“¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!” (Lc 17,19)
Queridos hermanos y hermanas!
En ocasión de la Jornada Mundial del Enfermo, que celebraremos el próximo 11 de febrero de 2012, memoria de la Bienaventurada Virgen de Lourdes, deseo renovar mi cercanía espiritual a todos los enfermos que se están hospitalizados o son atendidos por las familias, y expreso a cada uno la solicitud y el afecto de toda la Iglesia. En la acogida generosa y afectuosa de cada vida humana, sobre todo la débil y enferma, el cristiano expresa un aspecto importante de su testimonio evangélico siguiendo el ejemplo de Cristo, que se ha inclinado ante los sufrimientos materiales y espirituales del hombre para curarlos.
Este año, que constituye la preparación más inmediata para la solemne Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará en Alemania el 11 de febrero de 2013, y que se centrará en la emblemática figura evangélica del samaritano (cf. Lc 10,29-37), quisiera poner el acento en los “sacramentos de curación”, es decir, en el sacramento de la penitencia y de la reconciliación, y en el de la unción de los enfermos, que culminan de manera natural en la comunión eucarística.
El encuentro de Jesús con los diez leprosos, descrito en el Evangelio de san Lucas (cf. Lc 17,11-19), y en particular las palabras que el Señor dirige a uno de ellos: “¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!” (v. 19), ayudan a tomar conciencia de la importancia de la fe para quienes, agobiados por el sufrimiento y la enfermedad, se acercan al Señor. En el encuentro con él, pueden experimentar realmente que ¡quien cree no está nunca solo! En efecto, Dios por medio de su Hijo, no nos abandona en nuestras angustias y sufrimientos, está junto a nosotros, nos ayuda a llevarlas y desea curar nuestro corazón en lo más profundo (cf. Mc 2,1-12).La fe de aquel leproso que, a diferencia de los otros, al verse sanado, vuelve enseguida a Jesús lleno de asombro y de alegría para manifestarle su reconocimiento, deja entrever que la salud recuperada es signo de algo más precioso que la simple curación física, es signo de la salvación que Dios nos da a través de Cristo, y que se expresa con las palabras de Jesús: tu fe te ha salvado. Quien invoca al Señor en su sufrimiento y enfermedad, está seguro de que su amor no le abandona nunca, y de que el amor de la Iglesia, que continúa en el tiempo su obra de salvación, nunca le faltará. La curación física, expresión de la salvación más profunda, revela así la importancia que el hombre, en su integridad de alma y cuerpo, tiene para el Señor. Cada uno de los sacramentos, además, expresa y actúa la proximidad Dios mismo, el cual, de manera absolutamente gratuita, “nos toca por medio de realidades materiales …, que él toma a su servicio y las convierte en instrumentos del encuentro entre nosotros y Él mismo” (Homilía, S. Misa Crismal, 1 de abril de 2010). “La unidad entre creación y redención se hace visible. Los sacramentos son expresión de la corporeidad de nuestra fe, que abraza cuerpo y alma, al hombre entero” (Homilía, S. Misa Crismal, 21 de abril de 2011).
La tarea principal de la Iglesia es, ciertamente, el anuncio del Reino de Dios, «pero precisamente este mismo anuncio debe ser un proceso de curación: “… para curar los corazones desgarrados” (Is 61,1)» (ibíd.), según la misión que Jesús confió a sus discípulos (cf. Lc 9,1-2; Mt 10,1.5-14; Mc 6,7-13). El binomio entre salud física y renovación del alma lacerada nos ayuda, pues, a comprender mejor los “sacramentos de curación”.
El sacramento de la penitencia ha sido, a menudo, el centro de reflexión de los pastores de la Iglesia, por su gran importancia en el camino de la vida cristiana, ya que “toda la fuerza de la Penitencia consiste en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une a Él con profunda amistad” (Catecismo de la Iglesia Católica, 1468). La Iglesia, continuando el anuncio de perdón y reconciliación, proclamado por Jesús, no cesa de invitar a toda la humanidad a convertirse y a creer en el Evangelio. Así lo dice el apóstol Pablo: “Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo, os pedimos que os reconciliéis con Dios” (2 Co 5,20). Jesús, con su vida anuncia y hace presente la misericordia del Padre. Él no ha venido para condenar, sino para perdonar y salvar, para dar esperanza incluso en la oscuridad más profunda del sufrimiento y del pecado, para dar la vida eterna; así, en el sacramento de la penitencia, en la “medicina de la confesión”, la experiencia del pecado no degenera en desesperación, sino que encuentra el amor que perdona y transforma (cf. Juan Pablo II, Exhortación ap. postsin. Reconciliatio et Paenitentia, 31).
Dios, “rico en misericordia” (Ef 2,4), como el padre de la parábola evangélica (cf. Lc 15, 11-32), no cierra el corazón a ninguno de sus hijos, sino que los espera, los busca, los alcanza allí donde el rechazo de la comunión les ha encerrado en el aislamiento y en la división, los llama a reunirse en torno a su mesa, en la alegría de la fiesta del perdón y la reconciliación. El momento del sufrimiento, en el cual podría surgir la tentación de abandonarse al desaliento y a la desesperación, puede transformarse en tiempo de gracia para recapacitar y, como el hijo pródigo de la parábola, reflexionar sobre la propia vida, reconociendo los errores y fallos, sentir la nostalgia del abrazo del Padre y recorrer el camino de regreso a casa. Él, con su gran amor vela siempre y en cualquier circunstancia sobre nuestra existencia y nos espera para ofrecer, a cada hijo que vuelve a él, el don de la plena reconciliación y de la alegría.
De la lectura del Evangelio emerge, claramente, cómo Jesús ha mostrado una particular predilección por los enfermos. Él no sólo ha enviado a sus discípulos a curar las heridas (cf. Mt 10,8; Lc 9,2; 10,9), sino que también ha instituido para ellos un sacramento específico: la unción de los enfermos. La carta de Santiago atestigua la presencia de este gesto sacramental ya en la primera comunidad cristiana (cf. 5,14-16): con la unción de los enfermos, acompañada con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado, para que les alivie sus penas y los salve; es más, les exhorta a unirse espiritualmente a la pasión y a la muerte de Cristo, para contribuir, de este modo, al bien del Pueblo de Dios.
