y a la capacidad organizativa de los trabajadores -no existe negociación real de los trabajadores en el ámbito de la empresa cuando el 95% del tejido productivo español está compuesto por empresas de menos de 50 trabajadores. Este Real Decreto contempla la fractura de la cohesión social al habilitar la "caducidad" de los convenios colectivos desincentivando cualquier negociación entre las partes.
- Facilita y abarata la expulsión del mercado de trabajo: quita trabas al despido por causas económicas; rebaja la indemnización del improcedente (pasando a 33 días por año trabajado, con un máximo de 24 mensualidades) y elimina la autorización administrativa para poder llevar a cabo los expedientes de regulación de empleo. Los contratos indefinidos con esta nueva regulación tampoco tendrán, como los temporales, condición de estabilidad.
- Abre el camino para ajustar los salarios a la productividad. Con esta reforma, los salarios de los trabajadores más débiles van a depender de la voluntad unilateral del empresario.
- Dificulta, cuando no impide o precariza, el empleo juvenil. Más del 80% del empleo destruido por la crisis corresponde a empleo juvenil. El nuevo contrato de trabajo indefinido, especialmente para jóvenes (también para desempleados de larga duración), dirigido a las empresas de menos de 50 trabajadores, se puede convertir, más que indefinido, en un contrato temporal sin causa justificada. Estas nuevas modalidades de contratación y regulación ponen en serio peligro, aún más, la estabilidad presente y futura de la mayor parte de la juventud.
No compartimos la individualización de las relaciones laborales que propone esta reforma. Recordamos a nuestros gobernantes que el trabajo es una experiencia comunitaria y que una de las funciones de la empresa, según la Doctrina Social de la Iglesia, es favorecer la comunitariedad. Todo lo que suponga la individualización, dar prioridad a los intereses personales frente a los colectivos, significa romper la vocación a la comunión del ser humano
No es lícito eliminar derechos y protección de las personas trabajadoras con el argumento de combatir el desempleo y de reducir la temporalidad, cuando han sido las políticas económicas de los últimos gobiernos las que han provocado que haya un tejido productivo tan débil y un empleo tan precario.
No podemos seguir flexibilizando las relaciones laborales sin garantizar la seguridad de una vida digna para las personas trabajadoras y sus familias. Y esta reforma se lleva a cabo en un contexto de quiebra del Estado de bienestar, de reducción del sector público y de recortes de los servicios y prestaciones sociales sin precedentes.
Esta reforma rompe el débil equilibrio conquistado históricamente entre capital-trabajo, alejándose del principio siempre defendido por la Iglesia de la prioridad del trabajo frente al capital. Además, supone un nuevo golpe al Derecho Laboral limitando su capacidad de frenar la creciente mercantilización y "cosificación" del trabajo humano. Consideramos que este gobierno ha aprovechado el estado de quietud y miedo de la mayor parte de la ciudadanía, para eliminar viejas conquistas laborales y aspiraciones conseguidas tras muchas luchas de tantas personas a lo largo de la historia.
Los retos actuales que atraviesa la economía española requieren medidas políticas concertadas en el ámbito internacional que subordinen la economía financiera a la economía productiva. Es preciso, como ha pedido insistentemente Benedicto XVI y el Pontificio Consejo Justicia y Paz, una reforma del sistema financiero internacional. Esta reforma supondría avanzar en justicia social y comunión de bienes, redistribuyendo efectivamente la riqueza existente; controlar la economía especulativa y frenar el desmedido afán de lucro, en lugar de eliminar derechos. Este es el camino que puede generar riqueza orientada a la creación de empleo decente y con derechos, y a disminuir la pobreza.
Como Iglesia en el mundo obrero, en las actuales circunstancias, pedimos a las autoridades políticas, a los agentes sociales y económicos, al conjunto de los trabajadores y de la sociedad, y especialmente a los cristianos y cristianas, que caminemos juntos, con la intención de eliminar las causas que han generado esta crisis económica y, al mismo tiempo, superemos las estructuras económicas y sociales injustas que tanto sufrimiento, deshumanización y pobreza están provocando a las personas.
También instamos a los partidos políticos a corregir y reorientar, en el proceso parlamentrario, esta reforma laboral poniendo en el centro de la misma el trabajo decente y con derechos y, al mismo tiempo, animamos a participar en las iniciativas y movilizaciones que se convoquen por parte de las organizaciones eclesiales, sociales y sindicales que ayuden a tomar conciencia y revertir esta situación tan lesiva para las personas trabajadoras y sus familias.
La Juventud Obrera Cristiana(JOC) y la Hermandad Obrera de Acción Católica (HOAC), como parte de la Iglesia en el mundo obrero y del trabajo, ofrecemos esta reflexión ante la aprobación por el Consejo de Ministros de una nueva reforma laboral.
Nos encontramos con la 16ª reforma del mercado de trabajo en democracia. Hasta ahora las sucesivas reformas laborales llevadas a cabo por los gobiernos, de uno u otro signo político, bajo el pretexto de modernizar y flexibilizar dicho mercado laboral, han transformado la concepción y función del trabajo asalariado en nuestra sociedad y están socavando los derechos de las personas trabajadoras y de sus familias.
Estas reformas siempre se han presentado como una necesidad para combatir el desempleo, pero sólo han conseguido:
- incrementar el empleo temporal, especialmente para los jóvenes;
- diversificar las modalidades de contratación a la carta;
- abaratar el coste del despido;
- reducir el crecimiento de los salarios;
- devaluar lo público (sevicios sociales, eduación y sanidad).
En definitiva, han profundizado en el trabajo precario y en el empobrecimiento de las familias trabajadoras. Un ejemplo lo tenemos en los años de crecimiento económico anteriores a la actual crisis: aún creándose riqueza y empleo, estos no sirvieron para disminuir la pobreza en nuestro país.
Ninguna reforma ha estado orientada hacia la expansión de un empleo decente como Benedicto XVI reclama en la encíclica Caritas in veritate. Los derechos que emanan de un trabajo a la altura del ser humano no pueden estar subordinados a las exigencias económicas. Es la economía la que debe orientarse a las necesidades de las personas y de sus familias; es el ser humano el centro de la actividad económica y laboral. El respeto a la dignidad del trabajo, vinculado a la dignidad de la persona, es y debe ser el criterio central de una economía orientada por "una ética amiga de la persona". (Benedicto XVI, Caritas in veritate, 45)
Esta nueva reforma es otra agresión al trabajo humano como principio de vida. Creemos que una reforma laboral que pretende ser completa y marcar un antes y un después en las relaciones laborales, no puede hacerse sin el suficiente consenso social entre las personas trabajadoras y el colectivo empresarial. Y tendría, además, que responder a las necesidades de las familias trabajadoras y no a las exigencias impuestas por los mercados financieros, las grandes empresas, las instituciones comunitarias y los organismos económicos internacionales.
Esta reforma laboral es una vuelta de tuerca más para flexibilizar el mercado de trabajo:
- Quiebra el derecho constitucional a la negociación colectiva y a la capacidad organizativa de los trabajadores -no existe negociación real de los trabajadores en el ámbito de la empresa cuando el 95% del tejido productivo español está compuesto por empresas de menos de 50 trabajadores. Este Real Decreto contempla la fractura de la cohesión social al habilitar la "caducidad" de los convenios colectivos desincentivando cualquier negociación entre las partes.
- Facilita y abarata la expulsión del mercado de trabajo: quita trabas al despido por causas económicas; rebaja la indemnización del improcedente (pasando a 33 días por año trabajado, con un máximo de 24 mensualidades) y elimina la autorización administrativa para poder llevar a cabo los expedientes de regulación de empleo. Los contratos indefinidos con esta nueva regulación tampoco tendrán, como los temporales, condición de estabilidad.
- Abre el camino para ajustar los salarios a la productividad. Con esta reforma, los salarios de los trabajadores más débiles van a depender de la voluntad unilateral del empresario.
- Dificulta, cuando no impide o precariza, el empleo juvenil. Más del 80% del empleo destruido por la crisis corresponde a empleo juvenil. El nuevo contrato de trabajo indefinido, especialmente para jóvenes (también para desempleados de larga duración), dirigido a las empresas de menos de 50 trabajadores, se puede convertir, más que indefinido, en un contrato temporal sin causa justificada. Estas nuevas modalidades de contratación y regulación ponen en serio peligro, aún más, la estabilidad presente y futura de la mayor parte de la juventud.
No compartimos la individualización de las relaciones laborales que propone esta reforma. Recordamos a nuestros gobernantes que el trabajo es una experiencia comunitaria y que una de las funciones de la empresa, según la Doctrina Social de la Iglesia, es favorecer la comunitariedad. Todo lo que suponga la individualización, dar prioridad a los intereses personales frente a los colectivos, significa romper la vocación a la comunión del ser humano
No es lícito eliminar derechos y protección de las personas trabajadoras con el argumento de combatir el desempleo y de reducir la temporalidad, cuando han sido las políticas económicas de los últimos gobiernos las que han provocado que haya un tejido productivo tan débil y un empleo tan precario.
No podemos seguir flexibilizando las relaciones laborales sin garantizar la seguridad de una vida digna para las personas trabajadoras y sus familias. Y esta reforma se lleva a cabo en un contexto de quiebra del Estado de bienestar, de reducción del sector público y de recortes de los servicios y prestaciones sociales sin precedentes.
Esta reforma rompe el débil equilibrio conquistado históricamente entre capital-trabajo, alejándose del principio siempre defendido por la Iglesia de la prioridad del trabajo frente al capital. Además, supone un nuevo golpe al Derecho Laboral limitando su capacidad de frenar la creciente mercantilización y "cosificación" del trabajo humano. Consideramos que este gobierno ha aprovechado el estado de quietud y miedo de la mayor parte de la ciudadanía, para eliminar viejas conquistas laborales y aspiraciones conseguidas tras muchas luchas de tantas personas a lo largo de la historia.
Los retos actuales que atraviesa la economía española requieren medidas políticas concertadas en el ámbito internacional que subordinen la economía financiera a la economía productiva. Es preciso, como ha pedido insistentemente Benedicto XVI y el Pontificio Consejo Justicia y Paz, una reforma del sistema financiero internacional. Esta reforma supondría avanzar en justicia social y comunión de bienes, redistribuyendo efectivamente la riqueza existente; controlar la economía especulativa y frenar el desmedido afán de lucro, en lugar de eliminar derechos. Este es el camino que puede generar riqueza orientada a la creación de empleo decente y con derechos, y a disminuir la pobreza.
Como Iglesia en el mundo obrero, en las actuales circunstancias, pedimos a las autoridades políticas, a los agentes sociales y económicos, al conjunto de los trabajadores y de la sociedad, y especialmente a los cristianos y cristianas, que caminemos juntos, con la intención de eliminar las causas que han generado esta crisis económica y, al mismo tiempo, superemos las estructuras económicas y sociales injustas que tanto sufrimiento, deshumanización y pobreza están provocando a las personas.
También instamos a los partidos políticos a corregir y reorientar, en el proceso parlamentrario, esta reforma laboral poniendo en el centro de la misma el trabajo decente y con derechos y, al mismo tiempo, animamos a participar en las iniciativas y movilizaciones que se convoquen por parte de las organizaciones eclesiales, sociales y sindicales que ayuden a tomar conciencia y revertir esta situación tan lesiva para las personas trabajadoras y sus familias.
sábado, 18 de febrero de 2012
Oración a Nuestra Señora De Guadalupe (por S. S. Benedicto XVI)
Virgen María de Guadalupe,
Madre del verdadero Dios por quien se vive.
En San Juan Diego, el más pequeño de tus hijos,
tú dices hoy a los pueblos de América Latina:
“¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?
¿No estás bajo mi sombra?
¿No estás por ventura en mi regazo?”
Por eso nosotros, con profundo agradecimiento,
reconocemos a través de los siglos
todas las muestras de tu amor maternal,
tu constante auxilio, compasión y defensa
de los moradores de nuestras tierras,
de los pobres y sencillos de corazón.
Con esta certeza filial, acudimos a ti, para pedirte que,
así como ayer, vuelvas a darnos a tu Divino Hijo,
porque sólo en el encuentro con Él
se renueva la existencia personal y se abre el camino
para la edificación de una sociedad justa y fraterna.
A ti, “Misionera Celeste del nuevo mundo”
que eres el rostro mestizo de América Latina
y luminosamente manifiestas
su identidad, unidad y originalidad,
confiamos el destino de nuestros pueblos.
A ti, Pedagoga del Evangelio de Cristo,
Estrella de la nueva evangelización,
consagramos la labor misionera del pueblo de Dios
peregrino en América Latina.
¡Oh Dulce Señora!, ¡Oh Madre nuestra!,
¡Oh siempre Virgen María!
¡Tu presencia nos hace hermanos!
Acoge con amor esta súplica de tus hijos
y bendice esta amada tierra tuya. Amén.
Madre del verdadero Dios por quien se vive.
En San Juan Diego, el más pequeño de tus hijos,
tú dices hoy a los pueblos de América Latina:
“¿No estoy yo aquí que soy tu Madre?
¿No estás bajo mi sombra?
¿No estás por ventura en mi regazo?”
Por eso nosotros, con profundo agradecimiento,
reconocemos a través de los siglos
todas las muestras de tu amor maternal,
tu constante auxilio, compasión y defensa
de los moradores de nuestras tierras,
de los pobres y sencillos de corazón.
Con esta certeza filial, acudimos a ti, para pedirte que,
así como ayer, vuelvas a darnos a tu Divino Hijo,
porque sólo en el encuentro con Él
se renueva la existencia personal y se abre el camino
para la edificación de una sociedad justa y fraterna.
A ti, “Misionera Celeste del nuevo mundo”
que eres el rostro mestizo de América Latina
y luminosamente manifiestas
su identidad, unidad y originalidad,
confiamos el destino de nuestros pueblos.
A ti, Pedagoga del Evangelio de Cristo,
Estrella de la nueva evangelización,
consagramos la labor misionera del pueblo de Dios
peregrino en América Latina.
¡Oh Dulce Señora!, ¡Oh Madre nuestra!,
¡Oh siempre Virgen María!
¡Tu presencia nos hace hermanos!
Acoge con amor esta súplica de tus hijos
y bendice esta amada tierra tuya. Amén.
