Carta semanal del Sr. Arzobispo de Valencia
He pasado tres días junto a todos los que han peregrinado a Lourdes. Han sido días muy significativos. Se han mostrado con más evidencia que nunca aquellas palabras de Jesús: “Yo te bendigo, Padre, Señor del cielo y de la tierra, porque has ocultado estas cosas a sabios e inteligentes y se las has revelado a pequeños” (Mt 11, 25). Y digo con toda intención que se han mostrado, porque en todos los que íbamos a la peregrinación, cada uno con preparación humana e intelectual distinta, había sin embargo algo en común que es propio de los discípulos de Jesús: todos éramos pequeños, pero todos sabios e inteligentes, porque considerábamos a Jesucristo el más grande y nos adheríamos a Él, con todas las consecuencias, y a la intercesión de su Santísima Madre. Todos en una dirección y con una meta. La sabiduría y la inteligencia estaba en que todos los peregrinos hemos tenido la gracia de haber descubierto a Jesucristo como el único Camino, la única Verdad y la única Vida. Precisamente por eso, acudimos al lugar donde se apareció la Virgen María, con la confianza de que Ella, como en las bodas de Caná, nos va a decir lo que tenemos que hacer y nos va a mostrar que es a Él a quien tenemos que acudir siempre: “Venid a mí todos los que estáis fatigados y sobrecargados, y yo os daré descanso” (Mt 11, 28). Y, ciertamente, en Él todos los que hemos estado juntos hemos encontrado descanso de la mano de María.
¡Cuánta gente peregrina! Llevábamos con nosotros a las gentes de nuestra Archidiócesis de Valencia. Queríamos que todos, sanos y enfermos, tuvieseis la experiencia que actualmente es tan necesaria, el encuentro con Jesucristo. Y la mejor manera que hemos sentido y visto que lo podíamos hacer era a través de su madre, la Virgen María.
Te voy a confesar algo que, creo, es muy importante: cuando el nivel de desarrollo tecnológico y económico, a pesar de las dificultades actuales, supera lo imaginable, la palabra enfermedad o discapacidad sigue suponiendo una incógnita inabarcable. Cuando el saber científico ha llegado a erradicar dolencias que hace años hubieran supuesto una amenaza mortal, surgen nuevos elementos patógenos de diversas clases y procedencias, que desafían al ser humano ante la búsqueda incesante de la supervivencia en el tiempo por la inmortalidad. El ser humano siempre ha identificado la discapacidad o la enfermedad con limitación, dolor, sufrimiento. De ahí que la utopía del progreso y del desarrollo humano siempre basara sus esfuerzos en la creación de un paraíso de salud permanente. Pero el hombre, a medida que ha ido superando retos, también ha ido comprobando la imposibilidad de su sueño vital y ha querido ocultar lo inevitable y lo indeseable: la discapacidad, el dolor y la muerte. Por eso hemos llenado nuestra vida de ruido, para impedir nuestra reflexión, nuestro enfrentamiento a la dificultad y hemos buscado sucedáneos, yo diría analgésicos. Y hoy resuenan con más profundidad que nunca, y con una necesidad imperiosa, aquellas palabras de Jesús: “Venid a mí todos”. Tengamos el coraje de ser sabios e inteligentes con la sabiduría que viene de Él, acojamos su sabiduría, desentrañemos nuestra vida y toda nuestra existencia desde Él.
En esta peregrinación a Lourdes he constatado realidades evidentes, más intensas en algunos pero, de alguna manera, experimentadas por todos y que voy a enumerar:
1) La importancia que tiene la vivencia de la corporalidad: el cuerpo es la manera de estar en el mundo. ¡Qué importante es saber estar como nos enseña Jesucristo! ¡Qué experiencia más maravillosa fue la celebración del sacramento de la Unción o la celebración del agua! ¡No digamos nada de la celebración de la Eucaristía en la gruta! El cuerpo tiene una importancia fundamental y, muy especialmente, cuando tenemos o sentimos discapacidad o enfermedad, ya que esta situación absorbe a la persona y, o uno la acepta y la integra, o se rebela contra ella.
2) La experiencia de la debilidad: nuestra discapacidad o enfermedad nos desvela la vulnerabilidad de nuestra existencia en esta tierra pero, al mismo tiempo, nos predispone al entendimiento de otra fuerza interior que no se supedita a lo físico. Es una fuerza que nace en la flaqueza y de la flaqueza, y que tiene su origen en lo más profundo de nuestra vida.
3) La experiencia de la soledad: es la hora de la verdad, pues nos enfrentamos a nuestra propia realidad. Ya no basta lo artificial, lo tangible, lo superfluo, hay que buscar algo que me haga salir de mi soledad.
4) La constatación de la anomalía: sentir en uno mismo la discapacidad o la enfermedad es sentirse distinto al estado normal habitual. Y hay que aprender a sentirse pleno, aun en esa realidad.
5) La experiencia del dolor: es quien pone a prueba la integridad, el carácter, las convicciones más hondas, es decir, pone a prueba la madurez de la persona. Ahí comienza una lucha que no es comparable a ningún momento de la vida.
6) El valor de la dimensión social: en la discapacidad o enfermedad apreciamos, mejor que nunca y con más profundidad, aquellos aspectos de la vida que, por rutina o familiaridad, nunca estimamos lo suficiente.
7) La respuesta que damos es muy importante y hay que implicarse, hay que tomar postura: o se lucha o se rinde, o se enfrenta o se desespera, o se rechaza o se acepta, o se aprende o se destruye. En la respuesta es importante el ser “pequeño” y saber dar la respuesta desde quien tiene la luz para darla.
En esta peregrinación, ¿qué aspectos de nuestra vida cristiana hemos vivido con más intensidad y creo necesario que incorporemos a nuestra existencia?
1) Han sido unos días para recuperar la confianza en la adhesión a la persona de Jesucristo y en alimentar la cercanía de la Santísima Virgen hacia nosotros, como fue el deseo de Cristo. Confianza plena y fe absoluta en Nuestro Señor, como la tuvo su Madre. Una fe que es sanadora y da plenitud a la existencia humana. Una fe que nos hace arriesgados en la acción, libres en medio del mundo, que nos da una capacidad mayor de servicio al prójimo. Todos hemos podido comprobar esto en la peregrinación.
2) Han sido unos días para constatar que la vida humana tiene que distenderse más allá de sus necesidades inmediatas y se tiene que abrir a otro orden de realidad. Y esto hay que decírselo a los hombres: abrid la vida a otro orden de realidad, a la realidad de Dios que se ha manifestado en Jesucristo. Hay que descubrir la vida como don y como gracia de Dios. A mí, estos días se me ocurría urgir a todos a descubrir y vivir la experiencia de agradecimiento a un Dios que nos arranca de la soledad, de la finitud y nos sana dándonos presente, futuro y alegría.
Os invito a hacer de toda vuestra vida una gran peregrinación.
Con gran afecto, os bendice
+ Carlos, Arzobispo de Valencia