Este sacramento nos lleva a contemplar el doble misterio del monte de los Olivos, donde Jesús dramáticamente encuentra, aceptándola, la vía que le indicaba el Padre, la de la pasión, la del supremo acto de amor. En esa hora de prueba, él es el mediador “llevando en sí mismo, asumiendo en sí mismo el sufrimiento de la pasión del mundo, transformándolo en grito hacia Dios, llevándolo ante los ojos de Dios y poniéndolo en sus manos, llevándolo así realmente al momento de la redención” (Lectio divina, Encuentro con el clero de Roma, 18 de febrero de 2010). Pero “el Huerto de los Olivos es también el lugar desde el cual ascendió al Padre, y es por tanto el lugar de la Redención … Este doble misterio del monte de los Olivos está siempre “activo” también en el óleo sacramental de la Iglesia … signo de la bondad de Dios que llega a nosotros” (Homilía, S. Misa Crismal, 1 de abril de 2010). En la unción de los enfermos, la materia sacramental del óleo se nos ofrece, por decirlo así, “como medicina de Dios … que ahora nos da la certeza de su bondad, que nos debe fortalecer y consolar, pero que, al mismo tiempo, y más allá de la enfermedad, remite a la curación definitiva, a la resurrección (cf. St 5,14)” (ibíd.).Este sacramento merece hoy una mayor consideración, tanto en la reflexión teológica como en la acción pastoral con los enfermos. Valorizando los contenidos de la oración litúrgica que se adaptan a las diversas situaciones humanas unidas a la enfermedad, y no sólo cuando se ha llegado al final de la vida (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1514), la unción de los enfermos no debe ser considerada como “un sacramento menor” respecto a los otros. La atención y el cuidado pastoral hacia los enfermos, por un lado es señal de la ternura de Dios con los que sufren, y por otro lado beneficia también espiritualmente a los sacerdotes y a toda la comunidad cristiana, sabiendo que todo lo que se hace con el más pequeño, se hace con el mismo Jesús (cf. Mt 25,40).
A propósito de los “sacramentos de la curación”, san Agustín afirma: “Dios cura todas tus enfermedades. No temas, pues: todas tus enfermedades serán curadas … Tú sólo debes dejar que él te cure y no rechazar sus manos” (Exposición sobre el salmo 102, 5: PL 36, 1319-1320). Se trata de medios preciosos de la gracia de Dios, que ayudan al enfermo a conformarse, cada vez con más plenitud, con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Junto a estos dos sacramentos, quisiera también subrayar la importancia de la eucaristía. Cuando se recibe en el momento de la enfermedad contribuye de manera singular a realizar esta transformación, asociando a quien se nutre con el Cuerpo y la Sangre de Jesús al ofrecimiento que él ha hecho de sí mismo al Padre para la salvación de todos. Toda la comunidad eclesial, y la comunidad parroquial en particular, han de asegurar la posibilidad de acercarse con frecuencia a la comunión sacramental a quienes, por motivos de salud o de edad, no pueden ir a los lugares de culto. De este modo, a estos hermanos y hermanas se les ofrece la posibilidad de reforzar la relación con Cristo crucificado y resucitado, participando, con su vida ofrecida por amor a Cristo, en la misma misión de la Iglesia. En esta perspectiva, es importante que los sacerdotes que prestan su delicada misión en los hospitales, en las clínicas y en las casas de los enfermos se sientan verdaderos « “ministros de los enfermos”, signo e instrumento de la compasión de Cristo, que debe llegar a todo hombre marcado por el sufrimiento» (Mensaje para la XVIII Jornada Mundial del Enfermo, 22 de noviembre de 2009).
La conformación con el misterio pascual de Cristo, realizada también mediante la práctica de la comunión espiritual, asume un significado muy particular cuando la eucaristía se administra y se recibe como viático. En ese momento de la existencia, resuenan de modo aún más incisivo las palabras del Señor: “El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día” (Jn 6,54). En efecto, la eucaristía, sobre todo como viático, es – según la definición de san Ignacio de Antioquia – “fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte” (Carta a los Efesios, 20: PG 5, 661), sacramento del paso de la muerte a la vida, de este mundo al Padre, que a todos espera en la Jerusalén celeste.
5. El tema de este Mensaje para la XX Jornada Mundial del Enfermo, “¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!”, se refiere también al próximo “Año de la fe”, que comenzará el 11 de octubre de 2012, ocasión propicia y preciosa para redescubrir la fuerza y la belleza de la fe, para profundizar sus contenidos y para testimoniarla en la vida de cada día (cf. Carta ap. Porta fidei, 11 de octubre de 2011). Deseo animar a los enfermos y a los que sufren a encontrar siempre en la fe un ancla segura, alimentada por la escucha de la palabra de Dios, la oración personal y los sacramentos, a la vez que invito a los pastores a facilitar a los enfermos su celebración. Que los sacerdotes, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor y como guías de la grey que les ha sido confiada, se muestren llenos de alegría, atentos con los más débiles, los sencillos, los pecadores, manifestando la infinita misericordia de Dios con las confortadoras palabras de la esperanza (cf. S. Agustín, Carta 95, 1: PL 33, 351-352).A todos los que trabajan en el mundo de la salud, como también a las familias que en sus propios miembros ven el rostro sufriente del Señor Jesús, renuevo mi agradecimiento y el de la Iglesia, porque, con su competencia profesional y tantas veces en silencio, sin hablar de Cristo, lo manifiestan (cf. Homilía, S. Misa Crismal, 21 de abril de 2011).
A María, Madre de Misericordia y Salud de los Enfermos, dirigimos nuestra mirada confiada y nuestra oración; su materna compasión, vivida junto al Hijo agonizante en la Cruz, acompañe y sostenga la fe y la esperanza de cada persona enferma y que sufre en el camino de curación de las heridas del cuerpo y del espíritu.Os aseguro mi recuerdo en la oración, mientras imparto a cada uno una especial Bendición Apostólica.
Vaticano, 20 de noviembre de 2011, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
sábado, 11 de febrero de 2012
miércoles, 8 de febrero de 2012
Fallece Enrique Moreno Bellver, ex-jugador de fútbol y vinculado a la Hermandad del Cristo de los Afligidos
(Desde el Cañamelar, Valencia, José Angel Crespo Flor)
El ex futbolista Enrique Moreno Bellver falleció este miércoles, a los 48 años. Nacido en Valencia (6/9/1963) el defensa se crió en las filas valencianistas desde muy pequeño y llegó al primer equipo la temporada 81/82, en el que permaneció hasta el curso 1984/85. La temporada siguiente se marchó al Rayo Vallecano, donde estuvo una campaña en Segunda División, antes de regresar a la máxima categoría en las filas del Real Valladolid, en el que se retiró en 1992.