SANTA BERNARDITA SOUBIROUS (18 de febrero)
(Por Jesús Martí Ballester)
"No ha hecho más que llorar. Será mala". Así dijo alguien después de haber recibido el bautismo la primogénita de nueve hijos del matrimonio formado por Francisco y Luisa. Sus padres eran muy buenas personas y fieles cristianos, luego no tenía visos de cumplimiento aquella mala profecía hecha a causa de los lloros de la pequeña Bernardita.
Bernardita no llamó nunca la atención ni de niña ni de mayor. Crecía un tanto debilucha. Apenas pudo frecuentar la escuela porque debía cuidar de sus hermanitos más pequeños, pues su madre debía atender a otras necesidades de aquel pobre hogar. Vivían en una pobre covacha en la calle Petits-Fossés que los vecinos conocían como "La Mazmorra".
Sus conocimientos eran pocos y pobres. El día 2 de junio del año de las apariciones la examinó el P. Pomián, su confesor y capellán del hospicio: "Bernardita ¿qué sabes? - El Padre nuestro, Ave María y el Credo. - "Es bastante para rezar el Rosario". Y a fe que sí lo era, la Virgen ya se le había aparecido y seguiría haciéndolo hasta dieciocho veces mientras las dos juntas rezaban esta corona de Ave Marías...
La Virgen tenía sus planes. Hacía cuatro años que el Papa Pío IX había declarado el dogma de la Inmaculada Concepción de María y como si quisiera el cielo aprobar lo hecho en la tierra la envió a visitarla. Y tomó como instrumento a esta niña aldeana. Era el frío día 11 de febrero de 1858. La despejada niña Juana, de doce añitos, compañera de clases de Toneta, hermana de Bernardita, propuso a la mamá de ésta si les dejaba ir a las tres a recoger un poco de leña para calentarse en aquellos días tan fríos. La buena de Luisa les dio su permiso pero advirtiendo antes a Bernardita que por nada del mundo se mojara los pies, pues ya sabía que enseguida se constipaba...- "Así lo haré, madre, pierda cuidado".
Cómo sucedieron las Apariciones ya lo hemos recordado en el día 11 de este mismo mes que fue el día de la primera de las dieciocho. La pequeña Bernardita creía ver un fantasma... Reveló el secreto a su hermana y amiguita con la condición de que a nadie lo dijeran, pero ¡cosa de niñas! en cuanto llegaron a casa lo descubrieron. Allí empezó el calvario para la pobre Bernardita: Prohibiciones, castigos, interrogatorios, palizas... burlas de ellas, etc... todo lo soportó con paz y hasta con alegría por la fuerza que recibía de parte de aquella Visión que en la decimosexta aparición se le reveló como lo que era: "Yo soy - dijo - la Inmaculada Concepción". En otras ocasiones le manifestó lo que deseaba de los sacerdotes y de todos los cristianos: Un templo y mucha reparación con la oración y penitencia. Ella no se hizo el sordo a estos deseos de la Madre del cielo y toda su vida puede decirse que no fue otra cosa que esto: Oración y Penitencia.
Quiso ser religiosa carmelita de clausura y por su poca salud no la admitieron. Abrazó después el Instituto de Nevers en el que fue tratada "como una escoba". "No sirve para nada. ¿Qué vamos a hacer de ella?"... Se cumplían así a la perfección las palabras que en una aparición le había hecho la Virgen: "No te haré feliz en este mundo, sino en el otro".
Desempeñó algunos cargos en la Congregación, sobre todo el de enfermera y enferma. Ambos los llevó con una entrega y servicio maravillosos. Todos admiraban su mucha virtud, y, sobre todo, su gran humildad ya que nunca hablaba de sus apariciones y se sentía la última de todas. Bernardita no llamaba la atención por sus cualidades de ningún tipo, por ello alguna superiora llegó a decir: "No entiendo cómo la Virgen se ha fijado en Bernardita cuando las hay más agraciadas que ella en todos los aspectos"... Por fin, repitiendo estas palabras: "Ruega por mí, pobre pecadora, ahora y en la hora de la muerte", expiró. Era el 16 de abril de 1879. El 8 de diciembre de 1933 era canonizada.
En Francia se celebra su fiesta tal dia como hoy, 18 de febrero, no así en el resto del mundo que se celebra el 16 de Abril.
"No ha hecho más que llorar. Será mala". Así dijo alguien después de haber recibido el bautismo la primogénita de nueve hijos del matrimonio formado por Francisco y Luisa. Sus padres eran muy buenas personas y fieles cristianos, luego no tenía visos de cumplimiento aquella mala profecía hecha a causa de los lloros de la pequeña Bernardita.
Bernardita no llamó nunca la atención ni de niña ni de mayor. Crecía un tanto debilucha. Apenas pudo frecuentar la escuela porque debía cuidar de sus hermanitos más pequeños, pues su madre debía atender a otras necesidades de aquel pobre hogar. Vivían en una pobre covacha en la calle Petits-Fossés que los vecinos conocían como "La Mazmorra".
Sus conocimientos eran pocos y pobres. El día 2 de junio del año de las apariciones la examinó el P. Pomián, su confesor y capellán del hospicio: "Bernardita ¿qué sabes? - El Padre nuestro, Ave María y el Credo. - "Es bastante para rezar el Rosario". Y a fe que sí lo era, la Virgen ya se le había aparecido y seguiría haciéndolo hasta dieciocho veces mientras las dos juntas rezaban esta corona de Ave Marías...
La Virgen tenía sus planes. Hacía cuatro años que el Papa Pío IX había declarado el dogma de la Inmaculada Concepción de María y como si quisiera el cielo aprobar lo hecho en la tierra la envió a visitarla. Y tomó como instrumento a esta niña aldeana. Era el frío día 11 de febrero de 1858. La despejada niña Juana, de doce añitos, compañera de clases de Toneta, hermana de Bernardita, propuso a la mamá de ésta si les dejaba ir a las tres a recoger un poco de leña para calentarse en aquellos días tan fríos. La buena de Luisa les dio su permiso pero advirtiendo antes a Bernardita que por nada del mundo se mojara los pies, pues ya sabía que enseguida se constipaba...- "Así lo haré, madre, pierda cuidado".
Cómo sucedieron las Apariciones ya lo hemos recordado en el día 11 de este mismo mes que fue el día de la primera de las dieciocho. La pequeña Bernardita creía ver un fantasma... Reveló el secreto a su hermana y amiguita con la condición de que a nadie lo dijeran, pero ¡cosa de niñas! en cuanto llegaron a casa lo descubrieron. Allí empezó el calvario para la pobre Bernardita: Prohibiciones, castigos, interrogatorios, palizas... burlas de ellas, etc... todo lo soportó con paz y hasta con alegría por la fuerza que recibía de parte de aquella Visión que en la decimosexta aparición se le reveló como lo que era: "Yo soy - dijo - la Inmaculada Concepción". En otras ocasiones le manifestó lo que deseaba de los sacerdotes y de todos los cristianos: Un templo y mucha reparación con la oración y penitencia. Ella no se hizo el sordo a estos deseos de la Madre del cielo y toda su vida puede decirse que no fue otra cosa que esto: Oración y Penitencia.
Quiso ser religiosa carmelita de clausura y por su poca salud no la admitieron. Abrazó después el Instituto de Nevers en el que fue tratada "como una escoba". "No sirve para nada. ¿Qué vamos a hacer de ella?"... Se cumplían así a la perfección las palabras que en una aparición le había hecho la Virgen: "No te haré feliz en este mundo, sino en el otro".
Desempeñó algunos cargos en la Congregación, sobre todo el de enfermera y enferma. Ambos los llevó con una entrega y servicio maravillosos. Todos admiraban su mucha virtud, y, sobre todo, su gran humildad ya que nunca hablaba de sus apariciones y se sentía la última de todas. Bernardita no llamaba la atención por sus cualidades de ningún tipo, por ello alguna superiora llegó a decir: "No entiendo cómo la Virgen se ha fijado en Bernardita cuando las hay más agraciadas que ella en todos los aspectos"... Por fin, repitiendo estas palabras: "Ruega por mí, pobre pecadora, ahora y en la hora de la muerte", expiró. Era el 16 de abril de 1879. El 8 de diciembre de 1933 era canonizada.
En Francia se celebra su fiesta tal dia como hoy, 18 de febrero, no así en el resto del mundo que se celebra el 16 de Abril.
miércoles, 15 de febrero de 2012
Texto completo de la catequesis del Papa (15- Febrero de 2012) traducida en español:
Queridos hermanos y hermanas
En nuestra escuela de oración, el miércoles pasado, hable sobre la oración de Jesús en la cruz, tomada del Salmo 22 “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”. Ahora quisiera seguir meditando sobre las oraciones de Jesús en cruz en la inminencia de la muerte y quisiera detenerme sobre la narración que encontramos en el Evangelio de San Lucas. El Evangelista nos ha transmitido tres palabras de Jesús en la cruz, de las cuales, dos – la primera y la tercera – son oraciones dirigidas explícitamente al Padre. Mientras que la segunda es la promesa hecha al denominado buen ladrón, crucificado con Él; respondiendo, en efecto al ruego del ladrón, Jesús lo tranquiliza: « Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43).
En la narración de Lucas se entrelazan sugestivamente las dos oraciones que Jesús muriendo le dirige al Padre y la acogida de la súplica que le dirige a Él el pecador arrepentido. Jesús invoca al Padre y, al mismo tiempo, escucha el ruego de este hombre, que a menudo es llamado latro poenitens, «ladrón arrepentido».
Detengámonos sobre estas tres oraciones de Jesús. La primera la pronuncia en seguida después de haber sido clavado en la cruz, mientras los soldados se están repartiendo sus vestiduras, como triste recompensa por su servicio. En cierto sentido, es con este gesto que se cierra el proceso de la crucifixión. Escribe san Lucas: « Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos». (23,33-34).
La primera oración que Jesús dirige al Padre es de intercesión: pide el perdón para sus verdugos. Con ello, Jesús cumple en primera persona lo que había enseñado en el Sermón de la montaña, cuando dijo: «Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian» (Lc 6,27) y prometió también a cuantos saben perdonar: «Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo» (v. 35). Ahora desde la cruz, Él no sólo perdona a sus verdugos, sino que se dirige directamente al Padre intercediendo en su favor.
Esta conducta de Jesús encuentra una «imitación» conmovedora en la narración de la lapidación de san Esteban, primer mártir. Esteban, en efecto, antes de morir, «poniéndose de rodillas, exclamó en alta voz: «’Señor, no les tengas en cuenta este pecado’. Y al decir esto, expiró». (Hch 7,60).
Era su última palabra. La comparación entre la oración de perdón de Jesús y la del protomártir es significativa. San Esteban se dirige al Señor Resucitado y le pide que su matanza – gesto definido claramente con la expresión ‘este pecado’ – no sea imputada a los que lo lapidaban. Jesús en la cruz se dirige al Padre y, no sólo pide el perdón para los que lo crucifican, sino que ofrece también una lectura de lo que está sucediendo. Según sus palabras, en efecto, los hombres que lo crucifican «no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Es decir, que Él presenta la ignorancia, el «no saber», como motivo de su pedido de perdón al Padre, porque esta ignorancia deja abierto el camino hacia la conversión, como también sucede en las palabras que pronunciará el centurión al morir Jesús: «Realmente este hombre era un justo» (v. 47), era el Hijo de Dios. «Permanece como consuelo para todos los tiempos y para todos los hombres el que el Señor, tanto hacia los que verdaderamente no sabían – los verdugos – como lo que sabían y lo habían condenado, presenta la ignorancia como motivo de su solicitud de perdón – la ve como puerta que puede abrirnos a la conversión» (Jesús de Nazaret, II, 233).
La segunda palabra de Jesús en la cruz que narra san Lucas es una palabra de esperanza, es la respuesta a la oración de uno de los dos hombres crucificados con Él. El buen ladrón ante Jesús vuelve en sí y se arrepiente, se da cuenta de que está ante el Hijo de Dios, que hace visible el Rostro mismo de Dios, y le ruega: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino» (v. 42). La respuesta del Señor a esta oración va mucho más allá de la misma solicitud; en efecto dice: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso»» (v. 43). Jesús es conciente de que entra directamente en la comunión con el Padre y de reabrir al hombre el camino hacia el paraíso de Dios. Así, por medio de esta respuesta, dona la firme esperanza en que la bondad de Dios puede alcanzarnos también en el último instante de la vida y de que la oración sincera, aún después de una vida equivocada, encuentra los brazos abiertos del Padre bueno que espera que el hijo vuelva.
Pero detengámonos en las últimas palabras de Jesús al morir. El Evangelista cuenta: «Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó: ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’. Y diciendo esto, expiró». (44-46). Algunos aspectos de esta narración son distintos con respecto a Marcos y a Mateo. En Marcos no se describen las tres horas de oscuridad, mientras que en Mateo están enlazadas con una serie de acontecimientos apocalípticos, como el terremoto, la apertura de las tumbas y los muertos que resucitan (cfr Mt 27,51-53).
En Lucas, las horas de oscuridad se producen por el eclipse de sol, pero en aquel momento se produce también la ruptura del velo del templo. De esta forma la narración de Lucas presenta dos símbolos, de alguna forma paralelos en el cielo y en el templo. El cielo pierde su luz, la tierra se hunde, mientras que en el templo, lugar de la presencia de Dios se rasga el velo que protege el santuario. La muerte de Jesús se caracteriza explícitamente como un evento cósmico y litúrgico; en concreto marca el principio de un nuevo culto, en un templo que no ha sido construido por los hombres, porque es el cuerpo mismo de Cristo muerto y resucitado, que reúne a los pueblos y les une en el sacramento de su Cuerpo y su sangre.
La oración de Jesús, en este momento de sufrimiento -«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»- es un enérgico grito de extrema y total entrega a Dios. Tal oración expresa la plena conciencia de no estar abandonado. La invocación inicial - «Padre» - recuerda la declaración que hiciera cuando era un muchacho de doce años. En aquella ocasión permaneció durante tres días en el templo de Jerusalén cuyo velo ahora se ha rasgado. Y cuando a sus padres, que le habían comunicado su preocupación, les había contestado: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» (Lc 2,49). Desde el principio hasta el final, lo que determina completamente el sentir de Jesús, su palabra, su acción, es la relación única con el Padre. En la Cruz, Él vive plenamente, en el amor, su relación filial con Dios, que alienta su oración.
