Carlos, arzobispo de Valencia
Entramos en un nuevo Año Litúrgico. Lo iniciamos con el tiempo de Adviento. ¿Qué significado tiene este término? Se puede traducir de muchas maneras: “presencia”, “llegada”, “venida”. En el mundo antiguo era un término muy utilizado, indicaba la llegada de un funcionario, la visita de un rey o del emperador a una provincia. Pero, ciertamente, también podía indicar la venida de la divinidad, que se manifestaba saliendo de la oscuridad y presentándose con fuerza en medio de los hombres.
Los cristianos rápidamente adoptaron esta palabra, “Adviento”, para expresar su relación con Jesucristo. ¡Qué fuerza tiene para todos nosotros esta expresión, “Adviento”! Jesús es el Rey que ha entrado en esta tierra para visitar a todos los hombres. Y nos invita a participar en esta fiesta de alegría a todos y con unas consecuencias para la vida y la historia de los hombres indescriptibles. ¿Comprendéis la fuerza que tiene para el hombre saber que Dios está aquí, que no se ha retirado del mundo, que no nos ha dejado solos y viene a visitarnos de múltiples maneras? Dios quiere entrar en mi vida y desea dirigirse a mí. Tengamos la audacia y la valentía de acogerlo e invitemos a todos los hombres a recibirlo. Digamos a todos: ¡No tengáis miedo!
¿Qué aprendemos en este tiempo de Adviento? Descubrimos que el Señor ha venido a este mundo y ha visitado a los hombres por la Encarnación en María. Es una llegada singular de Dios a la historia de los hombres. Y vendrá otra vez al final de los tiempos. Sin embargo, no solamente existe esta llegada. El Señor desea venir siempre a través de nosotros y llama a las puertas de nuestro corazón y nos dice: “¿estás dispuesto a darme tu tiempo, tu corazón, tu carne, tu vida?”. Él busca una morada viva que dé la noticia de que el origen de las enfermedades que padecemos los hombres y que tienen el nombre de emergencias o de crisis, está en la incomunicación con Dios, en no dejarle entrar en la vida personal y colectiva de los hombres, en marginarle, en no contar con Él, en asumir una manera de comportarnos los hombres que nada tiene que ver con el humanismo que Él ha revelado con su presencia entre los hombres. Urge que el Señor pueda venir a través de nosotros.
¿Qué compromiso en Adviento tendríamos que asumir? Uno muy sencillo, pero muy hondo: “llevar la alegría a los demás”, “comunicarles la esperanza”, “transmitir la fe a todos los hombres”, “llevarles el amor de Dios”. No se trata de hacerlo con costosos regalos, tampoco de hacer grandes revoluciones con nuestras fuerzas y estrategias. Utilicemos la misma estrategia de Dios. Hay que llevar el regalo de nosotros mismos y con la vida nueva que nos ha sido dada en Cristo: siendo hechura de Dios, imagen de Dios, asumiendo una manera de existir que es la que nos ha revelado Nuestro Señor Jesucristo en su paso por este mundo y en la que hemos sido engendrados por el Bautismo.
Llevemos la alegría de haber conocido a Dios y de habernos conocido a nosotros mismos; llevemos la esperanza que nace de poner el corazón en los planes que son de Dios y en los sólidos fundamentos que se nos han revelado en Jesucristo; llevemos la fe que supone una adhesión inquebrantable a Dios en todos los proyectos que tiene sobre el hombre (especialmente, en una manera de entenderse al hombre a sí mismo); llevemos el amor de Dios que no sabe de mirarse para sí mismo, sino para los otros, que sabe de entrega total de uno mismo, de servicio incondicional al otro como si fuera Dios mismo. Con nuestras palabras y nuestras obras anulemos todas las emergencias y crisis, entregando salidas nuevas que nacen de volver a la comunicación abierta y con todas las consecuencias con Dios en Jesucristo.
En Adviento, recordemos siempre que Dios viene, que llega ahora, que no es un Dios desinteresado de nosotros y de nuestra historia. Es el Dios de Abraham, de Isaac y de Jacob, es el Dios que viene y que nunca deja de pensar en nosotros, que respeta nuestra libertad hasta el límite, hasta, incluso, poder decirle “no quiero saber nada de ti”. ¡Cómo ha deseado Dios encontrarse con el ser humano! ¡Qué amor más grande ha manifestado viniendo a esta historia y haciéndose un hombre como nosotros! El deseo divino es encontrase con nosotros y el deseo del hombre ha de ser encontrarse con Dios y dejarse hacer por Dios. Y tenemos necesidad de este encuentro, pues Él es el único que nos libera del mal y de la muerte, el único que quiere retirar de nuestra vida todo aquello que impide la felicidad del hombre. En definitiva Él viene a salvarnos. Establecer la comunicación con Dios es todo un reto en este Adviento.
Tenemos anhelo de un mundo mejor. Hagámoslo con la oración y con las obras buenas, esas mismas que nos enseñó Jesucristo a hacer mientras estuvo con nosotros en esta historia. Propongamos como salida a nuestras emergencias y crisis la comunicación con Dios que nuestra cultura tiende a romper. ¿Cómo? El Adviento es un tiempo oportuno:
1) Captemos la presencia de Dios, su visita: sepamos saborear el silencio. La única manera de captar la presencia de Dios es saber detenernos en el silencio que nos habla de la presencia de Dios. En el silencio comprendemos mejor los acontecimientos de cada día, los gestos que Dios nos dirige o directamente o a través de los demás y de los acontecimientos. En el silencio percibimos con claridad el amor de Dios. Y en ese silencio podríamos escribir mejor nuestro “diario interior”, a través del cual podríamos escribir mejor las consecuencias y los compromisos a los que nos lleva el amor de Dios. Nuestra vida, desde el silencio, la comprendemos mejor y también la entendemos como “visita”, la que nos hace Dios a nosotros. Tengamos tiempos de silencio y de encuentro con Dios. Nuestras casas de ejercicios son medios para captar la presencia de Dios.
2) Vivamos en la comunicación con Dios, abiertos al misterio de Dios, ensanchando horizontes de comprensión: abiertos a Él sin romper la comunicación con quién nos ama y nos da el amor que necesitamos para vivir. Abiertos a su presencia real en el misterio de la Eucaristía. Abiertos a la escucha de su Palabra, a dejarnos hacer por ella. Abiertos a su presencia real regalándonos su perdón a través del Sacramento de la Penitencia. Abiertos a Él, que es la manera de satisfacer la demanda que existe hoy de verdad. Hay muchas informaciones, muchas ideas, muchas interpretaciones, pero existe una gran necesidad de verdad. Ha sido Jesucristo el único que nos ha dicho que Él es la Verdad. Nuestros monasterios son lugares que debemos visitar para aprender a comunicarnos con Dios y vivir abiertos a su misterio.
3) Vivamos en esperanza: Adviento es espera. Adviento nos impulsa a entender la vida y la historia como “kairós”, como ocasión propicia para nuestra salvación. En nuestra vida estamos siempre en constante espera. La esperanza marca el camino de la humanidad y, en nosotros, tiene una certeza, la de que el Señor está con nosotros a lo largo de nuestra vida. Volvamos el corazón a Cristo que nos ofrece su amor y su salvación. Entreguemos este amor y esta salvación con obras a los que viven a nuestro alrededor, a través de nuestros compromisos reales con las instituciones de caridad.
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