Enrique Moreno llegó a figurar en el censo de la Hermandad del Cristo de los Afligidos (Cañamelar - Valencia) y aunque ultimamente, por no vivir en el barrio, no saliá como cofrade sí que mantenía vínculos con el colectivo semanasantero que preside Joaquin Reig Capilla. Hasta el extremo estaba vinculado que era uno de los que no faltaba el Lunes Santo, día grande de este colectivo, a la solemne procesión que preside el Tituilar de la Hermandad y patrono del Barrio que sale a las calles del Cañamelar a brazos y bajo Palio.
Desde esta Hermandad del Cristo de los Afligidos que era también su Hermandad elevamos un Padrenuestro en su memoria. Descanse en paz.
El ex futbolista Enrique Moreno Bellver falleció este miércoles, a los 48 años. Nacido en Valencia (6/9/1963) el defensa se crió en las filas valencianistas desde muy pequeño y llegó al primer equipo la temporada 81/82, en el que permaneció hasta el curso 1984/85. La temporada siguiente se marchó al Rayo Vallecano, donde estuvo una campaña en Segunda División, antes de regresar a la máxima categoría en las filas del Real Valladolid, en el que se retiró en 1992.
Enrique Moreno llegó a figurar en el censo de la Hermandad del Cristo de los Afligidos (Cañamelar - Valencia) y aunque ultimamente, por no vivir en el barrio, no saliá como cofrade sí que mantenía vínculos con el colectivo semanasantero que preside Joaquin Reig Capilla. Hasta el extremo estaba vinculado que era uno de los que no faltaba el Lunes Santo, día grande de este colectivo, a la solemne procesión que preside el Tituilar de la Hermandad y patrono del Barrio que sale a las calles del Cañamelar a brazos y bajo Palio.
Desde esta Hermandad del Cristo de los Afligidos que era también su Hermandad elevamos un Padrenuestro en su memoria. Descanse en paz.
martes, 7 de febrero de 2012
Mons. D. Enrique Benavent Vidal, obispo Auxiliar de Valencia, presidirá la Solemne Misa del Lunes Santo en honor al Cristo de los Afligidos, patrono del Canyamelar
(Desde El Cañamelar, Valencia, José Ángel Crespo Flor)
Mons. D. Enrique Benavent Vidal, obispo Auxiliar de Valencia, presidirá el LUNES SANTO, 2 de abril, la Solemne Misa en honor al Cristo de los Afligidos, patrono del Canyamelar que organiza la Hermandad del mismo Nombre. Misa que tendrá lugar en la parroquia Nuestra Señora del Rosario, que dará comienzo a las 19 horas y que como siempre, será un momento para dar gracias y recordar a todos los que nos precedieron en el camino de la Fe. Tras la Misa tendrá lugar la Solemne y Devota Procesión de nuestro Titular portado a pecho. Procesión a la que también se le ha invitado.
Unos datos de su biografía
Enrique Benavent Vidal, nació el 25 de abril de 1959 en Quatretonda (Valencia), cursó los estudios eclesiásticos en el Seminario Diocesano de Moncada (Valencia), asistiendo a las clases de la Facultad de Teología “San Vicente Ferrer” donde consiguió la Licenciatura en Teología (1986). Es Doctor en Teología (1993) por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. El nombramiento episcopal de Mons. D. Enrique Benavent Vidal (8 - Noviembre - 2004) coincide con el aniversario de su ordenación sacerdotal que tuvo lugar en Valencia de manos de Juan Pablo II el 8 de noviembre de 1982, durante su primera Visita Apostólica a España.
En su ministerio sacerdotal ha desempeñado los cargos de: coadjutor de la Parroquia de San Roque y San Sebastián de Alcoy (provincia de Alicante y archidiócesis de Valencia) y profesor de Religión en el Instituto, de 1982 a 1985; formador en el Seminario Mayor de Moncada (Valencia) y profesor de Síntesis Teológica para los Diáconos, de 1985 a 1990 y Delegado Episcopal de Pastoral Vocacional, de 1993 a 1997. Durante tres años, de 1990 a 1993, se trasladó a Roma para cursar los estudios de doctorado en la Pontificia Universidad Gregoriana.
Ha sido también profesor de Teología Dogmática en la Facultad de Teología “San Vicente Ferrer” de Valencia”, desde 1993; profesor en la Sección de Valencia del Pontifico Instituto “Juan Pablo II” para Estudios sobre Matrimonio y Familia; Director del Colegio Mayor “S. Juan de Ribera” de Burjassot-Valencia; Decano-Presidente de la Facultad de Teología “San Vicente Ferrer” de Valencia, y Director de la Sección Diócesis de la misma Facultad.
Mons. D. Enrique Benavent Vidal, obispo Auxiliar de Valencia, presidirá el LUNES SANTO, 2 de abril, la Solemne Misa en honor al Cristo de los Afligidos, patrono del Canyamelar que organiza la Hermandad del mismo Nombre. Misa que tendrá lugar en la parroquia Nuestra Señora del Rosario, que dará comienzo a las 19 horas y que como siempre, será un momento para dar gracias y recordar a todos los que nos precedieron en el camino de la Fe. Tras la Misa tendrá lugar la Solemne y Devota Procesión de nuestro Titular portado a pecho. Procesión a la que también se le ha invitado.
Unos datos de su biografía
Enrique Benavent Vidal, nació el 25 de abril de 1959 en Quatretonda (Valencia), cursó los estudios eclesiásticos en el Seminario Diocesano de Moncada (Valencia), asistiendo a las clases de la Facultad de Teología “San Vicente Ferrer” donde consiguió la Licenciatura en Teología (1986). Es Doctor en Teología (1993) por la Pontificia Universidad Gregoriana de Roma. El nombramiento episcopal de Mons. D. Enrique Benavent Vidal (8 - Noviembre - 2004) coincide con el aniversario de su ordenación sacerdotal que tuvo lugar en Valencia de manos de Juan Pablo II el 8 de noviembre de 1982, durante su primera Visita Apostólica a España.
En su ministerio sacerdotal ha desempeñado los cargos de: coadjutor de la Parroquia de San Roque y San Sebastián de Alcoy (provincia de Alicante y archidiócesis de Valencia) y profesor de Religión en el Instituto, de 1982 a 1985; formador en el Seminario Mayor de Moncada (Valencia) y profesor de Síntesis Teológica para los Diáconos, de 1985 a 1990 y Delegado Episcopal de Pastoral Vocacional, de 1993 a 1997. Durante tres años, de 1990 a 1993, se trasladó a Roma para cursar los estudios de doctorado en la Pontificia Universidad Gregoriana.