Las palabras pronunciadas por Jesús tras la invocación «Padre», retoman una expresión del Salmo 32: «En tus manos confío mi espíritu» (Sal 31,6). Sin embargo, estas palabras no son una simple frase, sino que más bien manifiestan una decisión firme: Jesús se “entrega al Padre en un acto de total abandono. Estas palabras son una oración de “entrega”, llena de confianza en el amor de Dios. Frente a la muerte la oración de Jesús es dramática, como lo es para cada hombre, pero, al mismo tiempo, se caracteriza por la profunda calma que nace de la fe en el Padre y de la voluntad de entregarse totalmente a él. En el Getsemaní, ya inmerso en la lucha final y la oración más intensa y cuando estaba a punto de ser «entregado en manos de los hombres» (Lc 9,44), «su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo» (Lc 22,44). Pero su corazón era plenamente obediente a la voluntad del Padre, y por esto “un ángel del cielo” había venido a reconfortarle (Lc 22,42-43). Ahora en los últimos instantes Jesús se dirige al Padre diciendo cuales son realmente las manos a las que Él entrega toda su existencia. Antes de viajar a Jerusalén, Jesús había insistido a sus discípulos: «Escuchen bien esto que les digo: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres» (Lc 9,44). Ahora que está a punto de perder la vida, Él sella en la oración su última decisión: Jesús se deja entregar «en las manos de los hombres», pero Él pone su espíritu en las manos del Padre; de esta forma –como afirma Juan el Evangelista- todo se ha cumplido, el supremo acto de amor se ha llevado hasta el final, al límite y más allá del límite.
Queridos hermanos y hermanas, las palabras de Jesús en la cruz, en los últimos instantes de su vida terrenal ofrecen indicaciones concretas para nuestra oración, pero también le ofrecen una confianza serena y una firme esperanza. Jesús pide al Padre que perdone a quienes le están crucificando, nos invita al difícil gesto de rezar también por quienes nos hacen daño, sabiendo perdonar siempre, para que la luz de Dios pueda iluminar su corazón; por lo tanto, nos invita a vivir, en nuestra oración, la misma actitud de misericordia y amor que Dios tiene hacia nosotros: «perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» decimos cotidianamente en el «Padre nuestro». Al mismo tiempo, Jesús que en el momento extremo de la muerte se confía totalmente en las manos de Dios Padre, nos comunica la certeza de que, por duras que sean las pruebas, los problemas difíciles, grande el sufrimiento, no estaremos nunca fuera de las manos de Dios, de esas manos que nos han creado, nos sostienen y nos acompañan en el camino de la existencia, porque están guiadas por un amor infinito y fiel. Gracias. (Radio Vaticano/CV- CdM)
En nuestra escuela de oración, el miércoles pasado, hable sobre la oración de Jesús en la cruz, tomada del Salmo 22 “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado?”. Ahora quisiera seguir meditando sobre las oraciones de Jesús en cruz en la inminencia de la muerte y quisiera detenerme sobre la narración que encontramos en el Evangelio de San Lucas. El Evangelista nos ha transmitido tres palabras de Jesús en la cruz, de las cuales, dos – la primera y la tercera – son oraciones dirigidas explícitamente al Padre. Mientras que la segunda es la promesa hecha al denominado buen ladrón, crucificado con Él; respondiendo, en efecto al ruego del ladrón, Jesús lo tranquiliza: « Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso» (Lc 23,43).
En la narración de Lucas se entrelazan sugestivamente las dos oraciones que Jesús muriendo le dirige al Padre y la acogida de la súplica que le dirige a Él el pecador arrepentido. Jesús invoca al Padre y, al mismo tiempo, escucha el ruego de este hombre, que a menudo es llamado latro poenitens, «ladrón arrepentido».
Detengámonos sobre estas tres oraciones de Jesús. La primera la pronuncia en seguida después de haber sido clavado en la cruz, mientras los soldados se están repartiendo sus vestiduras, como triste recompensa por su servicio. En cierto sentido, es con este gesto que se cierra el proceso de la crucifixión. Escribe san Lucas: « Cuando llegaron al lugar llamado «del Cráneo», lo crucificaron junto con los malhechores, uno a su derecha y el otro a su izquierda. Jesús decía: «Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen». Después se repartieron sus vestiduras, sorteándolas entre ellos». (23,33-34).
La primera oración que Jesús dirige al Padre es de intercesión: pide el perdón para sus verdugos. Con ello, Jesús cumple en primera persona lo que había enseñado en el Sermón de la montaña, cuando dijo: «Yo les digo a ustedes que me escuchan: Amen a sus enemigos, hagan el bien a los que los odian» (Lc 6,27) y prometió también a cuantos saben perdonar: «Entonces la recompensa de ustedes será grande y serán hijos del Altísimo» (v. 35). Ahora desde la cruz, Él no sólo perdona a sus verdugos, sino que se dirige directamente al Padre intercediendo en su favor.
Esta conducta de Jesús encuentra una «imitación» conmovedora en la narración de la lapidación de san Esteban, primer mártir. Esteban, en efecto, antes de morir, «poniéndose de rodillas, exclamó en alta voz: «’Señor, no les tengas en cuenta este pecado’. Y al decir esto, expiró». (Hch 7,60).
Era su última palabra. La comparación entre la oración de perdón de Jesús y la del protomártir es significativa. San Esteban se dirige al Señor Resucitado y le pide que su matanza – gesto definido claramente con la expresión ‘este pecado’ – no sea imputada a los que lo lapidaban. Jesús en la cruz se dirige al Padre y, no sólo pide el perdón para los que lo crucifican, sino que ofrece también una lectura de lo que está sucediendo. Según sus palabras, en efecto, los hombres que lo crucifican «no saben lo que hacen» (Lc 23,34). Es decir, que Él presenta la ignorancia, el «no saber», como motivo de su pedido de perdón al Padre, porque esta ignorancia deja abierto el camino hacia la conversión, como también sucede en las palabras que pronunciará el centurión al morir Jesús: «Realmente este hombre era un justo» (v. 47), era el Hijo de Dios. «Permanece como consuelo para todos los tiempos y para todos los hombres el que el Señor, tanto hacia los que verdaderamente no sabían – los verdugos – como lo que sabían y lo habían condenado, presenta la ignorancia como motivo de su solicitud de perdón – la ve como puerta que puede abrirnos a la conversión» (Jesús de Nazaret, II, 233).
La segunda palabra de Jesús en la cruz que narra san Lucas es una palabra de esperanza, es la respuesta a la oración de uno de los dos hombres crucificados con Él. El buen ladrón ante Jesús vuelve en sí y se arrepiente, se da cuenta de que está ante el Hijo de Dios, que hace visible el Rostro mismo de Dios, y le ruega: «Jesús, acuérdate de mí cuando estés en tu Reino» (v. 42). La respuesta del Señor a esta oración va mucho más allá de la misma solicitud; en efecto dice: «Yo te aseguro que hoy estarás conmigo en el Paraíso»» (v. 43). Jesús es conciente de que entra directamente en la comunión con el Padre y de reabrir al hombre el camino hacia el paraíso de Dios. Así, por medio de esta respuesta, dona la firme esperanza en que la bondad de Dios puede alcanzarnos también en el último instante de la vida y de que la oración sincera, aún después de una vida equivocada, encuentra los brazos abiertos del Padre bueno que espera que el hijo vuelva.
Pero detengámonos en las últimas palabras de Jesús al morir. El Evangelista cuenta: «Era alrededor del mediodía. El sol se eclipsó y la oscuridad cubrió toda la tierra hasta las tres de la tarde. El velo del Templo se rasgó por el medio. Jesús, con un grito, exclamó: ‘Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu’. Y diciendo esto, expiró». (44-46). Algunos aspectos de esta narración son distintos con respecto a Marcos y a Mateo. En Marcos no se describen las tres horas de oscuridad, mientras que en Mateo están enlazadas con una serie de acontecimientos apocalípticos, como el terremoto, la apertura de las tumbas y los muertos que resucitan (cfr Mt 27,51-53).
En Lucas, las horas de oscuridad se producen por el eclipse de sol, pero en aquel momento se produce también la ruptura del velo del templo. De esta forma la narración de Lucas presenta dos símbolos, de alguna forma paralelos en el cielo y en el templo. El cielo pierde su luz, la tierra se hunde, mientras que en el templo, lugar de la presencia de Dios se rasga el velo que protege el santuario. La muerte de Jesús se caracteriza explícitamente como un evento cósmico y litúrgico; en concreto marca el principio de un nuevo culto, en un templo que no ha sido construido por los hombres, porque es el cuerpo mismo de Cristo muerto y resucitado, que reúne a los pueblos y les une en el sacramento de su Cuerpo y su sangre.
La oración de Jesús, en este momento de sufrimiento -«Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu»- es un enérgico grito de extrema y total entrega a Dios. Tal oración expresa la plena conciencia de no estar abandonado. La invocación inicial - «Padre» - recuerda la declaración que hiciera cuando era un muchacho de doce años. En aquella ocasión permaneció durante tres días en el templo de Jerusalén cuyo velo ahora se ha rasgado. Y cuando a sus padres, que le habían comunicado su preocupación, les había contestado: «¿Por qué me buscaban? ¿No sabían que yo debo ocuparme de los asuntos de mi Padre?» (Lc 2,49). Desde el principio hasta el final, lo que determina completamente el sentir de Jesús, su palabra, su acción, es la relación única con el Padre. En la Cruz, Él vive plenamente, en el amor, su relación filial con Dios, que alienta su oración.
Las palabras pronunciadas por Jesús tras la invocación «Padre», retoman una expresión del Salmo 32: «En tus manos confío mi espíritu» (Sal 31,6). Sin embargo, estas palabras no son una simple frase, sino que más bien manifiestan una decisión firme: Jesús se “entrega al Padre en un acto de total abandono. Estas palabras son una oración de “entrega”, llena de confianza en el amor de Dios. Frente a la muerte la oración de Jesús es dramática, como lo es para cada hombre, pero, al mismo tiempo, se caracteriza por la profunda calma que nace de la fe en el Padre y de la voluntad de entregarse totalmente a él. En el Getsemaní, ya inmerso en la lucha final y la oración más intensa y cuando estaba a punto de ser «entregado en manos de los hombres» (Lc 9,44), «su sudor era como gotas de sangre que corrían hasta el suelo» (Lc 22,44). Pero su corazón era plenamente obediente a la voluntad del Padre, y por esto “un ángel del cielo” había venido a reconfortarle (Lc 22,42-43). Ahora en los últimos instantes Jesús se dirige al Padre diciendo cuales son realmente las manos a las que Él entrega toda su existencia. Antes de viajar a Jerusalén, Jesús había insistido a sus discípulos: «Escuchen bien esto que les digo: El Hijo del hombre va a ser entregado en manos de los hombres» (Lc 9,44). Ahora que está a punto de perder la vida, Él sella en la oración su última decisión: Jesús se deja entregar «en las manos de los hombres», pero Él pone su espíritu en las manos del Padre; de esta forma –como afirma Juan el Evangelista- todo se ha cumplido, el supremo acto de amor se ha llevado hasta el final, al límite y más allá del límite.
Queridos hermanos y hermanas, las palabras de Jesús en la cruz, en los últimos instantes de su vida terrenal ofrecen indicaciones concretas para nuestra oración, pero también le ofrecen una confianza serena y una firme esperanza. Jesús pide al Padre que perdone a quienes le están crucificando, nos invita al difícil gesto de rezar también por quienes nos hacen daño, sabiendo perdonar siempre, para que la luz de Dios pueda iluminar su corazón; por lo tanto, nos invita a vivir, en nuestra oración, la misma actitud de misericordia y amor que Dios tiene hacia nosotros: «perdona nuestras ofensas, como también nosotros perdonamos a los que nos ofenden» decimos cotidianamente en el «Padre nuestro». Al mismo tiempo, Jesús que en el momento extremo de la muerte se confía totalmente en las manos de Dios Padre, nos comunica la certeza de que, por duras que sean las pruebas, los problemas difíciles, grande el sufrimiento, no estaremos nunca fuera de las manos de Dios, de esas manos que nos han creado, nos sostienen y nos acompañan en el camino de la existencia, porque están guiadas por un amor infinito y fiel. Gracias. (Radio Vaticano/CV- CdM)
lunes, 13 de febrero de 2012
Nuevo Embajador de España ante la Santa Sede
De 53 años y diplomático desde 1985, Eduardo Gutiérrez Saenz de Buruaga, el nuevo Embajador de España ante la Santa Sede, estuvo destinado en Uruguay y México y fue director general para Iberoamérica entre 1996 y 2000, año en que pasó a dirigir la Representación permanente de España ante la Organización de Estados Américanos (OEA).
Tras su cese en 2004 y hasta ahora ha trabajado en la sede central del PP, junto al responsable de Relaciones Internacionales, Jorge Moragas
Tras su cese en 2004 y hasta ahora ha trabajado en la sede central del PP, junto al responsable de Relaciones Internacionales, Jorge Moragas
sábado, 11 de febrero de 2012
Acercarnos para aliviar al enfermo de hoy (El 11 de febrero es la Jornada Mundial del Enfermo)
La Iglesia siempre ha dado alivio a los enfermos. Lo hizo Jesús sobre la tierra y lo continuaron los apóstoles. ¡Cuánto conmueven aquellos relatos del Nuevo Testamento en que ciegos y leprosos les pedían a gritos una curación! Y ellos, primero el Maestro y después los discípulos --deteniendo el paso apresurado, aún con riesgo de sus vidas--, se acercaban para hacerlos ver, escuchar o caminar. Luego estos seres olvidados volvían a gritar, pero ya con el fin de testimoniar lo que Dios había hecho cuando pasó cerca a ellos...Otros ejemplos son las órdenes y congregaciones religiosas nacidas para esta obra de misericordia; testigos mudos son las pinturas de muchos hospitales en el mundo, donde se ve a los fundadores --siglos atrás--, cargando consigo a enfermos y menesterosos de las principales calles de la ciudad para curarlos sin cobrarles nada.
También lo hacen hoy muchos movimientos apostólicos que a través del voluntariado o por la oración de intercesión, ayudan a curar aquellas “heridas del cuerpo y del espíritu”, de las que habla el Papa Benedicto XVI en su mensaje por la Jornada Mundial del Enfermo 2012, a celebrarse mañana 11 de febrero.