Ha sido también profesor de Teología Dogmática en la Facultad de Teología “San Vicente Ferrer” de Valencia”, desde 1993; profesor en la Sección de Valencia del Pontifico Instituto “Juan Pablo II” para Estudios sobre Matrimonio y Familia; Director del Colegio Mayor “S. Juan de Ribera” de Burjassot-Valencia; Decano-Presidente de la Facultad de Teología “San Vicente Ferrer” de Valencia, y Director de la Sección Diócesis de la misma Facultad.
domingo, 5 de febrero de 2012
5 de Febrero de 2012. V Domingo del Tiempo Ordinario. Fiesta de Santa Águeda, virgen y mártir, patrona de Jérica (Castellón)
Santa Águeda de Catania fue una virgen y mártir según la tradición cristiana. Su festividad se celebra el 5 de febrero.
Rechazado por la joven que ya se había comprometido con Jesucristo, el Senador Quintianus intentó con ayuda de una mala mujer, Afrodisia, convencer a la joven Águeda, pero ésta no cedió.
El Senador en venganza por no conseguir sus placeres la envía a un lupanar, donde milagrosamente conserva su virginidad. Aún más enfurecido, ordenó que torturaran a la joven y que le cortarán los senos. La respuesta de la que posteriormente sería Santa fue: "Cruel tirano, ¿no te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?". Aunque en una visión vio a San Pedro y este curó sus heridas, siguió siendo torturada y fue arrojada sobre carbones al rojo vivo y revolcada en la ciudad de Catania, Sicilia (Italia). Además se dice que lanzó un gran grito de alegría al expirar, dando gracias a Dios.
Según cuentan el volcán Etna hizo erupción un año después de la muerte de la Santa en el 250 y los pobladores de Catania pidieron su intervención logrando detener la lava a las puertas de la ciudad. Desde entonces es patrona de Catania y de toda Sicilia y de los alrededores del volcán e invocada para prevenir los daños del fuego, rayos y volcanes. También se recurre a ella con los males de los pechos, partos difíciles y problemas con la lactancia. En general se la considera protectora de las mujeres. En el País Vasco se le atribuye una faceta sanadora.
Es la patrona de las enfermeras y fue meritoria de la palma del martirio con la que se suele representar.
Hay que hacer constar que el patrón de esta villa castellñonense que aúna historia, riqueza monumental, belleza y cultura es el Cristo de la Sangre, con parroquia propia. Aunque otro crucificado, el Cristo de los Afligidos, empieza a ser tenido en cuenta y a contar con devoción propia gracias -todo hay que decirlo- al empeño puesto por la Hermandad del Cristo de los Afligidos del Cañamelar y por el actual párroco de Jérica, Tomás Tomás Beltrán que siempre vio con buenos ojos que no se olvidase a este crucificado que se encuentra en una capilla de la Arciprestal de Jérica, dedicada a Santa Águeda.
Rechazado por la joven que ya se había comprometido con Jesucristo, el Senador Quintianus intentó con ayuda de una mala mujer, Afrodisia, convencer a la joven Águeda, pero ésta no cedió.
El Senador en venganza por no conseguir sus placeres la envía a un lupanar, donde milagrosamente conserva su virginidad. Aún más enfurecido, ordenó que torturaran a la joven y que le cortarán los senos. La respuesta de la que posteriormente sería Santa fue: "Cruel tirano, ¿no te da vergüenza torturar en una mujer el mismo seno con el que de niño te alimentaste?". Aunque en una visión vio a San Pedro y este curó sus heridas, siguió siendo torturada y fue arrojada sobre carbones al rojo vivo y revolcada en la ciudad de Catania, Sicilia (Italia). Además se dice que lanzó un gran grito de alegría al expirar, dando gracias a Dios.
Según cuentan el volcán Etna hizo erupción un año después de la muerte de la Santa en el 250 y los pobladores de Catania pidieron su intervención logrando detener la lava a las puertas de la ciudad. Desde entonces es patrona de Catania y de toda Sicilia y de los alrededores del volcán e invocada para prevenir los daños del fuego, rayos y volcanes. También se recurre a ella con los males de los pechos, partos difíciles y problemas con la lactancia. En general se la considera protectora de las mujeres. En el País Vasco se le atribuye una faceta sanadora.
Es la patrona de las enfermeras y fue meritoria de la palma del martirio con la que se suele representar.
Hay que hacer constar que el patrón de esta villa castellñonense que aúna historia, riqueza monumental, belleza y cultura es el Cristo de la Sangre, con parroquia propia. Aunque otro crucificado, el Cristo de los Afligidos, empieza a ser tenido en cuenta y a contar con devoción propia gracias -todo hay que decirlo- al empeño puesto por la Hermandad del Cristo de los Afligidos del Cañamelar y por el actual párroco de Jérica, Tomás Tomás Beltrán que siempre vio con buenos ojos que no se olvidase a este crucificado que se encuentra en una capilla de la Arciprestal de Jérica, dedicada a Santa Águeda.
MENSAJE DEL SANTO PADRE BENEDICTO XVI CON OCASIÓN DE LA XX JORNADA MUNDIAL DEL ENFERMO (11 de febrero de 2012) “¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!” (Lc 17,19)
¡Queridos hermanos y hermanas! Con ocasión de la Jornada Mundial del Enfermo, que celebraremos el próximo 11 de febrero de 2012, memoria de la Bienaventurada Virgen de Lourdes, deseo renovar mi cercanía espiritual a todos los enfermos que están hospitalizados o son atendidos por las familias, y expreso a cada uno la solicitud y el afecto de toda la Iglesia. En la acogida generosa y afectuosa de cada vida humana, sobre todo la débil y enferma, el cristiano expresa un aspecto importante de su testimonio evangélico siguiendo el ejemplo de Cristo, que se ha inclinado ante los sufrimientos materiales y espirituales del hombre para curarlos.
1. Este año, que constituye la preparación más inmediata para la solemne Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará en Alemania el 11 de febrero de 2013, y que se centrará en la emblemática figura evangélica del samaritano (cf. Lc 10,29-37), quisiera poner el acento en los «sacramentos de curación», es decir, en el sacramento de la penitencia y de la reconciliación, y en el de la unción de los enfermos, que culminan de manera natural en la comunión eucarística.
El encuentro de Jesús con los diez leprosos, descrito en el Evangelio de san Lucas (cf. Lc 17,11-19), y en particular las palabras que el Señor dirige a uno de ellos: «¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!» (v. 19), ayudan a tomar conciencia de la importancia de la fe para quienes, agobiados por el sufrimiento y la enfermedad, se acercan al Señor. En el encuentro con él, pueden experimentar realmente que ¡quien cree no está nunca solo! En efecto, Dios por medio de su Hijo, no nos abandona en nuestras angustias y sufrimientos, está junto a nosotros, nos ayuda a llevarlas y desea curar nuestro corazón en lo más profundo (cf. Mc 2,1-12).
La fe de aquel leproso que, a diferencia de los otros, al verse sanado, vuelve enseguida a Jesús lleno de asombro y de alegría para manifestarle su reconocimiento, deja entrever que la salud recuperada es signo de algo más precioso que la simple curación física, es signo de la salvación que Dios nos da a través de Cristo, y que se expresa con las palabras de Jesús: tu fe te ha salvado. Quien invoca al Señor en su sufrimiento y enfermedad, está seguro de que su amor no le abandona nunca, y de que el amor de la Iglesia, que continúa en el tiempo su obra de salvación, nunca le faltará. La curación física, expresión de la salvación más profunda, revela así la importancia que el hombre, en su integridad de alma y cuerpo, tiene para el Señor. Cada sacramento, en definitiva, expresa y actúa la proximidad Dios mismo, el cual, de manera absolutamente gratuita, nos toca por medio de realidades materiales que él toma a su servicio y convierte en instrumentos del encuentro entre nosotros y Él mismo (cf. Homilía, S. Misa Crismal, 1 de abril de 2010). «La unidad entre creación y redención se hace visible. Los sacramentos son expresión de la corporeidad de nuestra fe, que abraza cuerpo y alma, al hombre entero» (Homilía, S. Misa Crismal, 21 de abril de 2011).
La tarea principal de la Iglesia es, ciertamente, el anuncio del Reino de Dios, «pero precisamente este mismo anuncio debe ser un proceso de curación: “… para curar los corazones desgarrados” (Is 61,1)» (ibíd.), según la misión que Jesús confió a sus discípulos (cf. Lc 9,1-2; Mt 10,1.5-14; Mc 6,7-13). El binomio entre salud física y renovación del alma lacerada nos ayuda, pues, a comprender mejor los «sacramentos de curación».
2. El sacramento de la penitencia ha sido, a menudo, el centro de reflexión de los pastores de la Iglesia, por su gran importancia en el camino de la vida cristiana, ya que «toda la fuerza de la Penitencia consiste en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une a Él con profunda amistad» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1468). La Iglesia, continuando el anuncio de perdón y reconciliación, proclamado por Jesús, no cesa de invitar a toda la humanidad a convertirse y a creer en el Evangelio. Así lo dice el apóstol Pablo: «Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo, os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20). Jesús, con su vida anuncia y hace presente la misericordia del Padre. Él no ha venido para condenar, sino para perdonar y salvar, para dar esperanza incluso en la oscuridad más profunda del sufrimiento y del pecado, para dar la vida eterna; así, en el sacramento de la penitencia, en la «medicina de la confesión», la experiencia del pecado no degenera en desesperación, sino que encuentra el amor que perdona y transforma (cf. Juan Pablo II, Exhortación ap. postsin. Reconciliatio et Paenitentia, 31).
Dios, «rico en misericordia» (Ef 2,4), como el padre de la parábola evangélica (cf. Lc 15, 11-32), no cierra el corazón a ninguno de sus hijos, sino que los espera, los busca, los alcanza allí donde el rechazo de la comunión les ha encerrado en el aislamiento y en la división, los llama a reunirse en torno a su mesa, en la alegría de la fiesta del perdón y la reconciliación. El momento del sufrimiento, en el cual podría surgir la tentación de abandonarse al desaliento y a la desesperación, puede transformarse en tiempo de gracia para recapacitar y, como el hijo pródigo de la parábola, reflexionar sobre la propia vida, reconociendo los errores y fallos, sentir la nostalgia del abrazo del Padre y recorrer el camino de regreso a casa. Él, con su gran amor vela siempre y en cualquier circunstancia sobre nuestra existencia y nos espera para ofrecer, a cada hijo que vuelve a él, el don de la plena reconciliación y de la alegría.
3. De la lectura del Evangelio emerge, claramente, cómo Jesús ha mostrado una particular predilección por los enfermos. Él no sólo ha enviado a sus discípulos a curar las heridas (cf. Mt 10,8; Lc 9,2; 10,9), sino que también ha instituido para ellos un sacramento específico: la unción de los enfermos. La carta de Santiago atestigua la presencia de este gesto sacramental ya en la primera comunidad cristiana (cf. 5,14-16): con la unción de los enfermos, acompañada con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado, para que les alivie sus penas y los salve; es más, les exhorta a unirse espiritualmente a la pasión y a la muerte de Cristo, para contribuir, de este modo, al bien del Pueblo de Dios.
Este sacramento nos lleva a contemplar el doble misterio del monte de los Olivos, donde Jesús dramáticamente encuentra, aceptándola, la vía que le indicaba el Padre, la de la pasión, la del supremo acto de amor. En esa hora de prueba, él es el mediador «llevando en sí mismo, asumiendo en sí mismo el sufrimiento de la pasión del mundo, transformándolo en grito hacia Dios, llevándolo ante los ojos de Dios y poniéndolo en sus manos, llevándolo así realmente al momento de la redención» (Lectio divina, Encuentro con el clero de Roma, 18 de febrero de 2010). Pero «el Huerto de los Olivos es también el lugar desde el cual ascendió al Padre, y es por tanto el lugar de la Redención … Este doble misterio del monte de los Olivos está siempre “activo” también en el óleo sacramental de la Iglesia … signo de la bondad de Dios que llega a nosotros» (Homilía, S. Misa Crismal, 1 de abril de 2010). En la unción de los enfermos, la materia sacramental del óleo se nos ofrece, por decirlo así, «como medicina de Dios … que ahora nos da la certeza de su bondad, que nos debe fortalecer y consolar, pero que, al mismo tiempo, y más allá de la enfermedad, remite a la curación definitiva, a la resurrección (cf. St 5,14)» (ibíd.).