Son muchos los aspectos dentro del mundo de la salud, pero conviene poner más atención a las denominadas ‘enfermedades emergentes’, que son hijas de su tiempo. Por ejemplo emergen con fuerza la depresión infantil, el tabaquismo o el alcoholismo, con nefastas consecuencias y mucho dolor familiar. Por otro lado, asociados a los nuevos hábitos de vida --muchas veces causados por la ansiedad--, nos encontramos con la anorexia, la obesidad mórbida o la ludopatía, entre otros males degenerativos.
Una pregunta que surge del mensaje papal es: ¿debemos atender solo al que sufre en el cuerpo o también al que padece las enfermedades espirituales de hoy? El Papa nos recuerda en su mensaje que en el momento del sufrimiento, “surge en la persona la tentación de abandonarse al desaliento y a la desesperación”, lo que son claros síntomas de ciertos males descritos anteriormente pero que, acompañados a tiempo por la Iglesia, pueden “transformarse en tiempo de gracia para recapacitar”.
Volviendo a la reflexión inicial, la Iglesia tendrá siempre la misión de aliviar el sufrimiento del enfermo, porque como recuerda el Santo Padre en referencia al pasaje del leproso agradecido, éste, “al verse sanado, vuelve enseguida a Jesús lleno de asombro y de alegría para manifestarle su reconocimiento”. Para conseguir este cometido, los creyentes han recibido de Jesús los llamados «sacramentos de curación», que según la enseñanza del Papa para este año, son mejor comprendidos desde el “binomio entre salud física y renovación del alma lacerada”.
Estos sacramentos: la penitencia, la eucaristía y la unción de los enfermos, deben ser ofrecidos y proporcionados continuamente “por toda la comunidad eclesial y la comunidad parroquial en particular, (y) han de asegurar la posibilidad de acercarse con frecuencia a la comunión sacramental a quienes, por motivos de salud o de edad, no pueden ir a los lugares de culto”, reflexiona el Mensaje.
En la meditación del Ángelus del 5 de febrero último, el Papa dijo claramente que“la enfermedad puede ser un momento que restaura, en el cual experimentar la atención de los demás y ¡prestar atención a los demás!”
Por lo tanto, sería oportuno que la nueva evangelización incorporase una estrategia válida de visitas permanentes a los enfermos y ancianos, a fin de hacerles sentir la cercanía y la sanación de Cristo, así como a sus familiares y a quienes los cuidan en medio de la soledad. A este respecto, ha sido un escándalo ver una reciente denuncia periodística sobre una casa de ancianos en Italia, en la que estos eran golpeados e insultados por quienes los asistían.
Conviene poner más atención a las ‘enfermedades emergentes’, en las que el hombre mismo, como producto de sus excesos o desencantado ante un paraíso consumístico no satisfecho, se autoinflige heridas que laceran su cuerpo, su alma y las de los demás. Es una singularísimaoportunidad de decirles: «¡Levántate y anda!». (José Antonio Varela Vidal)
También lo hacen hoy muchos movimientos apostólicos que a través del voluntariado o por la oración de intercesión, ayudan a curar aquellas “heridas del cuerpo y del espíritu”, de las que habla el Papa Benedicto XVI en su mensaje por la Jornada Mundial del Enfermo 2012, a celebrarse mañana 11 de febrero.
Son muchos los aspectos dentro del mundo de la salud, pero conviene poner más atención a las denominadas ‘enfermedades emergentes’, que son hijas de su tiempo. Por ejemplo emergen con fuerza la depresión infantil, el tabaquismo o el alcoholismo, con nefastas consecuencias y mucho dolor familiar. Por otro lado, asociados a los nuevos hábitos de vida --muchas veces causados por la ansiedad--, nos encontramos con la anorexia, la obesidad mórbida o la ludopatía, entre otros males degenerativos.
Una pregunta que surge del mensaje papal es: ¿debemos atender solo al que sufre en el cuerpo o también al que padece las enfermedades espirituales de hoy? El Papa nos recuerda en su mensaje que en el momento del sufrimiento, “surge en la persona la tentación de abandonarse al desaliento y a la desesperación”, lo que son claros síntomas de ciertos males descritos anteriormente pero que, acompañados a tiempo por la Iglesia, pueden “transformarse en tiempo de gracia para recapacitar”.
Volviendo a la reflexión inicial, la Iglesia tendrá siempre la misión de aliviar el sufrimiento del enfermo, porque como recuerda el Santo Padre en referencia al pasaje del leproso agradecido, éste, “al verse sanado, vuelve enseguida a Jesús lleno de asombro y de alegría para manifestarle su reconocimiento”. Para conseguir este cometido, los creyentes han recibido de Jesús los llamados «sacramentos de curación», que según la enseñanza del Papa para este año, son mejor comprendidos desde el “binomio entre salud física y renovación del alma lacerada”.
Estos sacramentos: la penitencia, la eucaristía y la unción de los enfermos, deben ser ofrecidos y proporcionados continuamente “por toda la comunidad eclesial y la comunidad parroquial en particular, (y) han de asegurar la posibilidad de acercarse con frecuencia a la comunión sacramental a quienes, por motivos de salud o de edad, no pueden ir a los lugares de culto”, reflexiona el Mensaje.
En la meditación del Ángelus del 5 de febrero último, el Papa dijo claramente que“la enfermedad puede ser un momento que restaura, en el cual experimentar la atención de los demás y ¡prestar atención a los demás!”
Por lo tanto, sería oportuno que la nueva evangelización incorporase una estrategia válida de visitas permanentes a los enfermos y ancianos, a fin de hacerles sentir la cercanía y la sanación de Cristo, así como a sus familiares y a quienes los cuidan en medio de la soledad. A este respecto, ha sido un escándalo ver una reciente denuncia periodística sobre una casa de ancianos en Italia, en la que estos eran golpeados e insultados por quienes los asistían.
Conviene poner más atención a las ‘enfermedades emergentes’, en las que el hombre mismo, como producto de sus excesos o desencantado ante un paraíso consumístico no satisfecho, se autoinflige heridas que laceran su cuerpo, su alma y las de los demás. Es una singularísimaoportunidad de decirles: «¡Levántate y anda!». (José Antonio Varela Vidal)
11 DE FEBRERO. SÁBADO. FIESTA DE NUESTRA SEÑORA DE LOURDES. QUINTA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. HOY, COMO CUALQUIER SÁBADO DEL AÑO, SE REZAN LOS MISTERIOS GOZOSOS.
LAS 18 APARICIONES
Nuestra Madre Bendita (NUESTRA SEÑORA DE LOURDES) se le apareció a una joven pobre y enferma (Bernardita Soubirous) que vivía en Los Pirineos en una época cuando había mucho desorden en Francia. El jueves 11 de Febrero de 1858, Bernardette Soubirous, su hermana Marie y otra amiga se habían ido a un río cercano a recoger leña para el fuego. Mientras Marie y su amiga cruzaban el río para pasar al otro lado, Bernardette se quedó en tierra seca. Cuando estaba buscando leña escuchó un ruido como el ruido de tormenta que venía de una gruta cercana conocida como Masabielle. A la entrada de la gruta había unas matas de rosas que se movían como si estuviera haciendo viento, pero no lo estaba. Desde el interior de la gruta ella vio una nube coloreada con dorado y poco después una Señora, joven y hermosa quien se posó a la entrada de la cueva por encima de los rosales.
La Señora le sonrió a Bernardette y le indicó que avanzara. Bernardette perdió todo el miedo que había tenido antes y se arrodillo a rezar el Rosario. Después tanto ella como la Señora completaron las oraciones (aunque la Señora solo recitaba El Padre Nuestro y el Gloria), la Señora despaciosamente se alejó al interior de la cueva y desapareció.
Bernardette recibió 18 visitaciones de la Virgen María en un periodo de seis meses si saber quien era la Señora hasta la ultima aparición.
Durante la novena aparición, La Virgen María instruyo a Bernardette para que hiciera un hueco en la tierra y para que bebiera de esta agua y se bañara con ella.
Este hoyo mas tarde se convirtió en una fuente de agua que la Virgen María prometio sería una fuente de sanacion para todos los que vinieran a hacer uso de esas aguas. La Virgen María también le pidió a Bernardette que le dijera al pastor local, el cura Peyramale que hiciera construir una capilla en honor de sus apariciones allí.
El cura acusó a Bernardette de mentir acerca de las apariciones y le dijo que averiguara de la Señora quien era ella y que demandara de ella hacer un milagro haciendo que las matas de rosas en la cueva florecieran.
En Marzo 25, la Fiesta de la Anunciación, la Virgen María contestó la petición del cura cuando le contestó a Bernardette quien apenas tenia educación rudimentaria de religión "Que soy era Inmaculado Conceptiou" . Yo soy la Inmaculada Concepción. Con estas palabras, Nuestra Señora confirmó lo que el Papa había declarado como doctrina oficial tan solo cuatro años atrás, un hecho imposible de ser conocido por una joven sin educación de catorce años en la Francia rural.
Las apariciones fueron declaradas autenticas en 1862 y Lourdes rápidamente se convirtió en uno de los mas grandes sitios de peregrinación. Miles han sido curados de diferentes enfermedades, tanto físicas como espirituales, allí opera una clínica para respaldar a los millones de peregrinos que vienen a Lourdes hasta el día de hoy.
Bernardette regresó a una vida de oscuridad. Se volvió una de las hermanas de Notre Dame en Nevers y murió allí en 1879 a la edad de 35 años después de una dolorosa enfermedad. Fue declarada santa en 1933, no por causa de las apariciones sino por su dedicación a una vida de simplicidad y servicio. Su cuerpo se conserva incorrupto.
Nuestra Madre Bendita (NUESTRA SEÑORA DE LOURDES) se le apareció a una joven pobre y enferma (Bernardita Soubirous) que vivía en Los Pirineos en una época cuando había mucho desorden en Francia. El jueves 11 de Febrero de 1858, Bernardette Soubirous, su hermana Marie y otra amiga se habían ido a un río cercano a recoger leña para el fuego. Mientras Marie y su amiga cruzaban el río para pasar al otro lado, Bernardette se quedó en tierra seca. Cuando estaba buscando leña escuchó un ruido como el ruido de tormenta que venía de una gruta cercana conocida como Masabielle. A la entrada de la gruta había unas matas de rosas que se movían como si estuviera haciendo viento, pero no lo estaba. Desde el interior de la gruta ella vio una nube coloreada con dorado y poco después una Señora, joven y hermosa quien se posó a la entrada de la cueva por encima de los rosales.
La Señora le sonrió a Bernardette y le indicó que avanzara. Bernardette perdió todo el miedo que había tenido antes y se arrodillo a rezar el Rosario. Después tanto ella como la Señora completaron las oraciones (aunque la Señora solo recitaba El Padre Nuestro y el Gloria), la Señora despaciosamente se alejó al interior de la cueva y desapareció.
Bernardette recibió 18 visitaciones de la Virgen María en un periodo de seis meses si saber quien era la Señora hasta la ultima aparición.
Durante la novena aparición, La Virgen María instruyo a Bernardette para que hiciera un hueco en la tierra y para que bebiera de esta agua y se bañara con ella.
Este hoyo mas tarde se convirtió en una fuente de agua que la Virgen María prometio sería una fuente de sanacion para todos los que vinieran a hacer uso de esas aguas. La Virgen María también le pidió a Bernardette que le dijera al pastor local, el cura Peyramale que hiciera construir una capilla en honor de sus apariciones allí.
El cura acusó a Bernardette de mentir acerca de las apariciones y le dijo que averiguara de la Señora quien era ella y que demandara de ella hacer un milagro haciendo que las matas de rosas en la cueva florecieran.
En Marzo 25, la Fiesta de la Anunciación, la Virgen María contestó la petición del cura cuando le contestó a Bernardette quien apenas tenia educación rudimentaria de religión "Que soy era Inmaculado Conceptiou" . Yo soy la Inmaculada Concepción. Con estas palabras, Nuestra Señora confirmó lo que el Papa había declarado como doctrina oficial tan solo cuatro años atrás, un hecho imposible de ser conocido por una joven sin educación de catorce años en la Francia rural.
Las apariciones fueron declaradas autenticas en 1862 y Lourdes rápidamente se convirtió en uno de los mas grandes sitios de peregrinación. Miles han sido curados de diferentes enfermedades, tanto físicas como espirituales, allí opera una clínica para respaldar a los millones de peregrinos que vienen a Lourdes hasta el día de hoy.
Bernardette regresó a una vida de oscuridad. Se volvió una de las hermanas de Notre Dame en Nevers y murió allí en 1879 a la edad de 35 años después de una dolorosa enfermedad. Fue declarada santa en 1933, no por causa de las apariciones sino por su dedicación a una vida de simplicidad y servicio. Su cuerpo se conserva incorrupto.
MENSAJE DEL SANTO PADRE CON OCASIÓN DE LA XX JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO(11 de febrero de 2012)
“¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!” (Lc 17,19)
Queridos hermanos y hermanas!
En ocasión de la Jornada Mundial del Enfermo, que celebraremos el próximo 11 de febrero de 2012, memoria de la Bienaventurada Virgen de Lourdes, deseo renovar mi cercanía espiritual a todos los enfermos que se están hospitalizados o son atendidos por las familias, y expreso a cada uno la solicitud y el afecto de toda la Iglesia. En la acogida generosa y afectuosa de cada vida humana, sobre todo la débil y enferma, el cristiano expresa un aspecto importante de su testimonio evangélico siguiendo el ejemplo de Cristo, que se ha inclinado ante los sufrimientos materiales y espirituales del hombre para curarlos.
Este año, que constituye la preparación más inmediata para la solemne Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará en Alemania el 11 de febrero de 2013, y que se centrará en la emblemática figura evangélica del samaritano (cf. Lc 10,29-37), quisiera poner el acento en los “sacramentos de curación”, es decir, en el sacramento de la penitencia y de la reconciliación, y en el de la unción de los enfermos, que culminan de manera natural en la comunión eucarística.
El encuentro de Jesús con los diez leprosos, descrito en el Evangelio de san Lucas (cf. Lc 17,11-19), y en particular las palabras que el Señor dirige a uno de ellos: “¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!” (v. 19), ayudan a tomar conciencia de la importancia de la fe para quienes, agobiados por el sufrimiento y la enfermedad, se acercan al Señor. En el encuentro con él, pueden experimentar realmente que ¡quien cree no está nunca solo! En efecto, Dios por medio de su Hijo, no nos abandona en nuestras angustias y sufrimientos, está junto a nosotros, nos ayuda a llevarlas y desea curar nuestro corazón en lo más profundo (cf. Mc 2,1-12).La fe de aquel leproso que, a diferencia de los otros, al verse sanado, vuelve enseguida a Jesús lleno de asombro y de alegría para manifestarle su reconocimiento, deja entrever que la salud recuperada es signo de algo más precioso que la simple curación física, es signo de la salvación que Dios nos da a través de Cristo, y que se expresa con las palabras de Jesús: tu fe te ha salvado. Quien invoca al Señor en su sufrimiento y enfermedad, está seguro de que su amor no le abandona nunca, y de que el amor de la Iglesia, que continúa en el tiempo su obra de salvación, nunca le faltará. La curación física, expresión de la salvación más profunda, revela así la importancia que el hombre, en su integridad de alma y cuerpo, tiene para el Señor. Cada uno de los sacramentos, además, expresa y actúa la proximidad Dios mismo, el cual, de manera absolutamente gratuita, “nos toca por medio de realidades materiales …, que él toma a su servicio y las convierte en instrumentos del encuentro entre nosotros y Él mismo” (Homilía, S. Misa Crismal, 1 de abril de 2010). “La unidad entre creación y redención se hace visible. Los sacramentos son expresión de la corporeidad de nuestra fe, que abraza cuerpo y alma, al hombre entero” (Homilía, S. Misa Crismal, 21 de abril de 2011).
La tarea principal de la Iglesia es, ciertamente, el anuncio del Reino de Dios, «pero precisamente este mismo anuncio debe ser un proceso de curación: “… para curar los corazones desgarrados” (Is 61,1)» (ibíd.), según la misión que Jesús confió a sus discípulos (cf. Lc 9,1-2; Mt 10,1.5-14; Mc 6,7-13). El binomio entre salud física y renovación del alma lacerada nos ayuda, pues, a comprender mejor los “sacramentos de curación”.
El sacramento de la penitencia ha sido, a menudo, el centro de reflexión de los pastores de la Iglesia, por su gran importancia en el camino de la vida cristiana, ya que “toda la fuerza de la Penitencia consiste en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une a Él con profunda amistad” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1468). La Iglesia, continuando el anuncio de perdón y reconciliación, proclamado por Jesús, no cesa de invitar a toda la humanidad a convertirse y a creer en el Evangelio. Así lo dice el apóstol Pablo: “Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo, os pedimos que os reconciliéis con Dios” (2 Co 5,20). Jesús, con su vida anuncia y hace presente la misericordia del Padre. Él no ha venido para condenar, sino para perdonar y salvar, para dar esperanza incluso en la oscuridad más profunda del sufrimiento y del pecado, para dar la vida eterna; así, en el sacramento de la penitencia, en la “medicina de la confesión”, la experiencia del pecado no degenera en desesperación, sino que encuentra el amor que perdona y transforma (cf. Juan Pablo II, Exhortación ap. postsin. Reconciliatio et Paenitentia, 31).
Dios, “rico en misericordia” (Ef 2,4), como el padre de la parábola evangélica (cf. Lc 15, 11-32), no cierra el corazón a ninguno de sus hijos, sino que los espera, los busca, los alcanza allí donde el rechazo de la comunión les ha encerrado en el aislamiento y en la división, los llama a reunirse en torno a su mesa, en la alegría de la fiesta del perdón y la reconciliación. El momento del sufrimiento, en el cual podría surgir la tentación de abandonarse al desaliento y a la desesperación, puede transformarse en tiempo de gracia para recapacitar y, como el hijo pródigo de la parábola, reflexionar sobre la propia vida, reconociendo los errores y fallos, sentir la nostalgia del abrazo del Padre y recorrer el camino de regreso a casa. Él, con su gran amor vela siempre y en cualquier circunstancia sobre nuestra existencia y nos espera para ofrecer, a cada hijo que vuelve a él, el don de la plena reconciliación y de la alegría.
De la lectura del Evangelio emerge, claramente, cómo Jesús ha mostrado una particular predilección por los enfermos. Él no sólo ha enviado a sus discípulos a curar las heridas (cf. Mt 10,8; Lc 9,2; 10,9), sino que también ha instituido para ellos un sacramento específico: la unción de los enfermos. La carta de Santiago atestigua la presencia de este gesto sacramental ya en la primera comunidad cristiana (cf. 5,14-16): con la unción de los enfermos, acompañada con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado, para que les alivie sus penas y los salve; es más, les exhorta a unirse espiritualmente a la pasión y a la muerte de Cristo, para contribuir, de este modo, al bien del Pueblo de Dios.
Este sacramento nos lleva a contemplar el doble misterio del monte de los Olivos, donde Jesús dramáticamente encuentra, aceptándola, la vía que le indicaba el Padre, la de la pasión, la del supremo acto de amor. En esa hora de prueba, él es el mediador “llevando en sí mismo, asumiendo en sí mismo el sufrimiento de la pasión del mundo, transformándolo en grito hacia Dios, llevándolo ante los ojos de Dios y poniéndolo en sus manos, llevándolo así realmente al momento de la redención” (Lectio divina, Encuentro con el clero de Roma, 18 de febrero de 2010). Pero “el Huerto de los Olivos es también el lugar desde el cual ascendió al Padre, y es por tanto el lugar de la Redención … Este doble misterio del monte de los Olivos está siempre “activo” también en el óleo sacramental de la Iglesia … signo de la bondad de Dios que llega a nosotros” (Homilía, S. Misa Crismal, 1 de abril de 2010). En la unción de los enfermos, la materia sacramental del óleo se nos ofrece, por decirlo así, “como medicina de Dios … que ahora nos da la certeza de su bondad, que nos debe fortalecer y consolar, pero que, al mismo tiempo, y más allá de la enfermedad, remite a la curación definitiva, a la resurrección (cf. St 5,14)” (ibíd.).Este sacramento merece hoy una mayor consideración, tanto en la reflexión teológica como en la acción pastoral con los enfermos. Valorizando los contenidos de la oración litúrgica que se adaptan a las diversas situaciones humanas unidas a la enfermedad, y no sólo cuando se ha llegado al final de la vida (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1514), la unción de los enfermos no debe ser considerada como “un sacramento menor” respecto a los otros. La atención y el cuidado pastoral hacia los enfermos, por un lado es señal de la ternura de Dios con los que sufren, y por otro lado beneficia también espiritualmente a los sacerdotes y a toda la comunidad cristiana, sabiendo que todo lo que se hace con el más pequeño, se hace con el mismo Jesús (cf. Mt 25,40).
A propósito de los “sacramentos de la curación”, san Agustín afirma: “Dios cura todas tus enfermedades. No temas, pues: todas tus enfermedades serán curadas … Tú sólo debes dejar que él te cure y no rechazar sus manos” (Exposición sobre el salmo 102, 5: PL 36, 1319-1320). Se trata de medios preciosos de la gracia de Dios, que ayudan al enfermo a conformarse, cada vez con más plenitud, con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Junto a estos dos sacramentos, quisiera también subrayar la importancia de la eucaristía. Cuando se recibe en el momento de la enfermedad contribuye de manera singular a realizar esta transformación, asociando a quien se nutre con el Cuerpo y la Sangre de Jesús al ofrecimiento que él ha hecho de sí mismo al Padre para la salvación de todos. Toda la comunidad eclesial, y la comunidad parroquial en particular, han de asegurar la posibilidad de acercarse con frecuencia a la comunión sacramental a quienes, por motivos de salud o de edad, no pueden ir a los lugares de culto. De este modo, a estos hermanos y hermanas se les ofrece la posibilidad de reforzar la relación con Cristo crucificado y resucitado, participando, con su vida ofrecida por amor a Cristo, en la misma misión de la Iglesia. En esta perspectiva, es importante que los sacerdotes que prestan su delicada misión en los hospitales, en las clínicas y en las casas de los enfermos se sientan verdaderos « “ministros de los enfermos”, signo e instrumento de la compasión de Cristo, que debe llegar a todo hombre marcado por el sufrimiento» (Mensaje para la XVIII Jornada Mundial del Enfermo, 22 de noviembre de 2009).
La conformación con el misterio pascual de Cristo, realizada también mediante la práctica de la comunión espiritual, asume un significado muy particular cuando la eucaristía se administra y se recibe como viático. En ese momento de la existencia, resuenan de modo aún más incisivo las palabras del Señor: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54). En efecto, la eucaristía, sobre todo como viático, es – según la definición de san Ignacio de Antioquia – “fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte” (Carta a los Efesios, 20: PG 5, 661), sacramento del paso de la muerte a la vida, de este mundo al Padre, que a todos espera en la Jerusalén celeste.
5. El tema de este Mensaje para la XX Jornada Mundial del Enfermo, “¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!”, se refiere también al próximo “Año de la fe”, que comenzará el 11 de octubre de 2012, ocasión propicia y preciosa para redescubrir la fuerza y la belleza de la fe, para profundizar sus contenidos y para testimoniarla en la vida de cada día (cf. Carta ap. Porta fidei, 11 de octubre de 2011). Deseo animar a los enfermos y a los que sufren a encontrar siempre en la fe un ancla segura, alimentada por la escucha de la palabra de Dios, la oración personal y los sacramentos, a la vez que invito a los pastores a facilitar a los enfermos su celebración. Que los sacerdotes, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor y como guías de la grey que les ha sido confiada, se muestren llenos de alegría, atentos con los más débiles, los sencillos, los pecadores, manifestando la infinita misericordia de Dios con las confortadoras palabras de la esperanza (cf. S. Agustín, Carta 95, 1: PL 33, 351-352).A todos los que trabajan en el mundo de la salud, como también a las familias que en sus propios miembros ven el rostro sufriente del Señor Jesús, renuevo mi agradecimiento y el de la Iglesia, porque, con su competencia profesional y tantas veces en silencio, sin hablar de Cristo, lo manifiestan (cf. Homilía, S. Misa Crismal, 21 de abril de 2011).
A María, Madre de Misericordia y Salud de los Enfermos, dirigimos nuestra mirada confiada y nuestra oración; su materna compasión, vivida junto al Hijo agonizante en la Cruz, acompañe y sostenga la fe y la esperanza de cada persona enferma y que sufre en el camino de curación de las heridas del cuerpo y del espíritu.Os aseguro mi recuerdo en la oración, mientras imparto a cada uno una especial Bendición Apostólica.
Vaticano, 20 de noviembre de 2011, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
Queridos hermanos y hermanas!
En ocasión de la Jornada Mundial del Enfermo, que celebraremos el próximo 11 de febrero de 2012, memoria de la Bienaventurada Virgen de Lourdes, deseo renovar mi cercanía espiritual a todos los enfermos que se están hospitalizados o son atendidos por las familias, y expreso a cada uno la solicitud y el afecto de toda la Iglesia. En la acogida generosa y afectuosa de cada vida humana, sobre todo la débil y enferma, el cristiano expresa un aspecto importante de su testimonio evangélico siguiendo el ejemplo de Cristo, que se ha inclinado ante los sufrimientos materiales y espirituales del hombre para curarlos.
Este año, que constituye la preparación más inmediata para la solemne Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará en Alemania el 11 de febrero de 2013, y que se centrará en la emblemática figura evangélica del samaritano (cf. Lc 10,29-37), quisiera poner el acento en los “sacramentos de curación”, es decir, en el sacramento de la penitencia y de la reconciliación, y en el de la unción de los enfermos, que culminan de manera natural en la comunión eucarística.
El encuentro de Jesús con los diez leprosos, descrito en el Evangelio de san Lucas (cf. Lc 17,11-19), y en particular las palabras que el Señor dirige a uno de ellos: “¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!” (v. 19), ayudan a tomar conciencia de la importancia de la fe para quienes, agobiados por el sufrimiento y la enfermedad, se acercan al Señor. En el encuentro con él, pueden experimentar realmente que ¡quien cree no está nunca solo! En efecto, Dios por medio de su Hijo, no nos abandona en nuestras angustias y sufrimientos, está junto a nosotros, nos ayuda a llevarlas y desea curar nuestro corazón en lo más profundo (cf. Mc 2,1-12).La fe de aquel leproso que, a diferencia de los otros, al verse sanado, vuelve enseguida a Jesús lleno de asombro y de alegría para manifestarle su reconocimiento, deja entrever que la salud recuperada es signo de algo más precioso que la simple curación física, es signo de la salvación que Dios nos da a través de Cristo, y que se expresa con las palabras de Jesús: tu fe te ha salvado. Quien invoca al Señor en su sufrimiento y enfermedad, está seguro de que su amor no le abandona nunca, y de que el amor de la Iglesia, que continúa en el tiempo su obra de salvación, nunca le faltará. La curación física, expresión de la salvación más profunda, revela así la importancia que el hombre, en su integridad de alma y cuerpo, tiene para el Señor. Cada uno de los sacramentos, además, expresa y actúa la proximidad Dios mismo, el cual, de manera absolutamente gratuita, “nos toca por medio de realidades materiales …, que él toma a su servicio y las convierte en instrumentos del encuentro entre nosotros y Él mismo” (Homilía, S. Misa Crismal, 1 de abril de 2010). “La unidad entre creación y redención se hace visible. Los sacramentos son expresión de la corporeidad de nuestra fe, que abraza cuerpo y alma, al hombre entero” (Homilía, S. Misa Crismal, 21 de abril de 2011).
La tarea principal de la Iglesia es, ciertamente, el anuncio del Reino de Dios, «pero precisamente este mismo anuncio debe ser un proceso de curación: “… para curar los corazones desgarrados” (Is 61,1)» (ibíd.), según la misión que Jesús confió a sus discípulos (cf. Lc 9,1-2; Mt 10,1.5-14; Mc 6,7-13). El binomio entre salud física y renovación del alma lacerada nos ayuda, pues, a comprender mejor los “sacramentos de curación”.
El sacramento de la penitencia ha sido, a menudo, el centro de reflexión de los pastores de la Iglesia, por su gran importancia en el camino de la vida cristiana, ya que “toda la fuerza de la Penitencia consiste en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une a Él con profunda amistad” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1468). La Iglesia, continuando el anuncio de perdón y reconciliación, proclamado por Jesús, no cesa de invitar a toda la humanidad a convertirse y a creer en el Evangelio. Así lo dice el apóstol Pablo: “Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo, os pedimos que os reconciliéis con Dios” (2 Co 5,20). Jesús, con su vida anuncia y hace presente la misericordia del Padre. Él no ha venido para condenar, sino para perdonar y salvar, para dar esperanza incluso en la oscuridad más profunda del sufrimiento y del pecado, para dar la vida eterna; así, en el sacramento de la penitencia, en la “medicina de la confesión”, la experiencia del pecado no degenera en desesperación, sino que encuentra el amor que perdona y transforma (cf. Juan Pablo II, Exhortación ap. postsin. Reconciliatio et Paenitentia, 31).