Este sacramento merece hoy una mayor consideración, tanto en la reflexión teológica como en la acción pastoral con los enfermos. Valorizando los contenidos de la oración litúrgica que se adaptan a las diversas situaciones humanas unidas a la enfermedad, y no sólo cuando se ha llegado al final de la vida (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1514), la unción de los enfermos no debe ser considerada como «un sacramento menor» respecto a los otros. La atención y el cuidado pastoral hacia los enfermos, por un lado es señal de la ternura de Dios con los que sufren, y por otro lado beneficia también espiritualmente a los sacerdotes y a toda la comunidad cristiana, sabiendo que todo lo que se hace con el más pequeño, se hace con el mismo Jesús (cf. Mt 25,40).
4. A propósito de los «sacramentos de la curación», san Agustín afirma: «Dios cura todas tus enfermedades. No temas, pues: todas tus enfermedades serán curadas … Tú sólo debes dejar que él te cure y no rechazar sus manos» (Exposición sobre el salmo 102, 5: PL 36, 1319-1320). Se trata de medios preciosos de la gracia de Dios, que ayudan al enfermo a conformarse, cada vez con más plenitud, con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Junto a estos dos sacramentos, quisiera también subrayar la importancia de la eucaristía. Cuando se recibe en el momento de la enfermedad contribuye de manera singular a realizar esta transformación, asociando a quien se nutre con el Cuerpo y la Sangre de Jesús al ofrecimiento que él ha hecho de sí mismo al Padre para la salvación de todos. Toda la comunidad eclesial, y la comunidad parroquial en particular, han de asegurar la posibilidad de acercarse con frecuencia a la comunión sacramental a quienes, por motivos de salud o de edad, no pueden ir a los lugares de culto. De este modo, a estos hermanos y hermanas se les ofrece la posibilidad de reforzar la relación con Cristo crucificado y resucitado, participando, con su vida ofrecida por amor a Cristo, en la misma misión de la Iglesia. En esta perspectiva, es importante que los sacerdotes que prestan su delicada misión en los hospitales, en las clínicas y en las casas de los enfermos se sientan verdaderos « «ministros de los enfermos», signo e instrumento de la compasión de Cristo, que debe llegar a todo hombre marcado por el sufrimiento» (Mensaje para la XVIII Jornada Mundial del Enfermo, 22 de noviembre de 2009).
La conformación con el misterio pascual de Cristo, realizada también mediante la práctica de la comunión espiritual, asume un significado muy particular cuando la eucaristía se administra y se recibe como viático. En ese momento de la existencia, resuenan de modo aún más incisivo las palabras del Señor: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,54). En efecto, la eucaristía, sobre todo como viático, es – según la definición de san Ignacio de Antioquia – «fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte» (Carta a los Efesios, 20: PG 5, 661), sacramento del paso de la muerte a la vida, de este mundo al Padre, que a todos espera en la Jerusalén celeste.
5. El tema de este Mensaje para la XX Jornada Mundial del Enfermo, «¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!», se refiere también al próximo «Año de la fe», que comenzará el 11 de octubre de 2012, ocasión propicia y preciosa para redescubrir la fuerza y la belleza de la fe, para profundizar sus contenidos y para testimoniarla en la vida de cada día (cf. Carta ap. Porta fidei, 11 de octubre de 2011). Deseo animar a los enfermos y a los que sufren a encontrar siempre en la fe un ancla segura, alimentada por la escucha de la palabra de Dios, la oración personal y los sacramentos, a la vez que invito a los pastores a facilitar a los enfermos su celebración. Que los sacerdotes, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor y como guías de la grey que les ha sido confiada, se muestren llenos de alegría, atentos con los más débiles, los sencillos, los pecadores, manifestando la infinita misericordia de Dios con las confortadoras palabras de la esperanza (cf. S. Agustín, Carta 95, 1: PL 33, 351-352).
A todos los que trabajan en el mundo de la salud, como también a las familias que en sus propios miembros ven el rostro sufriente del Señor Jesús, renuevo mi agradecimiento y el de la Iglesia, porque, con su competencia profesional y tantas veces en silencio, sin hablar de Cristo, lo manifiestan (cf. Homilía, S. Misa Crismal, 21 de abril de 2011).
A María, Madre de Misericordia y Salud de los Enfermos, dirigimos nuestra mirada confiada y nuestra oración; su materna compasión, vivida junto al Hijo agonizante en la Cruz, acompañe y sostenga la fe y la esperanza de cada persona enferma y que sufre en el camino de curación de las heridas del cuerpo y del espíritu.
Os aseguro mi recuerdo en la oración, mientras imparto a cada uno una especial Bendición Apostólica.
Vaticano, 20 de noviembre de 2011, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
1. Este año, que constituye la preparación más inmediata para la solemne Jornada Mundial del Enfermo, que se celebrará en Alemania el 11 de febrero de 2013, y que se centrará en la emblemática figura evangélica del samaritano (cf. Lc 10,29-37), quisiera poner el acento en los «sacramentos de curación», es decir, en el sacramento de la penitencia y de la reconciliación, y en el de la unción de los enfermos, que culminan de manera natural en la comunión eucarística.
El encuentro de Jesús con los diez leprosos, descrito en el Evangelio de san Lucas (cf. Lc 17,11-19), y en particular las palabras que el Señor dirige a uno de ellos: «¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!» (v. 19), ayudan a tomar conciencia de la importancia de la fe para quienes, agobiados por el sufrimiento y la enfermedad, se acercan al Señor. En el encuentro con él, pueden experimentar realmente que ¡quien cree no está nunca solo! En efecto, Dios por medio de su Hijo, no nos abandona en nuestras angustias y sufrimientos, está junto a nosotros, nos ayuda a llevarlas y desea curar nuestro corazón en lo más profundo (cf. Mc 2,1-12).
La fe de aquel leproso que, a diferencia de los otros, al verse sanado, vuelve enseguida a Jesús lleno de asombro y de alegría para manifestarle su reconocimiento, deja entrever que la salud recuperada es signo de algo más precioso que la simple curación física, es signo de la salvación que Dios nos da a través de Cristo, y que se expresa con las palabras de Jesús: tu fe te ha salvado. Quien invoca al Señor en su sufrimiento y enfermedad, está seguro de que su amor no le abandona nunca, y de que el amor de la Iglesia, que continúa en el tiempo su obra de salvación, nunca le faltará. La curación física, expresión de la salvación más profunda, revela así la importancia que el hombre, en su integridad de alma y cuerpo, tiene para el Señor. Cada sacramento, en definitiva, expresa y actúa la proximidad Dios mismo, el cual, de manera absolutamente gratuita, nos toca por medio de realidades materiales que él toma a su servicio y convierte en instrumentos del encuentro entre nosotros y Él mismo (cf. Homilía, S. Misa Crismal, 1 de abril de 2010). «La unidad entre creación y redención se hace visible. Los sacramentos son expresión de la corporeidad de nuestra fe, que abraza cuerpo y alma, al hombre entero» (Homilía, S. Misa Crismal, 21 de abril de 2011).