Dios, “rico en misericordia” (Ef 2,4), como el padre de la parábola evangélica (cf. Lc 15, 11-32), no cierra el corazón a ninguno de sus hijos, sino que los espera, los busca, los alcanza allí donde el rechazo de la comunión les ha encerrado en el aislamiento y en la división, los llama a reunirse en torno a su mesa, en la alegría de la fiesta del perdón y la reconciliación. El momento del sufrimiento, en el cual podría surgir la tentación de abandonarse al desaliento y a la desesperación, puede transformarse en tiempo de gracia para recapacitar y, como el hijo pródigo de la parábola, reflexionar sobre la propia vida, reconociendo los errores y fallos, sentir la nostalgia del abrazo del Padre y recorrer el camino de regreso a casa. Él, con su gran amor vela siempre y en cualquier circunstancia sobre nuestra existencia y nos espera para ofrecer, a cada hijo que vuelve a él, el don de la plena reconciliación y de la alegría.
De la lectura del Evangelio emerge, claramente, cómo Jesús ha mostrado una particular predilección por los enfermos. Él no sólo ha enviado a sus discípulos a curar las heridas (cf. Mt 10,8; Lc 9,2; 10,9), sino que también ha instituido para ellos un sacramento específico: la unción de los enfermos. La carta de Santiago atestigua la presencia de este gesto sacramental ya en la primera comunidad cristiana (cf. 5,14-16): con la unción de los enfermos, acompañada con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado, para que les alivie sus penas y los salve; es más, les exhorta a unirse espiritualmente a la pasión y a la muerte de Cristo, para contribuir, de este modo, al bien del Pueblo de Dios.
Este sacramento nos lleva a contemplar el doble misterio del monte de los Olivos, donde Jesús dramáticamente encuentra, aceptándola, la vía que le indicaba el Padre, la de la pasión, la del supremo acto de amor. En esa hora de prueba, él es el mediador “llevando en sí mismo, asumiendo en sí mismo el sufrimiento de la pasión del mundo, transformándolo en grito hacia Dios, llevándolo ante los ojos de Dios y poniéndolo en sus manos, llevándolo así realmente al momento de la redención” (Lectio divina, Encuentro con el clero de Roma, 18 de febrero de 2010). Pero “el Huerto de los Olivos es también el lugar desde el cual ascendió al Padre, y es por tanto el lugar de la Redención … Este doble misterio del monte de los Olivos está siempre “activo” también en el óleo sacramental de la Iglesia … signo de la bondad de Dios que llega a nosotros” (Homilía, S. Misa Crismal, 1 de abril de 2010). En la unción de los enfermos, la materia sacramental del óleo se nos ofrece, por decirlo así, “como medicina de Dios … que ahora nos da la certeza de su bondad, que nos debe fortalecer y consolar, pero que, al mismo tiempo, y más allá de la enfermedad, remite a la curación definitiva, a la resurrección (cf. St 5,14)” (ibíd.).Este sacramento merece hoy una mayor consideración, tanto en la reflexión teológica como en la acción pastoral con los enfermos. Valorizando los contenidos de la oración litúrgica que se adaptan a las diversas situaciones humanas unidas a la enfermedad, y no sólo cuando se ha llegado al final de la vida (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1514), la unción de los enfermos no debe ser considerada como “un sacramento menor” respecto a los otros. La atención y el cuidado pastoral hacia los enfermos, por un lado es señal de la ternura de Dios con los que sufren, y por otro lado beneficia también espiritualmente a los sacerdotes y a toda la comunidad cristiana, sabiendo que todo lo que se hace con el más pequeño, se hace con el mismo Jesús (cf. Mt 25,40).
A propósito de los “sacramentos de la curación”, san Agustín afirma: “Dios cura todas tus enfermedades. No temas, pues: todas tus enfermedades serán curadas … Tú sólo debes dejar que él te cure y no rechazar sus manos” (Exposición sobre el salmo 102, 5: PL 36, 1319-1320). Se trata de medios preciosos de la gracia de Dios, que ayudan al enfermo a conformarse, cada vez con más plenitud, con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Junto a estos dos sacramentos, quisiera también subrayar la importancia de la eucaristía. Cuando se recibe en el momento de la enfermedad contribuye de manera singular a realizar esta transformación, asociando a quien se nutre con el Cuerpo y la Sangre de Jesús al ofrecimiento que él ha hecho de sí mismo al Padre para la salvación de todos. Toda la comunidad eclesial, y la comunidad parroquial en particular, han de asegurar la posibilidad de acercarse con frecuencia a la comunión sacramental a quienes, por motivos de salud o de edad, no pueden ir a los lugares de culto. De este modo, a estos hermanos y hermanas se les ofrece la posibilidad de reforzar la relación con Cristo crucificado y resucitado, participando, con su vida ofrecida por amor a Cristo, en la misma misión de la Iglesia. En esta perspectiva, es importante que los sacerdotes que prestan su delicada misión en los hospitales, en las clínicas y en las casas de los enfermos se sientan verdaderos « “ministros de los enfermos”, signo e instrumento de la compasión de Cristo, que debe llegar a todo hombre marcado por el sufrimiento» (Mensaje para la XVIII Jornada Mundial del Enfermo, 22 de noviembre de 2009).
La conformación con el misterio pascual de Cristo, realizada también mediante la práctica de la comunión espiritual, asume un significado muy particular cuando la eucaristía se administra y se recibe como viático. En ese momento de la existencia, resuenan de modo aún más incisivo las palabras del Señor: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54). En efecto, la eucaristía, sobre todo como viático, es – según la definición de san Ignacio de Antioquia – “fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte” (Carta a los Efesios, 20: PG 5, 661), sacramento del paso de la muerte a la vida, de este mundo al Padre, que a todos espera en la Jerusalén celeste.
5. El tema de este Mensaje para la XX Jornada Mundial del Enfermo, “¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!”, se refiere también al próximo “Año de la fe”, que comenzará el 11 de octubre de 2012, ocasión propicia y preciosa para redescubrir la fuerza y la belleza de la fe, para profundizar sus contenidos y para testimoniarla en la vida de cada día (cf. Carta ap. Porta fidei, 11 de octubre de 2011). Deseo animar a los enfermos y a los que sufren a encontrar siempre en la fe un ancla segura, alimentada por la escucha de la palabra de Dios, la oración personal y los sacramentos, a la vez que invito a los pastores a facilitar a los enfermos su celebración. Que los sacerdotes, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor y como guías de la grey que les ha sido confiada, se muestren llenos de alegría, atentos con los más débiles, los sencillos, los pecadores, manifestando la infinita misericordia de Dios con las confortadoras palabras de la esperanza (cf. S. Agustín, Carta 95, 1: PL 33, 351-352).A todos los que trabajan en el mundo de la salud, como también a las familias que en sus propios miembros ven el rostro sufriente del Señor Jesús, renuevo mi agradecimiento y el de la Iglesia, porque, con su competencia profesional y tantas veces en silencio, sin hablar de Cristo, lo manifiestan (cf. Homilía, S. Misa Crismal, 21 de abril de 2011).
A María, Madre de Misericordia y Salud de los Enfermos, dirigimos nuestra mirada confiada y nuestra oración; su materna compasión, vivida junto al Hijo agonizante en la Cruz, acompañe y sostenga la fe y la esperanza de cada persona enferma y que sufre en el camino de curación de las heridas del cuerpo y del espíritu.Os aseguro mi recuerdo en la oración, mientras imparto a cada uno una especial Bendición Apostólica.
Vaticano, 20 de noviembre de 2011, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
miércoles, 8 de febrero de 2012
Fallece Enrique Moreno Bellver, ex-jugador de fútbol y vinculado a la Hermandad del Cristo de los Afligidos
(Desde el Cañamelar, Valencia, José Angel Crespo Flor)
El ex futbolista Enrique Moreno Bellver falleció este miércoles, a los 48 años. Nacido en Valencia (6/9/1963) el defensa se crió en las filas valencianistas desde muy pequeño y llegó al primer equipo la temporada 81/82, en el que permaneció hasta el curso 1984/85. La temporada siguiente se marchó al Rayo Vallecano, donde estuvo una campaña en Segunda División, antes de regresar a la máxima categoría en las filas del Real Valladolid, en el que se retiró en 1992.
Enrique Moreno llegó a figurar en el censo de la Hermandad del Cristo de los Afligidos (Cañamelar - Valencia) y aunque ultimamente, por no vivir en el barrio, no saliá como cofrade sí que mantenía vínculos con el colectivo semanasantero que preside Joaquin Reig Capilla. Hasta el extremo estaba vinculado que era uno de los que no faltaba el Lunes Santo, día grande de este colectivo, a la solemne procesión que preside el Tituilar de la Hermandad y patrono del Barrio que sale a las calles del Cañamelar a brazos y bajo Palio.
Desde esta Hermandad del Cristo de los Afligidos que era también su Hermandad elevamos un Padrenuestro en su memoria. Descanse en paz.
El ex futbolista Enrique Moreno Bellver falleció este miércoles, a los 48 años. Nacido en Valencia (6/9/1963) el defensa se crió en las filas valencianistas desde muy pequeño y llegó al primer equipo la temporada 81/82, en el que permaneció hasta el curso 1984/85. La temporada siguiente se marchó al Rayo Vallecano, donde estuvo una campaña en Segunda División, antes de regresar a la máxima categoría en las filas del Real Valladolid, en el que se retiró en 1992.
Enrique Moreno llegó a figurar en el censo de la Hermandad del Cristo de los Afligidos (Cañamelar - Valencia) y aunque ultimamente, por no vivir en el barrio, no saliá como cofrade sí que mantenía vínculos con el colectivo semanasantero que preside Joaquin Reig Capilla. Hasta el extremo estaba vinculado que era uno de los que no faltaba el Lunes Santo, día grande de este colectivo, a la solemne procesión que preside el Tituilar de la Hermandad y patrono del Barrio que sale a las calles del Cañamelar a brazos y bajo Palio.
Desde esta Hermandad del Cristo de los Afligidos que era también su Hermandad elevamos un Padrenuestro en su memoria. Descanse en paz.
martes, 7 de febrero de 2012
Mons. D. Enrique Benavent Vidal, obispo Auxiliar de Valencia, presidirá la Solemne Misa del Lunes Santo en honor al Cristo de los Afligidos, patrono del Canyamelar
(Desde El Cañamelar, Valencia, José Ángel Crespo Flor)
Mons. D. Enrique Benavent Vidal, obispo Auxiliar de Valencia, presidirá el LUNES SANTO, 2 de abril, la Solemne Misa en honor al Cristo de los Afligidos, patrono del Canyamelar que organiza la Hermandad del mismo Nombre. Misa que tendrá lugar en la parroquia Nuestra Señora del Rosario, que dará comienzo a las 19 horas y que como siempre, será un momento para dar gracias y recordar a todos los que nos precedieron en el camino de la Fe. Tras la Misa tendrá lugar la Solemne y Devota Procesión de nuestro Titular portado a pecho. Procesión a la que también se le ha invitado.
Unos datos de su biografía
Enrique Benavent Vidal, nació el 25 de abril de 1959 en Quatretonda (Valencia), cursó los estudios eclesiásticos en el Seminario Diocesano de Moncada (Valencia), asistiendo a las clases de la Facultad de Teología “San Vicente Ferrer” donde consiguió la Licenciatura en Teología (1986). Es Doctor en Teología (1993) por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. El nombramiento episcopal de Mons. D. Enrique Benavent Vidal (8 - Noviembre - 2004) coincide con el aniversario de su ordenación sacerdotal que tuvo lugar en Valencia de manos de Juan Pablo II el 8 de noviembre de 1982, durante su primera Visita Apostólica a España.
En su ministerio sacerdotal ha desempeñado los cargos de: coadjutor de la Parroquia de San Roque y San Sebastián de Alcoy (provincia de Alicante y archidiócesis de Valencia) y profesor de Religión en el Instituto, de 1982 a 1985; formador en el Seminario Mayor de Moncada (Valencia) y profesor de Síntesis Teológica para los Diáconos, de 1985 a 1990 y Delegado Episcopal de Pastoral Vocacional, de 1993 a 1997. Durante tres años, de 1990 a 1993, se trasladó a Roma para cursar los estudios de doctorado en la Pontificia Universidad Gregoriana.
Ha sido también profesor de Teología Dogmática en la Facultad de Teología “San Vicente Ferrer” de Valencia”, desde 1993; profesor en la Sección de Valencia del Pontifico Instituto “Juan Pablo II” para Estudios sobre Matrimonio y Familia; Director del Colegio Mayor “S. Juan de Ribera” de Burjassot-Valencia; Decano-Presidente de la Facultad de Teología “San Vicente Ferrer” de Valencia, y Director de la Sección Diócesis de la misma Facultad.
Mons. D. Enrique Benavent Vidal, obispo Auxiliar de Valencia, presidirá el LUNES SANTO, 2 de abril, la Solemne Misa en honor al Cristo de los Afligidos, patrono del Canyamelar que organiza la Hermandad del mismo Nombre. Misa que tendrá lugar en la parroquia Nuestra Señora del Rosario, que dará comienzo a las 19 horas y que como siempre, será un momento para dar gracias y recordar a todos los que nos precedieron en el camino de la Fe. Tras la Misa tendrá lugar la Solemne y Devota Procesión de nuestro Titular portado a pecho. Procesión a la que también se le ha invitado.
Unos datos de su biografía
Enrique Benavent Vidal, nació el 25 de abril de 1959 en Quatretonda (Valencia), cursó los estudios eclesiásticos en el Seminario Diocesano de Moncada (Valencia), asistiendo a las clases de la Facultad de Teología “San Vicente Ferrer” donde consiguió la Licenciatura en Teología (1986). Es Doctor en Teología (1993) por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. El nombramiento episcopal de Mons. D. Enrique Benavent Vidal (8 - Noviembre - 2004) coincide con el aniversario de su ordenación sacerdotal que tuvo lugar en Valencia de manos de Juan Pablo II el 8 de noviembre de 1982, durante su primera Visita Apostólica a España.
En su ministerio sacerdotal ha desempeñado los cargos de: coadjutor de la Parroquia de San Roque y San Sebastián de Alcoy (provincia de Alicante y archidiócesis de Valencia) y profesor de Religión en el Instituto, de 1982 a 1985; formador en el Seminario Mayor de Moncada (Valencia) y profesor de Síntesis Teológica para los Diáconos, de 1985 a 1990 y Delegado Episcopal de Pastoral Vocacional, de 1993 a 1997. Durante tres años, de 1990 a 1993, se trasladó a Roma para cursar los estudios de doctorado en la Pontificia Universidad Gregoriana.
Ha sido también profesor de Teología Dogmática en la Facultad de Teología “San Vicente Ferrer” de Valencia”, desde 1993; profesor en la Sección de Valencia del Pontifico Instituto “Juan Pablo II” para Estudios sobre Matrimonio y Familia; Director del Colegio Mayor “S. Juan de Ribera” de Burjassot-Valencia; Decano-Presidente de la Facultad de Teología “San Vicente Ferrer” de Valencia, y Director de la Sección Diócesis de la misma Facultad.
domingo, 5 de febrero de 2012
5 de Febrero de 2012. V Domingo del Tiempo Ordinario. Fiesta de Santa Águeda, virgen y mártir, patrona de Jérica (Castellón)
Santa Águeda de Catania fue una virgen y mártir según la tradición cristiana. Su festividad se celebra el 5 de febrero.
Rechazado por la joven que ya se había comprometido con Jesucristo, el Senador Quintianus intentó con ayuda de una mala mujer, Afrodisia, convencer a la joven Águeda, pero ésta no cedió.
El Senador en venganza por no conseguir sus placeres la envía a un lupanar, donde milagrosamente conserva su virginidad. Aún más enfurecido, ordenó que torturaran a la joven y que le cortarán los senos. La respuesta de la que posteriormente sería Santa fue: "Cruel tirano, ¿no te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?". Aunque en una visión vio a San Pedro y este curó sus heridas, siguió siendo torturada y fue arrojada sobre carbones al rojo vivo y revolcada en la ciudad de Catania, Sicilia (Italia). Además se dice que lanzó un gran grito de alegría al expirar, dando gracias a Dios.
Según cuentan el volcán Etna hizo erupción un año después de la muerte de la Santa en el 250 y los pobladores de Catania pidieron su intervención logrando detener la lava a las puertas de la ciudad. Desde entonces es patrona de Catania y de toda Sicilia y de los alrededores del volcán e invocada para prevenir los daños del fuego, rayos y volcanes. También se recurre a ella con los males de los pechos, partos difíciles y problemas con la lactancia. En general se la considera protectora de las mujeres. En el País Vasco se le atribuye una faceta sanadora.
Es la patrona de las enfermeras y fue meritoria de la palma del martirio con la que se suele representar.
Hay que hacer constar que el patrón de esta villa castellñonense que aúna historia, riqueza monumental, belleza y cultura es el Cristo de la Sangre, con parroquia propia. Aunque otro crucificado, el Cristo de los Afligidos, empieza a ser tenido en cuenta y a contar con devoción propia gracias -todo hay que decirlo- al empeño puesto por la Hermandad del Cristo de los Afligidos del Cañamelar y por el actual párroco de Jérica, Tomás Tomás Beltrán que siempre vio con buenos ojos que no se olvidase a este crucificado que se encuentra en una capilla de la Arciprestal de Jérica, dedicada a Santa Águeda.
Rechazado por la joven que ya se había comprometido con Jesucristo, el Senador Quintianus intentó con ayuda de una mala mujer, Afrodisia, convencer a la joven Águeda, pero ésta no cedió.
El Senador en venganza por no conseguir sus placeres la envía a un lupanar, donde milagrosamente conserva su virginidad. Aún más enfurecido, ordenó que torturaran a la joven y que le cortarán los senos. La respuesta de la que posteriormente sería Santa fue: "Cruel tirano, ¿no te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?". Aunque en una visión vio a San Pedro y este curó sus heridas, siguió siendo torturada y fue arrojada sobre carbones al rojo vivo y revolcada en la ciudad de Catania, Sicilia (Italia). Además se dice que lanzó un gran grito de alegría al expirar, dando gracias a Dios.
Según cuentan el volcán Etna hizo erupción un año después de la muerte de la Santa en el 250 y los pobladores de Catania pidieron su intervención logrando detener la lava a las puertas de la ciudad. Desde entonces es patrona de Catania y de toda Sicilia y de los alrededores del volcán e invocada para prevenir los daños del fuego, rayos y volcanes. También se recurre a ella con los males de los pechos, partos difíciles y problemas con la lactancia. En general se la considera protectora de las mujeres. En el País Vasco se le atribuye una faceta sanadora.
Es la patrona de las enfermeras y fue meritoria de la palma del martirio con la que se suele representar.
Hay que hacer constar que el patrón de esta villa castellñonense que aúna historia, riqueza monumental, belleza y cultura es el Cristo de la Sangre, con parroquia propia. Aunque otro crucificado, el Cristo de los Afligidos, empieza a ser tenido en cuenta y a contar con devoción propia gracias -todo hay que decirlo- al empeño puesto por la Hermandad del Cristo de los Afligidos del Cañamelar y por el actual párroco de Jérica, Tomás Tomás Beltrán que siempre vio con buenos ojos que no se olvidase a este crucificado que se encuentra en una capilla de la Arciprestal de Jérica, dedicada a Santa Águeda.
MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI CON OCASIÓN DE LA XX JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO (11 de febrero de 2012) “¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!” (Lc 17,19)
¡Queridos hermanos y hermanas! Con ocasión de la Jornada Mundial del Enfermo, que celebraremos el próximo 11 de febrero de 2012, memoria de la Bienaventurada Virgen de Lourdes, deseo renovar mi cercanía espiritual a todos los enfermos que están hospitalizados o son atendidos por las familias, y expreso a cada uno la solicitud y el afecto de toda la Iglesia. En la acogida generosa y afectuosa de cada vida humana, sobre todo la débil y enferma, el cristiano expresa un aspecto importante de su testimonio evangélico siguiendo el ejemplo de Cristo, que se ha inclinado ante los sufrimientos materiales y espirituales del hombre para curarlos.
1. Este año, que constituye la preparación más inmediata para la solemne Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará en Alemania el 11 de febrero de 2013, y que se centrará en la emblemática figura evangélica del samaritano (cf. Lc 10,29-37), quisiera poner el acento en los «sacramentos de curación», es decir, en el sacramento de la penitencia y de la reconciliación, y en el de la unción de los enfermos, que culminan de manera natural en la comunión eucarística.
El encuentro de Jesús con los diez leprosos, descrito en el Evangelio de san Lucas (cf. Lc 17,11-19), y en particular las palabras que el Señor dirige a uno de ellos: «¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!» (v. 19), ayudan a tomar conciencia de la importancia de la fe para quienes, agobiados por el sufrimiento y la enfermedad, se acercan al Señor. En el encuentro con él, pueden experimentar realmente que ¡quien cree no está nunca solo! En efecto, Dios por medio de su Hijo, no nos abandona en nuestras angustias y sufrimientos, está junto a nosotros, nos ayuda a llevarlas y desea curar nuestro corazón en lo más profundo (cf. Mc 2,1-12).
La fe de aquel leproso que, a diferencia de los otros, al verse sanado, vuelve enseguida a Jesús lleno de asombro y de alegría para manifestarle su reconocimiento, deja entrever que la salud recuperada es signo de algo más precioso que la simple curación física, es signo de la salvación que Dios nos da a través de Cristo, y que se expresa con las palabras de Jesús: tu fe te ha salvado. Quien invoca al Señor en su sufrimiento y enfermedad, está seguro de que su amor no le abandona nunca, y de que el amor de la Iglesia, que continúa en el tiempo su obra de salvación, nunca le faltará. La curación física, expresión de la salvación más profunda, revela así la importancia que el hombre, en su integridad de alma y cuerpo, tiene para el Señor. Cada sacramento, en definitiva, expresa y actúa la proximidad Dios mismo, el cual, de manera absolutamente gratuita, nos toca por medio de realidades materiales que él toma a su servicio y convierte en instrumentos del encuentro entre nosotros y Él mismo (cf. Homilía, S. Misa Crismal, 1 de abril de 2010). «La unidad entre creación y redención se hace visible. Los sacramentos son expresión de la corporeidad de nuestra fe, que abraza cuerpo y alma, al hombre entero» (Homilía, S. Misa Crismal, 21 de abril de 2011).
La tarea principal de la Iglesia es, ciertamente, el anuncio del Reino de Dios, «pero precisamente este mismo anuncio debe ser un proceso de curación: “… para curar los corazones desgarrados” (Is 61,1)» (ibíd.), según la misión que Jesús confió a sus discípulos (cf. Lc 9,1-2; Mt 10,1.5-14; Mc 6,7-13). El binomio entre salud física y renovación del alma lacerada nos ayuda, pues, a comprender mejor los «sacramentos de curación».
2. El sacramento de la penitencia ha sido, a menudo, el centro de reflexión de los pastores de la Iglesia, por su gran importancia en el camino de la vida cristiana, ya que «toda la fuerza de la Penitencia consiste en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une a Él con profunda amistad» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1468). La Iglesia, continuando el anuncio de perdón y reconciliación, proclamado por Jesús, no cesa de invitar a toda la humanidad a convertirse y a creer en el Evangelio. Así lo dice el apóstol Pablo: «Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo, os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20). Jesús, con su vida anuncia y hace presente la misericordia del Padre. Él no ha venido para condenar, sino para perdonar y salvar, para dar esperanza incluso en la oscuridad más profunda del sufrimiento y del pecado, para dar la vida eterna; así, en el sacramento de la penitencia, en la «medicina de la confesión», la experiencia del pecado no degenera en desesperación, sino que encuentra el amor que perdona y transforma (cf. Juan Pablo II, Exhortación ap. postsin. Reconciliatio et Paenitentia, 31).
Dios, «rico en misericordia» (Ef 2,4), como el padre de la parábola evangélica (cf. Lc 15, 11-32), no cierra el corazón a ninguno de sus hijos, sino que los espera, los busca, los alcanza allí donde el rechazo de la comunión les ha encerrado en el aislamiento y en la división, los llama a reunirse en torno a su mesa, en la alegría de la fiesta del perdón y la reconciliación. El momento del sufrimiento, en el cual podría surgir la tentación de abandonarse al desaliento y a la desesperación, puede transformarse en tiempo de gracia para recapacitar y, como el hijo pródigo de la parábola, reflexionar sobre la propia vida, reconociendo los errores y fallos, sentir la nostalgia del abrazo del Padre y recorrer el camino de regreso a casa. Él, con su gran amor vela siempre y en cualquier circunstancia sobre nuestra existencia y nos espera para ofrecer, a cada hijo que vuelve a él, el don de la plena reconciliación y de la alegría.
3. De la lectura del Evangelio emerge, claramente, cómo Jesús ha mostrado una particular predilección por los enfermos. Él no sólo ha enviado a sus discípulos a curar las heridas (cf. Mt 10,8; Lc 9,2; 10,9), sino que también ha instituido para ellos un sacramento específico: la unción de los enfermos. La carta de Santiago atestigua la presencia de este gesto sacramental ya en la primera comunidad cristiana (cf. 5,14-16): con la unción de los enfermos, acompañada con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado, para que les alivie sus penas y los salve; es más, les exhorta a unirse espiritualmente a la pasión y a la muerte de Cristo, para contribuir, de este modo, al bien del Pueblo de Dios.
Este sacramento nos lleva a contemplar el doble misterio del monte de los Olivos, donde Jesús dramáticamente encuentra, aceptándola, la vía que le indicaba el Padre, la de la pasión, la del supremo acto de amor. En esa hora de prueba, él es el mediador «llevando en sí mismo, asumiendo en sí mismo el sufrimiento de la pasión del mundo, transformándolo en grito hacia Dios, llevándolo ante los ojos de Dios y poniéndolo en sus manos, llevándolo así realmente al momento de la redención» (Lectio divina, Encuentro con el clero de Roma, 18 de febrero de 2010). Pero «el Huerto de los Olivos es también el lugar desde el cual ascendió al Padre, y es por tanto el lugar de la Redención … Este doble misterio del monte de los Olivos está siempre “activo” también en el óleo sacramental de la Iglesia … signo de la bondad de Dios que llega a nosotros» (Homilía, S. Misa Crismal, 1 de abril de 2010). En la unción de los enfermos, la materia sacramental del óleo se nos ofrece, por decirlo así, «como medicina de Dios … que ahora nos da la certeza de su bondad, que nos debe fortalecer y consolar, pero que, al mismo tiempo, y más allá de la enfermedad, remite a la curación definitiva, a la resurrección (cf. St 5,14)» (ibíd.).
Este sacramento merece hoy una mayor consideración, tanto en la reflexión teológica como en la acción pastoral con los enfermos. Valorizando los contenidos de la oración litúrgica que se adaptan a las diversas situaciones humanas unidas a la enfermedad, y no sólo cuando se ha llegado al final de la vida (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1514), la unción de los enfermos no debe ser considerada como «un sacramento menor» respecto a los otros. La atención y el cuidado pastoral hacia los enfermos, por un lado es señal de la ternura de Dios con los que sufren, y por otro lado beneficia también espiritualmente a los sacerdotes y a toda la comunidad cristiana, sabiendo que todo lo que se hace con el más pequeño, se hace con el mismo Jesús (cf. Mt 25,40).