La tarea principal de la Iglesia es, ciertamente, el anuncio del Reino de Dios, «pero precisamente este mismo anuncio debe ser un proceso de curación: “… para curar los corazones desgarrados” (Is 61,1)» (ibíd.), según la misión que Jesús confió a sus discípulos (cf. Lc 9,1-2; Mt 10,1.5-14; Mc 6,7-13). El binomio entre salud física y renovación del alma lacerada nos ayuda, pues, a comprender mejor los «sacramentos de curación».
2. El sacramento de la penitencia ha sido, a menudo, el centro de reflexión de los pastores de la Iglesia, por su gran importancia en el camino de la vida cristiana, ya que «toda la fuerza de la Penitencia consiste en que nos restituye a la gracia de Dios y nos une a Él con profunda amistad» (Catecismo de la Iglesia Católica, 1468). La Iglesia, continuando el anuncio de perdón y reconciliación, proclamado por Jesús, no cesa de invitar a toda la humanidad a convertirse y a creer en el Evangelio. Así lo dice el apóstol Pablo: «Nosotros actuamos como enviados de Cristo, y es como si Dios mismo os exhortara por medio de nosotros. En nombre de Cristo, os pedimos que os reconciliéis con Dios» (2 Co 5,20). Jesús, con su vida anuncia y hace presente la misericordia del Padre. Él no ha venido para condenar, sino para perdonar y salvar, para dar esperanza incluso en la oscuridad más profunda del sufrimiento y del pecado, para dar la vida eterna; así, en el sacramento de la penitencia, en la «medicina de la confesión», la experiencia del pecado no degenera en desesperación, sino que encuentra el amor que perdona y transforma (cf. Juan Pablo II, Exhortación ap. postsin. Reconciliatio et Paenitentia, 31).
Dios, «rico en misericordia» (Ef 2,4), como el padre de la parábola evangélica (cf. Lc 15, 11-32), no cierra el corazón a ninguno de sus hijos, sino que los espera, los busca, los alcanza allí donde el rechazo de la comunión les ha encerrado en el aislamiento y en la división, los llama a reunirse en torno a su mesa, en la alegría de la fiesta del perdón y la reconciliación. El momento del sufrimiento, en el cual podría surgir la tentación de abandonarse al desaliento y a la desesperación, puede transformarse en tiempo de gracia para recapacitar y, como el hijo pródigo de la parábola, reflexionar sobre la propia vida, reconociendo los errores y fallos, sentir la nostalgia del abrazo del Padre y recorrer el camino de regreso a casa. Él, con su gran amor vela siempre y en cualquier circunstancia sobre nuestra existencia y nos espera para ofrecer, a cada hijo que vuelve a él, el don de la plena reconciliación y de la alegría.
3. De la lectura del Evangelio emerge, claramente, cómo Jesús ha mostrado una particular predilección por los enfermos. Él no sólo ha enviado a sus discípulos a curar las heridas (cf. Mt 10,8; Lc 9,2; 10,9), sino que también ha instituido para ellos un sacramento específico: la unción de los enfermos. La carta de Santiago atestigua la presencia de este gesto sacramental ya en la primera comunidad cristiana (cf. 5,14-16): con la unción de los enfermos, acompañada con la oración de los presbíteros, toda la Iglesia encomienda a los enfermos al Señor sufriente y glorificado, para que les alivie sus penas y los salve; es más, les exhorta a unirse espiritualmente a la pasión y a la muerte de Cristo, para contribuir, de este modo, al bien del Pueblo de Dios.
Este sacramento nos lleva a contemplar el doble misterio del monte de los Olivos, donde Jesús dramáticamente encuentra, aceptándola, la vía que le indicaba el Padre, la de la pasión, la del supremo acto de amor. En esa hora de prueba, él es el mediador «llevando en sí mismo, asumiendo en sí mismo el sufrimiento de la pasión del mundo, transformándolo en grito hacia Dios, llevándolo ante los ojos de Dios y poniéndolo en sus manos, llevándolo así realmente al momento de la redención» (Lectio divina, Encuentro con el clero de Roma, 18 de febrero de 2010). Pero «el Huerto de los Olivos es también el lugar desde el cual ascendió al Padre, y es por tanto el lugar de la Redención … Este doble misterio del monte de los Olivos está siempre “activo” también en el óleo sacramental de la Iglesia … signo de la bondad de Dios que llega a nosotros» (Homilía, S. Misa Crismal, 1 de abril de 2010). En la unción de los enfermos, la materia sacramental del óleo se nos ofrece, por decirlo así, «como medicina de Dios … que ahora nos da la certeza de su bondad, que nos debe fortalecer y consolar, pero que, al mismo tiempo, y más allá de la enfermedad, remite a la curación definitiva, a la resurrección (cf. St 5,14)» (ibíd.).
Este sacramento merece hoy una mayor consideración, tanto en la reflexión teológica como en la acción pastoral con los enfermos. Valorizando los contenidos de la oración litúrgica que se adaptan a las diversas situaciones humanas unidas a la enfermedad, y no sólo cuando se ha llegado al final de la vida (cf. Catecismo de la Iglesia Católica, 1514), la unción de los enfermos no debe ser considerada como «un sacramento menor» respecto a los otros. La atención y el cuidado pastoral hacia los enfermos, por un lado es señal de la ternura de Dios con los que sufren, y por otro lado beneficia también espiritualmente a los sacerdotes y a toda la comunidad cristiana, sabiendo que todo lo que se hace con el más pequeño, se hace con el mismo Jesús (cf. Mt 25,40).