4. A propósito de los «sacramentos de la curación», san Agustín afirma: «Dios cura todas tus enfermedades. No temas, pues: todas tus enfermedades serán curadas … Tú sólo debes dejar que él te cure y no rechazar sus manos» (Exposición sobre el salmo 102, 5: PL 36, 1319-1320). Se trata de medios preciosos de la gracia de Dios, que ayudan al enfermo a conformarse, cada vez con más plenitud, con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Junto a estos dos sacramentos, quisiera también subrayar la importancia de la eucaristía. Cuando se recibe en el momento de la enfermedad contribuye de manera singular a realizar esta transformación, asociando a quien se nutre con el Cuerpo y la Sangre de Jesús al ofrecimiento que él ha hecho de sí mismo al Padre para la salvación de todos. Toda la comunidad eclesial, y la comunidad parroquial en particular, han de asegurar la posibilidad de acercarse con frecuencia a la comunión sacramental a quienes, por motivos de salud o de edad, no pueden ir a los lugares de culto. De este modo, a estos hermanos y hermanas se les ofrece la posibilidad de reforzar la relación con Cristo crucificado y resucitado, participando, con su vida ofrecida por amor a Cristo, en la misma misión de la Iglesia. En esta perspectiva, es importante que los sacerdotes que prestan su delicada misión en los hospitales, en las clínicas y en las casas de los enfermos se sientan verdaderos « «ministros de los enfermos», signo e instrumento de la compasión de Cristo, que debe llegar a todo hombre marcado por el sufrimiento» (Mensaje para la XVIII Jornada Mundial del Enfermo, 22 de noviembre de 2009).
La conformación con el misterio pascual de Cristo, realizada también mediante la práctica de la comunión espiritual, asume un significado muy particular cuando la eucaristía se administra y se recibe como viático. En ese momento de la existencia, resuenan de modo aún más incisivo las palabras del Señor: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,54). En efecto, la eucaristía, sobre todo como viático, es – según la definición de san Ignacio de Antioquia – «fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte» (Carta a los Efesios, 20: PG 5, 661), sacramento del paso de la muerte a la vida, de este mundo al Padre, que a todos espera en la Jerusalén celeste.
5. El tema de este Mensaje para la XX Jornada Mundial del Enfermo, «¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!», se refiere también al próximo «Año de la fe», que comenzará el 11 de octubre de 2012, ocasión propicia y preciosa para redescubrir la fuerza y la belleza de la fe, para profundizar sus contenidos y para testimoniarla en la vida de cada día (cf. Carta ap. Porta fidei, 11 de octubre de 2011). Deseo animar a los enfermos y a los que sufren a encontrar siempre en la fe un ancla segura, alimentada por la escucha de la palabra de Dios, la oración personal y los sacramentos, a la vez que invito a los pastores a facilitar a los enfermos su celebración. Que los sacerdotes, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor y como guías de la grey que les ha sido confiada, se muestren llenos de alegría, atentos con los más débiles, los sencillos, los pecadores, manifestando la infinita misericordia de Dios con las confortadoras palabras de la esperanza (cf. S. Agustín, Carta 95, 1: PL 33, 351-352).
A todos los que trabajan en el mundo de la salud, como también a las familias que en sus propios miembros ven el rostro sufriente del Señor Jesús, renuevo mi agradecimiento y el de la Iglesia, porque, con su competencia profesional y tantas veces en silencio, sin hablar de Cristo, lo manifiestan (cf. Homilía, S. Misa Crismal, 21 de abril de 2011).
A María, Madre de Misericordia y Salud de los Enfermos, dirigimos nuestra mirada confiada y nuestra oración; su materna compasión, vivida junto al Hijo agonizante en la Cruz, acompañe y sostenga la fe y la esperanza de cada persona enferma y que sufre en el camino de curación de las heridas del cuerpo y del espíritu.
Os aseguro mi recuerdo en la oración, mientras imparto a cada uno una especial Bendición Apostólica.
Vaticano, 20 de noviembre de 2011, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
1. Este año, que constituye la preparación más inmediata para la solemne Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará en Alemania el 11 de febrero de 2013, y que se centrará en la emblemática figura evangélica del samaritano (cf. Lc 10,29-37), quisiera poner el acento en los «sacramentos de curación», es decir, en el sacramento de la penitencia y de la reconciliación, y en el de la unción de los enfermos, que culminan de manera natural en la comunión eucarística.
El encuentro de Jesús con los diez leprosos, descrito en el Evangelio de san Lucas (cf. Lc 17,11-19), y en particular las palabras que el Señor dirige a uno de ellos: «¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!» (v. 19), ayudan a tomar conciencia de la importancia de la fe para quienes, agobiados por el sufrimiento y la enfermedad, se acercan al Señor. En el encuentro con él, pueden experimentar realmente que ¡quien cree no está nunca solo! En efecto, Dios por medio de su Hijo, no nos abandona en nuestras angustias y sufrimientos, está junto a nosotros, nos ayuda a llevarlas y desea curar nuestro corazón en lo más profundo (cf. Mc 2,1-12).
La fe de aquel leproso que, a diferencia de los otros, al verse sanado, vuelve enseguida a Jesús lleno de asombro y de alegría para manifestarle su reconocimiento, deja entrever que la salud recuperada es signo de algo más precioso que la simple curación física, es signo de la salvación que Dios nos da a través de Cristo, y que se expresa con las palabras de Jesús: tu fe te ha salvado. Quien invoca al Señor en su sufrimiento y enfermedad, está seguro de que su amor no le abandona nunca, y de que el amor de la Iglesia, que continúa en el tiempo su obra de salvación, nunca le faltará. La curación física, expresión de la salvación más profunda, revela así la importancia que el hombre, en su integridad de alma y cuerpo, tiene para el Señor. Cada sacramento, en definitiva, expresa y actúa la proximidad Dios mismo, el cual, de manera absolutamente gratuita, nos toca por medio de realidades materiales que él toma a su servicio y convierte en instrumentos del encuentro entre nosotros y Él mismo (cf. Homilía, S. Misa Crismal, 1 de abril de 2010). «La unidad entre creación y redención se hace visible. Los sacramentos son expresión de la corporeidad de nuestra fe, que abraza cuerpo y alma, al hombre entero» (Homilía, S. Misa Crismal, 21 de abril de 2011).
La tarea principal de la Iglesia es, ciertamente, el anuncio del Reino de Dios, «pero precisamente este mismo anuncio debe ser un proceso de curación: “… para curar los corazones desgarrados” (Is 61,1)» (ibíd.), según la misión que Jesús confió a sus discípulos (cf. Lc 9,1-2; Mt 10,1.5-14; Mc 6,7-13). El binomio entre salud física y renovación del alma lacerada nos ayuda, pues, a comprender mejor los «sacramentos de curación».
2. El sacramento de la penitencia ha sido, a menudo, el centro de reflexión de los pastores de la Iglesia, por su gran importancia en el camino de la vida cristiana, ya que «toda la fuerza de la Penitencia consiste en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une a Él con profunda amistad» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1468). La Iglesia, continuando el anuncio de perdón y reconciliación, proclamado por Jesús, no cesa de invitar a toda la humanidad a convertirse y a creer en el Evangelio. Así lo dice el apóstol Pablo: «Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo, os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20). Jesús, con su vida anuncia y hace presente la misericordia del Padre. Él no ha venido para condenar, sino para perdonar y salvar, para dar esperanza incluso en la oscuridad más profunda del sufrimiento y del pecado, para dar la vida eterna; así, en el sacramento de la penitencia, en la «medicina de la confesión», la experiencia del pecado no degenera en desesperación, sino que encuentra el amor que perdona y transforma (cf. Juan Pablo II, Exhortación ap. postsin. Reconciliatio et Paenitentia, 31).
Dios, «rico en misericordia» (Ef 2,4), como el padre de la parábola evangélica (cf. Lc 15, 11-32), no cierra el corazón a ninguno de sus hijos, sino que los espera, los busca, los alcanza allí donde el rechazo de la comunión les ha encerrado en el aislamiento y en la división, los llama a reunirse en torno a su mesa, en la alegría de la fiesta del perdón y la reconciliación. El momento del sufrimiento, en el cual podría surgir la tentación de abandonarse al desaliento y a la desesperación, puede transformarse en tiempo de gracia para recapacitar y, como el hijo pródigo de la parábola, reflexionar sobre la propia vida, reconociendo los errores y fallos, sentir la nostalgia del abrazo del Padre y recorrer el camino de regreso a casa. Él, con su gran amor vela siempre y en cualquier circunstancia sobre nuestra existencia y nos espera para ofrecer, a cada hijo que vuelve a él, el don de la plena reconciliación y de la alegría.
3. De la lectura del Evangelio emerge, claramente, cómo Jesús ha mostrado una particular predilección por los enfermos. Él no sólo ha enviado a sus discípulos a curar las heridas (cf. Mt 10,8; Lc 9,2; 10,9), sino que también ha instituido para ellos un sacramento específico: la unción de los enfermos. La carta de Santiago atestigua la presencia de este gesto sacramental ya en la primera comunidad cristiana (cf. 5,14-16): con la unción de los enfermos, acompañada con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado, para que les alivie sus penas y los salve; es más, les exhorta a unirse espiritualmente a la pasión y a la muerte de Cristo, para contribuir, de este modo, al bien del Pueblo de Dios.
Este sacramento nos lleva a contemplar el doble misterio del monte de los Olivos, donde Jesús dramáticamente encuentra, aceptándola, la vía que le indicaba el Padre, la de la pasión, la del supremo acto de amor. En esa hora de prueba, él es el mediador «llevando en sí mismo, asumiendo en sí mismo el sufrimiento de la pasión del mundo, transformándolo en grito hacia Dios, llevándolo ante los ojos de Dios y poniéndolo en sus manos, llevándolo así realmente al momento de la redención» (Lectio divina, Encuentro con el clero de Roma, 18 de febrero de 2010). Pero «el Huerto de los Olivos es también el lugar desde el cual ascendió al Padre, y es por tanto el lugar de la Redención … Este doble misterio del monte de los Olivos está siempre “activo” también en el óleo sacramental de la Iglesia … signo de la bondad de Dios que llega a nosotros» (Homilía, S. Misa Crismal, 1 de abril de 2010). En la unción de los enfermos, la materia sacramental del óleo se nos ofrece, por decirlo así, «como medicina de Dios … que ahora nos da la certeza de su bondad, que nos debe fortalecer y consolar, pero que, al mismo tiempo, y más allá de la enfermedad, remite a la curación definitiva, a la resurrección (cf. St 5,14)» (ibíd.).
Este sacramento merece hoy una mayor consideración, tanto en la reflexión teológica como en la acción pastoral con los enfermos. Valorizando los contenidos de la oración litúrgica que se adaptan a las diversas situaciones humanas unidas a la enfermedad, y no sólo cuando se ha llegado al final de la vida (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1514), la unción de los enfermos no debe ser considerada como «un sacramento menor» respecto a los otros. La atención y el cuidado pastoral hacia los enfermos, por un lado es señal de la ternura de Dios con los que sufren, y por otro lado beneficia también espiritualmente a los sacerdotes y a toda la comunidad cristiana, sabiendo que todo lo que se hace con el más pequeño, se hace con el mismo Jesús (cf. Mt 25,40).
4. A propósito de los «sacramentos de la curación», san Agustín afirma: «Dios cura todas tus enfermedades. No temas, pues: todas tus enfermedades serán curadas … Tú sólo debes dejar que él te cure y no rechazar sus manos» (Exposición sobre el salmo 102, 5: PL 36, 1319-1320). Se trata de medios preciosos de la gracia de Dios, que ayudan al enfermo a conformarse, cada vez con más plenitud, con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Junto a estos dos sacramentos, quisiera también subrayar la importancia de la eucaristía. Cuando se recibe en el momento de la enfermedad contribuye de manera singular a realizar esta transformación, asociando a quien se nutre con el Cuerpo y la Sangre de Jesús al ofrecimiento que él ha hecho de sí mismo al Padre para la salvación de todos. Toda la comunidad eclesial, y la comunidad parroquial en particular, han de asegurar la posibilidad de acercarse con frecuencia a la comunión sacramental a quienes, por motivos de salud o de edad, no pueden ir a los lugares de culto. De este modo, a estos hermanos y hermanas se les ofrece la posibilidad de reforzar la relación con Cristo crucificado y resucitado, participando, con su vida ofrecida por amor a Cristo, en la misma misión de la Iglesia. En esta perspectiva, es importante que los sacerdotes que prestan su delicada misión en los hospitales, en las clínicas y en las casas de los enfermos se sientan verdaderos « «ministros de los enfermos», signo e instrumento de la compasión de Cristo, que debe llegar a todo hombre marcado por el sufrimiento» (Mensaje para la XVIII Jornada Mundial del Enfermo, 22 de noviembre de 2009).
La conformación con el misterio pascual de Cristo, realizada también mediante la práctica de la comunión espiritual, asume un significado muy particular cuando la eucaristía se administra y se recibe como viático. En ese momento de la existencia, resuenan de modo aún más incisivo las palabras del Señor: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,54). En efecto, la eucaristía, sobre todo como viático, es – según la definición de san Ignacio de Antioquia – «fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte» (Carta a los Efesios, 20: PG 5, 661), sacramento del paso de la muerte a la vida, de este mundo al Padre, que a todos espera en la Jerusalén celeste.
5. El tema de este Mensaje para la XX Jornada Mundial del Enfermo, «¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!», se refiere también al próximo «Año de la fe», que comenzará el 11 de octubre de 2012, ocasión propicia y preciosa para redescubrir la fuerza y la belleza de la fe, para profundizar sus contenidos y para testimoniarla en la vida de cada día (cf. Carta ap. Porta fidei, 11 de octubre de 2011). Deseo animar a los enfermos y a los que sufren a encontrar siempre en la fe un ancla segura, alimentada por la escucha de la palabra de Dios, la oración personal y los sacramentos, a la vez que invito a los pastores a facilitar a los enfermos su celebración. Que los sacerdotes, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor y como guías de la grey que les ha sido confiada, se muestren llenos de alegría, atentos con los más débiles, los sencillos, los pecadores, manifestando la infinita misericordia de Dios con las confortadoras palabras de la esperanza (cf. S. Agustín, Carta 95, 1: PL 33, 351-352).
A todos los que trabajan en el mundo de la salud, como también a las familias que en sus propios miembros ven el rostro sufriente del Señor Jesús, renuevo mi agradecimiento y el de la Iglesia, porque, con su competencia profesional y tantas veces en silencio, sin hablar de Cristo, lo manifiestan (cf. Homilía, S. Misa Crismal, 21 de abril de 2011).
A María, Madre de Misericordia y Salud de los Enfermos, dirigimos nuestra mirada confiada y nuestra oración; su materna compasión, vivida junto al Hijo agonizante en la Cruz, acompañe y sostenga la fe y la esperanza de cada persona enferma y que sufre en el camino de curación de las heridas del cuerpo y del espíritu.
Os aseguro mi recuerdo en la oración, mientras imparto a cada uno una especial Bendición Apostólica.
Vaticano, 20 de noviembre de 2011, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
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