4. A propósito de los «sacramentos de la curación», san Agustín afirma: «Dios cura todas tus enfermedades. No temas, pues: todas tus enfermedades serán curadas … Tú sólo debes dejar que él te cure y no rechazar sus manos» (Exposición sobre el salmo 102, 5: PL 36, 1319-1320). Se trata de medios preciosos de la gracia de Dios, que ayudan al enfermo a conformarse, cada vez con más plenitud, con el misterio de la muerte y resurrección de Cristo. Junto a estos dos sacramentos, quisiera también subrayar la importancia de la eucaristía. Cuando se recibe en el momento de la enfermedad contribuye de manera singular a realizar esta transformación, asociando a quien se nutre con el Cuerpo y la Sangre de Jesús al ofrecimiento que él ha hecho de sí mismo al Padre para la salvación de todos. Toda la comunidad eclesial, y la comunidad parroquial en particular, han de asegurar la posibilidad de acercarse con frecuencia a la comunión sacramental a quienes, por motivos de salud o de edad, no pueden ir a los lugares de culto. De este modo, a estos hermanos y hermanas se les ofrece la posibilidad de reforzar la relación con Cristo crucificado y resucitado, participando, con su vida ofrecida por amor a Cristo, en la misma misión de la Iglesia. En esta perspectiva, es importante que los sacerdotes que prestan su delicada misión en los hospitales, en las clínicas y en las casas de los enfermos se sientan verdaderos « «ministros de los enfermos», signo e instrumento de la compasión de Cristo, que debe llegar a todo hombre marcado por el sufrimiento» (Mensaje para la XVIII Jornada Mundial del Enfermo, 22 de noviembre de 2009).
La conformación con el misterio pascual de Cristo, realizada también mediante la práctica de la comunión espiritual, asume un significado muy particular cuando la eucaristía se administra y se recibe como viático. En ese momento de la existencia, resuenan de modo aún más incisivo las palabras del Señor: «El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré en el último día» (Jn 6,54). En efecto, la eucaristía, sobre todo como viático, es – según la definición de san Ignacio de Antioquia – «fármaco de inmortalidad, antídoto contra la muerte» (Carta a los Efesios, 20: PG 5, 661), sacramento del paso de la muerte a la vida, de este mundo al Padre, que a todos espera en la Jerusalén celeste.
5. El tema de este Mensaje para la XX Jornada Mundial del Enfermo, «¡Levántate, vete; tu fe te ha salvado!», se refiere también al próximo «Año de la fe», que comenzará el 11 de octubre de 2012, ocasión propicia y preciosa para redescubrir la fuerza y la belleza de la fe, para profundizar sus contenidos y para testimoniarla en la vida de cada día (cf. Carta ap. Porta fidei, 11 de octubre de 2011). Deseo animar a los enfermos y a los que sufren a encontrar siempre en la fe un ancla segura, alimentada por la escucha de la palabra de Dios, la oración personal y los sacramentos, a la vez que invito a los pastores a facilitar a los enfermos su celebración. Que los sacerdotes, siguiendo el ejemplo del Buen Pastor y como guías de la grey que les ha sido confiada, se muestren llenos de alegría, atentos con los más débiles, los sencillos, los pecadores, manifestando la infinita misericordia de Dios con las confortadoras palabras de la esperanza (cf. S. Agustín, Carta 95, 1: PL 33, 351-352).
A todos los que trabajan en el mundo de la salud, como también a las familias que en sus propios miembros ven el rostro sufriente del Señor Jesús, renuevo mi agradecimiento y el de la Iglesia, porque, con su competencia profesional y tantas veces en silencio, sin hablar de Cristo, lo manifiestan (cf. Homilía, S. Misa Crismal, 21 de abril de 2011).
A María, Madre de Misericordia y Salud de los Enfermos, dirigimos nuestra mirada confiada y nuestra oración; su materna compasión, vivida junto al Hijo agonizante en la Cruz, acompañe y sostenga la fe y la esperanza de cada persona enferma y que sufre en el camino de curación de las heridas del cuerpo y del espíritu.
Os aseguro mi recuerdo en la oración, mientras imparto a cada uno una especial Bendición Apostólica.
Vaticano, 20 de noviembre de 2011, solemnidad de Nuestro Señor Jesucristo, Rey del Universo.
Benedictus PP XVI
martes, 31 de enero de 2012
Día Nacional del Árbol
31 de enero. Último dia de Enero. Fiesta de SAN JUAN BOSCO - CUARTA SEMANA DEL TIEMPO ORDINARIO. DIA DEL ÁRBOL. Vamos a conmemorar este día abundando en la importancia que tiene el árbol, el arbusto, para el perfecto desarrollo de la naturaleza y de la vida humana. Para ello, para ahondar en el tema del árbol voy a repasar en este muro la Biblia. Mejor aún, voy a enumerar los árboles que salen en El Libro de los Libros. Son estos:
Almendro (Éxodo 25: 33-36)
Albaricoque (Cantar de los Cántares 2: 3)
Bálsamo (Ezequiel 31: 3)
Laurel ( Salmos 37 : 35)
Cedro (Ezequiel 31: 3)
Ciprés (Isaías 44: 14)
Palma datilera (Números 33: 9)
Olmo (Oseas 4: 13)
Higuera (Isaías 60:13)
Enebro (I de Reyes 19: 3)
Morera (II Samuel 5: 23)
Mostaza (S. mateo 13: 31)
Mirra (S. Juan 19: 39)
Arrayán (Isaías 41:19)
Roble (Génesis 35: 8)
Olivo (Éxodo 27: 20)
Pino (Isaías 60 : 13)
Plátano (Génesis 30: 37)
Granado (Éxodo 28: 33)
Espino (Isaías 41: 19)
Sicomoro (S. Lucas 17: 6 y 19: 4)
Tamarisco (Génesis 21: 33)
Sándalo (Apocalipsis 18: 12)
Sauce (Salmos 137: 2)
¿Verdad que es una forma muy distraida de leer la Biblia, ahondar en el Libro de los Libros y de paso enriquecer nuestra cultura?.
Almendro (Éxodo 25: 33-36)
Albaricoque (Cantar de los Cántares 2: 3)
Bálsamo (Ezequiel 31: 3)
Laurel ( Salmos 37 : 35)
Cedro (Ezequiel 31: 3)
Ciprés (Isaías 44: 14)
Palma datilera (Números 33: 9)
Olmo (Oseas 4: 13)
Higuera (Isaías 60:13)
Enebro (I de Reyes 19: 3)
Morera (II Samuel 5: 23)
Mostaza (S. mateo 13: 31)
Mirra (S. Juan 19: 39)
Arrayán (Isaías 41:19)
Roble (Génesis 35: 8)
Olivo (Éxodo 27: 20)
Pino (Isaías 60 : 13)
Plátano (Génesis 30: 37)
Granado (Éxodo 28: 33)
Espino (Isaías 41: 19)
Sicomoro (S. Lucas 17: 6 y 19: 4)
Tamarisco (Génesis 21: 33)
Sándalo (Apocalipsis 18: 12)
Sauce (Salmos 137: 2)
¿Verdad que es una forma muy distraida de leer la Biblia, ahondar en el Libro de los Libros y de paso enriquecer nuestra cultura?.
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